sábado, 6 de junio de 2020

capitulo 23 corazes oscuros


CAPÍTULO 23

Edward estaba que se subía por las paredes. Una vez llegaron a urgencias, el personal lo hizo retirarse a la sala de espera mientras decidían a dónde derivarla y empezaban los tratamientos. Pero había algo más que podía hacer por ella, aparte de perder tiempo. Su familia tenía que enterarse de lo ocurrido.

 

El Día de Acción de Gracias, Edward y Emmett habían intercambiado información de contacto. Ahora, buscó su número en la lista de contactos y esperó mientras el teléfono sonaba.

 

—Emmett Swan al habla —respondió.

 

—Emmett, soy Edward Cullen, el no...

 

—Ya sé quién eres, Edward —lo interrumpió Emmett. La frialdad que permeaba sus palabras le dejó claro que su cuñado estaba al tanto de lo que había ocurrido entre Isabella y él—. ¿A qué viene la llamada?

 

—Isabella ha sufrido un accidente de tráfico. Está estable, pero ingresada. La ambulancia la ha traído hace unos quince minutos —dijo Edward. Odiaba tener que darle esa mala noticia, sabiendo la estrecha relación que tenían los dos hermanos.

 

—Mierda —dijo Emmett—. ¿Qué ha pasado? ¿Está herida? ¿Cómo está el niño?

 

Edward se alegró de saber que Isabella había revelado su embarazo a su hermano, eso significaba que no había tenido que lidiar con todo ella sola. Él debería haber estado junto a ella, pero al menos Isabella tenía a su familia.

 

—Estaba seminconsciente y magullada cuando la han ingresado, pero sin heridas serias. Todavía no han determinado el estado del niño. Ha sido una colisión múltiple, diez vehículos en la interestatal 66. El Prius de Isabella ha chocado contra un guardarraíl, el impacto ha hecho que el vehículo saltara por encima y se volcara.

 

Edward se pasó la mano por la cicatriz, dando vueltas por la sala de espera, que estaba abarrotada.

 

—Voy a reunir a la familia e iremos lo antes posible. ¿Dónde estáis? —preguntó Emmett. Edward le proporcionó la dirección del hospital, pero Emmett no había terminado de hablar—: Gracias por llamar, Edward, te lo agradezco. Pero más vale que estés preparado para responder a unas cuantas preguntas una vez Isabella esté estable. ¿Me oyes?

 

—Ya lo estoy. Te contestaré a todo lo que quieras —dijo Edward—. La quiero, Emmett. Jodí la situación, pero la quiero.

 

Hubo una pausa.

 

—Nos vemos.

 

Emmett colgó.

 

Edward no era capaz de preocuparse por la reacción de los hombres Swan, porque todas sus ansiedades estaban concentradas en Isabella. Además, si estaban enfadados con él no era porque no se lo hubiera ganado a pulso. Entendía que tendría que esforzarse para recuperar la confianza que habían depositado en él. Se alegraría de hacerles la pelota durante años, si eso significaba que Isabella y el niño habían salido ilesos.

 

El niño. Cada vez que pensaba en el embarazo de Isabella, lo maravilloso de la situación lo impactaba de lleno. El asombro le iluminaba el pecho. También había algo de miedo en su interior, no podía negarlo. Miedo por esa pequeña vida, tan vulnerable, luchando por sobrevivir. Miedo al pensar que proteger y guiar aquella vida sería su responsabilidad. Miedo por todos los millones de incertidumbres que la vida te lanzaba en cualquier momento.

 

Como demostraba el día de hoy.

 

Pero la maravilla, el asombro, la luz y, sobre todo, el amor, eran mucho más grandes que el miedo. Más fuertes. Era el resplandor fogoso del sol contra el tenue y frío brillo de la luna.

 

No importaba lo que ocurriera, Edward tenía una familia. En ese mismo instante. Por primera vez en catorce años.

 

Y ansiaba tener esa familia más de lo que había ansiado nada en su vida.

 

—¿Familia de Isabella Swan? —preguntó una mujer rubia vestida con casaca médica desde la puerta de urgencias.

 

Edward se apresuró en acudir a su lado.

 

—Soy su novio —dijo. Menuda palabra tan espectacularmente inadecuada para definir lo que Isabella representaba para él: ella lo era todo.

 

La médica lo guio hacia el interior, dejando atrás a pacientes que esperaban en cubículos, en Camillas y en sillas.

 

—Soy la doctora Ellison. Isabella está despierta y estable. Tiene algunos calambres abdominales y el pulso del niño está algo acelerado, pero, aparte de eso, todo parece en orden. Las próximas doce a veinticuatro horas nos proporcionarán más datos —dijo. Doblaron una esquina y se adentraron en un pasillo que contenía espacios separados por cortinas—. Le hace falta una radiografía y un TAC cerebral, puesto que se ha golpeado la cabeza. La hemos añadido a la cola, pero el departamento de radiología está desbordado, así que de momento estamos en patrón de espera. Esperemos que no dure mucho. —La doctora se detuvo junto a una cortina—. ¿Alguna pregunta?

 

Solo varios millones, pero ninguna que la médica pudiera responder.

 

—No, gracias.

 

Asintiendo, la doctora Ellison apartó la cortina a rayas y se adentró en el pequeño espacio. Y allí estaba su Isabella, vendada y amoratada, con una vía asomándole por la mano, pero viva y consciente. Y, sin duda alguna, lo más bello que Edward había visto en su vida.

***

Isabella se sentía como si estuviera moviéndose más lentamente que el mundo que la rodeaba, o quizás era solo que le habían administrado una montaña de analgésicos. Los sonidos le llegaban como si vinieran de muy lejos. Las paredes parecían ondularse. Sentía las extremidades como si fueran de plomo.

 

La cortina de su espacio se abrió de repente y la doctora entró... ¡Con Edward!

 

—Isabella —dijo la doctora Ellison—. Aquí tienes a Edward. Lo he puesto al día sobre tu estado. Seguimos esperando al departamento de radiología, ¿de acuerdo? —dijo la mujer, dándole unas palmaditas en el brazo.

 

—De acuerdo —dijo Isabella con un hilo de voz, pero con la mirada clavada en Edward. Llevaba puesto su uniforme, que tenía manchas de barro y sangre aquí y allá—. Gracias.

 

—Pulsad el botón si alguno de los dos necesita algo —dijo la doctora antes de irse.

 

Edward se quitó el abrigo y lo dejó en la silla, y entonces pareció que se hubiera quedado encallado en la esquina del habitáculo. Isabella se moría de ganas de que se acercara, pero solo logró pronunciar su nombre antes de echarse a llorar.

 

—Edward...

 

Llegó a su lado en un instante, se inclinó sobre ella y apoyó la frente sobre la suya.

 

—Lo siento, Isabella. Lo siento tanto, joder —dijo.

 

Isabella sacudió la cabeza mientras su cerebro se esforzaba por procesar las palabras.

 

—No ha sido culpa tuya —dijo—. Me alegro de que hayas estado ahí. Estaba rezando con todas mis fuerzas por que acudieras tú al accidente. Cuando has aparecido, no estaba segura de que fueras de verdad.

 

Edward alargó la mano y arrastró la silla tan cerca de la Cama como pudo. Se dejó caer sobre el asiento pesadamente y se llevó la mano de Isabella al ancho pecho.

 

—No hablaba del accidente —dijo, con la mirada ardiente—. Hablaba de cuando te abandoné, te di la espalda. Me perdí a mí mismo, y no sabía cómo admitirlo —declaró. Tragó saliva con dificultad, y Isabella vio la nuez subir y bajar en su garganta—. Es culpa mía que estuvieras sola cuando descubriste que estabas embarazada, es culpa mía que tuvieras que preocuparte, durante tantas semanas, por si tendrías que criar a un hijo tú sola.

 

Edward sacudió la cabeza. Isabella nunca le había visto una expresión tan honesta.

 

Sintió una oleada de alivio al ver que había aceptado la idea de tener un hijo con tanta facilidad, y que parecía querer formar parte de la familia. Lo cual significaba que, al fin y al cabo, su gusanito no tendría que crecer con un solo progenitor, como le había pasado a ella.

 

—¿Recuerdas lo que te he dicho cuando te han sacado del Prius? —preguntó; la mirada le ardía con una intensidad que llegó a lo más fondo de su ser y, simplemente, tomó posesión de ella.

 

Pero Isabella no recordaba mucho más allá del susto que se había llevado cuando habían arrancado la puerta. Le habían cortado el cinturón de seguridad, y entonces... Nada, solo imágenes borrosas.

 

—No —susurró—. ¿Qué has dicho?

 

Se le aceleró el pulso, porque el momento parecía estar cargado de un significado que ella desconocía, y no quería darle demasiada importancia. No sería capaz de soportar la decepción y el dolor. No tras pasar tanto miedo aquella noche.

 

—He dicho... He dicho que te quiero, Isabella. He dicho...

 

—Por el niño —soltó, dejándose llevar por el miedo. Pero tenía que saberlo.

 

—Sí, por el niño.

 

—Edward...

 

—Isabella, he estado enamorado de ti desde la noche en la que nos conocimos. Estoy tan seguro de eso como lo estoy de que permití que el accidente de mi familia dictara mi vida, aunque no fuera consciente de ello... Hasta que me estrellé y caí en lo más bajo. Te quiero tanto que siento que me falta una parte de mí mismo cuando no estamos juntos. Te quiero porque eres preciosa y dulce y lista y graciosa. Porque me aceptaste cuando ni siquiera yo era capaz de aceptarme a mí mismo. Porque nunca he conocido a nadie con un corazón tan lleno de empatía y comprensión. Sin ti, no tengo razón de ser. Ya no. Porque estás en mi interior, y quiero que permanezcas ahí. Quiero que permanezcas en mi corazón para siempre. Tú y el niño. Nuestro hijo.

 

—¿Me... me quieres? —preguntó Isabella, probando a pronunciar las palabras mientras las emociones se hinchaban en su pecho—. Entonces... ¿por... por qué?

 

Intentó enjugarse las lágrimas de las mejillas incómodamente, pero las vendas de una mano y la vía en el dorso de la otra lo convertían en una tarea imposible.

 

Edward tomó un pañuelo de la caja que había en la mesilla con ruedas, se inclinó, y le secó la cara. Era un gesto tan ridículamente tierno que Isabella contuvo la respiración un momento.

 

—¿Por qué te fuiste? —preguntó de nuevo.

 

Con un largo suspiro, Edward se sentó y la tomó de la mano de nuevo. Le dio un beso en los nudillos, y aquellos pequeños gestos cariñosos hicieron que le resultara más fácil creer sus palabras.

 

—La respuesta corta es que perdí la perspectiva. Me dejé llevar por una espiral de pensamientos negativos y me sumí en una depresión.

 

—Oh, Edward —dijo. El saber que lo había estado pasando tan mal fue como una puñalada. Edward sacudió la cabeza.

 

—Ya estoy mejor, no te preocupes. He estado esforzándome por recuperarme durante estos meses. Y lo estoy logrando, Castaña, quiero que lo sepas. No he estado tan bien desde el accidente —declaró. Volvió a besarle los nudillos—. Permití que un montón de pequeños detalles erosionaran mi confianza en mí mismo, hasta que me convencí de que no te merecía...

 

—No estoy enamorada de Michael, Edward. No lo amo. Y quiero que sepas que le he pedido que no se vuelva a poner en contacto conmigo —dijo a toda prisa.

 

—Sé que no lo quieres. Sé que fuiste sincera y abierta en todo lo que me dijiste. El problema es que no era capaz de oír tus palabras, o no me permití creerlas. No lo sé. Y por eso también debería disculparme —dijo, y apretó los labios—. Siento que dejara que mi falta de fe en mí mismo se tradujera en una falta de fe en ti. Joder, odio saber lo que hice. Porque no hiciste nada para merecerlo. Todo surgió de mis propios problemas de mierda. Pero si he estado esperando antes de regresar junto a ti y pedirte otra oportunidad es porque he comprendido todo esto. Quería volver de una pieza. Quería estar en plena forma. Quería asegurarme de que no repetiría los mismos errores una y otra vez. No podía hacerte eso.

 

—¿Y lo has logrado? —preguntó, llena de esperanza y orgullo. Porque había algo en la luz de sus ojos y en la fuerza de sus palabras que ya le había respondido a la pregunta.

 

—Sí —dijo. Asintió, y su mirada se clavó en la suya—. Por primera vez, sí. Tenía previsto venir a verte este fin de semana, ya lo había planeado antes de que vinieras al parque de bomberos el miércoles —añadió, y se encogió de hombros—. Tu visita me pareció una señal. Era hora. Estaba listo.

 

Isabella cerró los ojos y respiró hondo; todas las incertidumbres que había estado acarreando y que le habían causado tanto estrés se habían evaporado. Era un alivio glorioso, incluso mientras el cansancio de la noche se asentaba en su cuerpo. Mirándolo de nuevo, le dedicó una pequeña sonrisa.

 

—Estoy orgullosa de ti, Edward.

 

—Entonces... —dijo en voz baja—. ¿Crees que... que podrías darme una segunda oportunidad de formar parte de tu vida? ¿De quererte? ¿A ti y al niño?

 

—Oh, Edward, solo estaba esperando a que me lo pidieras —dijo, con un nudo en la garganta—. Te quiero en mi vida más que nada en el mundo; no ha pasado ni un solo segundo desde que nos separamos en el que no te haya amado con todo mi ser —continuó. Acarició con los nudillos su pómulo prominente, y deseó que su cuerpo estuviera en condiciones de hacer lo que de verdad quería: sentarse en su regazo, abrazarlo con todas sus fuerzas y no soltarlo jamás—. Voy a quererte para siempre. No pienso abandonarte, no importa lo que pase.

 

—Dios mío, Isabella, ¡tenía tanto miedo de que te hubieras hartado de mí! —dijo, inclinándose sobre la camilla para darle un abrazo.

 

—No hace falta que te preocupes por eso, Edward. Pero tienes que prometerme que nunca volverás a aislarte de esta manera. Tienes que dejar que te ayude, igual que tú me has ayudado esta noche, cuando las cosas se pongan feas y todo parezca irse al garete. Quiero que me dejes ayudarte. Necesito que me dejes ayudarte. Y tienes que prometerme que lo harás. Porque no puedo volver a perderte así. Me niego.

 

Edward entrelazó los dedos con los suyos y se llevó las manos de ambos al pecho.

 

—Te lo prometo —dijo, con la mirada llena de determinación feroz—. Yo también lo quiero y lo necesito. Y te lo prometo. Lo siento.

 

La sonrisa que le dedicó era de pura felicidad y amor.

 

—Entonces somos tú y yo hasta el final. En la oscuridad y a plena luz.

 

Aquellas palabras sanaron lugares en su interior que Edward creía que nunca mejorarían.

 

—Tú y yo hasta el final —repitió. Entonces retrocedió lo justo para reposar la cabeza sobre su vientre—. Tú y yo y este enanillo —añadió. Le dio un beso en la barriga.

 

Ver a Edward haciéndole mimos en el vientre, justo ahora que el embarazo empezaba a notársele, era algo que había temido que jamás viviría. Y el momento fue tan dulce que se quedó sin aliento. Le acarició la cabeza afeitada con cariño.

 

—Me alegro de que estés contento por lo del embarazo.

 

—Estoy exultante, joder, Isabella. Vosotros dos sois lo mejor que me ha pasado en la vida, mi mayor golpe de suerte —dijo. Se incorporó de nuevo y la tomó de la mano—. ¿De cuántas semanas estas?

 

—El domingo hará diecisiete —contestó. Sintió una punzada de emoción al poder compartir la noticia con él, al fin.

 

—Vaya —dijo, sin poder reprimir una sonrisa que mostró sus hoyuelos—. ¿Sabes ya si es un niño o una niña? ¿Cómo te encuentras?

 

—Todavía no sé si será niño o niña, pero la semana que viene iré a que me hagan la ecografía. Por eso fui a visitarte al parque de bomberos. Quería que supieras lo del embarazo para que pudieras involucrarte en el proceso si querías, y pretendía invitarte a venir conmigo a la ecografía, porque pensé que merecías conocer a tu hijo. Si no contamos esta noche, me he encontrado bastante bien durante el último mes. Antes de eso tenía unas náuseas matutinas horrorosas, pero se me pasaron.

 

Y ahora, hablando sobre cómo se encontraba, Isabella se percató de que ya no sentía calambres abdominales. Sintió que se llenaba de esperanza. Saldrían de esa noche sanos y salvos; los tres juntos, y fortalecidos por la experiencia.

 

—Siento no haber estado a tu lado para ayudarte, Isabella, pero eso Cambiará ahora mismo —dijo Edward.

 

—¿Isabella Swan? —dijo un hombre, apartando la cortina y acercándose con una silla de ruedas—. Ha llegado tu turno para hacer las radiografías.

 

—Vaya, no hemos tenido que esperar demasiado, al fin y al cabo —dijo, preparada para saber cómo tenía la mano y averiguar si el golpe en la cabeza (en el que le habían puesto tres puntos de sutura) había sido grave.

 

—¿Puedo acompañarla? —preguntó Edward, poniéndose de pie.

 

—Por desgracia, no, pero puede esperarla aquí. No tardaremos mucho —dijo el camillero. Volviéndose a Isabella, preguntó—: ¿Se siente con fuerzas de levantarse y sentarse en la silla de ruedas?

 

—Creo que sí —dijo Isabella, bajando los pies de la camilla. Edward se plantó a su lado y la ayudó a incorporarse.

 

Entonces la envolvió en sus brazos y, sencillamente, la abrazó. ¡La abrazó con tanta fuerza! Era un gesto de amor, de vida, y Isabella sintió que encajaban; aquello alivió gran parte del dolor que había estado guardando en su interior.

 

—Lo siento, no he podido resistirme —dijo Edward, soltándola finalmente y ayudándola a acomodarse en la silla de ruedas.

 

—Nunca te disculpes por algo así —contestó Isabella con una sonrisa, mientras el camillero se la llevaba del habitáculo.

 

El camillero había tenido razón: las radiografías de la mano y el TAC cerebral fueron procesos cortos. Y lo mejor fue que, pocas horas más tarde, le comunicaron que todo estaba en orden y que solo tenía los dos primeros dedos de la mano derecha rotos (los médicos se habían temido fracturas por toda la mano, pero al parecer solo se había hecho un esguince). Los airbags habían hecho su trabajo, claramente, porque todos los que conocían los detalles del accidente le habían repetido una y otra vez lo afortunada que había sido.

 

Y cada vez que miraba a Edward, Isabella estaba de acuerdo.

 

Isabella estuvo dormitando, y cada vez que despertaba encontraba a Edward a su lado; unas veces despierto y otras dormido, con la cabeza en la camilla, junto a su cadera, y la mano sujetando la de Isabella. No le parecía estar imaginándose la expresión de paz que veía en su atractivo rostro. Edward nunca había tenido mucha paz cuando dormía, así que verlo reposar con tanta tranquilidad era otra prueba de la veracidad de sus palabras.

 

Cuando volvió a despertarse, Isabella se encontró a su padre sentado en la silla junto a su camilla.

 

—Papá —susurró.

 

—Oh, Isabella. Estaba intentando no despertarte —dijo este, acercándose a su lado—. Pero me moría de ganas de verte abrir los ojos para comprobar que de verdad estás bien —añadió, con los ojos llenos de emoción. Dios, ¡Isabella se alegraba tanto de verlo!

 

—Estoy bien. O, al menos, lo estaré —contestó ella, antes de contarle todo lo que habían dicho los médicos.

 

Su padre respiró hondo y le dio un beso en la mejilla.

 

—Odio verte pasarlo mal.

 

—No te preocupes —dijo ella. La inquietud de su padre le hizo un nudo en la garganta.

 

—¡Ja! —replicó su padre, guiñándole un ojo—. Cuando llegue el pequeñín, ya me dirás cómo te va eso de no preocuparte.

 

Isabella sonrió.

 

—Supongo que tienes razón.

 

La mirada de su padre cayó sobre Edward, que seguía dormido.

 

—Bueno, ¿cómo van las cosas con...?

 

—Van bien, papá. Muy bien. Tenemos mucho de lo que hablar, pero entiendo lo que pasó, y sé que nos queremos. De momento, no me hace falta más. El resto lo aclararemos juntos —dijo. Isabella necesitaba el apoyo de su padre.

 

Charlie le apartó un mechón de pelo de la cara.

 

—A veces me recuerdas tanto a tu madre. Estaría orgullosa de la mujer en la que te has convertido —dijo, y a Isabella se le llenaron los ojos de lágrimas—. Tienes un corazón enorme y más bondad que nadie. No cambies nunca.

 

—Oh, papá —dijo, llorando otra vez.

 

Justo entonces, Edward se incorporó de golpe.

 

—Lo siento —dijo. Entonces vio a su padre y se levantó al instante—. Charlie. Esto, señor Swan.

 

—Puedes llamarme Charlie, hijo —dijo su padre, perforándolo con una mirada de lo más seria—. ¿Mi niña puede contar contigo?

 

Edward asintió. Una parte de ella se compadecía de él, pero una parte más grande se sentía orgullosa de la confianza que exultaba bajo la mirada seria de su padre.

 

—Sí, señor. Al cien por cien.

 

Su padre rodeó la camilla y se plantó delante de Edward, que parecía más alto de lo habitual.

 

—Entonces, felicidades por el pequeño y bienvenido a la familia —declaró, tendiéndole la mano. Cuando Edward se la estrechó, Isabella sintió que jamás podría dejar de sonreír.

 

—Gracias, Charlie. Eso significa mucho para mí —dijo Edward. ¿Eran imaginaciones de Isabella, o tenía las mejillas más sonrosadas que antes? ¿Podía ser más adorable?

 

—Escucha, Emmett debe de estar subiéndose por las paredes —dijo su padre—. Voy a ir a darle al relevo. Solo permiten las visitas de dos en dos.

 

—Puedo irme yo, así puedes quedarte —dijo Edward, haciendo un gesto hacia la puerta.

Su padre sacudió la cabeza.

 

—Tu lugar está aquí —contestó. Le dio una palmada a Edward en la espalda y se volvió hacia Isabella—. Intenta dormir. Te veré pronto.

 

—Gracias, papá.

 

Cuando se fue, Edward se inclinó sobre la barandilla de su Cama y le dio un beso en la frente.

 

—Tu padre es un tipo magnífico.

 

Isabella sonrió con descaro.

 

—Es verdad. Y tú también lo eres —dijo. Isabella solo deseaba que las cosas fueran igual de bien con su hermano mayor.

 

El pensar en él debió invocarlo porque, al momento, Emmett entró en la habitación y fue directo junto a la camilla, plantándose en el lado opuesto de Edward.

 

—Isabella, Dios mío. Nos has dado un buen susto —dijo. Le dio un beso en la frente—. ¿Estás bien?

 

—Sí, me recuperaré. Muchas gracias por venir hasta aquí —dijo.

 

—No quisiera estar en ningún otro sitio. Igual que el resto de la familia. Ya lo sabes —añadió, sin prestar atención alguna a Edward. Isabella se apenó un poco, pero sabía que tendrían que arreglarlo entre ellos.

 

Un silencio incómodo cayó sobre la habitación, y Isabella estaba sopesando cómo solucionarlo cuando un cosquilleo ligero en el vientre la distrajo. Y otro.

 

—¡Otra vez! —exclamó, agarrando la mano de Edward. La puso plana contra su estómago—. No sé si lo notarás, pero es la segunda vez que lo siento moverse.

 

El rostro de Edward era un cuadro de ilusión anticipada cuando se inclinó sobre ella. Sacudió la cabeza, y le dedicó una sonrisa con hoyuelos.

 

—Maldita sea —dijo Isabella—. Supongo que tendremos que acostumbrarnos a que el niño no nos obedezca, ¿eh?

 

Riéndose entre dientes, Edward asintió.

 

—Eso parece.

 

—¿Así que no has desaparecido, al fin y al cabo? —dijo Emmett, por fin mirando a Edward—. ¿Sabes qué? Mejor lo discutimos en el pasillo.

 

Edward se irguió y sostuvo la mirada intensa de Emmett. Asintió.

 

—Chicos —dijo Isabella, llena de preocupación.

 

—No pasa nada —dijo Edward, dándole un beso en la frente—. Enseguida regresamos.

 

Desaparecieron por el pasillo, pero no se alejaron demasiado, porque Isabella oyó la mayor parte de la conversación.

 

—Voy a darlo todo —dijo Edward—. Sé que he cometido errores, pero me esforzado por solventarlos, y no volveré a repetirlos.

 

Hubo una pausa, y Isabella se imaginaba perfectamente la expresión de seriedad asesina que debía de haber adoptado Emmett. La «cara de poli», como Isabella solía llamarla.

 

—Se lo merece todo, Edward —contestó este. A Isabella se le deshizo el corazón ante el instinto protector de su hermano.

 

—Estoy de acuerdo. Y me aseguraré de proporcionárselo. A ella y al niño —dijo Edward. Pocas horas antes, Isabella había estado sufriendo, pensando que jamás oiría a Edward decir algo así. Y ahí estaba ahora, disculpándose ante su familia y admitiendo sus errores. Más pruebas de su evolución.

 

Hubo otra pausa en la que Isabella no fue capaz de oír lo que decían.

 

—Ya, bueno, si eso ocurre, yo mismo me pegaré una paliza —dijo Edward. Carcajadas.

 

—Trato hecho, joder —contestó Emmett.

 

Tras un momento, regresaron a la habitación.

 

—¿Va todo bien? —preguntó Isabella.


Edward y Emmett interCambiaron una mirada y asintieron, y Edward le dedicó una sonrisa.

 

—Estoy a tu lado, Castaña. Todo va viento en popa, por fin.

 

10 comentarios:

brigitteluna dijo...

Ahhhhh yo quería más ,que espera más larga pero valió la pena que Isabella está bien y el bebe

saraipineda dijo...

Wauuuuu bueno x lo menos la reconciliación con la familia le fue mm bien jajajaj e Isabella bieno era de esperarse que perdonaria facil a Edwards mas si esta su gusanito de por medioooo graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

TataXOXO dijo...

Si!!!! Menos mal ambos están bien y todo salió perfecto!!!! Ahora si están listos para seguir con su vida, juntos y felices con el nuevo bebé!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

Twiligther.cam dijo...

Awwww al fin estan juntos de nuevo 😭😭😭 me.encanta que bella sea tan comprensiva con el

Valeeeeeeeeee1 dijo...

Me encanta 🥰

Lucía dijo...

si al fin me encantaron los capitulos !!!😍❤😍😍

beata dijo...

Que familia tan hermosa tiene Bella.

elizah dijo...

Lo leí y solo podía imaginarme la cara de Poli de Emmet siendo protector, me pareció perfecto

Anónimo dijo...

ohhhh menos mal están bien!!!!
GRACIAS

ana1476 dijo...

Que bien que Isabella no le pasó nada que lamentar y pudo aclararle Edward que fue lo que le hizo alejarse y ahora puede seguir con ella!! Charlie es un sol de papá y Emmet todo un buen hermano protegiendo a su hermanita!! Porfis no demores en actualizar presiento que no queda mucho para el final!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina