Capitulo 22
El teléfono móvil de
Edward sonó un poco después de las siete, y cuando lo atendió vio el número del
parque de bomberos en la pantalla.
—Cullen al habla.
—Edward, soy Eleazar.
Sé que acabas de salir de un turno doble, pero ha habido un accidente múltiple
en la 66. Nos van a llamar en cualquier momento. He mandado a Olson a su casa
hace una hora porque ha pillado la gripe, así que andamos cortos de personal, y
sé que no estás lejos —dijo su capitán.
Edward ya estaba
poniéndose las botas.
—Estaré ahí en
cinco minutos.
Para cuando Edward
aparcó el Jeep, las persianas de los garajes ya estaban subiendo. Ambos
vehículos de emergencia tenían las luces encendidas mientras sus compañeros se
ponían los trajes y se montaban en los camiones. Edward corrió bajó la nevada
en dirección a la ambulancia y agarró su equipo.
—Vamos allá —dijo,
subiéndose de un salto al asiento del copiloto.
Desde el camión de
bomberos, Eleazar le dedicó un saludo con la mano.
—Ponme al día —le
dijo Edward a Brian Larksen, que estaba al volante junto a él. Habían acudido a
muchas emergencias juntos, a lo largo de los años.
—Accidente
múltiple. Puede que hasta diez vehículos. Dos volcados. Uno, dos y tres ya
están en la escena o en Camino —dijo Larksen, refiriéndose a los otros parques
de bomberos del condado—. Cuatro y cinco recibieron la llamada a la vez que
nosotros.
—Dios, menudo
desastre —dijo Edward—. Bueno, habrá que tomárselo de uno en uno.
—Como siempre
—respondió Larksen, lanzándose a la autopista interestatal 395, detrás del Camión
de bomberos.
Incluso con el
tráfico de un viernes por la noche y la nieve, llegaron al lugar del accidente
en menos de quince minutos. No estaba nada mal para una emergencia fuera de su
área habitual de operaciones.
Y, Dios santo, el
lugar era un auténtico desastre.
Incluso desde
cierta distancia, Edward alcanzaba a ver que el personal de emergencia estaba
teniendo problemas para acceder a los vehículos que habían quedado aplastados
los unos contra los otros. Un Camión de reparto estaba volcado en la hierba,
donde la carretera descendía hacia la salida que llevaba a Westmoreland Street.
Alcanzaron a sus
compañeros del Camión, que estaban esperando órdenes del jefe de bomberos a
cargo de la situación. Las órdenes llegaron enseguida, y a Edward y a Larksen
les encargaron atender al conductor del Camión de reparto. Con el equipo a
cuestas echaron a correr hacia el vehículo. El impacto había destrozado el
parabrisas del todo, por lo que alcanzar el asiento del conductor fue más fácil
de lo que habría sido en otras circunstancias.
—Me llamo Edward
Cullen, formo parte de los servicios de emergencia de Arlington y he venido a
ayudarle —dijo Edward, asomándose por los cristales rotos del parabrisas
destrozado. El conductor estaba tumbado contra la puerta del copiloto, que
ahora estaba contra la carretera, cosa que revelaba que no había llevado puesto
el cinturón de seguridad. El hombre se volvió hacia él, y tenía media cara
hecha una hamburguesa—. Usted no se mueva, ¿de acuerdo? Le vamos a sacar de
ahí. ¿Cómo se llama?
—Jared —dijo el
hombre con voz ronca.
—Sacarlo de ahí va
a ser un percal —dijo Larksen en voz baja, entregándole una linterna. Edward
asintió, planificando los detalles del proceso en la cabeza. Quizá necesitarían
ayuda. Con cuidado, golpeó los cristales rotos que había a lo largo del marco
del parabrisas para poder asomarse sin riesgo de cortes.
—Jared —dijo
Edward, acercándose más al hombre—. Voy a tomarle las constantes vitales.
¿Podría decirme dónde se ha hecho daño?
—En la cara y el
brazo —dijo el hombre—. El Camión me arrastró por la carretera.
—¿Cree que tiene
algo roto? —preguntó Edward. Le tomó el pulso, le midió la frecuencia cardíaca
y le examinó la dilatación de los ojos.
—No, creo que no
—contestó Jared.
—De acuerdo, amigo.
Aguante ahí, enseguida vuelvo —dijo Edward, apartándose con cuidado del
parabrisas roto. Estaba poniendo al día a Larksen y eligiendo las herramientas
que iba a necesitar cuando oyó la voz de Jared a sus espaldas.
El hombre estaba
intentando salir por el parabrisas roto.
—¡Calma, calma!
—dijo Edward, volviéndose para sujetar los hombros de Jared mientras este se
asomaba por el parabrisas. La sangre que le chorreaba por la cara empapó el
uniforme de Edward.
Larksen se unió al
esfuerzo y, entre los dos, lograron levantar al hombre y tumbarlo en la
carretera.
—¡Cullen! —gritó
una voz.
Edward miró a su
alrededor, hasta que vio al Oso corriendo hacia él. No le hizo caso, puesto que
era imperativo que se ocuparan de las heridas de su paciente, en particular la
laceración de la cara. Edward alcanzaba a ver el hueso blanco asomando entre la
sangría, y ahora Jared estaba luchando por no perder la conciencia.
—Cullen —dijo el
Oso al alcanzarlo.
—Dime —contestó
Edward, sin dejar de concentrarse en su paciente.
—Necesito que
vengas conmigo —dijo el Oso.
Edward alzó las
manos enguantadas y ensangrentadas.
—Estoy un poco
liado, ahora mismo.
—Joder, Edward.
¡Necesito que vengas conmigo ya! —replicó su compañero. Algo en su tono de voz
hizo que a Edward se le helara la sangre en las venas.
—Yo me ocupo de
esto —dijo Larksen—. Tú ve a lidiar con lo que sea y vuelve en cuanto puedas.
Edward se levantó,
quitándose los guantes y dejándolos en el suelo.
—¿De qué se trata?
El Oso lo agarró
por el brazo y empezó a guiarlo. Se alejaron del Camión y se adentraron en la
zona de hierba que separaba la autopista de la salida que descendía en una
curva colina abajo.
—Está consciente,
pero está atrapada y...
—¿De qué mierda
estás hablando, Oso? —preguntó Edward. Le molestaba que lo hubiera apartado de
su paciente.
—Isabella —contestó
el Oso, señalando colina abajo, donde un vehículo pequeño estaba volcado y
apoyado de lado contra la pendiente.
El mundo
desapareció a su alrededor, hasta que no fue capaz de ver nada más que el
vehículo. Echó a correr al instante, lanzándose por el resbaladizo suelo a toda
velocidad terraplén abajo, con el corazón en un puño, el alma en vilo, y el
cerebro paralizado por el miedo.
«¡No, no, no!
¡Isabella, no!»
Los bomberos
estaban peleándose con la puerta del conductor, que había quedado destrozada,
para poder extraer a Isabella del automóvil. Así que Edward derrapó hasta el
lado del copiloto, donde un equipo de enfermeros estaba trabajando.
—¡Isabella! —la
llamó—. ¿Isabella?
—¿Edward? —gritó
ella, con la voz temblorosa y frágil.
Un enfermero canoso
del parque de bomberos número cuatro llamado Max Bryson se asomó como pudo por
la ventanilla del copiloto.
—Edward, ha estado
preguntando por ti —dijo. Edward tragó saliva mientras el hombre se arrastraba
como podía para salir del asiento del copiloto, que estaba cabeza abajo y
aplastado—. Está estabilizada, de momento. No sé en qué condición estará el
niño, lo siento. No creo que tarden más de unos minutos en sacarla. El vehículo
es estable, si quieres entrar a hacerle compañía.
—¿El niño?
—preguntó. El cerebro de Edward estaba trabajando a toda velocidad para
asimilar las palabras pronunciadas por aquel hombre.
—Mierda, ¿no lo
sabías? —preguntó Bryson.
«¿Isabella está
embarazada?» A Edward le daba vueltas la cabeza.
Pero él no era lo
que importaba.
Se agachó
inmediatamente junto a la estrecha y retorcida abertura del lado del copiloto.
—¿Isabella?
Joder, ahí había
muy poco espacio. No se permitió pensar más en ello y se lanzó a gatear por el
agujero, a la mierda la claustrofobia. Nada le impediría llegar junto a ella.
No logró meter el
cuerpo entero dentro del vehículo, pero se acercó lo suficiente como para ver
que Isabella estaba colgada cabeza abajo, sujeta por el cinturón de seguridad.
Estaba acurrucada, puesto que el techo del vehículo había quedado aplastado y
tenía poco espacio.
Dios, estaba
sangrando, herida y temblando. El polvo blanco de los airbags le cubría el
pelo, la cara y la ropa.
Edward sintió que
cada una de sus heridas le desgarraba el alma.
—Isabella, dime
algo.
—Dios mío, eres
t-tú de v-verdad. Edward, t-tengo m-miedo —dijo, levantando la vista hacia él.
Su rostro estaba húmedo de lágrimas y de la sangre de una herida que se había
hecho a un lado de la frente, y que los enfermeros ya habían limpiado y
cubierto.
Edward quiso
sujetarle la mano, pero la encontró vendada y entablillada.
—El niño —susurró
Isabella, derramando más lágrimas—. N-no quiero perder a tu hi-hijo.
Sus palabras se le
clavaron en el pecho y le estrujaron el corazón con tanta fuerza que se quedó
sin aliento. Tenía tantas preguntas, pero aquel no era el momento de
formularlas.
—Todo irá bien
—dijo, deseando con todas sus fuerzas tener razón. El universo se lo debía,
joder. Solo esto. Que Isabella y su hijo salieran de ahí sanos y salvos. La
puta mierda que tenía en la cabeza ya le había arrebatado demasiado. Esto no.
Esto no. Se adentró más en el vehículo para poder acariciarle el pelo—. ¿Estás
embarazada, Castaña?
No pudo evitar maravillarse
ante aquellas palabras.
—L-lo siento —lloró
ella—. D-debería habértelo d-dicho antes, pero... pero... —No fue capaz de
terminar la frase.
—No, no —dijo,
acariciándole el pelo—. No te preocupes. No permitiré que os pase nada, ni a ti
ni al niño, ¿de acuerdo? Te lo prometo. —Cielo santo, estaba embarazada.
Embarazada. De él. Estaría dando saltos de alegría si supiera que ambos estaban
a salvo.
Con un estruendo
metálico, la puerta de Isabella se abrió repentinamente. La muchacha gritó.
—Oye, Castaña,
mírame. Van a sacarte de aquí. Solo tienes que aguantar un momento más —dijo
Edward, contemplando sus ojos preciosos. Verla soportar aquella agonía y todo
aquel dolor era una tortura—. Hazme un favor y respira hondo. —Isabella lo
hizo—. Venga, otra vez —dijo Edward, respirando a la vez que ella, calmándola.
—De acuerdo,
Isabella —dijo Bryson, asomándose por la puerta—. Vamos a cortar el cinturón de
seguridad y a sacarte poco a poco. ¿Edward? ¿Puedes sujetarle las piernas desde
dentro para que pueda extraerla por los hombros?
—Sí —dijo Edward
sin dudar. Aunque se vería obligado a arrastrarse entero por aquel espacio tan
estrecho para poder hacer palanca. No querían que Isabella se cayera contra el
techo del vehículo cuando cortaran el cinturón. Edward se posicionó
correctamente, con el hombro frenándole los muslos a Isabella. Tenía la cabeza
aplastada contra el techo abollado.
Fue en aquel
momento cuando cayó en la cuenta de que estaba atrapado con Isabella en un
vehículo accidentado y volcado. «Déjà vu, joder.»
Cuando Bryson cortó
el cinturón, Edward pasó a ser lo único que la sujetaba. Isabella ahogó un
grito al sentir que empezaba a caer.
—Te tengo, Castaña.
Te tengo.
A juzgar por el
ángulo de sus piernas, Bryson estaba moviendo el cuerpo de Isabella lentamente
hacia la puerta. La muchacha gimió y se llevó ambas manos al vientre.
—Por favor, por
favor, por favor, por favor... —murmuraba una y otra vez.
Y Edward estaba
pensando lo mismo. «Por favor, que los dos estén bien.»
Cuando Bryson
empezó a la maniobra de extracción, Edward pasó a sujetar las piernas de
Isabella con los brazos, bajándolas lentamente. Entonces, otro enfermero que
estaba en el exterior la agarró por las piernas, hasta que la muchacha estuvo
fuera.
Edward tardó más en
salir del automóvil de lo que su paciencia habría querido, pero, básicamente,
tenía que arrastrarse con el estómago contra el suelo para pasar por lo que
quedaba de la ventanilla del copiloto, que estaba aplastada. Una vez fuera,
corrió hacia el otro lado y se arrodilló junto a la cabeza de Isabella.
Al inclinarse sobre
ella, las palabras escaparon sus labios a una velocidad desesperada. No podía
permitir que pasara un segundo más sin que Isabella lo supiera:
—Te quiero,
Isabella. Te he amado desde el principio, desde que te echaste a reír en el
ascensor e hiciste desaparecer mis miedos, desde que me contaste la historia de
tu primera vez y lograste que estallara en carcajadas, desde que me aceptaste
aunque yo no era capaz de aceptarme a mí mismo. Lo siento tanto, joder —dijo.
—¿Edward? —dijo
Isabella, con la voz pastosa. Le temblaron los párpados y se le cerraron los
ojos.
—Sí, Castaña, soy
yo —contestó.
La cabeza de
Isabella cayó hacia un lado.
—Pérdida de
conciencia —dijo uno de los enfermeros—. En marcha.
Edward se puso en
pie cuando el personal sanitario levantó la camilla.
—Voy con vosotros
—le dijo a Bryson, desafiándolo con la mirada a contradecirlo. Bryson no
protestó. Corriendo junto a la camilla, Edward y el resto de enfermeros
llegaron a la ambulancia del parque de bomberos número cuatro. Miró a su
alrededor en busca de su equipo, y vio al Oso en la distancia. Su compañero se
volvió hacia él, asintió y se despidió con la mano. Edward no necesitaba más;
si más adelante tenía que enfrentarse a las consecuencias de largarse, estaría
encantado de hacerlo.
Porque todo lo que
le importaba en la vida estaba a su lado, malherido y sangrando. Edward había
pensado que disponía de todo el tiempo del mundo... Que tenía tiempo de
arreglarse y convertirse en el hombre que Isabella se merecía. Ahora, lo único
que podía hacer era cruzar los dedos para que no fuera demasiado tarde.
4 comentarios:
O diablos que horror ojala el bebe este bien y no digamos Isabella esta es una prueba mas para edward ojala este listo para lobque se biene o sea tener a su familia junto a el graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
Ay no!!!! Por lo menos ya está acompañándola, solo espero que ella de verdad esta bien y no le pase nada al bebé!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO
Cuando nos dejaste en espera en el capítulo anterior, me imaginaba que el se quedaba en estado shock y no la apoyaba, creo que ha mejorado mucho
Por favor que a ellos no les pase nada, n medio de todo me alegro que Edward saque fuerzas y doblege sus miedos para apoyarla!
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