—Creo que este es el
mejor San Valentín de mi vida —dijo Isabella, sentada en una mecedora mientras
Edward apretaba el último tornillo de la cuna del bebé. ¿Acaso había algo más
romántico que ver al padre de su hijo dedicándose en cuerpo y alma a la
decoración de la habitación del niño? Llevaban horas poniéndola a punto, y
ambos estaban más que satisfechos de pasar aquel día, que existía para celebrar
el amor, juntos en casa.
Habían decidido
decorar la habitación en tonos rojos, amarillos y azules, con detalles de
bomberos y perros dálmata. Los instintos de Isabella no se habían equivocado:
era un niño. A Edward se le habían llenado los ojos de lágrimas al ver la
ecografía y recibir la noticia, lo cual había sido una de las cosas más tiernas
que Isabella había visto jamás.
La sonrisa de
Edward sacó a relucir sus hoyuelos.
—¿Ah, sí? Creo que
para mí también.
Isabella tomó un bombón
de la enorme caja que Edward le había regalado, se lo metió en la boca y
observó lo que antes había sido la habitación de invitados. Se había mudado a
la casa adosada una semana después de que le dieran el alta. Edward había
insistido, y la había estado mimando tanto que Isabella se había enamorado aún
más de él.
—Bueno —dijo
Edward—. Ya está lista.
Se levantó, puso la
cuna contra la pared y colocó el colchón en su interior.
—Está quedando
fantástica —dijo Isabella, levantando la vista hacia el móvil del bebé, del que
colgaban un casco de bombero, un dálmata, una boca de incendio y un Camión de
bomberos—. Es una habitación monísima.
—Tengo una idea
—dijo Edward. Salió de la habitación y regresó al cabo de un momento con el
osito de peluche que Isabella le había regalado meses atrás—. Creo que este
muchacho debería quedarse aquí. El primer osito del niño. Cortesía de su mamá y
su papá.
—¿Te he dicho ya lo
tierno que eres? —le preguntó Isabella mientras Edward ponía el peluche en la
cuna.
Edward le dedicó
una sonrisa algo avergonzada y se arrodilló ante Isabella.
—Nuestro hijo se lo
merece todo —dijo. Le plantó un beso en la tripa. Isabella todavía no tenía la
barriga muy grande, pero el embarazo era obvio—. Y tú también.
Isabella le pasó
una mano por el pelo corto.
—Los tres nos lo
merecemos —dijo—. Y ya lo tenemos.
Inclinándose hacia
ella, Edward le puso una mano en la mejilla y la besó, en una mezcla lenta de
labios y lenguas suaves.
—Eres deliciosa,
joder —dijo.
—¿Ah, sí? —susurró Isabella,
rodeándole el cuello con los brazos.
Edward asintió y la
besó con más fervor. Entonces trazó un Camino de besos por la mejilla y la
mandíbula hasta su oreja.
—Verte hacer de
«manitas» por la casa es muy atractivo —dijo Isabella, sonriendo.
Edward sofocó una
risa contra su cuello.
—Te gusta, ¿eh?
—Me encanta
—contestó ella, asintiendo.
—Pues cuando
quieras que clave un clavo, solo hace falta que me lo digas —dijo Edward.
Isabella se echó a
reír.
—Eso lo quiero
siempre, Edward, ¿no lo sabías?
Con una sonrisa
pícara, Edward se levantó y la puso en pie. Besándola de nuevo, la guio por la
puerta de la habitación del niño y hacia la suya. Había una montaña de cajas de
mudanza apiladas contra una pared: estaban colocando las cosas de Isabella sin
prisa, pero sin pausa.
—Dime lo que
quieres —dijo Edward, con una mirada ardiente en los ojos oscuros.
—Te quiero a ti
—contestó Isabella, quitándose la Camiseta—. Solo a ti.
Edward le besó el
hombro, la curva del pecho y el pezón a través del sujetador.
—Ya me tienes
—dijo—. Soy tuyo desde el principio.
Le desabrochó el
sujetador y le lamió un pezón y luego el otro.
No tardaron mucho
en estar los dos desnudos en la Cama, con Edward empujándola contra el colchón.
Se arrodilló y la agarró por los muslos para que se abriera de piernas. La
expresión que tenía en la cara al inclinarse era de pura glotonería masculina.
Le besó los muslos, la cadera y la piel justo por encima del vello del pubis,
volviéndola loca y haciendo que lo deseara aún más. Entonces le plantó un beso
firme sobre el clítoris, y Isabella no pudo reprimir una sacudida de caderas.
—¿Quieres que ponga
la boca aquí? —preguntó, acariciándola con el aliento en su lugar más sensible.
—Dios sí —dijo
ella, clavando la mirada en él. Joder, pero qué atractivo era; sus hombros
anchos llenaban el espacio entre sus muslos, y su rostro decidido la observaba
con una intensidad increíble.
—Dilo —contestó
Edward—. Dime lo que quieres.
—Quiero que me
hagas correrme con la boca —gimió Isabella.
—Joder, sí —dijo, y
se lanzó sobre ella. Lamiendo y chupando sin piedad, volviéndola loca. La
penetró con un dedo grueso, y luego con otro, moviéndolos en su interior
mientras le devoraba el clítoris y lo estimulaba con la lengua. Los piercings que tenía en el labio se clavaban contra su carne,
una sensación que siempre la llevaba al límite.
Isabella gritó y le
agarró la cabeza, sujetándolo contra ella, presionándolo.
—Dios, voy a
correrme ya.
Edward gruñó para
expresar su satisfacción, lamiéndola más rápido, con más furia.
Isabella contuvo el
aliento mientras el orgasmo estallaba en su interior, recorriéndola en oleadas.
—Joder —dijo con la
voz ronca.
—Otra vez —dijo
Edward, con una mirada traviesa y la ceja con el piercing
arqueada. Dobló los dedos que seguían en su interior y acarició un punto que
hizo que a Isabella le pareciera estar volando.
—Dios —gimió—. Me
encanta eso que estás haciendo.
Edward siguió
trabajando con los dedos en lo más hondo de su ser, mientras le pasaba la
lengua por el clítoris, rápido y decidido. Alargó la otra mano y la puso sobre
su pecho, y con los dedos se dedicó a acariciar y pellizcar sus pezones
sensibles. El cuerpo de Isabella volvió a estar listo en un momento, y una
mezcla de amor, excitación y deseo por aquel hombre la recorrió entera. Aquel
hombre tan guapo, tierno y atormentado. Su Edward.
—Sí, sí, sí —dijo,
moviendo las caderas, con el pulso desbocado.
—Córrete en mi
lengua, Isabella —dijo Edward entre dientes—. Quiero que te corras.
El deseo y la
excitación que oyó en su voz la llevaron al límite. Y entonces dobló los dedos
para acariciar aquel punto tan sensible una y otra vez.
Isabella se corrió
con un grito; el cuerpo le temblaba y la habitación daba vueltas a su
alrededor. Resultó que el sexo durante el embarazo tenía sus beneficios: le
resultaba más fácil disfrutar de múltiples orgasmos, que parecían mucho más
intensos. Isabella alargó las manos hacia Edward.
Este gateó sobre
ella y la recostó contra los cojines, hasta que pudo reposar entre sus piernas
abiertas.
—Te quiero tanto,
joder —dijo Edward, agarrándose el miembro con la mano. Se inclinó y la besó,
un gesto urgente, lleno de calor, amor y deseo. En un instante, la estaba
penetrando profundamente.
—Yo también te
quiero —suspiró Isabella, arqueándose bajo su peso. Nunca se cansaría de oírlo
pronunciar esas palabras. Encontrarlo en el ascensor había sido un regalo del
cielo.
Con los brazos
apoyados a ambos lados de la cabeza de Isabella, Edward estaba moviendo las
caderas en un ritmo lento e intenso. Bajó la mirada hacia donde su cuerpo
desaparecía en el de ella.
—Cómo me pone
mirarte —dijo con la voz ronca—. Me encanta estar dentro de ti.
Isabella recorrió
sus costados musculados con las manos hasta que le alcanzó el trasero, que
tenía en tensión.
—Más fuerte
—susurró. Necesitaba más, lo necesitaba entero.
—No quiero hacerte
daño —contestó Edward.
—No me harás daño
—dijo ella—. Te necesito.
—Joder —replicó
Edward, dejando que su peso quedara sobre ella. Deslizó las manos bajo las
nalgas de Isabella, Cambiando el ángulo de sus caderas, y se entregó a la
tarea: rápido, duro, delicioso. Con cada impacto frotaba contra el clítoris de
Isabella, hasta que esta estuvo jadeando y clavándole las uñas en los hombros.
—Soy tuyo, Castaña,
¿lo sabes? —le susurró al oído—. No hay ninguna parte de mí que no sea tuya.
Las palabras le
llenaron el corazón e hicieron que su alma volara.
—Yo siento lo
mismo, Edward. Lo eres todo para mí.
—Mierda —gruñó,
moviendo las caderas más rápido—. Es demasiado bueno.
Isabella cruzó las
piernas alrededor de sus caderas y le clavó los talones en el trasero.
—Córrete dentro de
mí. Quiero sentirlo.
Edward empezó a
mover las caderas en un círculo, y la nueva sensación la empujó al borde del
orgasmo.
—Dios.
—¿Sí?
—No pares —susurró
Isabella—. No pares.
—¿Vas a correrte
para mí de nuevo? —pregunté, besándole la oreja.
No pudo hacer más
que gemir de satisfacción mientras una sensación deliciosa aceleraba en su
vientre.
—Dios, que estrecha
estás —dijo Edward con voz ronca.
Y entonces Isabella
estaba gritando y corriéndose, aferrándolo con todo su cuerpo.
—¡Sí, Isabella, sí!
Me corro, joder—dijo, con la voz grave. Su rabo palpitaba en su interior
mientras el movimiento de sus caderas aflojaba el ritmo y daba una última
sacudida
Cuando sus cuerpos
volvieron a relajarse, Edward salió de su interior y se tumbó en la Cama,
agarrando a Isabella para que esta quedara casi sobre de él. Le pasó un brazo
alrededor del hombro y la sujetó contra sí.
—Nunca pensé que
algún día tendría todo esto, Isabella —dijo, dándole un beso en la frente—. Es
más de lo que habría podido desear —añadió. La tomó por la barbilla y la hizo
levantar la cara para poder mirarla a los ojos, y Isabella nunca había visto su
mirada tan brillante y relajada. Desde que se habían mudado juntos, le había
contado todo lo que había hecho para mejorar su salud mental mientras habían
estado separados. Isabella estaba de lo más orgullosa de él, estaba orgullosa
de que hubiera tenido el coraje de enfrentarse a tanta oscuridad y, aun así,
encontrar la luz—. Tú eres más de lo que podría haber deseado.
Isabella le
acarició la cicatriz de la cabeza, con el pecho tan lleno de amor por ese
hombre que no estaba segura de cómo lograba contenerlo en su interior.
—Voy a dedicar el
resto de mi vida a hacerte feliz.
Edward la tomó de
la mano y le dio un beso en la palma.
—¿No te has dado
cuenta, Castaña? Ya me haces feliz.
1 comentario:
Awww que ternura!!! Edward por fina cepto su vida juntos, que están bien y felices!!! Es lindo verlos tan entregados al nuevo embarazo!!!
Besos gigantes!!!
XOXO
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