sábado, 6 de junio de 2020

capitulo 22 corazones oscuros


Capitulo 22
El teléfono móvil de Edward sonó un poco después de las siete, y cuando lo atendió vio el número del parque de bomberos en la pantalla.

—Cullen al habla.

—Edward, soy Eleazar. Sé que acabas de salir de un turno doble, pero ha habido un accidente múltiple en la 66. Nos van a llamar en cualquier momento. He mandado a Olson a su casa hace una hora porque ha pillado la gripe, así que andamos cortos de personal, y sé que no estás lejos —dijo su capitán.
Edward ya estaba poniéndose las botas.

—Estaré ahí en cinco minutos.

Para cuando Edward aparcó el Jeep, las persianas de los garajes ya estaban subiendo. Ambos vehículos de emergencia tenían las luces encendidas mientras sus compañeros se ponían los trajes y se montaban en los camiones. Edward corrió bajó la nevada en dirección a la ambulancia y agarró su equipo.

—Vamos allá —dijo, subiéndose de un salto al asiento del copiloto.


Desde el camión de bomberos, Eleazar le dedicó un saludo con la mano.

—Ponme al día —le dijo Edward a Brian Larksen, que estaba al volante junto a él. Habían acudido a muchas emergencias juntos, a lo largo de los años.

—Accidente múltiple. Puede que hasta diez vehículos. Dos volcados. Uno, dos y tres ya están en la escena o en Camino —dijo Larksen, refiriéndose a los otros parques de bomberos del condado—. Cuatro y cinco recibieron la llamada a la vez que nosotros.

—Dios, menudo desastre —dijo Edward—. Bueno, habrá que tomárselo de uno en uno.

—Como siempre —respondió Larksen, lanzándose a la autopista interestatal 395, detrás del Camión de bomberos.

Incluso con el tráfico de un viernes por la noche y la nieve, llegaron al lugar del accidente en menos de quince minutos. No estaba nada mal para una emergencia fuera de su área habitual de operaciones.

Y, Dios santo, el lugar era un auténtico desastre.

Incluso desde cierta distancia, Edward alcanzaba a ver que el personal de emergencia estaba teniendo problemas para acceder a los vehículos que habían quedado aplastados los unos contra los otros. Un Camión de reparto estaba volcado en la hierba, donde la carretera descendía hacia la salida que llevaba a Westmoreland Street.

Alcanzaron a sus compañeros del Camión, que estaban esperando órdenes del jefe de bomberos a cargo de la situación. Las órdenes llegaron enseguida, y a Edward y a Larksen les encargaron atender al conductor del Camión de reparto. Con el equipo a cuestas echaron a correr hacia el vehículo. El impacto había destrozado el parabrisas del todo, por lo que alcanzar el asiento del conductor fue más fácil de lo que habría sido en otras circunstancias.

—Me llamo Edward Cullen, formo parte de los servicios de emergencia de Arlington y he venido a ayudarle —dijo Edward, asomándose por los cristales rotos del parabrisas destrozado. El conductor estaba tumbado contra la puerta del copiloto, que ahora estaba contra la carretera, cosa que revelaba que no había llevado puesto el cinturón de seguridad. El hombre se volvió hacia él, y tenía media cara hecha una hamburguesa—. Usted no se mueva, ¿de acuerdo? Le vamos a sacar de ahí. ¿Cómo se llama?

—Jared —dijo el hombre con voz ronca.

—Sacarlo de ahí va a ser un percal —dijo Larksen en voz baja, entregándole una linterna. Edward asintió, planificando los detalles del proceso en la cabeza. Quizá necesitarían ayuda. Con cuidado, golpeó los cristales rotos que había a lo largo del marco del parabrisas para poder asomarse sin riesgo de cortes.

—Jared —dijo Edward, acercándose más al hombre—. Voy a tomarle las constantes vitales. ¿Podría decirme dónde se ha hecho daño?

—En la cara y el brazo —dijo el hombre—. El Camión me arrastró por la carretera.

—¿Cree que tiene algo roto? —preguntó Edward. Le tomó el pulso, le midió la frecuencia cardíaca y le examinó la dilatación de los ojos.

—No, creo que no —contestó Jared.

—De acuerdo, amigo. Aguante ahí, enseguida vuelvo —dijo Edward, apartándose con cuidado del parabrisas roto. Estaba poniendo al día a Larksen y eligiendo las herramientas que iba a necesitar cuando oyó la voz de Jared a sus espaldas.

El hombre estaba intentando salir por el parabrisas roto.

—¡Calma, calma! —dijo Edward, volviéndose para sujetar los hombros de Jared mientras este se asomaba por el parabrisas. La sangre que le chorreaba por la cara empapó el uniforme de Edward.

Larksen se unió al esfuerzo y, entre los dos, lograron levantar al hombre y tumbarlo en la carretera.

—¡Cullen! —gritó una voz.

Edward miró a su alrededor, hasta que vio al Oso corriendo hacia él. No le hizo caso, puesto que era imperativo que se ocuparan de las heridas de su paciente, en particular la laceración de la cara. Edward alcanzaba a ver el hueso blanco asomando entre la sangría, y ahora Jared estaba luchando por no perder la conciencia.

—Cullen —dijo el Oso al alcanzarlo.

—Dime —contestó Edward, sin dejar de concentrarse en su paciente.

—Necesito que vengas conmigo —dijo el Oso.

Edward alzó las manos enguantadas y ensangrentadas.

—Estoy un poco liado, ahora mismo.

—Joder, Edward. ¡Necesito que vengas conmigo ya! —replicó su compañero. Algo en su tono de voz hizo que a Edward se le helara la sangre en las venas.

—Yo me ocupo de esto —dijo Larksen—. Tú ve a lidiar con lo que sea y vuelve en cuanto puedas.

Edward se levantó, quitándose los guantes y dejándolos en el suelo.

—¿De qué se trata?

El Oso lo agarró por el brazo y empezó a guiarlo. Se alejaron del Camión y se adentraron en la zona de hierba que separaba la autopista de la salida que descendía en una curva colina abajo.

—Está consciente, pero está atrapada y...

—¿De qué mierda estás hablando, Oso? —preguntó Edward. Le molestaba que lo hubiera apartado de su paciente.

—Isabella —contestó el Oso, señalando colina abajo, donde un vehículo pequeño estaba volcado y apoyado de lado contra la pendiente.

El mundo desapareció a su alrededor, hasta que no fue capaz de ver nada más que el vehículo. Echó a correr al instante, lanzándose por el resbaladizo suelo a toda velocidad terraplén abajo, con el corazón en un puño, el alma en vilo, y el cerebro paralizado por el miedo.

«¡No, no, no! ¡Isabella, no!»

Los bomberos estaban peleándose con la puerta del conductor, que había quedado destrozada, para poder extraer a Isabella del automóvil. Así que Edward derrapó hasta el lado del copiloto, donde un equipo de enfermeros estaba trabajando.

—¡Isabella! —la llamó—. ¿Isabella?

—¿Edward? —gritó ella, con la voz temblorosa y frágil.

Un enfermero canoso del parque de bomberos número cuatro llamado Max Bryson se asomó como pudo por la ventanilla del copiloto.

—Edward, ha estado preguntando por ti —dijo. Edward tragó saliva mientras el hombre se arrastraba como podía para salir del asiento del copiloto, que estaba cabeza abajo y aplastado—. Está estabilizada, de momento. No sé en qué condición estará el niño, lo siento. No creo que tarden más de unos minutos en sacarla. El vehículo es estable, si quieres entrar a hacerle compañía.

—¿El niño? —preguntó. El cerebro de Edward estaba trabajando a toda velocidad para asimilar las palabras pronunciadas por aquel hombre.

—Mierda, ¿no lo sabías? —preguntó Bryson.

«¿Isabella está embarazada?» A Edward le daba vueltas la cabeza.

Pero él no era lo que importaba.

Se agachó inmediatamente junto a la estrecha y retorcida abertura del lado del copiloto.

—¿Isabella?

Joder, ahí había muy poco espacio. No se permitió pensar más en ello y se lanzó a gatear por el agujero, a la mierda la claustrofobia. Nada le impediría llegar junto a ella.

No logró meter el cuerpo entero dentro del vehículo, pero se acercó lo suficiente como para ver que Isabella estaba colgada cabeza abajo, sujeta por el cinturón de seguridad. Estaba acurrucada, puesto que el techo del vehículo había quedado aplastado y tenía poco espacio.

Dios, estaba sangrando, herida y temblando. El polvo blanco de los airbags le cubría el pelo, la cara y la ropa.

Edward sintió que cada una de sus heridas le desgarraba el alma.

—Isabella, dime algo.

—Dios mío, eres t-tú de v-verdad. Edward, t-tengo m-miedo —dijo, levantando la vista hacia él. Su rostro estaba húmedo de lágrimas y de la sangre de una herida que se había hecho a un lado de la frente, y que los enfermeros ya habían limpiado y cubierto.

Edward quiso sujetarle la mano, pero la encontró vendada y entablillada.

—El niño —susurró Isabella, derramando más lágrimas—. N-no quiero perder a tu hi-hijo.

Sus palabras se le clavaron en el pecho y le estrujaron el corazón con tanta fuerza que se quedó sin aliento. Tenía tantas preguntas, pero aquel no era el momento de formularlas.

—Todo irá bien —dijo, deseando con todas sus fuerzas tener razón. El universo se lo debía, joder. Solo esto. Que Isabella y su hijo salieran de ahí sanos y salvos. La puta mierda que tenía en la cabeza ya le había arrebatado demasiado. Esto no. Esto no. Se adentró más en el vehículo para poder acariciarle el pelo—. ¿Estás embarazada, Castaña?

No pudo evitar maravillarse ante aquellas palabras.

—L-lo siento —lloró ella—. D-debería habértelo d-dicho antes, pero... pero... —No fue capaz de terminar la frase.

—No, no —dijo, acariciándole el pelo—. No te preocupes. No permitiré que os pase nada, ni a ti ni al niño, ¿de acuerdo? Te lo prometo. —Cielo santo, estaba embarazada. Embarazada. De él. Estaría dando saltos de alegría si supiera que ambos estaban a salvo.

Con un estruendo metálico, la puerta de Isabella se abrió repentinamente. La muchacha gritó.

—Oye, Castaña, mírame. Van a sacarte de aquí. Solo tienes que aguantar un momento más —dijo Edward, contemplando sus ojos preciosos. Verla soportar aquella agonía y todo aquel dolor era una tortura—. Hazme un favor y respira hondo. —Isabella lo hizo—. Venga, otra vez —dijo Edward, respirando a la vez que ella, calmándola.

—De acuerdo, Isabella —dijo Bryson, asomándose por la puerta—. Vamos a cortar el cinturón de seguridad y a sacarte poco a poco. ¿Edward? ¿Puedes sujetarle las piernas desde dentro para que pueda extraerla por los hombros?

—Sí —dijo Edward sin dudar. Aunque se vería obligado a arrastrarse entero por aquel espacio tan estrecho para poder hacer palanca. No querían que Isabella se cayera contra el techo del vehículo cuando cortaran el cinturón. Edward se posicionó correctamente, con el hombro frenándole los muslos a Isabella. Tenía la cabeza aplastada contra el techo abollado.

Fue en aquel momento cuando cayó en la cuenta de que estaba atrapado con Isabella en un vehículo accidentado y volcado. «Déjà vu, joder.»

Cuando Bryson cortó el cinturón, Edward pasó a ser lo único que la sujetaba. Isabella ahogó un grito al sentir que empezaba a caer.

—Te tengo, Castaña. Te tengo.

A juzgar por el ángulo de sus piernas, Bryson estaba moviendo el cuerpo de Isabella lentamente hacia la puerta. La muchacha gimió y se llevó ambas manos al vientre.

—Por favor, por favor, por favor, por favor... —murmuraba una y otra vez.

Y Edward estaba pensando lo mismo. «Por favor, que los dos estén bien.»

Cuando Bryson empezó a la maniobra de extracción, Edward pasó a sujetar las piernas de Isabella con los brazos, bajándolas lentamente. Entonces, otro enfermero que estaba en el exterior la agarró por las piernas, hasta que la muchacha estuvo fuera.

Edward tardó más en salir del automóvil de lo que su paciencia habría querido, pero, básicamente, tenía que arrastrarse con el estómago contra el suelo para pasar por lo que quedaba de la ventanilla del copiloto, que estaba aplastada. Una vez fuera, corrió hacia el otro lado y se arrodilló junto a la cabeza de Isabella.

Al inclinarse sobre ella, las palabras escaparon sus labios a una velocidad desesperada. No podía permitir que pasara un segundo más sin que Isabella lo supiera:

—Te quiero, Isabella. Te he amado desde el principio, desde que te echaste a reír en el ascensor e hiciste desaparecer mis miedos, desde que me contaste la historia de tu primera vez y lograste que estallara en carcajadas, desde que me aceptaste aunque yo no era capaz de aceptarme a mí mismo. Lo siento tanto, joder —dijo.

—¿Edward? —dijo Isabella, con la voz pastosa. Le temblaron los párpados y se le cerraron los ojos.

—Sí, Castaña, soy yo —contestó.

La cabeza de Isabella cayó hacia un lado.

—Pérdida de conciencia —dijo uno de los enfermeros—. En marcha.

Edward se puso en pie cuando el personal sanitario levantó la camilla.

—Voy con vosotros —le dijo a Bryson, desafiándolo con la mirada a contradecirlo. Bryson no protestó. Corriendo junto a la camilla, Edward y el resto de enfermeros llegaron a la ambulancia del parque de bomberos número cuatro. Miró a su alrededor en busca de su equipo, y vio al Oso en la distancia. Su compañero se volvió hacia él, asintió y se despidió con la mano. Edward no necesitaba más; si más adelante tenía que enfrentarse a las consecuencias de largarse, estaría encantado de hacerlo.

Porque todo lo que le importaba en la vida estaba a su lado, malherido y sangrando. Edward había pensado que disponía de todo el tiempo del mundo... Que tenía tiempo de arreglarse y convertirse en el hombre que Isabella se merecía. Ahora, lo único que podía hacer era cruzar los dedos para que no fuera demasiado tarde.



4 comentarios:

saraipineda dijo...

O diablos que horror ojala el bebe este bien y no digamos Isabella esta es una prueba mas para edward ojala este listo para lobque se biene o sea tener a su familia junto a el graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

TataXOXO dijo...

Ay no!!!! Por lo menos ya está acompañándola, solo espero que ella de verdad esta bien y no le pase nada al bebé!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

elizah dijo...

Cuando nos dejaste en espera en el capítulo anterior, me imaginaba que el se quedaba en estado shock y no la apoyaba, creo que ha mejorado mucho

ana1476 dijo...

Por favor que a ellos no les pase nada, n medio de todo me alegro que Edward saque fuerzas y doblege sus miedos para apoyarla!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina