Capitulo 12
Isabella
Cenamos
sentados en el suelo, delante de la estufa en el salón de Edward, con los
platos sobre la mesita de café. Nunca me había parecido tan deliciosa una
comida. Estaba caliente, tenía el estómago lleno y me sentía feliz. Quizá no
debería estar tan contenta, pero no podía evitarlo. Podía aceptar que Edward se
iría pronto. Aceptaba que no miraría atrás. Pero ¿estaría bien si mi relación
con él se volvía más estrecha? Quizá no. Pero algo me llevaba hacia él, algo
que me costaba resistir, algo que me gustaba demasiado y de lo que no quería
privarme. Por fin entendía lo que era. Por fin me hacía una idea de qué habían
sentido mi madre y mi hermana. Por fin comprendía por qué Alice no quería
experimentar el dolor de poner fin a una relación. Y esta, me repetía para mis
adentros una y otra vez, iba a acabarse. Y quizá fuera lo mejor. Al menos no me
pillaría por sorpresa cuando él cogiera su maleta y se fuera. Tenía tiempo para
prepararme. Pero si era yo la que ganaba la beca, los dos haríamos las maletas…,
aunque para vivir vidas separadas. Sin embargo, todavía quería estar con él.
¿Me equivocaba al pensar que valía la pena el dolor que vendría después por la
felicidad que sentía ahora, sin importar lo temporal que pudiera ser?
—Bueno,
¿quién tiene ahora una expresión intensa?
Me
sobresalté y miré a Edward, que se echó a reír.
—Estoy
rompiendo mis propias reglas. —Solté una risita.
Él
me acompañó, aunque pronto se puso serio.
—Me
siento muy feliz de que estés aquí. En caso de que te lo preguntes, el día ha
sido… increíble. Tú eres increíble. Quería que lo supieras.
—¿Por
qué me da la impresión de que me estás echando?
Edward
negó con la cabeza.
—Al
contrario. Espero que te quedes. Me encantaría que durmieras aquí esta noche.
—A
mí también me gustaría —susurré. Edward emitió un suspiro y sonrió como si mi
respuesta supusiera un alivio.
Hubo
un golpe en la puerta y los dos nos miramos, confundidos. Edward se quedó
quieto, como si estuviera considerando si respondía o no. Pero luego llegó el
inconfundible sonido de un banjo al otro lado de la puerta. Me empecé a reír.
—¡Oh, Dios! El licor
destilado comienza a hacer efecto.
—Eso
parece —confirmó Edward, riéndose también. Se acercó a la puerta y lo seguí
envuelta en la colcha. No estaba vestida adecuadamente, pero conocía al grupo
que estaba ante su puerta en ese momento, y su amor al alcohol haría que no se
dieran cuenta de nada más.
Edward
abrió la puerta y se quedó allí riéndose mientras escuchaba la particular
versión de Jingle Bells que la banda interpretaba con banjos,
instrumentos caseros y sus propias voces y coros. El sonido era horrible y
ridículo. Sobre todo porque estaban muy bebidos. Pero no podía dejar de
sonreír. Estaban en casa.
La
vieja Sally Mae, a la que solo le quedaban tres dientes en la boca, enlazó el
brazo de Edward y bailó tres pasos con él, y él le hizo dar vueltas sobre sí
misma mientras se reía a carcajadas. Se me encogió el corazón al ver su
expresión de felicidad. Por un momento, el mundo se ralentizó hasta que solo
estaba él, su risa, sus brazos bailando con Sally, la expresión de alegría
cuando la hacía girar, la caballerosa reverencia al final, a la que ella
respondió con una expresión coqueta. Me apoyé en el marco de la puerta.
Nos
ofrecieron un trago de licor ilegal y tomé un par de sorbos que me supieron a
ácido corrosivo y me hicieron toser, igual que a Edward. Le vi hacer una mueca
y limpiarse la boca con el dorso de la mano. Luego se alejaron por el camino
cubierto de nieve, con la música flotando en el aire hasta desaparecer en la
noche clara y fría.
Edward
cerró la puerta y estiró el brazo hacia mí para agarrarme, todavía envuelta en
la colcha. Me hizo girar una vez como había hecho con Sally Mae, haciéndome
reír mientras caía sobre su pecho musculoso. Tenía un cuerpo precioso. Lleno de
músculos y sin grasa, con los hombros anchos y la cintura estrecha. No sería
mío para siempre, pero lo pensaba disfrutar todo lo que pudiera.
—Están
locos —aseguró él con una sonrisa de medio lado.
—Sí
—convine, riéndome—. Pero son unos personajes.
Edward
me llevó de vuelta a la habitación y nos dejamos caer riéndonos en la cama. Me
besó y los dos nos pusimos serios cuando el beso se hizo más profundo. Suspiré
mientras le rodeaba el cuello con los brazos y le rozaba el cuero cabelludo con
las uñas.
Cuando
gimió, hizo que sintiera un hormigueo entre las piernas. ¿El sexo era así para
todo el mundo? ¿Cómo era posible que las parejas que tenían eso salieran
siquiera de sus casas? Si Edward fuera mío, si estuviéramos comprometidos de
alguna manera, si viviéramos en esta casa, juntos, no saldríamos de la cama. Me
reí contra su boca, y él se apartó.
—¿Qué
es tan gracioso?
—Nada.
Es solo que me gusta el sexo.
—Sin embargo, no has
mantenido relaciones sexuales —comentó, frotando la nariz contra la mía.
—Eso
es fácil de remediar —sugerí—. Tomo la píldora desde que la toma mi hermana. Se
la dan de forma gratuita en el centro de salud. Así que la tomo con
regularidad. —Me sentía insegura y tímida al darle esta información, pero si el
control de natalidad era una de las razones por las que dudaba, quería que
supiera que no necesitaba hacerlo.
—Isabella…
—murmuró.
—Quiero
hacerlo, Edward. Que seas el primero. No me importa si luego te marchas.
—No,
no digas eso. No quiero que pienses eso. Me importas. No puedo hacerlo. —Negó
con la cabeza para dar más énfasis a sus palabras y luego me colocó un mechón
detrás de la oreja—. Isabella, algún día conocerás al hombre de tu vida, con el
que querrás vivir y al que entregarte por completo. No pienso tomar lo que
debería ser suyo. No pienso apropiarme de lo que tú deberías regalarle a él.
—Sus palabras eran tiernas, pero tenía los dientes apretados.
Lo
empujé, sintiéndome irracionalmente herida y enfadada.
—Estás
arruinando el momento, ¿lo sabes? —Me levanté, llevándome conmigo la manta—.
¿Qué chica quiere oír hablar de otro tipo cuando el chico que quiere en ese
momento está besándola? ¿Puedo suponer que de lo próximo que vas a hablar es de
la mujer que te considerará digno de entregarte todo eso algún día una vez que
te hayas ido de aquí? ¿Tengo que oírte hablar de ella? Supongo que será
sofisticada y mundana. ¿Quizá de la alta sociedad de Nueva York? ¿Hablará como
una dama y no como una cateta de Kentucky? ¿Llevará perlas y beberá el té en
una taza rosa…?
—Isabella,
basta. No me refiero a eso. ¿Puedes escucharme un minuto? Dios, el licor
destilado saca lo peor de ti. —Maldijo por lo bajo mientras se sentaba y se
pasaba una mano por el pelo—. ¿Entiendes ahora por qué esto es un error? Por
Dios, mujer.
—¿Ahora
soy un error? —Hervía de furia, llena de dolor. Cogí el objeto más cercano y se
lo lancé. Por desgracia, era una almohada y apenas le hizo daño. Miré a mi
alrededor, pero lo único que tenía a mi alcance era otra almohada. Así que se
la lancé también.
Edward
se levantó y me rodeó la cintura con los brazos para llevarme hasta la cama,
donde me tumbó. Se sentó sobre mí a pesar de que yo luchaba y le golpeaba,
aunque él no se movió. No estaba cargando todo su peso sobre mí, pero era tan
fuerte como un toro, y no iba a quitarse de encima a menos que decidiera
hacerlo.
—¿Has
terminado ya? —preguntó con suavidad. Lo fulminé con la mirada—. ¿Puedes
escucharme un segundo? Lo que acabo de decir… no ha sonado demasiado bien.
—Miró hacia otro lado como si buscara las palabras—. Lo que quiero decir es que
el sexo cambiaría las cosas entre nosotros de una manera absoluta y ya no
podríamos volver atrás. Lo siento, y creo que tú también lo sientes.
Dejé
de luchar.
—Puedo aceptarlo.
—No
quiero que tengas que hacerlo.
—Solo
es sexo, Edward.
Él
negó moviendo la cabeza.
—No
sería así entre nosotros. ¡Joder!, ni siquiera un simple beso es algo sencillo.
—Parecía dolido como si eso fuera una mala noticia.
—Has
mantenido relaciones sexuales con otras chicas.
Sacudió
la cabeza.
—Tú
no eres como ellas. No he sido el primero de nadie. He… estado con chicas, sí,
pero nunca me pareció que fuera injusto para ellas. Si tú y yo mantuviéramos
relaciones, sería injusto para los dos.
Supuse
que debería sentirme feliz por que, al parecer, me tuviera en tan alta estima.
Pero solo podía sentirme herida y celosa de que no quisiera hacer conmigo lo
que ya había hecho con otras.
—Vale.
Suéltame —resoplé.
—Isabella…
—murmuró, mirando al techo como si se sintiera muy frustrado—. Qué terca eres,
mi pequeña supernova —murmuró, aunque había una sonrisa en su voz.
Hice
un sonido de burla y comencé a luchar de nuevo, pero Edward se inclinó y me
cubrió la boca con la suya. Emití un gemido resistiéndome, pero se vio anulado
cuando arqueé mi cuerpo hacia el suyo y enredé mis dedos en sus cabellos para
impedir que retirara los labios. Me besó con intensa dureza mientras me frotaba
contra él, intentando encontrar el alivio que necesitaba.
De
pronto, Edward se apartó de mí y me arrancó la colcha que me cubría antes de
quitarse la ropa. Se montó de nuevo encima de mí, y cuando vi que su erección
sobresalía con rigidez frente a él, pensé que quizá habría cambiado de opinión.
Me cubrió con su cuerpo y me separó las piernas.
Gimió
como si estuviera dolorido y bajó, deslizándose por mi cuerpo. Abrí mucho los
ojos cuando sentí su cálida y húmeda lengua en la zona más sensible de mi sexo.
Abrí los brazos y aferré las sábanas con los puños al tiempo que arqueaba el
cuello, gimiendo desde lo más profundo.
—Dios,
Edward… —jadeé mientras me lamía, rodeando con la lengua mi brote inflamado. Me
sentía a punto de gritar de placer.
Le
agarré la cabeza con las manos y apreté su cara contra mí hasta que no pude
contener el éxtasis que me atravesó, que me hizo arquear la espalda y jadear su
nombre una y otra vez.
Cuando
abrí los ojos llorosos, él estaba encima de mí.
—¿Volvemos
a ser amigos? —preguntó sonriendo.
Le puse la mano en la
mejilla.
—Nunca
hemos sido solo amigos —dije muy seria.
—Lo
sé —replicó con la misma expresión.
Sonreí.
—Se
te da muy bien eso.
Frotó
la cara contra mi cuello.
—Lo
sé.
Le
di un empujón, haciendo que se riera entre dientes.
—Solo
estaba bromeando.
—No,
no es cierto.
—Vale,
no lo sé.
Me
puse seria. No quería pensar cómo había llegado a hacerlo tan bien. Una
ardiente bola roja de celos inundaba mi pecho, y tenía ganas de volver a tirar
lo que tuviera al alcance.
—Ven
aquí —dijo, cubriéndose con las mantas, pero manteniéndolas levantadas para que
pudiera deslizarme a su lado. Lo hice. Se amoldó a mi cuerpo después de colocar
la colcha encima de nosotros. Notaba su erección presionando mis nalgas. Me
moví hacia él y gruñó entre dientes. Llevé la mano hacia atrás para agarrar su
pene, pero me la inmovilizó contra la cadera—. Deja que te abrace —me pidió al
oído.
—Pero
tú…
—Deja
que te abrace —repitió.
Me
detuve, relajándome contra su duro pecho.
—¿Has…?
—Me mordí el labio—. ¿Has hecho esto con otras chicas? —me atreví a preguntar.
Contuve la respiración mientras esperaba su respuesta. Quería desesperadamente
tener una parte de él que no hubiera compartido con otra chica.
—No
—repuso en voz baja—. Solo contigo. —Me relajé de nuevo con el pecho lleno de
alegría. Me rodeó con su brazo y me acercó todavía más. Su cuerpo era cálido y
grande, y me fundí con él, sintiéndome segura, protegida y muy, muy cómoda.
Suspiré al sentir que me besaba el hombro—. Duerme, pequeña supernova —susurró.
Nos
mantuvimos en silencio durante unos minutos y me pregunté si se habría quedado
dormido.
—No
voy a lamentar nada de esto cuando te vayas —susurré.
Durante
un minuto, solo existió el sonido del viento al otro lado de la ventana.
—Yo
tampoco —repuso en voz muy baja al cabo de un rato.
Caí
en un sueño tranquilo y me desperté cuando sentí la mano de Edward deslizándose
perezosamente entre mis piernas en medio de la noche. Suspiré y abrí los ojos,
mirando a través de la ventana que había junto a su cama la nieve cayendo con
suavidad. Me llevó al orgasmo y luego le devolví el favor, acariciándolo hasta
que jadeó y gimió al encontrar su propia liberación. Susurró mi nombre en la oscuridad
del dormitorio.
En
lo profundo de la noche, oí lo que parecían unos sonidos de asfixia y me
desperté enredada con él, que tenía la piel húmeda y los músculos tensos.
—Edward…
—susurré, sacudiéndolo con suavidad. Se despertó sobresaltado—. Estabas
soñando.
Contuvo
el aliento.
—Sí.
—¿Qué
soñabas? —Le pasé los dedos por el cabello.
Se
quedó callado un buen rato.
—Soñaba
con ellos —respondió finalmente—. Allá abajo, enterrados vivos bajo tierra. A
veces sueño con ellos, y siento que me ahogo.
Me
apreté más contra su cuerpo y lo envolví con mis brazos, estrechándolo con
fuerza.
—Lo
siento.
Soltó
aire de forma ruidosa.
—Estuvieron
allí durante casi tres días antes de que se acabara el oxígeno. Tres días. No lo sabía. Estaba al tanto de que había sido
un rescate difícil, y sabía que cuando encontraron a los hombres, estaban todos
muertos. Sin embargo, no era consciente de que hubieran sabido que habían
vivido allí abajo durante tres días. Me estremecí, imaginando lo que debía de
haber sido.
—¿Por
eso tienes…?
—¿…
claustrofobia? —Se detuvo—. En parte. Cuando tenía siete años, mi hermano y yo
estábamos jugando al escondite en los bosques cercanos a la casa de los Priven.
Siempre estábamos fuera… —Se aclaró la voz antes de continuar—. En el límite de
su propiedad había una vieja nevera y me metí dentro para esconderme. Se me
cerró la puerta y no podía salir. —Su voz salía estrangulada por el recuerdo y
le besé en el pecho, apretándolo con más fuerza—. Al final me encontraron, pero
habían pasado horas y pensaba que me iba a morir allí. Era como estar enterrado
vivo. Y luego, cuando mi padre y mi hermano murieron como lo hicieron, sentí de
nuevo la misma opresión, imaginando el terror y la angustia que debían de haber
experimentado. De pronto, los espacios pequeños me hacían sentir que me iba a
volver loco. Incluso a veces estar en la ducha… Tengo que dejar la cortina
abierta. —Se rio con timidez—. Es ridículo, lo sé.
Negué
moviendo la cabeza contra su pecho.
—No es ridículo. En
absoluto.
Me
rodeó también con sus brazos y me acarició la piel mientras me apretaba. Pensé
en lo solo que había estado… tanto tiempo.
—¿Edward?
—¿Mmmm?
—¿Cómo
has…? Es decir…, ¿cómo has sobrevivido tanto tiempo? ¿De dónde sacabas el
dinero para comprar alimentos? ¿Cómo te calentabas?
Permaneció
en silencio durante un segundo.
—No
me gusta hablar de eso, Isabella. Supongo que, de alguna manera, me hace sentir
expuesto.
—No
tienes que decirme nada. Está bien. —Mis palabras fueron solo un susurro.
«¡Oh,
Edward? ¿Qué es lo que haces? ¿Cómo puedes cuidarte solo?».
Besé
su piel desnuda, dejando en contacto los labios mucho tiempo.
Permanecimos
en silencio durante unos minutos.
—Hago
lo que puedo —dijo por fin, en voz muy baja—. Recojo chatarra durante los fines
de semana. Pongo trampas para cazar roedores o conejos, luego los vendo o los
como si tengo que hacerlo. Recojo tapones… o lo que sea necesario. En general
estoy bien. A veces incluso tengo dinero para electricidad; otras veces no. El
final de mes es siempre más difícil, cuando he pagado las facturas y no me
queda nada.
«No
voy a llorar. No voy a llorar».
Estaba
compartiendo una parte muy personal e íntima de su vida conmigo. Sabía mejor
que nadie que lo que uno hacía para sobrevivir, que las humillaciones que uno
sufría en su lucha por vivir era algo que no siempre deseabas que supieran los
demás. Porque a veces era indescriptible. A veces era feo y vergonzoso, y
también hermoso y valiente. Y él me lo había ofrecido. Me sentía triste,
horrorizada, angustiada por él, pero también profundamente agradecida. Le
abracé con más fuerza.
—Creo
que eres increíble —dije—, y también muy valiente.
—No
soy valiente, Isabella. Me levanto cada mañana para vivir mi vida a
trompicones. ¿Qué más puedo hacer?
Me
quedé callada pensando en sus palabras, meditando que había mil maneras
diferentes de que una persona pudiera darse por vencida, y Edward no había
elegido ninguna de ellas. Él no era consciente de lo fuerte y valiente que era
en realidad.
—Eh,
Isabella —susurró un rato después.
—¿Sí?
—Ese
libro, La carretera…
—¿Sí? —murmuré,
recordando cómo había bromeado al usar la palabra «devorar», en referencia a un
libro sobre caníbales. Sonreí somnolienta.
—Había
una frase en él que hablaba de que hay un fuego en tu interior, que siempre ha
estado ahí, aunque sea pequeño y oculto.
—Sí
—confirmé en voz baja.
—A
veces pienso en eso. En que ese pequeño fuego es esperanza. Pienso en que hay
que mantenerlo encendido en los tiempos difíciles, en esos que es tan doloroso
continuar que no quieres hacerlo.
Abrí
los ojos.
—¿Qué
es lo que mantiene encendido tu fuego?
—La
esperanza de que la vida no siempre será tan dolorosa. La creencia de que voy a
salir de aquí algún día, que no siempre voy a tener frío y hambre. Eso es lo
que me hace seguir adelante. Es mi fuego. Me ayuda a hacer lo que sea necesario
para sobrevivir, y me ayuda a odiarme menos por hacerlo.
«¡Oh,
Edward!».
Asentí
moviendo la cabeza y lo besé de nuevo en el pecho. Él apretó más los brazos a
mi alrededor.
Después de unos
minutos, su respiración se volvió más pesada, y supe que se había quedado
dormido. Me quedé allí, en la oscuridad, durante mucho tiempo, pensando en lo
increíble que era Edward al ser capaz de sobrevivir en esas condiciones. Hasta
ese momento, no sabía que mi corazón podía llenarse de sorpresa y dolor,
alegría y tristeza, todo a la vez.
*******************************************
Hola a todas perdón por
no haber actualizado pero es la compu le paso algo que tuve que esperar a
repararla pero ya está es que perdón también por no haber subido ya que me
encontraba presentando unos exámenes y checando unas cosas ya que quiero
compartirles que estudiare una licenciatura en línea y pues como está en
proceso de admisión ando ocupada checando fechas de exámenes pero no se
preocupen que actualizare la adaptación y la terminare así como subiré mas
adaptaciones, muchas gracias por sus comentarios chicas y por leer nos vemos
el viernes con capitulo doble.
8 comentarios:
Muchas gracias por volver actualizar.. como siempre que con ganas de saber q va a pasar en el proximo capitulo..
Muchas auerte con tus exámenes y con admision a la universidad
Gracias por continuar con la historia le faltan muchos capítulos para terminar?
Gracias por actualizar!
Me encanta. Definitivamente es una historia hermosa
Gracias por la actualización, es una hermosa historia.
Me he leído la historia de un tiron muchas gracias por adaptarla
Que buena historia nena gracias por la adaptación, me parece tan interesante como la esperanza viene en ellos de que su vida va a mejorar y el dolor que sienten de lastimarse por el amor que sienten el uno al otro.
Gracias por hacer el esfuerzo por continuar la historia y aque seguimos fiel a la historia
Saludos y besos 😘😘😘
GRACIAS ❤😘❤😘❤😘❤😘❤
Publicar un comentario