miércoles, 22 de enero de 2020

Capitulo 2 Corazones oscuros


Capítulo 2

—Pues no lo sé. ¿Qué te parece del juego de las Veinte Preguntas?

Isabella sonrió por su brusquedad, pero no podía culparle. Si ella fuera claustrofóbica se hubiera vuelto loca; que él estuviera allí sentado, tan tranquilo, solo demostraba lo fuerte que era. Se preguntó si esa era la razón por la que había estado tan callado antes y decidió hacer todo lo posible para ayudarle durante su confinamiento temporal.

—Está bien. Tú primero.

—De acuerdo. —Se quedó en silencio unos segundos antes de decir—. ¿Qué es un contable forense?

—Un contable que analiza la contabilidad y prácticas empresariales como parte de una investigación, como por ejemplo en un litigio.

—Vaya, eso sí que suena interesante. Así que tu trabajo es parecido al de un detective.

Isabella agradeció el intento, pero estaba tan acostumbrada a que a la gente le entrara narcolepsia en cuanto les decía que era contable que no sabía si hablaba en serio.

—¿Me estás tomando el pelo?

—En absoluto —señaló él. La rapidez con la que lo dijo le confirmó que estaba siendo sincero.

—Bien. Entonces, ¿me toca?

—Dispara.




Isabella sonrió.

—¿Puede ser que haya visto que tienes un tatuaje en la mano?

No respondió de inmediato.
—Sí. Es la cabeza de un dragón.

Ella no tenía ningún tatuaje, le daba miedo que le doliera si se hacía uno, pero siempre le habían fascinado un poco.

—¿Es solo una cabeza?

—Oye, ahora me tocaba a mí.

—No era una nueva pregunta —arguyó ella—, sino una aclaración a la pregunta anterior.

—Pensaba que eras contable, no abogado. —Se rio—. Está bien. El dragón completo lo tengo en el antebrazo y la cabeza en el dorso de la mano. ¿Me toca ahora, señora letrada?

Isabella no pudo evitar sonreír ante el sarcasmo. Haberse criado con tres hermanos le había enseñado el sutil arte de la ironía.

—Sí, puede proceder.

Él se echó a reír y a ella le gustó el timbre de su risa.

—¡Qué magnánima que eres!

—Vaya, ¿así que ahora nos hemos puesto en plan culto?

—¿Qué pasa? ¿Es que un hombre con tatuajes no puede usar una palabra con cuatro sílabas?

Isabella soltó un jadeo y después suspiró.

—Me gustaría poder verte la cara para saber si estás hablando en serio o no. —Al darse cuenta de que su alusión indirecta a la oscuridad podría inquietarle, se apresuró a añadir—: Sabes que no quería decir eso. Solo te estaba provocando. Venga, te toca.

Al oír su risa grave sonrió aliviada.

—Sí, sí. Muy bien. ¿Qué lleva a una chica como tú a convertirse en contable?

«¿Una chica como yo?»

—¿Una chica como yo? —Frunció el ceño y esperó a que se explicara, ya que no lograba entender a qué se refería.

—Sí, ya sabes… —Edward soltó un suspiró y murmuró algo que Isabella no consiguió entender—. Eres guapa.

Pasó de sentirse halagada a perturbada y de nuevo a lo anterior. Al final fue incapaz de decidir qué emoción predominaba. Crecer en una casa llena de varones había hecho que se convirtiera en un marimacho desde que tenía memoria. Y aunque sus compañeras de cuarto de la universidad la habían introducido en el mundo femenino, mostrándole cosas como vestidos, faldas, ropa interior y maquillaje, seguía pensando en sí misma como un «chico más». No era nada del otro mundo, desde luego no una de esas mujeres por las que sus hermanos babearían.

—Mierda, esto tampoco ha ido bien. Me refería a que eres guapa, pero claro que las chicas guapas pueden ser inteligentes. Lo que quiero decir es que… Creo que voy a cerrar la boca ya mismo.

Al final decidió que todo aquello le divertía y se echó a reír.

—Sí, creo que es un buen momento para salir del lío en el que te estás metiendo. —Después se puso más seria y añadió—: Y esto que te voy a decir seguro que me hará parecer todavía más rara, pero siempre se me han dado bien las matemáticas y los números nunca me han resultado difíciles. Tampoco quería irme por el lado teórico y ponerme a enseñar. Entonces mi hermano mayor se hizo policía y me habló de la contabilidad forense.

Como Edward no respondió estuvo casi segura de que le había matado de aburrimiento, hasta que él murmuró:

—Me gusta mucho el sonido de tu voz.

El rubor se deslizó por debajo del cuello de su blusa de seda. Que le dijera que era guapa no la había conmovido, pero que señalara que le gustaba su voz liberó mariposas en su estómago.

—Y a mí también… Quiero decir que a mí también me gusta… Tu voz, por supuesto.
—Tuvo que morderse el labio para acabar con el torrente de tonterías que estaba saliendo por su boca. Después fingió darse un manotazo en la frente. En aquel momento sí que agradeció estar a oscuras.
***
Edward agradeció que Isabella fuera una persona de trato tan fácil, porque estaba convencido de que, como volviera a meter la pata, ella cumpliría su amenaza de pegarle. Primero había sacado conclusiones precipitadas, dando por sentado que ella le estaba juzgando cuando se enteró de lo del tatuaje. En realidad, solo estaba decepcionado porque pudiera rechazarle sin ni siquiera verle. Luego le falló el filtro verbal a lo grande y le dijo que era guapa. En ese momento había vuelto a pensar en aquel pelo castaño rojizo que sin lugar a duda era bonito, incluso precioso, y salió de sus labios de sopetón, sin pararse a pensar en lo cavernícola que había sonado su pregunta. Y, por último, había admitido que le gustaba su voz. Lo que era cierto, pero tampoco hacía falta expresar ese tipo de chorradas en voz alta.

Pero entonces ella también reconoció que le gustaba la suya y las tornas se habían vuelto a su favor. Isabella casi había tartamudeado el cumplido y él creyó que tal vez, solo tal vez, se había sentido halagada porque le dijera que le gustaba su voz.

Pensó en otra pregunta, una con la que no corriese tanto peligro de que su mano se encontrara con su cara y al final consiguió dar con una.

—¿Cuántos hermanos tienes? —Debería haber pensado en algo más, pero las palabras salieron de su boca sin más.

—Tres. —Por el tono en que le respondió supo que estaba sonriendo—. Emmett es el mayor. Es el que se hizo policía. Jasper va después. Y Seth es un año más pequeño que yo. ¿Y tú? ¿Tienes hermanos?

—Se llamaba Jacob. Era dos años menor que yo. —Se quedó esperando, figurándose que Isabella se percataría de por qué había usado el pasado.

Finalmente llegó su réplica.

—Lo siento. No puedo ni imaginarme lo que sería perder a uno de mis hermanos. Tuvo que ser muy duro. ¿Puedo preguntarte cuánto tiempo hace que… se fue?

Que estuvieran a oscuras hizo que le fuera más fácil compartir parte de aquella historia. Así ella no podría ver la mueca de dolor que puso, o la forma como apretó la mandíbula. No podría preguntarse por qué flexionaba el hombro derecho para poder sentir la parte de piel del omoplato en la que se había tatuado el nombre de su hermano. Ni tampoco podría contemplar la cicatriz en forma de media luna que tenía en el lado derecho de la cabeza y que siempre se tocaba cuando se acordaba de Jacob.

—Lo siento, no tienes por qué hablar de ello si no quieres…

—No te disculpes. No suelo hablar de él, aunque quizá debería hacerlo. Murió cuando yo tenía catorce años. Él tenía doce. De eso hace ya catorce años. —Mientras pronunciaba las palabras, apenas podía creerse que hubiera vivido más tiempo sin su hermano que con él. Jacob había sido el mejor amigo que había tenido jamás.
***
Isabella se moría por llegar hasta él, así que metió las palmas de las manos por debajo de los muslos para evitar extender alguna de ellas y tocarle o darle un apretón en el hombro. No conocía a ese hombre de nada, pero sentía su dolor. Dos años antes, cuando dispararon a Emmett estando de servicio, experimentó un tipo de miedo que no quería volver a sentir en toda su vida. No podía ni imaginarse lo que esa sensación se habría amplificado si su hermano no hubiera salido de aquella, aunque podía percibirlo en la voz de Edward.

Al final no pudo evitar tener un pequeño gesto con él y dijo:

—Gracias por contármelo, Edward. Era demasiado joven. Lo siento en el alma.

—Gracias —repuso él en un susurro—. Y bueno… —Oyó cómo se aclaraba la garganta—. ¿Cuántos años tienes?

Isabella supuso que él agradecería que la conversación fuera mucho más animada de modo que respondió con su tono más altanero:

—¿Por qué, señor Cullen? ¿Qué clase de pregunta es esa para hacerle a una dama?

—Te chiflan los números, así que pensé que te encantaría responderme a esa.
Sonrió al notar que su voz recobraba el buen humor.

—Está bien. —Soltó un exagerado suspiro—. Tengo veinticinco.

—Pero si eres una cría.

—Cierra el pico, abuelo.

Edward profirió una carcajada que le hizo sonreír de oreja a oreja.

De pronto se quedaron sumidos en un agradable silencio. Aunque ahora que no había una conversación de por medio que la distrajera, Isabella se percató de que tenía calor. Puede que estuvieran a finales de septiembre, pero todavía tenían una temperatura diurna similar a la de mediados del verano. La falta de aire acondicionado empezaba a hacer mella en el interior del ascensor y la blusa de seda se le pegaba al cuerpo de forma incómoda.

Se puso de rodillas y se quitó la americana del traje. La dobló tan cuidadosamente como pudo y la arrojó con suavidad en dirección a los bolsos.

—¿Qué haces? —preguntó Edward.

—Quitarme la americana. Tengo un poco de calor. Me pregunto cuánto tiempo llevamos aquí. Se aflojó la blusa y usó el dobladillo para darse algo de aire en el abdomen.

—No lo sé. Puede que una hora, hora y media…

—Sí —acordó ella. Debían de ser las ocho de la tarde. Tarde o temprano alguien se daría cuenta de que estaban allí encerrados, ¿verdad? Suspiró y volvió a sentarse en el rincón, aunque girando levemente la cadera. A pesar de la moqueta, la superficie del suelo era muy dura y se le estaba empezando a dormir el trasero—. ¿A quién le toca? —preguntó.

Edward se rió por lo bajo.

—Ni idea. Aunque puedes continuar tú.

—¿Qué grandes planes tenías para esta noche?

—En realidad ninguno de mucha importancia. Solo había quedado con unos amigos para jugar al billar. Hago muchos turnos de noche, así que no tengo tanto tiempo para salir con ellos como me apetecería.

Le gustó cómo sonaba aquello. Quitando sus compañeras de la universidad (solo una de ellas vivía en Washington), no tenía muchas amigas con las que pasar el rato. Por alguna razón siempre se le había dado mucho mejor entablar amistad con el sexo contrario; algo que achacaba al hecho de haberse criado rodeada de sus hermanos y los amigos de estos.

—¿Y tú qué?

—Oh, tenía una cita súper importante con mi sofá y una botella de vino.

—Estoy seguro de que ambos pueden volver a hacerte un hueco en su agenda.

—Sí, claro —río Isabella antes de suspirar—. Casi siempre están disponibles. Muy bien, ¿por qué no dejamos de lado este asunto tan deprimente…?

—¿Estás saliendo con alguien? —preguntó Edward sin ánimo de pasar del asunto deprimente.

—Obviamente no. ¿Tú?

—Tampoco.

Aquella respuesta la complació más de lo que debería. Tal vez solo estaba feliz por saber que no era la única persona soltera que andaba por ahí fuera. Todos sus amigos parecían estar casados o con pareja. Era como si una fila de fichas de dominó fuera cayendo poco a poco, solo que ella no estaba en dicha fila.

—De acuerdo —dijo Edward con un aplauso que resonó en el pequeño espacio—. Color preferido.

—¿En serio?

—Vayamos a lo básico, Castaña.

Esbozó una amplia sonrisa ante el apodo que tantos otros habían usado antes pero que nunca le había gustado hasta ahora.

—Azul. ¿El tuyo?

—Negro.

Sonrió.

—Muy de chico.

Él se rio y a continuación se vieron inmersos en por lo menos otras veinte preguntas sobre minucias de las que uno se entera después de un par de meses saliendo con la otra persona: grupo musical preferido, película preferida, comida preferida, lugar preferido y otros tantos «preferidos» que a Edward se le fueron ocurriendo, momento vivido más embarazoso, mejor día de tu vida, aunque evitó preguntar por el peor; algo que ella agradeció porque si él volvía a hablar de su hermano no creyó que pudiera resistirse a no tocarlo.

Lo cierto era que estaba disfrutando de aquella conversación. En algún momento de la charla sobre los «preferidos» se estiró sobre el suelo y se apoyó sobre un codo. Por extraño que pareciera, y a pesar de llevar encerrada un par de horas a oscuras en un ascensor con un completo extraño, se sentía bastante relajada. Tanto que por su mente cruzó la insignificante idea de que no estaba nada ansiosa porque regresara la luz y tuvieran que separarse.

Y no solo eso, ambos compartían una asombrosa cantidad de cosas en común. Adoraban la comida italiana y tailandesa. Incluso podía pasar por alto que a Edward le gustara el sushi ya que era un gran seguidor de Kings of Leon, su grupo favorito. Ambos disfrutaban yendo a partidos de béisbol, sentándose bajo el sol y bebiendo cerveza con los amigos y ninguno de los dos veía sentido al golf. También compartían el gusto por las comedias de humor delirante, aunque no se pusieron de acuerdo con la hora de puntuarlas.

Fue de lejos la conversación más entretenida que había tenido en mucho tiempo. Edward parecía francamente interesado en sus respuestas y debatía y discutía cada pequeño punto con una intensidad que hacía que le entraran unas ganas enormes de besarle para que se callara. Le gustaba cómo se sentía en compañía de aquel hombre, a pesar de que nunca le había visto de verdad.
***
Edward no podía recordar la última vez que había mantenido una conversación tan distendida o la última ocasión en que se había reído o incluso sonreído tanto. Se sentía… estupendamente, lo que era digno de mención. La mayoría de los días solía moverse en un radio entre el «bien» y el» bastante bien». Hacía tiempo que se había reconciliado con ese hecho. Había mundos mucho mejores que el abismo en el que había pasado la mayor parte de su adolescencia.

—Voy a ponerme de pie y estirarme un poco —informó.

—Sí, te entiendo. Este suelo deja un poco que desear.

—Por lo menos tiene moqueta, no mármol o baldosas. Tendrías mucho más frío en las piernas si así fuera. —Alzó los brazos sobre la cabeza y giró el torso mientras se acordaba de lo bien que se ajustaba la falda gris a su perfectamente formado trasero. Cuando giró hacia la izquierda oyó cómo le crujía la espina dorsal.

—Pues ahora mismo no me vendría mal un poco de frío.

Isabella tenía razón. Habían pasado de la potencia excesiva del aire acondicionado que tienen la mayoría de los edificios de oficinas en verano a una cómoda calidez. Todavía no hacía mucho calor, pero estaba claro que se encaminaban en esa dirección.

Mientras Edward se sentaba de nuevo en el suelo y trataba de encontrar una posición que no agravara el hormigueo que sentía en el trasero y las caderas, Isabella volvió con las preguntas.

—Bueno, yo trabajo aquí, ¿pero ¿qué es lo que te ha traído hoy hasta este elegante ascensor?

—Resolver un asunto de la herencia de mi padre. El despacho de su socio está en la séptima planta.

—Vaya, lo sient…

—No lo hagas. Mi padre llevaba mucho tiempo sin ser feliz. Y no nos llevábamos bien. Seguro que ahora está en un lugar mejor. De todos modos, solo tenía que firmar unos papeles.

Apenas oyó el suave «oh» que emitió ella.

—De acuerdo —continuó él, intentando alejarse de otro tema de conversación deprimente—. Ahora toca hablar de la primera vez. Con quién, cuándo, dónde y si estuvo bien o no.

—¿Qué? —Isabella casi se atraganta con la carcajada de incredulidad que soltó—. Mmm, creo que no.

—¿Por qué no? Pero si ya hemos hablado de casi todo lo demás. Venga, yo seré el primero.

Ella se quedó callada durante un minuto hasta que empezó a moverse. Por el ruido que hacía le dio la sensación de que estaba más cerca de él que antes.

—¿Qué haces?

—Ni siquiera pienso plantearme la idea de hablar de eso contigo hasta que no hayamos comido por lo menos algo juntos. Y ahora mismo me muero de hambre.

Edward también había estado haciendo caso omiso de las demandas de su estómago durante… Joder, ni siquiera sabía cuánto tiempo. Pero la mera mención de la comida le había puesto a salivar.

Oyó a Isabella mascullar algo.

—Venga, vamos, ¿dónde estás? No, en este bolso no. —Casi se sobresaltó con su grito triunfal—. ¡Bingo! Muy bien, señor Cullen, ¿prefiere una barrita de cereales o un paquete pequeño de una mezcla de frutos secos?

Esbozó una amplia sonrisa ya que no esperaba que fuera a compartirlo con él y desde luego no tenía intención de pedírselo.

—No, no. Todo tuyo.

—¡Oh, vamos, tienes que comer algo! Tengo dos cosas, de modo que hay una para cada uno. Y ya que este es mi edificio, eres algo así como un invitado. Así que elige entre la barrita o los frutos secos. —Podía oírla moviendo las bolsas mientras continuaba canturreando—. Barrita o frutos secos, barrita o frutos secos…

Volvió a sonreír.

—Está bien, me quedo con los frutos secos.

—Hecho. Mmm, ¿por aquí?

El paquete crujió contra la moqueta cuando Isabella empezó a deslizarlo en su dirección. Él alargó la mano en su busca y cuando por fin se encontraron en mitad de ese camino a oscuras, rozó la de ella. Era suave y pequeña. Se sorprendió a sí mismo pensado que le apetecía mucho más seguir sujetándole la mano que la comida que le ofrecía y tampoco pasó por alto que ella no se había apartado. Ambos rieron nerviosos.

—Aunque tendremos que compartir el agua. Solo tengo una botella.

—¿Cuántas cosas llevas ahí dentro?

—Oye, no te metas con mis bolsos. De no ser por ellos no estaríamos a punto de comernos este menú de alta cocina

—Tienes razón. Lo siento —dijo antes de llevarse a la boca el primer puñado de nueces y pasas.

Comieron en silencio. Enseguida, la sal de los frutos secos hizo que le entrara mucha sed. Se sentía un poco incómodo por tener que pedírselo, pero la idea de obtener un poco de agua le estaba torturando.

—¿Puedo beber un trago?

—Por supuesto. Deja que me asegure de que el tapón está bien cerrado para que no se derrame.

Sus manos volvieron a encontrarse a mitad de camino y cuando los dedos de ambos se detuvieron de nuevo durante un instante antes de volver a separarse esbozó una sonrisa.

Desenroscó el tapón y se llevó la botella a los labios.

—¡Oh, Dios! Qué sed que tenía.

—Lo sé. No me había dado cuenta de lo sedienta que estaba hasta que di el primer sorbo.

—Gracias por compartir tus cosas conmigo.

—Pues claro. ¿Qué iba a hacer si no? ¿Quedarme sentada y comer enfrente de ti? Vamos, sabes que sería incapaz. O tal vez no lo sepas.

Edward creía conocerla… o al menos estaba empezando a hacerlo. Cada historia que le había contado había revelado una parte de su personalidad y todo apuntaba a que era una persona amable, compasiva y generosa.

—No, tenías razón con la primera —dijo finalmente—. Lo sé.

Los frutos secos se terminaron demasiado pronto, aunque por lo menos logró aplacar un poco el hambre. Se estuvieron pasando el agua de uno a otro hasta que casi se terminó y Edward insistió en que fuera ella la que diera el último sorbo.

Después se quedaron sentados unos minutos en silencio en aquel caluroso ascensor a oscuras hasta que Edward decidió mirar en su dirección.

—No creas que con este pequeño truco de los tentempiés vas a librarte de la pregunta que dejamos pendiente —dijo.

—Ni mucho menos, pero dijiste que tú irías primero.

Isabella se recostó sobre la espalda y miró hacia el invisible techo. Tenía una enorme y bobalicona sonrisa en los labios porque Edward estaba a punto de hablarle de su primera vez, mientras que ella no tenía ninguna intención de compartir la suya.

—Muy bien. Entonces empezaré yo. Al fin y al cabo soy un hombre de palabra. Mi primera vez fue con Tanya Denali…

—¿Tanya? —Isabella arrugó la nariz y sonrió con suficiencia.

—Eh, estoy contándote una historia. Intenta no interrumpirme.

—Oh, sí, lo siento. Continúa por favor. —Su sonrisa se hizo aún más grande.

—Como iba diciendo, mi primera vez fue con Tanya Denali, en el sofá del salón de la casa de sus padres, mientras estos dormían en la planta de arriba. Tenía dieciséis años y no tenía ni idea de qué coño estaba haciendo. Lo recuerdo como algo agradable, aunque puede que Tanya terminara un poco… decepcionada.

Encontró muy tierno el tono de humor con el que acabó la frase. Le gustaban los hombres que sabían reírse de sí mismos. «Debe de estar muy seguro en la cama como para contarme algo así.» Aquel pensamiento hizo que su temperatura corporal subiera aún más.

—Suena bastante romántico —consiguió decir.

—¿Qué sabe uno de romanticismo con dieciséis años?

—Sí, supongo que tienes razón. Por lo menos la invitarías a cenar antes, ¿no?

—¿La pizza cuenta?

No pudo evitar reírse. Edward era adorable.

—Para un chico de dieciséis, sí. Te lo pasaré por alto.

—Qué considerada. Muy bien, te toca, Castaña.

Ella no respondió.

—¿Castaña?

—Siguiente pregunta.

Le oyó moverse.

—Ni de broma. —Ahora su voz sonaba más cerca—. Hicimos un trato.

—Por favor, ¿podría el taquígrafo judicial leer la transcripción para confirmar que la señorita Swan nunca estuvo de acuerdo en contarle su historia?

Edward soltó un bufido.

—Está bien, soy consciente de que ya llevamos un buen rato aquí dentro, pero por favor dime que no has perdido la cabeza.

—Para nada, solo estoy constatando los hechos.

—Venga, ¿por qué no quieres?

Casi se alegró de no poder verle. Si sus ojos eran tan persuasivos como su voz hubiera estado perdida.

—Porque… no —dijo, riendo por su insistencia.

—No puede ser peor que la mía.

—No.

—Castaña.

—No.

—Bella

—Para usted, Isabella, caballero. Y la respuesta sigue siendo no. —Aunque nunca le había molestado que se dirigieran a ella por sus iniciales le gustaba cómo sonaba su nombre cuando lo pronunciaba él. No quería que la tratara como lo hacía todo el mundo, como si fuera un «chico más».

—Tiene que tratarse de un pedazo de historia. ¿Te das cuenta de que así lo único que consigues es crear más expectativas?

Ella emitió un quejido.

—No, no, no, no.

—Cuéntamela y te llevaré a comer pizza. Incluso te dejaré elegir los ingredientes. —Puede que estuvieran de broma, pero Edward se sorprendió a sí mismo deseando que ella aceptara la invitación, aunque no le contara la historia. Se moría de ganas de salir de ese ascensor, pero no quería alejarse de Isabella. O que ella se alejara de él. Al no oírla responder de inmediato deseó poder ver la expresión de su cara y sus ojos—. ¿De qué color tienes los ojos? —susurró. Otra vez volvió a fallarle el filtro entre el cerebro y la boca.

—Azules —murmuró ella—. Y sí.

—Sí, ¿qué? —preguntó, distraído por el anhelo de alargar la mano y tocarle el rostro. Los susurros habían transformado la conversación en algo más intenso e íntimo. De pronto todo su cuerpo cobró vida, pero esta vez el pulso acelerado y el martilleo de su corazón fueron producto de la excitación y no por un ataque de pánico.

—Que tomaré una pizza contigo. Solo si también vamos a ver una película juntos.

En su mente se imaginó aquellas palabras deslizándose por su cuerpo, aunque le hubiera gustado más que fueran sus suaves manos. Pero estaba encantado de que hubiera aceptado salir con él y que, además, hubiera sido ella la que lo convirtiera en una cita en toda regla.

—Estupendo. Entonces pizza y película. —Se pasó la mano por el pelo mientras la oscuridad le ayudaba a ocultar la sonrisa que dibujaron sus labios.

—Mi primera vez fue con Mike Newton —comenzó Isabella, todavía en un susurro—. Tenía dieciocho años. Fue dos semanas después del baile de graduación. Estuvimos saliendo más o menos todo el verano antes de marcharnos a universidades distintas. Pero esa noche nos llevamos una manta y la tendimos sobre el montículo del lanzador del campo de béisbol del instituto. Oh, Dios, qué vergüenza… —gimió.

—No, para nada. Continúa. —Le había sorprendido que al final cediera, pero que confiara en él también le dio esperanza.

—Él había jugado en el equipo del instituto. Era bueno… me refiero al béisbol. ¡Dios! El caso es que eso de la manta en plena noche nos pareció buena idea. La primera vez fue dulce. Corto —se rio—, pero dulce. Luego fue mejor.

—Es una buena historia. Mejor que la mía. Gracias por contármela. ¿Ves?, no ha sido tan duro.

Isabella soltó un suspiro.

—No, supongo que no. —Se quedó callada un momento y después añadió—: ¿Sabes?, me llevas una gran ventaja. Lo que no es nada justo. Cuando entré en el ascensor pudiste verme, pero yo estaba demasiado ocupada para verte a ti.

—Cierto —sonrió en la oscuridad—. Lo recuerdo. Pero tampoco te vi la cara porque se interpuso tu pelo.

—¿De qué color tienes el pelo y los ojos? —La oyó cambiar de posición. Ahora su voz sonaba un poco más cerca.

Ansiaba con todas sus fuerzas alargar la mano para comprobar la distancia a la que la tenía, aunque su instinto le dijo que estaba a su alcance. Aquello hizo que le doliera el brazo por las ganas que tenía de tocarla.

—Ambos marrones, aunque no es que tenga mucho pelo que digamos.

—¿Po…Por qué?

Edward soltó una carcajada que quebró la quietud con la que habían estado hablando, aunque no la intensidad.

—Porque me lo rapo.

—¿Por qué?

—Porque me gusta llevarlo así. —Todavía no estaba listo para revelar todas sus rarezas ya que no quería asustarla. Si hasta había contemplado la idea de quitarse los piercings que llevaba en la cara antes de que se los viera, pero luego decidió que eso no sería muy honesto por su parte.

—¿Pero lo llevas rapado en plan muy corto o afeitado como el culito de un bebe?

—Dame la mano —se ofreció él—. Así podrás comprobarlo por ti misma.
***
Isabella reprimió la emoción que la embargaba por poder hacer por fin lo que llevaba ansiando toda la noche. Al ser incapaz de usar la vista, había deseado con todas sus fuerzas dar con otra forma de entablar una conexión más tangible con Edward. Y entre la charla de sexo que habían tenido —una charla apta para todos los públicos, a pesar de lo que podía haber sido— los planes para una cita, los susurros y la impresión de que cada vez lo tenía más cerca, su cuerpo había empezado a vibrar con una sensación de anticipación que le produjo un revoloteo en el estómago y que su respiración fuera un poco más rápida de lo normal.

Todavía recostada sobre la espalda, extendió las manos con cautela.

—¿Dónde estás?

—Justo aquí. —Edward le agarró la mano derecha y ella soltó un jadeo de sorpresa. La manaza de él envolvió por completo la de ella y la llevó hasta su cabeza.

En cuanto comenzó a acariciarle el cráneo se le aceleró el pulso. Llevaba el pelo tan corto que podía sentir lo suave que era bajo sus dedos, aunque también le hacía cosquillas. Un buen rato después (más de lo necesario) seguía tocándole el pelo. No quería perder el contacto con él. Y cuando Edward se acercó un poco más para que no tuviera que alzar tanto la mano, sonrió para sus adentros, pensando que a él también le estaba gustando aquello.

—Cuéntame algo más —dijo en voz baja. Había dejado atrás los susurros, pero estaba hablando con la suficiente suavidad como para no romper la magia que parecía haberse instalado sobre ellos.

—¿Sobre qué?

—Pues por ejemplo… ¿Por qué un dragón?

—Mmm… —Inclinó la cabeza sobre su mano. Isabella sonrió. Cuando finalmente decidió hablar, las palabras salieron como un torrente ininterrumpido por su boca—. El dragón simboliza mi miedo. Me lo puse en el brazo para recordarme que conseguí domarlo. Volvíamos…. Volvíamos a casa de unas vacaciones en la playa. Íbamos por una carretera rural de doble sentido y era bastante tarde porque Jacob y yo habíamos dado la tabarra a nuestros padres para que nos dejaran quedarnos todo el domingo en la playa.

Isabella contuvo el aliento ante la gravedad de lo que estaba compartiendo con ella. Dejó de acariciarle la cabeza y se preguntó si debería decir algo o simplemente dejarle continuar, pero se sorprendió al notar cómo su enorme palma le empujaba la mano de nuevo hacia su cabeza y lo tomó como una señal de que quería que siguiera con las caricias. Así que eso fue lo que hizo.

—Mi padre era un purista en lo que a los límites de velocidad se refiere. Nunca se preocupó porque veinte vehículos se pusieran en fila detrás de él, pitándole y dándole las luces. En ese tipo de carreteras se puede adelantar cuando vas en línea recta. Todo el mundo lo hace. Cuando más o menos llevábamos una hora de viaje, ya era noche cerrada. No vi lo que pasó, aunque después me enteré de que un camión nos adelantó, pero volvió a su carril demasiado pronto. Mi padre tuvo que dar un volantazo para evitar que nos embistiera.

A Isabella se le llenaron los ojos de lágrimas pues se imaginaba cómo terminaría aquella historia.

—Lo siguiente que supe es que habíamos volcado y que estábamos con el vehículo bocabajo, dentro de una gran acequia al lado del campo. El lado del copiloto, donde iban sentados mi madre y Jacob, fue el que salió peor parado. Yo fui el único que no perdí la consciencia después del accidente, pero no podía moverme porque un montón de las cosas que llevábamos en el maletero era uno de esos automóviles estilo ranchera, se habían traslado a mi zona, enterrándome bajo ellas. Como tenía el hombro dislocado no pude quitarme de encima ninguna de ellas. Estuve gritando sus nombres, aunque ninguno de ellos se despertó. Me desmayé en varias ocasiones. Cada vez que recuperaba el conocimiento seguía a oscuras y atrapado allí dentro. Estuvimos así unas cuatro horas antes de que otro camión por fin viera nuestro vehículo accidentado y llamara para pedir ayuda. Cuando pudieron rescatarnos, mi madre y Jacob ya habían fallecido.

—Dios mío, Edward. —Isabella quiso hacerle sentir el consuelo y la paz que tanto anhelaba que tuviera. Por lo que le había contado anteriormente, no se había percatado de que también había perdido a su madre. Cómo le hubiera gustado que esa no fuera otra de las cosas que tenían en común—. Lo siento. No me extraña que…

Él le agarró la mano con suavidad y la llevó hasta su mejilla. Cuando Isabella le sintió presionar el rostro contra su palma se estremeció por dentro. Aquel gesto le pareció de lo más valiente y admiró su capacidad de pedir lo que necesitaba. Bajo sus dedos notó el prominente pómulo y una incipiente barba que le pinchó ligeramente. Le acarició con el pulgar de atrás hacia delante.

—Cuando logré superar los peores síntomas de la claustrofobia me tatué el dragón. Quería ser fuerte por Jacob. Y también quería que él supiera que no viviría mi vida con miedo cuando él ya no podía vivir la suya.

Isabella estaba sumida en una profunda emoción. La pena que sentía por aquel hombre era palpable; le recorría las sienes a lo largo de la línea del cabello hasta constreñirle la garganta. Su deseo de protegerle —de asegurarse que nada más le haría daño, le asustaría o le volvería a privar de algo— surgió de la nada, pero experimentó la misma sensación de unión hacia Edward que siempre había tenido con sus hermanos. Daba igual que todavía pudiera expresar en minutos el tiempo que hacía que le conocía.

Y, Dios, cómo le deseaba. Quería que se pusiera encima de ella. Sentir su cuerpo acomodándose en el suyo, sus labios contra los de ella, sus manos enredándose en su cabello y sobre su piel. Habían pasado once meses desde que había estado con alguien y nunca había percibido ese tipo de conexión con nadie más. También quería tocarle. Y ahora que lo estaba haciendo, le preocupó no ser capaz de detenerse.

—No dejes de hablarme, Isabella. Necesito tus palabras. Oír tu voz.

—Ahora mismo no sé qué decirte. Solo quiero quitarte todo el dolor.

Notó cómo él esbozaba una sonrisa bajo la palma de su mano.

—Te lo agradezco, pero a veces creo que necesito ese dolor. Me recuerda que sigo vivo. Y hace que los buenos momentos sean mucho mejores. Como estar ahora aquí, contigo.
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Hola a todas un nuevo capitulo muchas a todos por leer y estar pendiente espero con ansia sus comentarios para saber queles parecio el capitulo de hoy nos vemos en el proximo.

7 comentarios:

TataXOXO dijo...

Ohhh así que por eso Edward sufre de claustrofobia.... solo espero que puedan salir pronto... y que tal vez después puedan ir a esa cita 😉
Besos gigantes!!!!
XOXO

saraipineda dijo...

Wauuuuu siiii que trauma tan grande para Edwards ojala encuentre el consuelo que necesita con Isabella graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

saraipineda dijo...

Wauuuuu siiii que trauma tan grande para Edwards ojala encuentre el consuelo que necesita con Isabella graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

Kar dijo...

Hola hola nena si que tiene un gran dolor en al alma, me encanta la intimidad en la que se encuentran, la oscuridad les está permitiendo conocerse tal como son, a través de su voz, sus sentidos y sus sentimientos.
Muchas gracias por el capitulo nena espero ansiosa el siguiente
Saludos y besos

ana1476 dijo...

Pobre Edward fue muy fuerte ko que le toco vivir cuando ocurrio el acxidente perder a su mama y hermano el mismo dia no fue facil! Pero abora esta en medio de esa conveesacion con ella en ese ascensor que lo ayuda a drenar sus miedos!!!

Unknown dijo...

Esta interesante

Valeeeeeeeeee1 dijo...

:)

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina