5 meses más tarde.
—Oh, Isabella. Está sano y es guapísimo y
perfecto —dijo la doctora Lyons, cuando su hijo llegó al mundo. El niño se puso
a llorar, y el sonido se adentró en el corazón de Edward y lo llenó como nada
lo había hecho en su vida. ¿Cómo era posible que tuviera tanta suerte?
—Buen trabajo,
Isabella —dijo Edward, dándole un beso en la mejilla húmeda—. Lo has logrado.
Estoy orgulloso de ti.
—Ya lo tenemos aquí
—contestó Isabella, agarrándole la mano con fuerza—. Lo tenemos aquí de verdad.
La doctora tumbó al
bebé sobre el vientre de Isabella y le pinzó el cordón umbilical, mientras una
enfermera lo secaba y le colocaba un gorro a rayas en la cabecita. Dios santo,
que pequeñín era. Pequeñín, precioso e increíble.
—¿Te gustaría hacer
los honores? —le preguntó la doctora a Edward, tendiéndole las tijeras.
—¿Sí? —preguntó
Edward, sonriendo. Isabella le devolvió la sonrisa y asintió, y Edward cortó el
cordón umbilical.
Cuando terminó de
secarlo, la enfermera envolvió al recién nacido en una manta y lo levantó para
que Isabella pudiera sostenerlo entre sus brazos. Ver a Isabella acunando a su
hijo por primera vez era una experiencia que jamás olvidaría. Edward sacudió la
cabeza al contemplarlos a los dos, rebosante de asombro. Aquí estaba... su
familia. Inclinándose, le acarició el pelo a Isabella.
—Es hermoso.
—Sí que lo es
—contestó Isabella, con la voz temblorosa—. Hola, Jacob. Me alegro de conocerte
por fin.
Edward acunó la
cabeza del pequeño Jacob con la mano. Jacob David Swan Cullen. Era un nombre
grande para un enanillo como él, pero a los dos les había encantado la idea de
tomárselo como un homenaje a las personas más importantes de sus vidas: su
hermano, el enfermero que había salvado a Edward, y la familia de Isabella.
Estuvieran dónde estuvieran, Edward esperaba que su madre y su hermano se
sintieran orgullosos.
La enfermera les
colocó pulseras a los tres y le tomó las huellas del pie a Jacob.
—¿Te gustaría
intentar amamantarlo, Isabella? —preguntó entonces la enfermera.
—Sí —respondió
ella, y se le iluminó la cara. Hicieron falta un par de intentos, pero Jacob
aprendió bastante rápido. La expresión maravillada de Isabella era tan tierna
que logró que a Edward le doliera el pecho.
Edward tomó la
diminuta mano de su hijo, y sus deditos se aferraron a uno de los de su padre.
Y aquello le dio la mejor idea del mundo. Porque hoy era el día en el que
convertiría su familia en algo oficial. Ya tenía el anillo y el apoyo del padre
y los hermanos de Isabella (incluso el de Jasper, que finalmente parecía haber aceptado
que su hermana estaba con Edward), era el momento perfecto.
Tras un ratito, el
niño se apartó y empezó a protestar, y Isabella se puso a hacerle carantoñas,
hablándole con ternura hasta que Jacob se tranquilizó. Durante un largo
momento, madre e hijo se contemplaron mutuamente, mientras Isabella le
susurraba con dulzura. Observándolos, Edward comprendió que nunca se había
sentido más feliz y agradecido en toda su vida.
—Ahora te toca a ti
—dijo Isabella, sonriéndole.
A Edward se le
aceleró el pulso. Al cuerpecito de Jacob le sobraba espacio en los brazos de
Edward. Era tan pequeño, tan vulnerable y hermoso; tenía una mata de pelo
sedoso y castaño que asomaba por debajo del gorrito, y los ojos azules, que
Edward esperaba que permanecieran de ese color. Una parte de él y una parte de
ella.
Cuando empezó a
llorar, Edward lo meció con cuidado y se puso a caminar lentamente en círculos
junto a la Cama.
—Tú y yo nos
haremos amigos, enanillo. Voy a enseñarte todo lo que sé. Te quiero —dijo—. A
ti y a tu madre.
El bracito del niño
se escapó de entre las mantas y, aprovechando que le estaba dando la espalda a
Isabella, Edward se sacó el anillo del bolsillo disimuladamente y lo puso en la
palma de la mano del bebé. Jacob cerró los dedos alrededor del anillo con
fuerza.
—Te dejo que hagas
los honores en mi lugar —le susurró, y se volvió hacia Isabella. De repente,
una oleada de nervios lo recorrió—. Es perfecto, Isabella —dijo, poniendo al
pequeñín en los brazos de su madre otra vez—. Creo que tiene un regalo para ti.
Ella le dedicó una
sonrisa inquisitiva y tomó la mano de Jacob. El diamante resplandeció y
Isabella ahogó un grito, quitándoselo delicadamente de entre los deditos.
—Oh, Edward.
Con el corazón en
la garganta, apoyó una rodilla en el suelo junto a la camilla y cubrió la mano
izquierda de Isabella con las suyas.
—Isabella Swan,
eres todo lo que quiero y necesito en este mundo. Te quiero con todo mi
corazón, y prometo entregarme a ti, amarte, cuidarte y construir una vida
maravillosa para ti y para Sean. Para los tres juntos, como familia. Eres lo
mejor que me ha pasado en la vida, y me harías el hombre más feliz del mundo si
accedieras a convertirte en mi esposa. Isabella, ¿quieres casarte conmigo?
—Sí —contestó
ella—. Oh, Edward, sí.
Edward tomó el anillo
y se lo deslizó en el dedo. Encontrar su lugar en el mundo, al lado de
Isabella, era un regalo mayor y más significativo de lo que habría imaginado
posible. Se levantó y la besó, lenta y tiernamente, con todo su amor.
—Soy el hombre más
afortunado sobre la faz de la tierra. Gracias a ti —dijo. Volvió a besar a
Isabella, y entonces plantó un beso en la cabeza de Sean—. Y a ti también.
Isabella sonrió y
sus ojos azules se llenaron de lágrimas.
—Te quiero, Edward.
Te quiero tantísimo.
Edward le devolvió
la sonrisa, con el corazón a punto de estallar de felicidad.
—Oh, Castaña. Yo
también te quiero. Te querré para siempre.
3 comentarios:
Hay que lindos me encantan graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
Tan lindo me superrrrrrrr encanto hermosa graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
Awww es muy lindo!!! Por fin tiene a su bebé y ahora van a casarse!!!! Es lindo ver que ya pueden tener una vida juntos!!! 😍😍😘
Besos gigantes!!!
XOXO
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