martes, 16 de junio de 2020

Capitulo Final Corazonres Oscuros


Esta misma semana hace un año, Edward Cullen se había quedado atrapado en un ascensor totalmente a oscuras. Y entre la oscuridad, la opresión y la manera en que se habían disparado los recuerdos de los momentos más terroríficos de su vida, había sido su peor pesadilla hecha realidad.

Y su total salvación.

Porque no había estado solo en el ascensor.

No. Para nada. Isabella Swan había estado atrapada allí con él. Y parecía imposible para él que ella fuera una extraña en ese momento, porque ahora era la persona que más lo conocía en el mundo. Quizás incluso mejor que él mismo.

Ciertamente, ella había cambiado todo en su vida y lo que pensó que sería.

Es por eso que se encontraba mirando su reflejo con un poco de asombro.

Porque estaba vestido con un clásico esmoquin negro y camisa blanca, y hoy era el día de su boda.

Saliendo de la habitación que compartía con Isabella, casi chocó con los hermanos de ella.

También con esmoquin, Emmett, Jasper y Seth Swan todos lo miraron a la vez con entusiasmo en sus caras.

—¿Ya podemos buscarlo? —preguntó Emmett, echando un vistazo a la puerta cerrada a un lado del pasillo.

Sonriendo, Edward miró la hora en su teléfono.

—Sí. Creo que ya es el momento.

Los tres hombres Swan fueron inmediatamente a la puerta. Callados, todos entraron a la habitación de bombero con combinación de colores roja, amarilla y azul claro. La habitación del hijo de Edward y Isabella. El hijo de Edward.

A veces, le parecía tan extraordinario que le quitaba el aliento. Tenía un hijo.

Mirando a la cuna, Edward sintió que compartía la impresión que sentía con los hermanos de Isabella.

Porque estaban mirando a Jacob Cullen como si fuera la cosa más increíble que hubieran visto. El pequeño Jacob de tres meses estaba tendido sobre su espalda, sus regordetas extremidades totalmente a la vista, su cara tranquila mientras dormía. Mechones de cabello castaño oscuro sobresalía en cada dirección de su pequeña cabeza. Edward no tenía mucha experiencia con familias amorosas, pero todos los hombres Swan, incluyendo al padre de Isabella, mimaban al niño completamente. De hecho, incluso en broma peleaban entre ellos para ser quién lo hiciera. Edward no lo habría querido de otra manera. Quería que Sean tuviera todo lo que le había sido negado a Edward por tanto tiempo. Y mucho, mucho más.

Edward alargó una mano para acariciar el pecho y la barriga de Jacob. Los ojos del bebé se abrieron e inmediatamente se estiró en un movimiento que era media emoción, media sorpresa. Pero entonces Jacob se dio cuenta que tenía púbico, y el pequeño les obsequió una de las sonrisas que últimamente daba más y más a menudo y murmuró y movió sus brazos. Mientras todos reían y sonreían, Edward recogió al pequeño hombrecito, besó su suave cabeza y se maravilló quizás por millonésima vez ante la pequeña vida que sostenía en sus manos. La vida que había creado con Isabella.

 No les llevó mucho tiempo a los cuatro cambiar el pañal a Jacob, darle el biberón que Isabella había dejado para ellos, y cambiar al niño para que llevara un enterizo que le hacía parecer como si llevara un pequeño esmoquin.

—Te hemos dejado impecable —le dijo Edward a Jacob, levantándolo en sus brazos—. Vamos sorprender a tu madre. —A decir verdad, era lo contrario; el pecho de Edward estaba apretado con la anticipación de ver a Isabella caminando por el pasillo. Hacia él.

A medida que Jasper y Seth dejaban la habitación, Emmett puso una mano en el brazo de Edward. Los dos hombres se habían vuelto cercanos desde que el accidente automovilístico de Isabella hace siete meses atrás los asustó a todos terriblemente—. Eres realmente bueno con él, Edward. Y eres realmente estupendo para ambos. Sólo quiero que sepas eso. Espero que lo hagas.

Las palabras de aceptación y aprobación golpearon a Edward directo en su pecho. No estaba acostumbrado a recibirlas, y quizás nunca lo estaría. Pero las apreciaba totalmente. Extendió una mano al que próximamente sería su cuñado.

—Gracias, hombre. Significa mucho.

Escaleras abajo, se encontraron al padre de Isabella, Charlie Swan, y al capitán de Edward en la estación de bomberos, Eleazar Denali, charlando amenamente. Ambos hombres se levantaron cuando entraron a la sala, Charlie yendo directo a recoger a su nieto.

—Déjame ver a este hombrecito. ¿Has tenido una buena siesta? —le preguntó a Jacob.

—La tuvo. El niño duerme como un campeón —dijo Edward.

—Eso es porque es todo un buen chico —susurró Charlie contra la mejilla de Jacob—. Y porque sabe que tiene unos padres asombrosos que siempre cuidarán de él.

Edward dio una palmadita a Charlie en la espalda, las palabras haciéndole demasiado difícil para responder. ¿Cómo demonios había tenido tanta suerte de encontrar a Isabella y su familia? Porque la familia era algo que pensó que quizás no tendría nunca más. Y a pesar de los momentos duros que Edward y Isabella habían pasado, su familia lo había recibido con ambos brazos y con el gran corazón que cada miembro del clan Swan parecía tener, incluso Jasper, quien no había sido tan receptivo al principio.

Con una gran sonrisa en su cara, Joe se giró hacia Edward y alargó su mano.

—No creo haberte visto nunca antes en un esmoquin.

—Lo sé —dijo Edward riendo—. Casi no me reconozco a mí mismo.

Joe apretó fuerte la mano de Edward.

—Bueno, yo te reconozco. Eres exactamente el hombre que siempre supe que eres, Edward. Y estoy jodidamente orgulloso de ti.

Sacudiendo su cabeza, Edward tuvo dificultades para aclararse la garganta.

Porque sabía que Joe estaba hablando más que de la ropa. Estaba hablando de la gran depresión por la que su capitán le había ayudado a pasar el invierno pasado, la que le había llevado casi al borde de perderlo todo. Que era por lo que Joe era la opción más clara para ser su padrino.

—Mierda —susurró Edward—. Tengo que agradecerte por eso.

—Siempre puedes contar con que esté a tu lado —dijo Joe, dándole una mirada aguda.

Edward asintió y pasó una mano sobre la cicatriz a un lado de su cabeza.

—También digo lo mismo —dijo Emmett, uniéndose a ellos.

—Todos lo hacemos —añadió Charlie.

Mirando a cada uno de los hombres, Edward asintió de nuevo, la habitación sintiéndose un poco como si se estuviera cerrándose alrededor de él. No por ansiedad exactamente, sino porque todavía era un novato en cuanto a lidiar con tanta emoción cruda… y que fuera de las buenas.

Abrumadora, pero buena.

—Ahora —dijo Charlie—. Mejor nos vamos. Mi niña te está esperando.

—Cierto —dijo Edward riendo—. Y la espera acaba hoy.

Parada en la pequeña habitación que daba al jardín del hotel, Isabella Swan era un manojo de nervios. Porque había pasado la primera noche apartada de su hijo. Porque estaba muriendo por volver a los brazos de Edward. Porque se casaba hoy. Bueno, en unos cuantos minutos, ahora.

—Te ves tan hermosa, Isabella. Tu madre estaría tan orgullosa de la mujer increíble en la que te has convertido —dijo la tía Maggie. Vestida con un vestido azul marino que hacía juego con sus ojos y con el cabello rojo parecido al de Isabella, Maggie era la opción obvia como su dama de honor. Después de que su madre muriera cuando Isabella tenía tres años, Maggie había ayudado a su padre con los cuatro niños Swan, siendo la única figura materna que Isabella recordaba de verdad.

—Gracias, tía Maggie. Eso significa mucho. Parte de mí desearía que esté aquí, pero parte de mí piensa que tengo tantas cosas buenas en mi vida que no debería desear ni siquiera una cosa más.

Isabella alisó sus manos sobre la falda llena de su vestido de novia. Sin mangas con un corpiño en forma de corazón y joyas de plata formando una faja alrededor de la cintura, el vestido la hacía sentir como una princesa.

—Te lo mereces todo —dijo Shima sonriendo, con un ramo de rosas amarillas en sus manos. Rosas amarillas, sólo un pequeño modo de recordar a la madre de Edward quién había perdido en un accidente hacía tantos años. Shima era la novia de Seth, y con todos los viajes que sus hermanos habían hecho para visitar al bebé durante el verano, Isabella y Shima se habían vuelto cercanas.

Casi como hermanas. Y Isabella esperaba fueran eso algún día.

Isabella apretó la mano de Shima.

—Eres la mejor. El próximo de estos eventos que asistimos podría ser el tuyo, ¿sabes? —Ella rio cuando Shima se sonrojó.

—Ya veremos eso —dijo ella, agachando la cabeza para que su elegante cabello negro caiga alrededor de su cara.

Afuera, la música cambió, la marcha de la boda dando la señal a Isabella.

—Oh. Es la hora.

—Sí, lo es —dijo Maggie—. Y tienes una hermosa familia esperando que empieces tu futuro.

—La tengo —susurró Isabella, la maravilla de todo eso casi quitándole el aliento.

El planificador de la boda abrió un juego de puertas francesas de cristal que daban fuera hacia el patio al aire libre revestido de ladrillos, con un pequeño jardín aislado en medio de la Vieja Ciudad de Alejandría.

Shima salió y marchó por el pasillo, luego Maggie.

Y entonces era el turno de Isabella.

Al momento en que cruzó las puertas, su mirada se clavó en la hermosa figura de Edward esperándola frente a un arco tejido con cintas y rosas. Su expresión pasó de seria a abiertamente maravillado de pura felicidad, su sonrisa sacando a relucir sus hoyuelos y haciéndole ver joven y tan despreocupado. Hizo que su corazón se sintiera demasiado grande para su pecho. Siempre le había provocado eso, ¿no?

Y, maldición, su hombre podía llevar un esmoquin. Entre sus amplios hombros y su ajustada cintura, el elegante traje negro encajaba como un guante y la hizo estremecerse de excitación. Este hombre iba a ser su marido. Este hombre iba a ser su para siempre.

La siguiente cosa que Isabella supo, era que estaba de pie en la parte delantera del pasillo, con sus ojos todavía fijos en Edward mientras su padre le daba la bendición a la pareja y la besaba en la mejilla.

Eleazar Denali y los hermanos de Isabella estaban de pie junto a Edward.

Una de las mayores alegrías de Isabella era cómo Edward había sido aceptado por tanta gente desde que se habían conocido. Él se merecía eso, y mucho más.

La mirada de Isabella buscó a Sean y lo encontró en los brazos de Emmett.

Llevando un enterizo que le hacía parecer estar vestido en un pequeño esmoquin, Jacob chupaba uno de sus puños. Casi se echó a reír de lo lindo que se veía el bebé a medida que tomaba la mano de Edward y subía al escalón que había frente a él. Su hijo iba a ser tan guapo como su padre, pero con sus ojos azules.

—Te ves muy hermosa, Isabella. Creo que me robaste el corazón — susurró Edward, sus ojos oscuros ardiendo hacia ella.

—Y tú te ves tan fantástico como siempre —le susurró de vuelta.

Las palabras del oficiante fueron preciosas, pero todo lo que Isabella quería era intercambiar los votos con Edward y proclamar públicamente que se pertenecían el uno al otro para siempre. Y entonces lo estaban haciendo.

Intercambiando anillos y haciendo promesas que durarían toda la vida. Isabella pensó que podría pasar la ceremonia sin llorar hasta que la voz de Edward se quebró con las palabras—: En las buenas y las malas. —Y entonces sus malditos ojos no pararían de filtrar incluso aunque no pudiera dejar de sonreír. Porque a veces la vida era tan buena que apenas podías asimilarlo todo.

—Les presento al señor y la señora Edward Cullen —dijo el ministro hacia los aplausos de la pequeña reunión—. Ahora, puedes besar a la novia.

La lengua de Edward sacudió el pequeño piercing junto a su labio inferior.

—He estado esperando esta parte.

—Lo has hecho, ¿cierto? —dijo Isabella justo antes de que los labios de Edward descendieran sobre los suyos, tiernos pero llenos de calor, un beso demasiado corto pero prometiendo más.

Prometiéndolo todo.

Se apartaron del beso llevando enormes sonrisas. Isabella agarró la solapa de Edward y lo empujó hacia abajo para poder susurrar en su oído.

—Ahora eres mío para siempre.

—Esa es la mejor cosa que he oído en toda mi vida, Isabella —dijo Edward, sus labios contra su mejilla.

Al bajar del estrado, los alborotos de Jacob se volvieron en un grito.

—Dámelo —le dijo Edward a Emmett—. Puede caminar con nosotros.

Cuando Jacob se acomodó en el pecho de Edward, Isabella no pudo contenerse. Ella se inclinó y abrazó a sus hombres, los tres formando un pequeño círculo de amor, familia y para siempre.

Juntos caminaron por el pasillo. Todos se pusieron de pie, aplaudiendo y celebrando por ellos. La familia de Isabella. La mayoría de los chicos de la estación de bomberos de Edward. David Talbot y los otros hombres que habían salvado la vida de Edward hacía quince años y que él había encontrado otra vez el invierno pasado cuando estaba luchando para encontrarse a sí mismo. Gente de la oficina de contabilidad de Isabella y algunas chicas con las que había ido a la universidad. No era una gran fiesta, pero eran todos y todo lo que necesitaban.

La recepción pasó en un feliz destello de brindis, bailes, fotos y momentos que rápidamente se volvieron recuerdos. Shima atrapó el ramo de Isabella. Y Emmett atrapó la liga que Edward había sacado de su muslo. Isabella estuvo absolutamente divertida con la reacción de ambos. Cuando alguien pidió Love in an Elevator de Aerosmith, la fiesta realmente se puso en marcha. Y bailaron hasta que los pies de Isabella dolieron y Edward se había despojado de su chaqueta y había enrollado las mangas, descubriendo los tatuajes que tanto amaba, y Sean se quedó dormido en los brazos de su abuelo a pesar del ruido.

—¿Ya estás lista para salir de aquí? —preguntó Edward, abrazándola por detrás.

Isabella se volvió en sus brazos y encontró sus ojos oscuros absolutamente en llamas. Su corazón aceleró a toda marcha.

—Más que lista.

Por supuesto, les tomó un tiempo despedirse y salir del salón, y no fue fácil dejar a Sean por segunda noche consecutiva. Pero Isabella sabía que estaba en buenas manos.

Y por esta noche, ella era toda de Edward. En cuerpo, mente y alma. Porque después de todo lo que había perdido, no se merecía nada menos. El corazón de Edward estaba martillando en su pecho a medida que dirigía a Isabella al ascensor. La suite de luna de miel estaba en el décimo piso del hotel, pero tenía que hacer una parada en el camino.

—¿Crees que todo el mundo lo pasó bien? —preguntó Isabella, su rostro radiante, animado y muy hermoso. Las puertas se cerraron.

—Sí —dijo Edward—. Creo que lo hicieron. Y yo también.

Isabella sonrió.

—Yo también.

Segundo piso. Tercer piso.

Edward extendió la mano y pulsó el botón de Detener.  El ascensor se sacudió hasta detenerse en algún lugar entre el tercer y cuarto piso. Justo donde se habían conocido un año antes. Sonó una campana de alarma, luego se interrumpió.

—Oh. ¿Qué estás…? —Isabella miró alternativamente entre el panel de botones y Edward—. ¿Por qué hiciste eso?

—Porque —dijo, tomando sus manos. Había arreglado esto con el gerente del hotel, pero no tenía mucho tiempo—. Tengo que decirte algo. Algo más que nuestros votos. Y quería hacerlo aquí.

—¿Estás bien, Edward? —preguntó, con un destello de preocupación en sus ojos celestes.

Edward retrocedió a Isabella contra la pared, acorralándola y atrapándola con una mirada fija.

—Dios, Isabella. Estoy mucho más que bien. Aunque este no es el ascensor en el que quedamos atrapados, pensé que un ascensor era el mejor lugar para hacerte algunas promesas adicionales.

Su expresión se volvió suave y tan llena de emoción. Por él.

—¿Qué?

Apartó un rizo rojo de su cara.

—Te prometo que siempre creeré en tu capacidad para ayudarme cuando esté atrapado… en un ascensor o mi propia mente.

—Oh, Edward —dijo, inclinando la cabeza mientras veía hacia él—. Lo haré.

Él asintió.

—Y prometo mantenerme sano para que así no tengas que ayudarme de esa manera.

—Creo en ti. Sé que lo harás —dijo ella, sus palabras un susurro tenso.

—Y prometo ser tu cable a tierra cuando la vida se vuelva difícil o pierdas algo importante para ti.

Porque ya has hecho eso por mí tantas veces.

Un rápido asentimiento, y luego sus manos se posaron en el pecho de él.

—Dios, te amo.

—También te amo. Y por eso quería que lo supieras. Quiero hacer una vida increíble para ti y Sean, para todos nosotros. Ya no tengo miedo. Y es por eso que quería atraparnos el tiempo suficiente aquí para hacértelo saber. —Edward le ofreció una pequeña sonrisa cuando una lágrima escapó de la esquina de uno de los ojos de Isabella. Él la capturó con el pulgar.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Edward.

—Oye, esa es mi línea —dijo.

Isabella rio entre dientes.

—No eres el único que encontró todo lo que siempre quiso.

Agarrando su cara, Edward se inclinó hacia abajo y reclamó la dulce boca de Isabella con un beso.

Los brazos de ella rodearon su cuello, empujándolo con más fuerza, más cerca. Era un beso lleno de promesas, compromiso y ternura, pero cuando Isabella gimió, el calor rasgó a través de la sangre de Edward.

—Te necesito tanto —dijo él.

Las manos de Isabella acariciaron la parte posterior de su cabeza a medida que asentía.

—No puedo esperar sentir a mi marido moviéndose dentro de mí.

—Cristo, Castaña. —Edward apuñaló el botón de Inicio mientras el deseo lo atravesaba. El ascensor se movió de nuevo, pero sus besos no esperaron. Lo que comenzó con dulzura ahora estaba lleno de abrasadora necesidad exigente.

Cuando las puertas se abrieron, salieron en el pequeño vestíbulo fuera de su habitación, sus cuerpos nunca separándose. Cuando el vestido de Isabella le hizo difícil caminar hacia atrás hacia la puerta, Edward la tomó en sus brazos.

Ella echó la cabeza hacia atrás y rio.

—¿Me estás llevando a través del umbral?

—Maldición, sí —dijo con un guiño. Y entonces él estaba empujando la puerta y llevándola a la preciosa habitación. A pesar de que no estaba a la altura de su esposa. Su esposa.

Era la primera vez que su cerebro había realmente absorbido la gravedad de esa palabra. E hizo que su necesidad por ella aumentara hasta que estaba conteniéndose de levantar todas esas faldas blancas preciosas. Pero, no. Ella se merecía más que eso. Se merecía ser atendida y saboreada. Esta noche y siempre.

 Pero eso no significaba que podía reducir la velocidad.

—Date la vuelta —dijo, girándola de modo que se enfrentara a su espalda.

Ella recogió su cabello fuera del camino y él trabajó en la fila de minúsculos botones, besando la piel pálida que revelaba a medida que los abría uno por uno.

Cuando terminó, la ayudó a dar un paso fuera del vestido y lo colocó reverentemente sobre la tumbona en la esquina.

Cuando se dio la vuelta una vez más, él se detuvo en seco al encontrarla usando un sujetador blanco de satén sin tirantes y unas pequeñas bragas con intrincados bordados de color azul claro y ribeteado.

—Dios, eres impresionante.

Isabella llevó su mano detrás de la espalda y desabrochó el sujetador, luego lo dejó caer por sus brazos.

—Y tú eres el hombre más sexy que he visto en mi vida —dijo mientras se acercaba a él. A medida que ella le quitaba su camisa, la excitación inundó las entrañas de Edward. Porque tenía otra sorpresa para ella. Supo el momento en que ella lo vio—. Edward, este es… tienes un tatuaje nuevo. —Sus ojos se precipitaron a los suyos.

Edward sonrió aun cuando su pene ansiaba su apretado calor.

—Para ti. Otra promesa.

A través de su corazón, justo debajo de la rosa amarilla que había conseguido por su madre años atrás, él había tatuado en color negro en su piel: IX.XXII.MMXII hasta la muerte Isabella besó la piel todavía tierna.

—Y ni un momento antes.

El corazón de Edward se hinchó en su pecho.

—Maldición, te quiero tanto, Pelirroja.

Ella agarró su mano y lo llevó a la cama. Y entonces él estaba tendiendo a Isabella, dejando al descubierto su piel, dejando al descubierto la suya, hasta que todo lo que los separaba eran sus latidos.

Con su pene duro arrastrándose contra sus suaves piernas, Edward besó su camino hacia abajo por el cuerpo de Isabella. Lamió sus pezones. Colocó pequeños mordiscos juguetones que la hicieron retorcer sus costillas.

Y por último, acarició su rostro contra el triángulo de vello rojo en la parte superior de sus muslos.

No podía dejar de recordar esa primera noche que ella lo había invitado a entrar… a su casa y a su cuerpo. Y maravillarse en este momento lo lejos que habían llegado.

Pero ahora no era el momento para recuerdos.

Abriendo a Isabella para él, Edward instaló sus hombros entre sus muslos, necesitando darle placer.

Queriendo darle todo. La besó en el interior de ambos muslos hasta que la mano de Isabella cayó sobre su cabeza.

—Por favor —dijo ella con voz ronca.

No podía soportar que ella rogara por lo que estaba más que dispuesto a dar. Colocó firmes y extensas lamidas de su lengua desde su apertura hasta su clítoris. Y luego otra vez. Y otra vez.

La otra mano de ella cayó sobre su cabeza, la desesperación evidente en su fuerte agarre.

Chupó su clítoris en su boca y lo atormentó con su lengua. Intensamente.

Insistentemente.

Una mano se alzó para jugar con sus pezones mientras la otra presionaba su vientre hacia abajo, obligando a sus caderas a inclinarse en alto hacia su exigente boca.

Sus caderas se mecieron a medida que sus manos sostenían su cabeza con más fuerza, y entonces ella gritó su nombre y se vino retorciéndose debajo de él.

Y fue jodidamente glorioso.

—Eso fue demasiado rápido, castaña. Creo que puedes hacerlo una vez más —dijo, observando su cuerpo.

—Mi corazón podría detenerse —respondió, su rostro rompiéndose en una sonrisa.

Sacudió la cabeza.

 —Nah. Incluso si lo hace, podría conocer a un paramédico que podría comenzar de nuevo —dijo y le guiñó un ojo.

Isabella se echó a reír.

—Te quiero dentro de mí.

Él besó su clítoris.

—Entonces córrete otra vez y podrás tenerme.

—Mierda, Edward —dijo, su cabeza cayendo contra la cama y su cuerpo arqueándose.

Los volteó para que ella se sentara a horcajadas sobre su rostro.

—Úsame. Monta mi boca hasta que te vengas.

Agarrando su cabeza con una mano y apoyándose en la cama con la otra, Isabella balanceó sus caderas de modo que su clítoris se frotara contra su lengua y labios. Él la agarró del culo y la ayudó a moverse, presionándola hacia abajo, haciéndole saber que podía soportar su peso. Un gemido arrancó desde su garganta que le hizo agolpar la sangre directo hasta su polla, especialmente cuando ella se meció con más fuerza y contuvo la respiración.

Él gruñó contra su suave carne y rodeó sus caderas con sus brazos para que así quedara atrapada en su lugar. Y entonces chupó su clítoris tan frenéticamente que el orgasmo la dejó sin aliento y la hizo colapsar encima de él.

Lamiéndose los labios, Edward volvió su aligerado cuerpo para que así ella se tumbara sobre su espalda debajo de él.

—Eso sonó muy bien.

—Jodidamente delicioso —dijo ella, sus ojos suavizándose con satisfacción.

—Sí, lo estabas. —Él sonrió y la besó, permaneciendo sobre sus labios hasta que estuvo casi mareado de deseo. Tomando su polla en mano, Edward acarició su erección, su cabeza y puño chocando contra la entrada de Isabella— . No dejes que te lastime. —Cuando sus horarios, su energía y el sueño de Jacob lo permitieron, se habían amado muchas veces desde el nacimiento de su hijo, pero Edward no había estado dentro de Isabella desde entonces. Habían querido guardar sus cuerpos para venirse completamente juntos de nuevo por primera vez como marido y mujer.

—No lo harás. Estoy tan lista para ti. Hazme el amor, Edward —dijo Isabella.

En respuesta, empujó dentro de ella, centímetro por centímetro abrasadoramente caliente. Y era como volver a casa.

—Mierda, se siente tan bien. Siempre es tan jodidamente increíble.

Isabella gimió y envolvió sus piernas alrededor de su espalda, sosteniéndolo firmemente, forzándolo a un lento y profundo ritmo que los tuvo a ambos jadeando hasta que los únicos sonidos en la habitación eran sus exhalaciones febriles y el suave roce de piel contra piel.  Edward envolvió sus brazos bajo los hombros de Isabella y se encorvó alrededor de ella, deseando profundizar, necesitando ir más profundo.

—Maldición, no quiero que esto termine nunca.

—No te detengas. Dios, no te detengas —murmuró Isabella, la excitación tensando su voz—. Vas a hacerme venir otra vez.

Sus caderas embistieron contra ella con más fuerza, más rápido, y él presionó los labios contra su oído, sabiendo que amaba sus palabras.

—Hazlo. Vente sobre mí. Muéstrame lo que te provoco, Pelirroja. Mierda, córrete sobre mí.

Un gemido agudo arrancó de la garganta de Isabella y su cuerpo se tensó.

—Cristo, eso es. Exprime mi polla con más fuerza —dijo con un gemido. Y

luego el cuerpo de Isabella lo estaba empuñando una y otra vez hasta que Edward casi quedó extasiado de la maravilla en ello.

—Quiero que… te vengas en mí —dijo Isabella, con la voz entrecortada, sus piernas cayendo a su alrededor—. Quiero sentir a mi marido vertiéndose dentro de mí.

Sus palabras se dispararon por su columna vertebral y le hizo entrar en ella con más ganas, su piel chocando contra la suya, su excitación tan apretada como un sacacorchos.

—Eres mía, para siempre —gruñó entre dientes.

—Y tú eres mío —respondió ella.

 El sentimiento exploto a Edward en un millón de piezas y lo ensambló como un hombre nuevo.

Un hombre que jamás tendría que caminar solo otra vez. El orgasmo continuó hasta que Edward se mareó un poco y su cuerpo se estremeció. Y luego apoyó su peso encima de Isabella y la abrazó en un abrazo de cuerpo entero.

—Nunca te dejaré ir.

—Bien —dijo, acariciándole la espalda—. No te dejaría aun si lo intentaras.

—Todavía me encanta ese ascensor, Isabella —dijo, presionando un beso en el pulso que corría en su cuello.

Ella rio.

—También me sigue encantando ese ascensor.

Permanecieron así hasta que finalmente se quedaron dormidos. Y luego se encontraron una y otra y otra vez. Toda la noche.

Y aunque su historia comenzó como dos corazones separados en la oscuridad, su futuro sería plenamente en la luz. Bueno, Edward no era tan diferente de un hombre que no sabía que la oscuridad a veces regresaba. Nadie estaba destinado a morir con sus corazones todavía intactos.

Pero cualquier cosa que surgiera, lo harían juntos.

Presionó un suave beso en la frente de Isabella, sin querer despertarla.

—Tú y yo, hasta el final. En la oscuridad y en la luz.

Sus ojos se abrieron y todo su rostro inmediatamente se llenó con una sonrisa.

—¿Dijiste algo?

Edward sonrió y sacudió la cabeza.

—Sólo que te amo.

 

FIN

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hola a todos les dejos el final de esta adaptacion se que tarde mas de lo necesesario en actualizar pero ya ven que han pasado muchas cosas ahora la proxima adaptacion sera en fanfiction pronto subire un adelanto de cual sera nops vemos protno y muchas gracias por sus comentarios.

Autora: Laura Kaye

libros: Corazones En La Oscuridad

 Amor A Plena Luz

Forever in the Light


8 comentarios:

brigitteluna dijo...

Ame de corazón está historia valió la pena la espera

saraipineda dijo...

Wauuuuu me encanta una superrrrrrrr historia graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

Anónimo dijo...

MUCHAS GRACIAS UNA HISTORIA MUY BONITA

TataXOXO dijo...

Muchas gracias linda!!! Esta historia fue hermosa y a pesar de todos los problemas que hubo, el final fue muy bonito, muchas gracias por compartirla con nosotras!!!
Besos gigantes!!!
XOXO

Brigittehdms dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Brigittehdms dijo...

Me a gustado mucho la historia, muchisimas gracias por la daptacon.=)

beata dijo...

Gracias por esta historia tan hermosa, espero la próxima en lo que puedas-

ana1476 dijo...

Gracias gracias me encantó esta adaptación!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina