jueves, 21 de mayo de 2020

capitulo 19 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 19
El año nuevo no había convertido a Edward en un hombre nuevo, pero al menos estaba comiendo más, duchándose a diario y, en general, funcionando como una persona adulta. Gracias a Eleazar. Y a dos sesiones a la semana con el doctor Ward durante las últimas tres semanas. Y a las maravillas de los fármacos modernos.

Básicamente, se sentía como si estuviera escalando lentamente una cuesta empinada, cargado con un pedrusco enorme a la espalda; pero al menos estaba progresando. Eso en sí ya era una victoria. Y estaba intentando acordarse de felicitarse cuando hacía algo bien. Poco a poco, joder. Se trataba de ir poco a poco.


Sentado en la Cama de la habitación de invitados de Eleazar, Edward arrastró una caja llena de cartas sin abrir y se la puso delante. Eleazar las había ido a buscar a la casa adosada tras su turno el día anterior. Ahora que Edward estaba triunfando en lo que a tareas diarias se refería, era hora de intentar lidiar con otras partes clave de su vida. Como pagar la hipoteca. Y mantener el contrato con la compañía eléctrica para que no le apagaran la calefacción. Lo último que necesitaba era regresar a casa tras su estancia con los Denalli y descubrir que las tuberías habían estallado y que el sótano estaba inundado.

Organizó los contenidos de la caja. Factura, factura, factura. Propaganda, propaganda, propaganda. Revista, revista. Una invitación a la boda de uno de los compañeros del parque de bomberos. Más facturas, algunas de ellas muy atrasadas. Toneladas de propaganda de mierda. Una postal de Navidad.

Tuvo que leer la dirección del remitente varias veces para creerlo.

Un christmas de Isabella.

La contempló durante un largo rato. Edward la había abandonado... ¿Y ella le mandaba un christmas?

El estómago le dio un vuelco. Dio la vuelta al sobre. Observó la solapa sellada. Finalmente, lo abrió.

La postal lo hizo sonreír de verdad; ni siquiera recordaba la última vez que había sonreído. Mostraba la imagen de un niño rubio con expresión abatida vestido con un disfraz de conejito rosa, con el mensaje «¡parece como un conejo de pascua!».

De Una historia de Navidad. Todo un clásico.

Isabella tenía que ser.

La sonrisa desapareció tan rápido como había aparecido. Podrían haber visto la película juntos, compartiendo los momentos de humor absurdo como siempre hacían. Es más, podrían haber pasado las Navidades juntos. Su primera Navidad. Si Edward no la hubiera jodido con todas las de la ley.

¿Cuántas partes más de su futuro y su presente permitiría que su pasado destruyera?
Mierda.

Respiró hondo. «Concéntrate en tu objetivo, Cullen.» Mejorar. Recuperarse. Reconstruir su vida. Arreglar las cosas que había estropeado.

Dudó un momento más, pero finalmente desdobló la postal. No había texto impreso en el interior, solo un texto escrito a mano por Isabella, en su letra sinuosa.

Hola, Edward:
Solo quería que supieras que todavía pienso en ti. Y, si me necesitas, estoy a tu disposición. No puedo decirte que entiendo lo que ocurrió entre nosotros, pero puedo prometerte que estoy dispuesta a escucharte. No me merezco a alguien mejor, porque, para mí, no hay nadie mejor que tú.
Todavía me encanta... el ascensor.
Feliz Navidad.

Isabella.

Edward leyó el texto una y otra vez, hasta que memorizó cada palabra. Todavía recordaba claramente la voz de Isabella diciendo «me encanta... el ascensor», aquella noche en la que se habían conocido. Tras pasar horas atrapados en el cubículo y disfrutar del sexo más increíble de su vida, lo había invitado a pasar la noche en su apartamento. Cuando se acurrucó en sus brazos, había soltado «me encanta...», y entonces había disimulado añadiendo «el ascensor». A Edward le había parecido gracioso. Le había dado la esperanza de que quizás ella también sentía la misma química disparatada que él notaba entre los dos. Y en los siguientes días y semanas, había parecido ser así.

Hasta que, en algún lugar del Camino, Edward había dejado de confiar en sí mismo, en la situación, en su felicidad y quizás incluso en ella. Se recostó hacia atrás, golpeando el cabecero de la Cama con su cabeza hueca. En aquel momento, no le habría sorprendido si una bombilla de dibujos animados apareciera flotando sobre su cabeza. Había dejado de confiar en que Isabella no lo abandonaría. Así que la había abandonado él.

Edward había dado vida a sus peores temores.

Menudo puto genio.

Exhalando lentamente, acarició la postal con las yemas de los dedos, recorriendo las palabras. «Para mí, no hay nadie mejor que tú.» ¿Era posible que lo creyera de verdad? Y ¿sería posible que Edward se recuperara lo suficiente para creerlo él también?

Agarró el sobre y examinó el matasellos: había mandado la postal el veinte de diciembre. Casi cuatro semanas antes. Sabía que desear que Isabella lo esperara, o que esperara a que se mejorara, era demasiado pedir. No solo para ella, sino para los dos. Sobre todo cuando no tenía manera de saber que Edward estaba intentando reencontrarse a sí mismo, para ganarse la oportunidad de volver junto a ella.

Volvió a observar lo que había escrito. Una vez, dos veces. Edward tragó saliva, pese al nudo que tenía en la garganta.

—Oh, Castaña. A mí también me sigue encantando el ascensor —susurró.
*   *   *
Una semana más tarde, Edward regresó al trabajo y a la casa adosada. Había pasado casi seis semanas apartado de todo, y estaba empezando a perder la cordura tras tantas horas sentado en casa de Eleazar, sin hacer nada. Había llegado el momento de buscarse la vida. En particular, la vida que había abandonado.

Siendo sincero, estaba nervioso de cojones cuando entró de nuevo en el parque de bomberos. No le cabía duda de que los rumores acerca de lo que le había ocurrido ya se habrían extendido, especialmente teniendo en cuenta que había estado en pésima forma durante sus últimos turnos. Y si algún compañero todavía no tenía ni idea de lo que había pasado se haría una idea solo con mirarlo: aunque había recuperado cinco kilos, seguía pesando veinte menos que a principios de diciembre.

Quizá se había convertido en una sombra de lo que había sido, pero al menos ya no era una fantasma.

Nunca más lo sería.

Pero sus nervios tendrían que aguantarse, porque Edward necesitaba trabajar. No solo por el dinero, sino porque genuinamente sentía la necesidad de ayudar a los demás. Ahora mismo estaba decidido a concentrarse en las cosas que se le daban bien, y su trabajo era lo primero de la lista. Eso, al menos, podía admitirlo.

Pronto descubrió que no tenía por qué estar nervioso.

Cada uno de sus compañeros se alegró de su retorno. Es más, el día fue una maratón de emergencias, llegando una tras otra, pero todo funcionó a la perfección. Al terminar su turno, Edward se sentía un gigante. El día le había proporcionado el subidón de autoconfianza que necesitaba.

Y también le había dado una pequeña esperanza.

Si era capaz de volver al trabajo en plena forma, eso significaba que quizá, solo quizá, sería capaz de arreglar otras facetas de su vida. Por encima de todo lo demás, quería arreglar las cosas con Isabella.

Pensar en ella lo entristecía, pero ya no le hacía sentir culpa, miedo y falta de merecimiento. No, la tristeza surgía del vacío creado por su larga separación, por la ausencia de Isabella en su vida. La echaba tanto de menos que a menudo sentía dolor en el pecho al pensar en ella, como si hubiera dejado una parte de sí mismo en sus manos. Y no le cabía duda de que así era.

Solo necesitaba un poco más de tiempo. Un poco más de tiempo para mejorar. Un poco más de tiempo para hacer las paces con su pasado. Un poco más de tiempo para convertirse en el hombre que Isabella se merecía y que Edward quería llegar a ser.

Solo un poco más de tiempo.
*   *   *
Unas noches más tarde, Edward estaba sentado ante la mesa de la cocina, organizando las facturas, cuando de repente se sorprendió contemplando el tatuaje del dragón que tenía en la mano derecha.

Lo veía cada día, claro. Pero, por algún motivo, hacía mucho tiempo que no se fijaba en él. Había olvidado por qué decoraba su brazo.

El tatuaje había sido una declaración y una promesa. Una declaración para sí mismo, asegurándose que había conquistado sus miedos, y una promesa para su hermano, Sean: Edward prometía ser fuerte, Edward no malgastaría el tiempo amilanado por sus miedos cuando a Sean le habían arrebatado la oportunidad de vivir.

—Se me olvidó ser el dragón, Jacob. Pero no volverá a ocurrir —dijo en voz alta.

Lo cual le dio una idea.

Llamó por teléfono, tuvo suerte al pedir hora, y se largó de la casa adosada.
Edward entró en Heroic Ink veinte minutos más tarde.

—Me alegro de que hayas llamado, amigo —dijo Heath, tendiéndole la mano—. Hemos tenido un día aburrido de cojones.

Edward le estrechó la mano.

—Pues todos ganamos, porque tenía muchas ganas de venir hoy.

—Bueno, pues ven a la parte trasera y pongámonos manos a la obra —dijo Heath—. ¿Hoy vienes solo?

—Sí —respondió Edward. La referencia a la presencia de Isabella no lo entristeció ni lo hizo sentirse arrepentido por una vez, sino que aumentó su confianza en lo que estaba a punto de hacer. Porque, claramente, necesitaba un recordatorio nuevo, una declaración nueva, una promesa nueva. Y los tatuajes siempre habían formado parte de su proceso de aceptación y sanación.

—Dime qué tienes pensado —dijo Heath, indicando con la mano hacia la silla junto a su mesa de trabajo.

—Quiero un texto. En el antebrazo izquierdo, tan grande como puedas.

Mientras se sentaba, Edward le entregó la hoja de papel en la que lo había garabateado antes de bajarse del Jeep. Heath asintió.

—¿Le ponemos elementos decorativos? ¿Flores, lazos, filigranas? ¿Tienes alguna idea de la tipografía que quieres?

—Estoy abierto a sugerencias. Tú ya sabes lo que queda bien, y siempre me gustan las cosas que se te ocurren. Mientras las palabras estén claras y sean el foco de atención del tatuaje, estaré contento —respondió Edward.

—Dame diez minutos para hacerte un esbozo —dijo Heath, abriendo su ordenador portátil. No le hicieron falta diez minutos—. ¿Qué te parece algo así?

La mirada de Edward recorrió el diseño que aparecía en la pantalla. Era diferente a lo que había imaginado, así que, naturalmente, era perfecto.

—Hazlo. Exactamente así.

El primer contacto con las agujas fue como un bálsamo para su alma. Siempre le había encantado la sensación de recibir un tatuaje. Le gustaba el dolor, porque le recordaba que estaba vivo. Soportarlo siempre lo hacía sentirse más fuerte. Y con cada nuevo tatuaje le parecía haber añadido una pieza nueva a la armadura que llevaba una vida entera creando.

Esta vez no fue distinto.

Lo que Heath había diseñado era intrincado, y las letras, bien hechas, tomaban tiempo, así que Edward pasó un buen rato allí. Pero estaba satisfecho como el que más. Aunque los tatuajes en el antebrazo duelen como unos hijos de puta.

Unas dos horas y media más tarde, Heath se apartó.

—Ya hemos terminado.

Edward no había querido mirar durante el proceso, porque quería esperar para absorber el efecto completo de la obra terminada. Ahora, lo observó.

Palabras negras en una tipografía solida descansaban, en ángulo, en su antebrazo, en grupos de dos. Desde la muñeca hasta el interior del codo, aparecía el mensaje: «Una vida / Una oportunidad / Sin arrepentimientos».

Rosas rojas abiertas decoraban el principio y el final de las palabras y se extendían alrededor de su brazo, mientras que filigranas negras y rojas surgían de algunas letras y se enroscaban alrededor de las flores. El centro de la rosa de más abajo se convertía en un reloj con números romanos, y la manera en la que Heath había combinado los elementos era fenomenal.

Edward había sobrevivido al accidente catorce años antes, pero nunca había entendido por qué. Nunca había sentido que tuviera algo por lo que seguir viviendo. Conocer a Isabella lo había Cambiado todo, por mucho que Edward hubiera estado demasiado anclado al pasado para comprenderlo. Pero ahora que estaba esforzándose tanto para recuperarse, lo veía con una claridad sorprendente.

Edward quería tener la oportunidad de compartir su vida con Isabella. Y aunque sabía que existía la posibilidad de que no quisiera saber nada de él después de lo que le había hecho, al menos tenía que intentarlo.

—Un trabajo fantástico como siempre, Heath. Gracias —dijo Edward.

—Cuando quieras. Espero que sea lo que necesitabas —dijo Heath, inclinándose hacia él para vendarle el tatuaje.

—Yo también —respondió Edward—. Yo también.

Y, aunque todo seguía siendo incierto, Edward no pudo evitar maravillarse ante la mejora que había experimentado en las últimas seis semanas. Porque allí, sentado y con el brazo dolorido, Edward tenía una sensación de ligereza en el alma que no había sentido jamás, y todo porque había renovado su promesa a Jacob.

Y, lo más importante, a sí mismo.

3 comentarios:

saraipineda dijo...

Bueno x finnnnnnn sacando fuerzas de donde no se ojala le sirva de impulso para salir adelante graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

Anónimo dijo...

Al fin vemos luz en y fuerza en el camino de Edward, muchas gracias apenas poniéndome al corriente, gracias por el capítulo.

TataXOXO dijo...

Por lo menos Edward ha mejorado, pero cuando se entere que Bella está embarazada, espero que no la deje otra vez!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina