Capitulo 10
Dieciséis.
No se sentían diferentes a los quince. ¿Y el 4 de julio? Seguía siendo el
cumpleaños más patético. Empezó igual que siempre desde que tuve la edad
suficiente para no estar en la guardería en verano.
Mamá
y papá entraron a mi cuarto a las siete de la mañana, cantando un muy
desafinado feliz cumpleaños. Mamá se sentó al borde de mi cama y me envolvió
con sus brazos. —Saldré un poco más temprano del trabajo así podemos ir a la
autoescuela antes de que cierre. ¡Tendrás tu licencia antes de que termine el
día!
Podría
estar emocionada por eso si tuviese un coche para conducir, pensé. Pero no lo dije. Forcé una
sonrisa y dije—: Gracias mamá.
—Y
nosotros iremos a buscarte un auto mañana por la mañana — dijo papá, empujando
a mamá para darme un abrazo él—. Pero mientras tanto, estaré en casa a las seis
y saldremos con tu hermana por una cena de cumpleaños y luego veremos los
fuegos artificiales. ¿Qué te parece?
Patético. Tampoco dije eso. —Suena bien.
—Ten
un buen día, amor —dijo mamá, besándome la frente y levantándose—. Trata de no
romper ningún hueso por hoy.
—Tuyos
o de quién sean —bromeó papá. Eso me hizo sonreír de verdad.
—No
te preocupes papá. No tengo a nadie con quien pelear hoy. Los chicos del parque
juegan los lunes, miércoles y sábados.
—Feliz
cumpleaños muchachita.
Luego
de que mis padres se fueran, traté de volver a dormir pero no pude. Me sentía
demasiado deprimida. Realmente odio la autocompasión, así que fui a dar una
vuelta con el skate para ponerme en marcha. Una buena descarga de adrenalina
por lo general me hacía sentir mejor. Excepto que hacía realmente calor, así
que no duré mucho. Puedo tolerar el sudor si estoy en un partido, pero vagar
por un vecindario desierto no lo vale.
Cundo
volví, me sorprendió ver a Rosalie en la mesa, ya duchada y vestida. —¿Qué
haces ya levantada?
—Victoria
vendrá a buscarme en un rato.
—¿Vas
a trabajar? —pregunté. Quizás hoy no tendría por qué ser un completo
desperdicio. De verdad quería comprar ropa. Especialmente desde que el jersey
que vestía se pegaba a mi espalda. —Quizás podría llevarme también, y podrías…
—ugh, era doloroso decirle esto—, ya sabes, lo que dijiste. Ayudarme a elegir
ropa nueva.
Los
ojos de Rosalie se hicieron tan grandes que casi salieron de su cabeza a su
tazón de cereales.
—Olvídalo
—dije rápidamente cuando sentí la sangre colorear mis mejillas—. No importa.
—No,
no, Bella, ¡podemos! ¡Te ayudaré! Pero ahora no puedo. No voy a trabajar. Le
prometí a Victoria que iría con ella a Lansing. Tienen una parrillada familiar.
Vamos a irnos todo el día.
—Oh.
Cuando
me giré para subir las escaleras, Rosalie me detuvo. —Pero estaré de vuelta a
las cinco. Podemos ir entonces.
La
cara de excitación de mi hermana me asustaba. Nunca se emocionaba por pasar
tiempo conmigo. —No puedo —dije—. Mamá me va a llevar a la autoescuela y luego
tenemos que ir a la cena en familia y a los fuegos artificiales.
—Oh,
sí. —Su entusiasmo ya se había ido—. ¿Es hoy, no?
Genial.
—Sin
ofender —dijo—, pero es el decimosexto cumpleaños más patético del mundo.
¿Tenía
que restregármelo así? Ya me sentía bastante deprimida. Era difícil no
mostrarlo. Me encogí de hombros y me dirigí a las escaleras de nuevo.
—¿Bella? —Me giré—.
Vayamos mañana —sugirió—. Podríamos tomarnos el día e ir a las tiendas. Estoy
segura de que mamá y papá nos prestaran el auto. Incluso te dejaré
conducir.
Rosalie
me sonrío —una sincera, honesta sonrisa. Quizás la primera real que me había
dado alguna vez, pero llena de pena y me hizo sentir peor. —Sí, vale, quizás
—dije, sabiendo que no iría pero no queriendo herir sus sentimientos.
Para
cuando salí de la ducha, tenía la casa para mí sola. Nada como el sonido de una
casa vacía para sobrellevar un mal día. La programación del día lo hizo peor, y
rápidamente me di cuenta de que todos tenían razón sobre mis videojuegos. No es
que quisiera empezar a asesinar gente ni nada, pero Skateboard Pro 2000 se
volvió viejo.
Suspirando,
apagué la X-box y me retiré a la ventana para observar a Edward ejercitarse. Me
dije a mí misma que no volvería a hacerlo, pero era incapaz de mantener esa
promesa. Sí, el chico me había arrastrado a su habitación pateando y gritando,
pero era raro. En realidad no quería lastimarme. Creo que sólo trataba de
explicarme por qué era un fenómeno. Parecía como si supiese que lo era y
estuviera casi inseguro sobre eso. No podía sacarme ese rostro vulnerable,
desesperado de la cabeza.
Además,
no me forzó a quedarme quieta cuando presionó mi mano con su cara. Mi brazo
todavía cosquilleaba en donde sus labios me habían tocado. ¿Y cuando sus labios
tocaron los míos por ese breve segundo? Ni siquiera fue lo suficientemente
largo para que contara como un verdadero beso, pero igual, no podía olvidarlo.
No
ayudaba que Edward me ignorara completamente desde entonces. Prácticamente no
había mirado mi casa desde que salí corriendo de la suya. Sé que es lo que
quería, pero ahora que lo había conseguido me molestaba. ¿Se enojó conmigo por
patearlo? Porque eso sería tan injusto, ¡me secuestró!
Mientras
más pensaba en Edward, más aire fresco necesitaba. Salí a encestar algunas
canastas en el camino de entrada. No soy la mejor en baloncesto, pero el hockey
no sirve para liberar la ira tan bien si no hay nadie a quien golpear.
Me
di cuenta de que me convertí en un blanco fácil para otro ataque, pero no me
importó. Me negué a esconderme hoy. Luego de que Edward terminara su
entrenamiento, desapareció en su casa y no salió. Ni siquiera miró en mi
dirección antes de entrar. Imbécil.
No que necesariamente
quisiera su atención, pero ya que mis amigos no estaban, mis padres trabajaban,
y mi hermana rechazó la oportunidad de darme un cambio de imagen, el hecho de
que mi psicótico acosador, quien sabía que era mi cumpleaños, no quisiera
verme, era un golpe bajo.
Si
no hubiera sido por el chico de UPS que apareció en ese momento, podría haber
ido y preguntado a Edward cuál era su maldito problema, incluso si terminaba
siendo degollada y arrojada al río Detroit.
—¿Tengo
un paquete para una tal Isabella Eleonor Roosevelt Swan?
—Esa
soy yo —dije. Y me di cuenta de cómo me había llamado—. ¿Isabella Roosevelt?
—gruñí, sabiendo de quién era el paquete sin siquiera tener que verlo—.
Idiotas.
—¿Roosevelt?
¿Ese es tu verdadero apellido? —preguntó el chico de UPS mientras firmaba por
la caja.
—No.
A mis amigos les gusta burlarse de mí porque nací un cuatro de julio.
—Oh.
Bueno, ¡feliz cumpleaños!
—Gracias.
—¿Era triste que el chico de UPS me hubiese deseado feliz cumpleaños cuando ni
mi hermana lo había hecho?
Esperé
hasta que el camión se marchase para ver lo que mis amigos idiotas me habían
conseguido en el campamento. Casi me asustaba mirar. Si se trataba de un grupo
de sudorosos suspensorios iban a morir.
Me
sorprendió tanto la tela blanca y roja en mis manos, que la caja cayó olvidada
al piso. No era la campera de las alas rojas lo que me sorprendió, era el
autógrafo personalizado del diez veces presente en el salón de la fama de la
NHL7, Steve Yzerman, en ella lo que hizo temblar mis rodillas.
“Para
Bella, ¡felices dieciséis! Con amor, Steve Yzerman”.
Leí
la inscripción una y otra vez sin poder creerlo mientras me hundía en la
vereda. Todavía me sentía tan sorprendida que aterricé en la caja y la aplasté.
Cuando la saqué de debajo, vi una nota en el fondo.
Bella,
¡Nunca
creerás quién fue nuestro entrenador invitado hoy! Le dijimos sobre cómo no
pudiste venir porque te faltaba un escroto y que nos ibas a matar por conocerlo
ya que es tu ídolo, y el tipo nos dio esto. ¡Él es lo más! ¡Más te vale que nos
consigas un gran auto, ya que nos lo debes completamente!
¡Feliz cumpleaños!
Jasper,
Jacob y James
PD:
Yo fui el que le contó sobre ti. ¡Pienso que eso merece el privilegio de
sentarme en el asiento delantero de por vida! –James
No
podía creerlo. ¿A quién le importa si me llamaron Isabella Elenor Roosevelt?
Los. Mejores. Amigos. Del. Mundo. Ya no estaba enojada. De hecho, sentía que
iba a llorar. No lo hice, por supuesto, pero el resto de mi día pasó volando.
Ya
no me importaba ni conseguir mi auto, ni tener que cenar y ver los fuegos
artificiales con mi familia. Ni siquiera importaba que Rosalie me hubiera
regalado un maldito vestido, o el hecho de que nos hubiera abandonado apenas
llagamos al parque dejándome sola con mis padres. Al final, mi cumpleaños, como
que apestó, pero no fue el peor que tuve.
Las
cosas mejoraron al día siguiente también, porque papá se levantó temprano y
fuimos a buscarme un auto. Llevó horas, pero me ayudó a conseguir un gran trato
y cuando todo estuvo dicho y hecho, era la orgullosa dueña de un Jeep Wrangler.
Negro azabache, puertas y capota removibles… los J estarían muy apretados pero
no me importaba. Estaba enamorada.
Incluso
Rosalie se desmayó un poco cuando me detuve en el camino de entrada esa tarde.
—Ooh, ¡brillante! —canturreó—. ¡Pongámonos lindas y salgamos por ahí, Bella!
Podríamos recoger a Victoria y Alice. ¡Sería tan divertido!
—¡De
ninguna forma! —dijo papá rápidamente—. Es sábado. No van a ningún lado.
—¡Pero
papá!
No
estoy segura de por qué la orden llenó a Rosalie de pánico. Yo, por una vez, lo
había esperado —siendo el sábado por la noche la hora feliz de los asesinos en
serie y eso. Y además, ¿salir con sus amigas? ¿En qué universo pensó que eso
pasaría?
Rosalie
se lanzó a un gran berrinche. Me miró en busca de ayuda, pero simplemente me
encogí de hombros. —Son las preliminares de la UFC.
—¿Las
qué? —preguntó.
Se
lo expliqué como si fuera lenta. —¿Las preliminares de la Ultimate Fighting
Challenge?
—¡Ugh! —se burló con
obvio disgusto—. No tienes remedio.
Papá
y yo nos echamos a reír cuando entró pisoteando en la casa.
Rosalie
se encerró en su cuarto con el teléfono inalámbrico por una hora y media, pero
eventualmente se unió a nosotros en la sala, suspirando a cada rato mientras se
pintaba las uñas. —Pensé que iban a ver una pelea —dijo, frunciéndole el ceño a
una repetición del SportsCenter en la tele
—No
empieza hasta dentro de una hora —dije.
—¿Y
sólo se van a sentar ahí y mirar charlas deportivas hasta que empiece?
—Sip
—dijimos papá y yo al unísono.
Rosalie
suspiró y pasó a los dedos del pie. Cuando se quedó sin uñas, dijo—: Bella,
dame tus pies.
—No
lo creo.
—Está
bien. Tus uñas entonces.
—¿Qué
uñas? —pregunté. Las mías se encontraban mordidas hasta la cutícula.
—Bien.
Déjame peinarte.
—¿Por
qué?
—Porque
estoy encerrada como una prisionera una noche de sábado y desesperadamente
aburrida, y sólo quiero ver como quedaría.
Mi
hermana había estado tratando de darme un cambio de imagen prácticamente toda
la vida. Nunca pensé que vería el día en el que cedería, pero algo de la mañana
anterior —cuando había querido ir de compras conmigo— se me había quedado
pegado. No lo sé. Era casi como, bueno, como si le gustara. Como si quisiera
ser mi hermana y no sólo mi malvada hermana. Fue lindo de su parte
querer hacer mi cumpleaños un poco mejor.
Sabiendo
cuán duro debía serle estar encerrada básicamente por ningún motivo, sentí como
que le debía algo a cambio. En vez de “piérdete, perdedora”, la miré y dije—:
Lo que sea. —Después de todo, tuvo razón sobre la ropa, y no era como si
alguien fuera a verme esta noche. No podía doler dejarla hacerlo por una vez,
¿cierto?
En realidad, dolió
bastante. Tan pronto como acepté, Rosalie chilló y me arrastró a su habitación.
Hubo mucha cantidad de restregar y tirar y pinchar y empujar involucrados, y
luego sacó unas pinzas y fue a por mis cejas. Nunca imaginé que esa cosa de “la
belleza duele” fuese literal.
Cuarenta
minutos más tarde, Rosalie declaró que lo único que faltaba era que me pusiese
el vestido que me había regalado. Era un vestido de verano con tirantes, hasta
la rodilla. —Casual, pero clásico. —Lo había llamado.
Nunca
antes había usado un vestido. Le dije que no iba a empezar ahora, pero
insistió, diciendo que si no me quedaba me daría el recibo y lo podría cambiar
por algo más.
Tras
ceder y ponerme la maldita cosa, Rosalie me llevó a su cuarto a mirarme en su
espejo de cuerpo completo. No había permitido que me mirara hasta ahora y tenía
miedo.
No
lucía tan mal como pensé. Había sido sutil con el maquillaje y el peinado.
Todavía me veía como yo, sólo que en una versión más pulcra. Al menos eso fue
lo que pensé, pero cuando Rosalie me arrastró abajo para mostrarle a mis
padres, hubieras pensado que me había transformado en Julia Roberts o
algo por estilo.
Mamá
se emocionó tanto que pensé que se largaría a llorar. Papá en cambio, luego de
estar bastante aturdido, frunció el ceño. —Rosalie —dijo, con un débil
suspiro—, ¿es realmente necesario?
—¡Papá!
—jadeó Rosalie.
E
incluso mamá se puso en su contra. —En serio, Steve, sé bueno. Se ve hermosa. Bella,
te ves fantástica.
Mamá
y Rosalie esperaron a que papá concordara con ellas, pero el sólo se masajeó
las sienes como si tuviera un repentino dolor de cabeza.
Casi
como el destino quisiera salvar a papá, el timbre eligió ese preciso instante
para sonar. Mi mamá contestó y cuando me llamó, mi corazón falló. ¿Quién podría
venir a verme? Por primera vez desde que se habían ido, me sentía feliz de que
los J no estuvieran aquí. Si ni siquiera mi propio padre podía manejar verme
así, no había forma de que ellos pudieran. Probablemente me deshonrarían.
Mamá
me llamó otra vez, y papá y Rosalie fueron a ver quién era, pero no me moví. La
única persona que ahora podría estar en la puerta era Edward. El señor
Acuchillador de los Sábados por la Noche en persona. No iba a dejarlo verme
toda arreglada y linda como una especie de virgen llevada al altar como un
sacrificio.
—Hola,
señor Swan. —Escuché decir a alguien.
Reconocí esa voz
instantáneamente y me sorprendió tanto escucharla en mi casa que olvidé el
vestido que llevaba. —¿Emmett? —pregunté, girando en la esquina hacia la sala
de estar.
Mi
papá le había estado sonriendo a Emmett mientras estrechaba manos. Lo conoce
bastante bien, ya que había jugado al golf con su padre por años. Pero cuando Emmett
me vio, soltó la mano y sus cejas se elevaron. Muy arriba. Hizo que mi papá
frunciera el ceño en respuesta.
Detrás
de Emmett estaban Greg y Sánchez. —¿Swan? —preguntó Greg, casi
cayéndosele el chicle de la boca, su mandíbula colgando abierta.
—Oh,
¡por el amor de Dios! —gruñó papá—. ¿Ves? ¿Ves cuál es mi problema, Renee?
¿Cómo puedes alentar esto?
De
repente, el estrés de papá cobró sentido para todos. Mamá suspiró.
—¿Qué
hacen aquí? —le pregunté a Emmett rápidamente antes de que mamá dijese algo
acerca de la pubertad.
—Un
par de nosotros nos vamos a juntar para ver las preliminares de la UFC —contestó.
Trataba de mantenerse concentrado—. ¿Te apuntas? —Finalmente, no pudo
soportarlo y rió—. ¿Qué es eso, Swan?
Señalaba
a mi atuendo. —Nada —suspiré—. Me lo iba a quitar.
Mi
hermana me agarró antes de que pudiera subir las escaleras. —Oh, no, no lo
harás. Acabo de pasar cuarenta y cinco minutos haciéndote ver fabulosa. Puedes
ir así.
—No
voy a ir a la noche de lucha en un vestido.
—Nah,
está bien, Swan —dijo Emmett, conteniendo la risa—, te ves… —Tenía problemas
encontrando una palabra. Tras él, Greg y Sánchez seguían mirándome como si me
hubiera crecido un tercer brazo. Cuando Emmett finalmente dijo—: Linda. —Ellos
rieron disimuladamente.
—Entonces
—dijo Emmett—, vamos. La primera ronda empieza en diez.
—¿Hay
lugar para una más? —preguntó Rosalie.
—¿Para
Rosalie Swan? —Emmett sonrió—. Siempre.
Me
reí del intento de coqueteo de Emmett con mi hermana y me volví hacia ella.
—¿Tú
quieres ir a la noche de lucha?
—Quiero
hacer lo que sea que me saqué de esta casa ahora. Aparte, quiero ver la
reacción de todos a mi trabajo.
Miré
a papá. Todavía se veía bastante gruñón. —Lo siento, David —dijo—. Mis chicas
no tienen permiso para salir los sábados por la noche en este momento.
—Oh,
sí, señor Swan, entiendo toda la cosa sobre el asesino en serie. Por eso traje
a los chicos conmigo. —Greg y Sánchez hincharon el pecho cuando Emmett los
señaló, tratando de verse duros—. Somos tres. Iremos directamente allí, Rosalie
y Bella nunca estarán solas, y habrá padres en casa. Luego las traeremos
directamente de vuelta. Prometo que nunca las perderé de vista.
No
es que no apreciara el intento de fuga, pero me sorprendía que los chicos
estuvieran dispuestos a hacer el esfuerzo.
Papá
sacudió la cabeza obstinadamente. —No lo creo…
—¡Mamá!
Rosalie
miró a mamá desesperadamente y, para mi sorpresa, ésta le respondió con una
mirada conocedora. —¿Steven? ¿Puedo hablar contigo en la oficina?
Oh,
genial. Ahora mamá será tan mala como Rosalie con la cosa de emparejarme.
Cuando
mis padres se fueron, Emmett se echó a reír. —Vaya, no bromeabas cuando dijiste
que tu papá estaba asustado con lo del asesino en serie.
—Sí,
y no están ayudando en nada quedándose boquiabiertos, idiotas —dije—.
¿Demasiado babosa?
Por
una fracción de segundo, Emmett pareció sorprendido, pero rápidamente hizo una
mueca. —No te halagues a ti misma, Swan. Se necesita más que un vestido para
excitarme.
Ahí
fue cuando mis padres regresaron. Mamá se veía presumida. Papá vencido. —¿Habrá
supervisión adulta? —preguntó, y Emmett asintió—. ¿E irán directamente allí?
—Volvió a asentir.
Papá
se mantuvo durante unos segundos, incluso cuando era bastante claro que había
perdido la pelea. Finalmente, suspiró. —Las quiero en casa a medianoche —nos
dijo a Rosalie y a mí—. Y llévate el teléfono de tu hermana. Quiero que me
llames cada hora.
Mientras
papá seguía con sus instrucciones, me pregunté cuánto era por el asesino y
cuánto por el vestido.
—¿Y
tienes el spray de pimienta que te di?
—Charlie
—dijo mamá, poniéndole fin al discurso—. Estarán bien.
Emmett
puso el brazo sobre mis hombros. —Cuidaremos de ella, señor Swan.
Papá frunció más el
ceño y miró a Rosalie. —Esto es culpa tuya —acusó. Definitivamente era el
vestido—. Es tu responsabilidad.
Rosalie
entendió el significado, al igual que yo. —No te preocupes, papá —dijo
orgullosamente—. Sé lo que hago.
Papá
miró el brazo de Emmett y murmuró—: No eres la que me preocupa.
Luego
de que papá se fuese de nuevo, Emmett preguntó—: ¿Qué fue todo eso?
Lo
miré como si fuera idiota y quité su brazo.
Rosalie
rodó los ojos y dijo—: Es la niña de papá. Está teniendo un momento duro adaptándose
a la nueva y mejorada Bella.
—No
es el único —murmuró Sánchez.
Le
di un codazo en el estómago tan fuertemente como pude en mi camino a la puerta,
forzándolo a inclinarse. —¿Qué tan duro fue eso, pervertido?
De
camino, Rosalie convenció a Emmett para que pasáramos por casa de Rachel. Traté
de decirle que Rachel, quien era incluso más popular que Rosalie, nunca
aceptaría ir a una noche de pelea con unos juniors, pero insistió. Por
supuesto, Emmett no discutiría si eso significaba aparecerse con ambas, Rosalie
y Rachel.
Cuando
llegamos, Rosalie me arrastró fuera del auto. —¿Para qué me necesitas?
—Porque
incluso si no quiere venir, me gustaría que te viese. No creía que pudiera
hacerte ver linda.
Rosalie
golpeó la puerta, esperó dos segundos y se dejó entrar. —¡Alice! —gritó a la
casa oscura—. ¡Estamos aquí!
—¿Qué
quieres decir con “estamos aquí”?
Ahí fue cuando se
encendieron las luces y alrededor de cien mil personas salieron gritando—:
¡Sorpresa!
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hola a todas perdon por no poder actualizar pero es que me dio una gripe horrible y pues aun me esty recuperando pero ya regrese asi que les dejo dos capitulos mas muchas gracias a Cari y Beata por sus comentarios en el ultimo capitulo muchas gracias tambien a las lectoras fantasmas muchas gracias por leer.
2 comentarios:
El jefe Swan sufriendo x su bebé q ahora es una mujer hermosa, Bella no se esperaba esa fiesta y Edward no dio señales d vida muy raro , gracias nena
Hola. Todo era un show, para. Una fiesta sorpresa.
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