Esta misma semana hace un año, Edward Cullen
se había quedado atrapado en un ascensor totalmente a oscuras. Y entre la
oscuridad, la opresión y la manera en que se habían disparado los recuerdos de
los momentos más terroríficos de su vida, había sido su peor pesadilla hecha
realidad.
Y su total salvación.
Porque no había estado solo en el
ascensor.
No. Para nada. Isabella Swan había estado
atrapada allí con él. Y parecía imposible para él que ella fuera una extraña en
ese momento, porque ahora era la persona que más lo conocía en el mundo. Quizás
incluso mejor que él mismo.
Ciertamente, ella había cambiado todo en su vida y lo que pensó que sería.
Es por eso que se encontraba mirando su
reflejo con un poco de asombro.
Porque estaba vestido con un clásico
esmoquin negro y camisa blanca, y hoy era el día de su boda.
Saliendo de la habitación que compartía
con Isabella, casi chocó con los hermanos de ella.
También con esmoquin, Emmett, Jasper y Seth
Swan todos lo miraron a la vez con entusiasmo en sus caras.
—¿Ya podemos buscarlo? —preguntó Emmett,
echando un vistazo a la puerta cerrada a un lado del pasillo.
Sonriendo, Edward miró la hora en su
teléfono.
—Sí. Creo que ya es el momento.
Los tres hombres Swan fueron
inmediatamente a la puerta. Callados, todos entraron a la habitación de bombero
con combinación de colores roja, amarilla y azul claro. La habitación del hijo
de Edward y Isabella. El hijo de Edward.
A veces, le parecía tan extraordinario
que le quitaba el aliento. Tenía un hijo.
Mirando a la cuna, Edward sintió que
compartía la impresión que sentía con los hermanos de Isabella.
Porque estaban mirando a Jacob Cullen
como si fuera la cosa más increíble que hubieran visto. El pequeño Jacob de
tres meses estaba tendido sobre su espalda, sus regordetas extremidades
totalmente a la vista, su cara tranquila mientras dormía. Mechones de cabello
castaño oscuro sobresalía en cada dirección de su pequeña cabeza. Edward no
tenía mucha experiencia con familias amorosas, pero todos los hombres Swan,
incluyendo al padre de Isabella, mimaban al niño completamente. De hecho,
incluso en broma peleaban entre ellos para ser quién lo hiciera. Edward no lo
habría querido de otra manera. Quería que Sean tuviera todo lo que le había
sido negado a Edward por tanto tiempo. Y mucho, mucho más.
Edward alargó una mano para acariciar el
pecho y la barriga de Jacob. Los ojos del bebé se abrieron e inmediatamente se
estiró en un movimiento que era media emoción, media sorpresa. Pero entonces Jacob
se dio cuenta que tenía púbico, y el pequeño les obsequió una de las sonrisas
que últimamente daba más y más a menudo y murmuró y movió sus brazos. Mientras
todos reían y sonreían, Edward recogió al pequeño hombrecito, besó su suave
cabeza y se maravilló quizás por millonésima vez ante la pequeña vida que
sostenía en sus manos. La vida que había creado con Isabella.
No
les llevó mucho tiempo a los cuatro cambiar el pañal a Jacob, darle el biberón
que Isabella había dejado para ellos, y cambiar al niño para que llevara un
enterizo que le hacía parecer como si llevara un pequeño esmoquin.
—Te hemos dejado impecable —le dijo Edward
a Jacob, levantándolo en sus brazos—. Vamos sorprender a tu madre. —A decir
verdad, era lo contrario; el pecho de Edward estaba apretado con la
anticipación de ver a Isabella caminando por el pasillo. Hacia él.
A medida que Jasper y Seth dejaban la
habitación, Emmett puso una mano en el brazo de Edward. Los dos hombres se
habían vuelto cercanos desde que el accidente automovilístico de Isabella hace
siete meses atrás los asustó a todos terriblemente—. Eres realmente bueno con
él, Edward. Y eres realmente estupendo para ambos. Sólo quiero que sepas eso.
Espero que lo hagas.
Las palabras de aceptación y aprobación
golpearon a Edward directo en su pecho. No estaba acostumbrado a recibirlas, y
quizás nunca lo estaría. Pero las apreciaba totalmente. Extendió una mano al
que próximamente sería su cuñado.
—Gracias, hombre. Significa mucho.
Escaleras abajo, se encontraron al padre
de Isabella, Charlie Swan, y al capitán de Edward en la estación de bomberos, Eleazar
Denali, charlando amenamente. Ambos hombres se levantaron cuando entraron a la
sala, Charlie yendo directo a recoger a su nieto.
—Déjame ver a este hombrecito. ¿Has
tenido una buena siesta? —le preguntó a Jacob.
—La tuvo. El niño duerme como un campeón
—dijo Edward.
—Eso es porque es todo un buen chico
—susurró Charlie contra la mejilla de Jacob—. Y porque sabe que tiene unos
padres asombrosos que siempre cuidarán de él.
Edward dio una palmadita a Charlie en la
espalda, las palabras haciéndole demasiado difícil para responder. ¿Cómo
demonios había tenido tanta suerte de encontrar a Isabella y
su familia? Porque la familia era algo que pensó que quizás no tendría nunca
más. Y a pesar de los momentos duros que Edward y Isabella habían pasado, su
familia lo había recibido con ambos brazos y con el gran corazón que cada
miembro del clan Swan parecía tener, incluso Jasper, quien no había sido tan
receptivo al principio.
Con una gran sonrisa en su cara, Joe se
giró hacia Edward y alargó su mano.
—No creo haberte visto nunca antes en un
esmoquin.
—Lo sé —dijo Edward riendo—. Casi no me
reconozco a mí mismo.
Joe apretó fuerte la mano de Edward.
—Bueno, yo te reconozco. Eres exactamente
el hombre que siempre supe que eres, Edward. Y estoy jodidamente orgulloso de
ti.
Sacudiendo su cabeza, Edward tuvo
dificultades para aclararse la garganta.
Porque sabía que Joe estaba hablando más
que de la ropa. Estaba hablando de la gran depresión por la que su capitán le
había ayudado a pasar el invierno pasado, la que le había llevado casi al borde
de perderlo todo. Que era por lo que Joe era la opción más clara para ser su
padrino.
—Mierda —susurró Edward—. Tengo que
agradecerte por eso.
—Siempre puedes contar con que esté a tu
lado —dijo Joe, dándole una mirada aguda.
Edward asintió y pasó una mano sobre la
cicatriz a un lado de su cabeza.
—También digo lo mismo —dijo Emmett,
uniéndose a ellos.
—Todos lo hacemos —añadió Charlie.
Mirando a cada uno de los hombres, Edward
asintió de nuevo, la habitación sintiéndose un poco como si se estuviera
cerrándose alrededor de él. No por ansiedad exactamente, sino porque todavía
era un novato en cuanto a lidiar con tanta emoción cruda… y que fuera de las
buenas.
Abrumadora, pero buena.
—Ahora —dijo Charlie—. Mejor nos vamos.
Mi niña te está esperando.
—Cierto —dijo Edward riendo—. Y la espera
acaba hoy.
Parada en la pequeña habitación que daba
al jardín del hotel, Isabella Swan era un manojo de nervios. Porque había
pasado la primera noche apartada de su hijo. Porque estaba muriendo por volver
a los brazos de Edward. Porque se casaba hoy. Bueno, en unos cuantos minutos,
ahora.
—Te ves tan hermosa, Isabella. Tu madre
estaría tan orgullosa de la mujer increíble en la que te has convertido —dijo
la tía Maggie. Vestida con un vestido azul marino que hacía juego con sus ojos
y con el cabello rojo parecido al de Isabella, Maggie era la opción obvia como
su dama de honor. Después de que su madre muriera cuando Isabella tenía tres
años, Maggie había ayudado a su padre con los cuatro niños Swan, siendo la
única figura materna que Isabella recordaba de verdad.
—Gracias, tía Maggie. Eso significa
mucho. Parte de mí desearía que esté aquí, pero parte de mí piensa que tengo
tantas cosas buenas en mi vida que no debería desear ni siquiera una cosa más.
Isabella alisó sus manos sobre la falda
llena de su vestido de novia. Sin mangas con un corpiño en forma de corazón y
joyas de plata formando una faja alrededor de la cintura, el vestido la hacía
sentir como una princesa.
—Te lo mereces todo —dijo Shima
sonriendo, con un ramo de rosas amarillas en sus manos. Rosas amarillas, sólo
un pequeño modo de recordar a la madre de Edward quién había perdido en un
accidente hacía tantos años. Shima era la novia de Seth, y con todos los viajes
que sus hermanos habían hecho para visitar al bebé durante el verano, Isabella
y Shima se habían vuelto cercanas.
Casi como hermanas. Y Isabella esperaba
fueran eso algún día.
Isabella apretó la mano de Shima.
—Eres la mejor. El próximo de estos
eventos que asistimos podría ser el tuyo, ¿sabes? —Ella rio cuando Shima se
sonrojó.
—Ya veremos eso —dijo ella, agachando la
cabeza para que su elegante cabello negro caiga alrededor de su cara.
Afuera, la música cambió, la marcha de la
boda dando la señal a Isabella.
—Oh. Es la hora.
—Sí, lo es —dijo Maggie—. Y tienes una
hermosa familia esperando que empieces tu futuro.
—La tengo —susurró Isabella, la maravilla
de todo eso casi quitándole el aliento.
El planificador de la boda abrió un juego
de puertas francesas de cristal que daban fuera hacia el patio al aire libre revestido
de ladrillos, con un pequeño jardín aislado en medio de la Vieja Ciudad de
Alejandría.
Shima salió y marchó por el pasillo,
luego Maggie.
Y entonces era el turno de Isabella.
Al momento en que cruzó las puertas, su
mirada se clavó en la hermosa figura de Edward esperándola frente a un arco
tejido con cintas y rosas. Su expresión pasó de seria a abiertamente
maravillado de pura felicidad, su sonrisa sacando a relucir sus hoyuelos y
haciéndole ver joven y tan despreocupado. Hizo que su corazón se sintiera
demasiado grande para su pecho. Siempre le había provocado eso, ¿no?
Y, maldición, su hombre podía llevar un
esmoquin. Entre sus amplios hombros y su ajustada cintura, el elegante traje
negro encajaba como un guante y la hizo estremecerse de excitación. Este hombre
iba a ser su marido. Este hombre iba a ser su para siempre.
La siguiente cosa que Isabella supo, era
que estaba de pie en la parte delantera del pasillo, con sus ojos todavía fijos
en Edward mientras su padre le daba la bendición a la pareja y la besaba en la
mejilla.
Eleazar Denali y los hermanos de Isabella
estaban de pie junto a Edward.
Una de las mayores alegrías de Isabella
era cómo Edward había sido aceptado por tanta gente desde que se habían
conocido. Él se merecía eso, y mucho más.
La mirada de Isabella buscó a Sean y lo
encontró en los brazos de Emmett.
Llevando un enterizo que le hacía parecer
estar vestido en un pequeño esmoquin, Jacob chupaba uno de sus puños. Casi se
echó a reír de lo lindo que se veía el bebé a medida que tomaba la mano de Edward
y subía al escalón que había frente a él. Su hijo iba a ser tan guapo como su
padre, pero con sus ojos azules.
—Te ves muy hermosa, Isabella. Creo que
me robaste el corazón — susurró Edward, sus ojos oscuros ardiendo hacia ella.
—Y tú te ves tan fantástico como siempre
—le susurró de vuelta.
Las palabras del oficiante fueron
preciosas, pero todo lo que Isabella quería era intercambiar los votos con Edward
y proclamar públicamente que se pertenecían el uno al otro para siempre. Y entonces
lo estaban haciendo.
Intercambiando anillos y haciendo
promesas que durarían toda la vida. Isabella pensó que podría pasar la
ceremonia sin llorar hasta que la voz de Edward se quebró con las palabras—: En
las buenas y las malas. —Y entonces sus malditos ojos no pararían de filtrar
incluso aunque no pudiera dejar de sonreír. Porque a veces la vida era tan
buena que apenas podías asimilarlo todo.
—Les presento al señor y la señora Edward
Cullen —dijo el ministro hacia los aplausos de la pequeña reunión—. Ahora,
puedes besar a la novia.
La lengua de Edward sacudió el pequeño
piercing junto a su labio inferior.
—He estado esperando esta parte.
—Lo has hecho, ¿cierto? —dijo Isabella
justo antes de que los labios de Edward descendieran sobre los suyos, tiernos
pero llenos de calor, un beso demasiado corto pero prometiendo más.
Prometiéndolo todo.
Se apartaron del beso llevando enormes
sonrisas. Isabella agarró la solapa de Edward y lo empujó hacia abajo para
poder susurrar en su oído.
—Ahora eres mío para
siempre.
—Esa es la mejor cosa que he oído en toda
mi vida, Isabella —dijo Edward, sus labios contra su mejilla.
Al bajar del estrado, los alborotos de Jacob
se volvieron en un grito.
—Dámelo —le dijo Edward a Emmett—. Puede
caminar con nosotros.
Cuando Jacob se acomodó en el pecho de Edward,
Isabella no pudo contenerse. Ella se inclinó y abrazó a sus hombres, los tres
formando un pequeño círculo de amor, familia y para siempre.
Juntos caminaron por el pasillo. Todos se
pusieron de pie, aplaudiendo y celebrando por ellos. La familia de Isabella. La
mayoría de los chicos de la estación de bomberos de Edward. David Talbot y los
otros hombres que habían salvado la vida de Edward hacía quince años y que él
había encontrado otra vez el invierno pasado cuando estaba luchando para
encontrarse a sí mismo. Gente de la oficina de contabilidad de Isabella y
algunas chicas con las que había ido a la universidad. No era una gran fiesta,
pero eran todos y todo lo que necesitaban.
La recepción pasó en un feliz destello de
brindis, bailes, fotos y momentos que rápidamente se volvieron recuerdos. Shima
atrapó el ramo de Isabella. Y Emmett atrapó la liga que Edward había sacado de
su muslo. Isabella estuvo absolutamente divertida con la reacción de ambos.
Cuando alguien pidió Love in an
Elevator de Aerosmith, la fiesta realmente se puso en marcha. Y bailaron
hasta que los pies de Isabella dolieron y Edward se había despojado de su
chaqueta y había enrollado las mangas, descubriendo los tatuajes que tanto
amaba, y Sean se quedó dormido en los brazos de su abuelo a pesar del ruido.
—¿Ya estás lista para salir de aquí?
—preguntó Edward, abrazándola por detrás.
Isabella se volvió en sus brazos y
encontró sus ojos oscuros absolutamente en llamas. Su corazón aceleró a toda
marcha.
—Más que lista.
Por supuesto, les tomó un tiempo despedirse
y salir del salón, y no fue fácil dejar a Sean por segunda noche consecutiva.
Pero Isabella sabía que estaba en buenas manos.
Y por esta noche, ella era toda de Edward.
En cuerpo, mente y alma. Porque después de todo lo que había perdido, no se merecía
nada menos. El corazón de Edward estaba martillando en su pecho a medida que
dirigía a Isabella al ascensor. La suite de luna de miel estaba en el décimo
piso del hotel, pero tenía que hacer una parada en el camino.
—¿Crees que todo el mundo lo pasó bien?
—preguntó Isabella, su rostro radiante, animado y muy hermoso. Las puertas se
cerraron.
—Sí —dijo Edward—. Creo que lo hicieron.
Y yo también.
Isabella sonrió.
—Yo también.
Segundo piso. Tercer piso.
Edward extendió la mano y pulsó el botón
de Detener. El ascensor
se sacudió hasta detenerse en algún lugar entre el tercer y cuarto piso. Justo
donde se habían conocido un año antes. Sonó una campana de alarma, luego se
interrumpió.
—Oh. ¿Qué estás…? —Isabella miró
alternativamente entre el panel de botones y Edward—. ¿Por qué hiciste eso?
—Porque —dijo, tomando sus manos. Había
arreglado esto con el gerente del hotel, pero no tenía mucho tiempo—. Tengo que
decirte algo. Algo más que nuestros votos. Y quería hacerlo aquí.
—¿Estás bien, Edward? —preguntó, con un
destello de preocupación en sus ojos celestes.
Edward retrocedió a Isabella contra la
pared, acorralándola y atrapándola con una mirada fija.
—Dios, Isabella. Estoy mucho más que
bien. Aunque este no es el ascensor en el que quedamos atrapados, pensé que un
ascensor era el mejor lugar para hacerte algunas promesas adicionales.
Su expresión se volvió suave y tan llena
de emoción. Por él.
—¿Qué?
Apartó un rizo rojo de su cara.
—Te prometo que siempre creeré en tu
capacidad para ayudarme cuando esté atrapado… en un ascensor o mi propia mente.
—Oh, Edward —dijo, inclinando la cabeza
mientras veía hacia él—. Lo haré.
Él asintió.
—Y prometo mantenerme sano para que así
no tengas que ayudarme de esa manera.
—Creo en ti. Sé que lo harás —dijo ella,
sus palabras un susurro tenso.
—Y prometo ser tu cable a tierra cuando
la vida se vuelva difícil o pierdas algo importante para ti.
Porque ya has hecho eso por mí tantas
veces.
Un rápido asentimiento, y luego sus manos
se posaron en el pecho de él.
—Dios, te amo.
—También te amo. Y por eso quería que lo
supieras. Quiero hacer una vida increíble para ti y Sean, para todos nosotros.
Ya no tengo miedo. Y es por eso que quería atraparnos el tiempo suficiente aquí
para hacértelo saber. —Edward le ofreció una pequeña sonrisa cuando una lágrima
escapó de la esquina de uno de los ojos de Isabella. Él la capturó con el
pulgar.
—Eres lo mejor que me ha pasado, Edward.
—Oye, esa es mi línea —dijo.
Isabella rio entre dientes.
—No eres el único que encontró todo lo
que siempre quiso.
Agarrando su cara, Edward se inclinó
hacia abajo y reclamó la dulce boca de Isabella con un beso.
Los brazos de ella rodearon su cuello,
empujándolo con más fuerza, más cerca. Era un beso lleno de promesas,
compromiso y ternura, pero cuando Isabella gimió, el calor rasgó a través de la
sangre de Edward.
—Te necesito tanto —dijo él.
Las manos de Isabella acariciaron la
parte posterior de su cabeza a medida que asentía.
—No puedo esperar sentir a mi marido
moviéndose dentro de mí.
—Cristo, Castaña. —Edward apuñaló el
botón de Inicio mientras el deseo lo atravesaba. El
ascensor se movió de nuevo, pero sus besos no esperaron. Lo que comenzó con
dulzura ahora estaba lleno de abrasadora necesidad exigente.
Cuando las puertas se abrieron, salieron
en el pequeño vestíbulo fuera de su habitación, sus cuerpos nunca separándose.
Cuando el vestido de Isabella le hizo difícil caminar hacia atrás hacia la
puerta, Edward la tomó en sus brazos.
Ella echó la cabeza hacia atrás y rio.
—¿Me estás llevando a través del umbral?
—Maldición, sí —dijo con un guiño. Y
entonces él estaba empujando la puerta y llevándola a la preciosa habitación. A
pesar de que no estaba a la altura de su esposa. Su esposa.
Era la primera vez que su cerebro había
realmente absorbido la gravedad de esa palabra. E hizo que su necesidad por
ella aumentara hasta que estaba conteniéndose de levantar todas esas faldas
blancas preciosas. Pero, no. Ella se merecía más que eso. Se merecía ser
atendida y saboreada. Esta noche y siempre.
Pero eso no significaba que podía reducir la velocidad.
—Date la vuelta —dijo, girándola de modo
que se enfrentara a su espalda.
Ella recogió su cabello fuera del camino
y él trabajó en la fila de minúsculos botones, besando la piel pálida que
revelaba a medida que los abría uno por uno.
Cuando terminó, la ayudó a dar un paso
fuera del vestido y lo colocó reverentemente sobre la tumbona en la esquina.
Cuando se dio la vuelta una vez más, él
se detuvo en seco al encontrarla usando un sujetador blanco de satén sin
tirantes y unas pequeñas bragas con intrincados bordados de color azul claro y
ribeteado.
—Dios, eres impresionante.
Isabella llevó su mano detrás de la
espalda y desabrochó el sujetador, luego lo dejó caer por sus brazos.
—Y tú eres el hombre más sexy que he
visto en mi vida —dijo mientras se acercaba a él. A medida que ella le quitaba
su camisa, la excitación inundó las entrañas de Edward. Porque tenía otra
sorpresa para ella. Supo el momento en que ella lo vio—. Edward, este es…
tienes un tatuaje nuevo. —Sus ojos se precipitaron a los suyos.
Edward sonrió aun cuando su pene ansiaba
su apretado calor.
—Para ti. Otra promesa.
A través de su corazón, justo debajo de
la rosa amarilla que había conseguido por su madre años atrás, él había tatuado
en color negro en su piel: IX.XXII.MMXII hasta la muerte
Isabella besó la piel todavía tierna.
—Y ni un momento antes.
El corazón de Edward se hinchó en su
pecho.
—Maldición, te quiero tanto, Pelirroja.
Ella agarró su mano y lo llevó a la cama.
Y entonces él estaba tendiendo a Isabella, dejando al descubierto su piel,
dejando al descubierto la suya, hasta que todo lo que los separaba eran sus
latidos.
Con su pene duro arrastrándose contra sus
suaves piernas, Edward besó su camino hacia abajo por el cuerpo de Isabella.
Lamió sus pezones. Colocó pequeños mordiscos juguetones que la hicieron
retorcer sus costillas.
Y por último, acarició su rostro contra
el triángulo de vello rojo en la parte superior de sus muslos.
No podía dejar de recordar esa primera
noche que ella lo había invitado a entrar… a su casa y a su cuerpo. Y
maravillarse en este momento lo lejos que habían llegado.
Pero ahora no era el momento para
recuerdos.
Abriendo a Isabella para él, Edward
instaló sus hombros entre sus muslos, necesitando darle placer.
Queriendo darle todo. La besó en el
interior de ambos muslos hasta que la mano de Isabella cayó sobre su cabeza.
—Por favor —dijo ella con voz ronca.
No podía soportar que ella rogara por lo
que estaba más que dispuesto a dar. Colocó firmes y extensas lamidas de su
lengua desde su apertura hasta su clítoris. Y luego otra vez. Y otra vez.
La otra mano de ella cayó sobre su
cabeza, la desesperación evidente en su fuerte agarre.
Chupó su clítoris en su boca y lo
atormentó con su lengua. Intensamente.
Insistentemente.
Una mano se alzó para jugar con sus
pezones mientras la otra presionaba su vientre hacia abajo, obligando a sus
caderas a inclinarse en alto hacia su exigente boca.
Sus caderas se mecieron a medida que sus
manos sostenían su cabeza con más fuerza, y entonces ella gritó su nombre y se
vino retorciéndose debajo de él.
Y fue jodidamente glorioso.
—Eso fue demasiado rápido, castaña. Creo
que puedes hacerlo una vez más —dijo, observando su cuerpo.
—Mi corazón podría detenerse —respondió,
su rostro rompiéndose en una sonrisa.
Sacudió la cabeza.
—Nah. Incluso si lo hace, podría conocer a un
paramédico que podría comenzar de nuevo —dijo y le guiñó un ojo.
Isabella se echó a reír.
—Te quiero dentro de mí.
Él besó su clítoris.
—Entonces córrete otra vez y podrás
tenerme.
—Mierda, Edward —dijo, su cabeza cayendo
contra la cama y su cuerpo arqueándose.
Los volteó para que ella se sentara a
horcajadas sobre su rostro.
—Úsame. Monta mi boca hasta que te
vengas.
Agarrando su cabeza con una mano y
apoyándose en la cama con la otra, Isabella balanceó sus caderas de modo que su
clítoris se frotara contra su lengua y labios. Él la agarró del culo y la ayudó
a moverse, presionándola hacia abajo, haciéndole saber que podía soportar su
peso. Un gemido arrancó desde su garganta que le hizo agolpar la sangre directo
hasta su polla, especialmente cuando ella se meció con más fuerza y contuvo la
respiración.
Él gruñó contra su suave carne y rodeó
sus caderas con sus brazos para que así quedara atrapada en su lugar. Y
entonces chupó su clítoris tan frenéticamente que el orgasmo la dejó sin
aliento y la hizo colapsar encima de él.
Lamiéndose los labios, Edward volvió su
aligerado cuerpo para que así ella se tumbara sobre su espalda debajo de él.
—Eso sonó muy bien.
—Jodidamente delicioso —dijo ella, sus
ojos suavizándose con satisfacción.
—Sí, lo estabas. —Él sonrió y la besó,
permaneciendo sobre sus labios hasta que estuvo casi mareado de deseo. Tomando
su polla en mano, Edward acarició su erección, su cabeza y puño chocando contra
la entrada de Isabella— . No dejes que te lastime. —Cuando sus horarios, su
energía y el sueño de Jacob lo permitieron, se habían amado muchas veces desde
el nacimiento de su hijo, pero Edward no había estado dentro de Isabella desde
entonces. Habían querido guardar sus cuerpos para venirse completamente juntos
de nuevo por primera vez como marido y mujer.
—No lo harás. Estoy tan lista para ti.
Hazme el amor, Edward —dijo Isabella.
En respuesta, empujó dentro de ella,
centímetro por centímetro abrasadoramente caliente. Y era como volver a casa.
—Mierda, se siente tan bien. Siempre es
tan jodidamente increíble.
Isabella gimió y envolvió sus piernas
alrededor de su espalda, sosteniéndolo firmemente, forzándolo a un lento y
profundo ritmo que los tuvo a ambos jadeando hasta que los únicos sonidos en la
habitación eran sus exhalaciones febriles y el suave roce de piel contra piel. Edward envolvió sus brazos bajo los hombros de
Isabella y se encorvó alrededor de ella, deseando profundizar, necesitando ir más profundo.
—Maldición, no quiero que esto termine
nunca.
—No te detengas. Dios, no te detengas
—murmuró Isabella, la excitación tensando su voz—. Vas a hacerme venir otra
vez.
Sus caderas embistieron contra ella con
más fuerza, más rápido, y él presionó los labios contra su oído, sabiendo que
amaba sus palabras.
—Hazlo. Vente sobre mí. Muéstrame lo que
te provoco, Pelirroja. Mierda, córrete sobre mí.
Un gemido agudo arrancó de la garganta de
Isabella y su cuerpo se tensó.
—Cristo, eso es. Exprime mi polla con más
fuerza —dijo con un gemido. Y
luego el cuerpo de Isabella lo estaba
empuñando una y otra vez hasta que Edward casi quedó extasiado de la maravilla
en ello.
—Quiero que… te vengas en mí —dijo Isabella,
con la voz entrecortada, sus piernas cayendo a su alrededor—. Quiero sentir a
mi marido vertiéndose dentro de mí.
Sus palabras se dispararon por su columna
vertebral y le hizo entrar en ella con más ganas, su piel chocando contra la
suya, su excitación tan apretada como un sacacorchos.
—Eres mía, para siempre —gruñó entre
dientes.
—Y tú eres mío —respondió ella.
El
sentimiento exploto a Edward en un millón de piezas y lo ensambló como un
hombre nuevo.
Un hombre que jamás tendría que caminar
solo otra vez. El orgasmo continuó hasta que Edward se mareó un poco y su
cuerpo se estremeció. Y luego apoyó su peso encima de Isabella y la abrazó en
un abrazo de cuerpo entero.
—Nunca te dejaré ir.
—Bien —dijo, acariciándole la espalda—.
No te dejaría aun si lo intentaras.
—Todavía me encanta ese ascensor, Isabella
—dijo, presionando un beso en el pulso que corría en su cuello.
Ella rio.
—También me sigue encantando ese
ascensor.
Permanecieron así hasta que finalmente se
quedaron dormidos. Y luego se encontraron una y otra y otra vez. Toda la noche.
Y aunque su historia comenzó como dos
corazones separados en la oscuridad, su futuro sería plenamente en la luz.
Bueno, Edward no era tan diferente de un hombre que no sabía que la oscuridad a
veces regresaba. Nadie estaba destinado a morir con sus corazones todavía
intactos.
Pero cualquier cosa que surgiera, lo
harían juntos.
Presionó un suave beso en la frente de Isabella,
sin querer despertarla.
—Tú y yo, hasta el final. En la oscuridad
y en la luz.
Sus ojos se abrieron y todo su rostro
inmediatamente se llenó con una sonrisa.
—¿Dijiste algo?
Edward sonrió y sacudió la cabeza.
—Sólo que te amo.
FIN
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hola a todos les dejos el final de esta adaptacion se que tarde mas de lo necesesario en actualizar pero ya ven que han pasado muchas cosas ahora la proxima adaptacion sera en fanfiction pronto subire un adelanto de cual sera nops vemos protno y muchas gracias por sus comentarios.
Autora: Laura Kaye
libros: Corazones En La Oscuridad
Amor A Plena Luz
8 comentarios:
Ame de corazón está historia valió la pena la espera
Wauuuuu me encanta una superrrrrrrr historia graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
MUCHAS GRACIAS UNA HISTORIA MUY BONITA
Muchas gracias linda!!! Esta historia fue hermosa y a pesar de todos los problemas que hubo, el final fue muy bonito, muchas gracias por compartirla con nosotras!!!
Besos gigantes!!!
XOXO
Me a gustado mucho la historia, muchisimas gracias por la daptacon.=)
Gracias por esta historia tan hermosa, espero la próxima en lo que puedas-
Gracias gracias me encantó esta adaptación!!
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