Isabella aparcó en el espacio delante del garaje de su
padre, con el estómago hecho un lío de nervios y angustia. Por una vez, no se
trataba de náuseas matutinas. El problema era la conversación que se avecinaba
con su padre y sus hermanos. La conversación en la que los informaría de que
estaba embarazada de doce semanas. Y de que el padre se había desvanecido.
Habían pasado dos semanas desde que Edward le había
devuelto la llave. Dos semanas desde que Isabella le había dejado el mensaje de
voz. Dos semanas de silencio, aunque le había mandado una postal de Navidad. Un
último intento de ponerse en contacto con él.
«No. No pienses en Edward.»
Respirando hondo, asintió para convencerse. Todavía no era
capaz de pensar en él sin alterarse. Sin enfadarse. Sin preguntarse por qué.
Sin preocuparse. Pero nada de ello hacía que lo amara menos, lo cual solo la
entristecía profundamente.
«Ya basta. Es Navidad.»
Ah, sí. Habría sido su primera Navidad juntos.
Pensar en ello hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
Se obligó a concentrarse en el techo de su automóvil,
obligando a las lágrimas a retroceder.
Cuando hubo recuperado la calma, agarró las bolsas llenas
de regalos que había traído del asiento trasero y se dirigió a la casa de su
padre.
—¡He aquí mi gusanito! —dijo su padre al verla entrar en la
cocina; al oír su mote, a Isabella se le hizo un nudo en la garganta. El aroma
a tortitas y beicon la rodeó: su padre había estado cocinando el mismo desayuno
cada mañana de Navidad desde que ella tenía memoria.
—Hola —logró decir—. Feliz Navidad.
Emmett estaba sentado en la barra de la cocina, con un
periódico abierto delante de él y una taza de café en la mano.
—Feliz Navidad —dijo, con una sonrisa llena de cariño—. Me
preguntaba cuándo llegarías.
—Ya imagino —contestó, con la mala conciencia carcomiéndola
por dentro. Jamás se había perdido la nochebuena con su familia, pero el
ambiente navideño la había deprimido demasiado el día anterior, y Isabella
había necesitado un poco de tiempo para recuperarse. Así que había llamado a su
padre y había recurrido a un dolor de cabeza ficticio para justificar su
ausencia, argumentando que no se veía capaz de conducir—. Siento no haber
podido venir ayer.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó su padre. Isabella
asintió. Charlie se secó las manos con un trapo de cocina y le quitó las
bolsas—. Deja que te ayude —dijo, acarreándolas hacia la sala de estar.
Isabella lo siguió; estaba a punto de hacer un comentario acerca de lo bonito
que era el árbol de Navidad cuando su padre se volvió con los brazos abiertos.
Tragándose las palabras, Isabella se dejó envolver por sus
brazos; hacía años que no necesitaba un abrazo de su padre como lo necesitaba
ahora. Hacía años que no necesitaba así el apoyo, la protección y el amor
incondicional que siempre había recibido de Charlie, que había logrado
proporcionar a Isabella y a sus hermanos todo lo que una familia requería,
aunque todos hubieran perdido a su madre.
—Feliz Navidad, papá —dijo.
—Ahora que tengo a todos mis hijos en casa, sí que lo es
—contestó. Le pasó un brazo por los hombros y la llevó hacia la cocina—.
¿Tienes hambre?
—De lobo, si te digo la verdad —dijo, y era cierto. Estar
allí era bueno, la ayudaba. Le servía para derrotar el sentimiento de soledad
con el que había estado peleando. Demostraba que no estaba sola, pasara lo que
pasase. La distraía de sus problemas. Y le recordaba que, aunque había perdido
muchas cosas, también tenía otras por las que debería sentirse agradecida.
—¿Dónde están Seth e Jasper? —preguntó, empujando a Emmett
con el hombro. Su hermano le dio un abrazo con un solo brazo.
—Estaban arreglándose. Bajarán en cualquier momento —dijo
su padre, vertiendo cuidadosamente círculos de masa en la sartén.
—¿Cómo está Edward? ¿Dónde lo has dejado? —preguntó Emmett.
Isabella había venido preparada.
—Puesto que se tomó el Día de Acción de Gracias libre, le
toca trabajar durante las Navidades.
Al menos, eso era lo que había dicho en noviembre. Isabella
no estaba segura de si había vuelto al trabajo o no. No se había permitido
volver a llamar al Oso, y este no se había puesto en contacto con ella.
Emmett asintió.
—Muy propio. Yo tengo guardia esta noche, pero al menos me
han dejado el día libre.
El sonido de pasos les llegó desde las escaleras, y Seth e Jasper
pronto llegaron a la cocina. Otra ronda de abrazos y felicitaciones navideñas
fue inevitable.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Isabella a Seth. El pelo
le había crecido y ya empezaba a cubrirle la cicatriz que tenía en un lado de
la frente.
—Estoy bien. Todavía sufro dolores de cabeza de vez en
cuando, pero he mejorado mucho —dijo—. Ojalá hubiera venido Edward. Me habría
gustado darle las gracias por todo lo que hizo, ahora que no estoy atontado.
Isabella se cruzó de brazos y se obligó a sonreír.
—Ya le diste las gracias. Y, en cualquier caso, se
limitaría a decirte que solo estaba haciendo su trabajo.
—Aun así —dijo su padre, usando la espátula de las tortitas
para dar énfasis a sus palabras—. Hizo que una noche mala fuera menos mala. Él
y Emmett. Nunca lo olvidaré.
A Isabella se le hizo un nudo de emociones en las tripas.
—¿Puedes ponerme arándanos en las tortitas, papá?
—¡Claro que sí! Arándanos, pedacitos de chocolate,
M&Ms, o lo que queráis, muchachos —dijo su padre con una carcajada.
Aquello desencadenó una ráfaga de comentarios acerca de las
tortitas que, por suerte, desvió la atención del asunto de Edward. Isabella se
agachó junto al frigorífico y se dispuso a sacar los arándanos para sus tortitas
y fresas para las de Seth.
El desayuno del día de Navidad fue tan divertido y
alborotado como siempre. Hablaron, bromearon y rieron. Su padre les contó
anécdotas de cuando eran pequeños, incluyendo algunas sobre su madre. Era parte
de la tradición. Aunque su madre no estuviera allí con ellos, seguía formando
parte de la familia. Su padre se aseguraba de ello.
Y ese fue el momento en el que Isabella comprendió que su
hijo crecería con un solo progenitor, igual que ella.
Ofreció una excusa a toda prisa y se escabulló de la mesa,
deseando que su huida no hubiera parecido tan urgente como a ella le había
parecido. Se dirigió a toda prisa hacia el baño del vestíbulo y se encerró
dentro. Y, naturalmente, lo primero que hizo fue recordar la ocasión en la que
se había encerrado en el mismo baño con Edward para ponerle al día sobre Michael.
Apoyó la espalda contra la puerta mientras lágrimas
silenciosas se le deslizaban por las mejillas. Se resistió a dejarse llevar por
el llanto, sabiendo que si abría paso a todas sus emociones, no sería capaz de
frenarlas. Sus sollozos amortiguados y sus suspiros temblorosos llenaron la
pequeña habitación.
Quizás el niño no tendría que crecer sin su padre. Quizás,
una vez le diera la noticia a Edward, este querría formar parte de su vida.
Porque era imperativo que se lo contara a Edward. Eso lo
tenía claro. Y estaba decidida a hacerlo, la única incógnita era cuándo.
Todavía no se lo había dicho porque había albergado la esperanza de que Edward
comprendiera que había cometido un error y regresara junto a ella; si eso
ocurría, quería que fuera por ellos. Por Isabella y Edward como pareja. No
porque la hubiera dejado embarazada.
Así que, tarde o temprano, tendría que volver a hablar con
él. Volver a verlo. Al menos, quería darle a Edward la oportunidad de ver al
niño en la próxima ecografía. Se lo merecía. Merecía formar parte del proceso y
conocer a su hijo.
Todavía faltaban seis semanas para la ecografía, pero
Isabella se moría de ganas de que llegara, porque sería entonces cuando descubriría
el sexo del bebé. Ya había decidido que quería saberlo. Por algún motivo, al
pensar en el bebé siempre le asignaba el género masculino. ¿Se debía a su
instinto maternal o no tenía significado alguno? Pronto lo descubriría.
«Recupera la compostura, Isabella.»
Eso.
Se lavó la cara, respiró hondo y salió del baño.
Y Prácticamente chocó contra Emmett, que estaba de pie en
el pasillo, cruzado de brazos y claramente a la espera.
—¿Me vas a contar lo que te pasa? —preguntó.
Pus claro que Emmett era el que se había percatado de que
algo no iba bien.
—No es nada —contestó, dedicándole una sonrisa.
Su hermano levantó una ceja, frunciendo aún más el ceño.
Isabella suspiró.
—Luego hablamos.
—¿Me lo prometes? —dijo. Isabella asintió, y su hermano le
dio un abrazo—. Sea lo que sea, estoy a tu disposición.
Tras asentir brevemente contra el pecho de su hermano,
Isabella se apartó.
—Venga, vamos. Es hora de abrir los regalos.
***
El momento llegó más rápido de lo que a Isabella le habría
gustado. Desde luego, llegó antes de que estuviera preparada del todo. Aunque,
la verdad sea dicha, no había forma de prepararse para lo que tenía que
contarle a su familia.
Habían abierto los regalos. Habían visto Una
historia de Navidad (porque no sería Navidad de verdad sin Ralphie codiciando
un rifle de balines y disparándose en el ojo). Habían ayudado a su padre a
cocinar su tradicional cena de lomo de res. Y ahora que se la habían comido y
habían fregado los platos, Emmett no dejaba de mirarla con la ceja en alto.
Si no decía algo pronto, su hermano lo haría por ella.
—¿Podemos sentarnos en el salón un momento? Tengo que
hablar con vosotros —dijo Isabella al fin, con el estómago lleno de nervios.
—¿Va todo bien? —preguntó su padre, rodeando la isla de la
cocina para acudir junto a ella.
—Sí, pero ¿podemos ir a sentarnos? —preguntó.
Los chicos le dedicaron miradas de curiosidad, pero todos
la siguieron y tomaron asiento en el salón. Emmett y su padre se sentaron cada
uno a un lado de Isabella en el sofá. El árbol de Navidad se alzaba delante de
la ventana principal, despidiendo brillos multicolores del centenar de
lucecitas que cubrían sus ramas. Se había perdido la tradición de la decoración
el día anterior; los Swan decoraban el árbol en Nochebuena, de toda la vida.
—¿Qué pasa, gusanito? —preguntó su padre.
El corazón de Isabella le aporreaba las costillas, y los
nervios le producían un cosquilleo en la piel.
—Tengo algo que anunciar. Siento decíroslo así, a todos a
la vez, pero me ha parecido lo más sencillo.
Junto a ella, Emmett respiró hondo.
Isabella lo miró a los ojos. Luego hizo lo mismo con su
padre, con Seth y con Jasper.
—Estoy embarazada —declaró. Prácticamente se le olvidó
respirar mientras esperaba ver sus reacciones.
En un primer momento, nadie dijo nada. Entonces, su padre
se acercó más a ella en el sofá.
—Esto... —empezó. Una colección de emociones se reflejó en
su rostro—. Un niño es... bueno, es una noticia fantástica, Isabella. Pero ¿por
qué me da la sensación de que todavía no nos lo has contado todo?
Isabella se cruzó de brazos y asintió.
—Porque...
—¿Qué opina Edward de todo esto? —preguntó Emmett, con una
expresión tan seria como un ataque al corazón. La manera en la que entornó los
ojos indicó a Isabella que ya había encajado las piezas del rompecabezas. Emmett
era policía a tiempo completo, joder.
—No lo sabe —contestó Isabella, dedicándole una mirada que
le suplicaba su apoyo.
—¿Qué? —dijo Jasper.
—¿Por qué no? —preguntó Seth.
Todos empezaron a hablar a la vez, hasta que su padre los
hizo callar.
—Cuéntanos lo que ha ocurrido —dijo, tomando a su hija de
la mano.
—Pues... —Isabella tragó saliva a través del nudo que tenía
en la garganta y reprimió las emociones que amenazaban con invadirla—. El caso
es que rompimos hace unas semanas. No sé muy bien lo que pasó, si os digo la
verdad. Edward estuvo enfermo y se quedó en su casa. Cuando mejoró y volvimos a
vernos, algo iba mal. Dijo que estábamos yendo demasiado rápido y me dejó.
Acababa de enterarme de que estaba embarazada y, entre una cosa y otra, no pude
decírselo. Y entonces no quise darle la noticia, por miedo a que volviera
conmigo por obligación y no por voluntad propia.
Con el rostro lleno de preocupación, su padre asintió.
—¿De cuánto estas?
—Casi doce semanas —dijo—. He ido al médico, todo va sobre
ruedas.
—¿Vas a contárselo? —preguntó Seth. Los tres hermanos
tenían la misma expresión: un tercio de preocupación, un tercio de rabia, y un
tercio de intentar disimular las otras dos.
—Sí —contestó—. Lo invitaré a venir a la próxima ecografía,
pero todavía falta más de un mes.
—¿Así que vas a seguir adelante con el embarazo? —preguntó Jasper.
La ternura en su voz fue lo único que evitó que Isabella le saltara al cuello.
—Pues claro que sí. También es hijo mío —replicó. La única
brillante certeza que sentía en todo aquello era el conocimiento, sin dudas ni
reservas, de que deseaba tener al bebé. Pasara lo que pasase después, lo habían
concebido con amor. Y Isabella ya lo amaba. Si esa era la única parte de Edward
con la que podía quedarse, pensaba aferrarse a ella con ambas manos—. Bueno,
pues esa es... esa es mi noticia —logró añadir.
—Oh, cariño, vas a ser una madre fantástica —dijo su padre,
pasándole un brazo por los hombros—. Y estaremos junto a ti en todo momento.
El apoyo incondicional de su familia hizo que surgieran las
lágrimas que se había estado aguantando.
—Gracias —susurró, perdiendo la batalla contra el llanto.
—Y siento lo de Edward —dijo su padre, dándole un beso en
la frente—. Sé que no es una situación fácil.
Isabella asintió brevemente.
—Yo también lo siento.
—¿Quieres que hable yo con él? —preguntó Emmett, sentándose
más cerca de ella.
—¿Sobre qué? —dijo ella, escudriñando la expresión de su
hermano. Emmett apoyó los codos en las rodillas.
—Es solo que hay algo que no encaja, Isabella. El tipo que
me presentaste el Día de Acción de Gracias estaba enamorado de ti hasta las
trancas. Y luego, dos semanas más tarde, ¿se larga sin más? —dijo Emmett,
sacudiendo la cabeza—. Algo no encaja. Y me gustaría saber lo que es, puesto
que, presumiblemente, Edward formará parte de tu vida durante muchos años más,
lo quieras o no.
Isabella no sabía qué decir, especialmente si tenía en
cuenta que el instinto de Emmett había dado en el clavo. Se había dejado cosas
en el tintero. Cosas relacionadas con el pasado de Edward. Cuando este había
dicho que Isabella se merecía a alguien mejor, lo había comprendido al
instante.
—Deja que me lo piense —contestó ella, secándose las
mejillas—. Pero gracias.
—De acuerdo —replicó Emmett, claramente decepcionado por su
respuesta—. Tú dímelo, y está hecho.
—Papá tiene razón —dijo Jasper—. Vas a ser una madre
estupenda, Isabella.
—Sí —añadió Seth—. Y nosotros seremos los tíos más geniales
del mundo.
Aquello desencadenó una ronda de bromas y planes para el
niño que hizo llorar a Isabella de nuevo, aunque esta vez eran lágrimas de
felicidad.
—Gracias —dijo, con las mejillas doloridas de tanto
sonreír—. Gracias por apoyarme.
—Para eso está la familia —dijo su padre—. Pase lo que
pase.
—Pase lo que pase —añadió Emmett, asintiendo.
—Pues claro —dijo Jasper.
—Pase lo que pase, hermanita —dijo Seth—. A no ser que se
trate de Cambiar pañales sucios. Eso se lo dejo a Emmett.
Obviamente, sus hermanos no podían dejar pasar la
oportunidad de hacer chistes sobre excrementos, cosa que hizo que estallaran en
carcajadas. La tensión desapareció de los hombros de Isabella, que sacudió la
cabeza y se unió a las risas. Todo iría bien, porque tenía a estos cuatro
hombres increíbles de su lado.
Pero ¿a quién tenía Edward?
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Hola a todas muchas gracias por sus comentarios espero les agrade los capitulos ya casi estamos cerca del final de esta adaptacion bueno nos vemos en la proxima actualizacion
10 comentarios:
Me tenías en ascuas ya quería seguir leyendo ahhh tengo rabia que Edward se deje hundir
Cuantos capítulos nos kedan
Awwww los hermanos de Bella y Charlie la apoyaron, ahora falta ver que dirá Edward cuando Bella le cuente, y que dirá ella de la situación de Edward!!!
Besos gigantes!!!
XOXO
Espero que Emmet ayude....
Bueno pos la verdad dicha ya es un desahogo para bella mas x salud del bebé mm que bueno que tiene el apoyo incondicional de la familia haber como se lo toma Edwards graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
Oh noooo quiwro saber que psara :( odio a edward xd por elnmomento
que manera de sufrir
Gracias por los capítulos, por favor actualiza pronto, quiero saber qué pasa. Espero que Edward se recupere pronto para que pueda estar con su hijo.
Espero que Edward la busque pronto
Gracias
Su familia es un encanto, gracias a Dios cuenta con ellos y ellos saben que algo muy malo debe pasar con Edward porque notaron lo mucho que la amaba, en este momento es inevitable odiar un poco a Edward por su ausencia y lo que le está haciendo pasar a su bebé y Bella, gracias por el capítulo apenas poniéndome al corriente.
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