Capitulo 28
Isabella
Estaba
en brazos de Edward. Me llevaba a su cama, que no eran más que mantas en el
suelo. Y no me importaba ni un poquito. Aunque la casa se encontraba en un
estado triste y patético, y me daban ganas de llorar por la forma en la que
había vivido todo este tiempo, estaría con él en cualquier lugar. Estaba así
por mí.
«Edward…».
Me
puso en el suelo cuando llegamos al dormitorio. Estaba igual que como lo
recordaba, solo que en lugar de una cama, tal y como me había dicho, había un
montón de mantas plegadas con una colcha en la parte superior.
Nos
empezamos a desvestir lentamente, mientras flotaba en el aire una deliciosa
anticipación. A diferencia del día anterior, nos tomamos nuestro tiempo,
disfrutando de cada momento. Me quité la camiseta por la cabeza y la dejé caer
al suelo. Edward ya tenía el pecho descubierto, dejando a la vista cada duro
músculo cubierto de suave piel masculina, así que me tomé un minuto para
disfrutar de la imagen. Me humedecí los labios, con los ojos clavados en una de
sus tetillas oscuras. ¡Dios mío!, era todavía más guapo de lo que recordaba,
cada parte de él era increíble.
—Isabella,
si sigues mirándome de esa manera, esto no durará demasiado.
Lo
miré a los ojos y me reí brevemente.
—¿Has…
—me aclaré la garganta— has estado con alguien más? No pasa nada si lo has
hecho —añadí de forma apresurada—. No te reprocharía nada, pero… pero para mí
ayer fue la primera vez desde que estuve contigo y quiero que lo sepas, incluso
aunque tú…
—Isabella
—me interrumpió él con la voz ronca. La expresión de su rostro era una mezcla
de ternura y alivio—, yo tampoco he estado con otra persona.
Me
sentí aliviada.
—¿Por
qué? —suspiré.
—Porque ¿cómo iba a
conseguir que me perdonaras por haberte dicho que me había acostado con otra
mujer si el tiempo que habíamos estado separados me había tirado realmente a
otras? Además, mi mano derecha funciona a la perfección y no he deseado a nadie
más, ¿entendido?
Se
me llenó el corazón de ternura y después no pude reprimir la imagen que inundó
mi cabeza: Edward con su gruesa erección en la mano, masturbándose hasta
alcanzar el orgasmo. Me estremecí de deseo y noté que me humedecía entre las
piernas.
—Yo
tampoco he deseado a nadie más —dije.
Edward
suspiró mientras me acercaba a él para pasar los dedos con suavidad por su
piel, subiéndolos hasta los hombros y los brazos. Se quedó completamente
inmóvil y, cuando lo miré a la cara, su expresión era tensa, casi de dolor.
No
podía creerlo. No asimilaba que estuviera aquí, con Edward. Lo había dado todo
por mí. Me quería. No me había traicionado, por el contrario, solo había
tratado de que mi vida fuera mejor. Y todavía lo amaba. Siempre lo había amado.
En algún lugar, en algún lugar muy adentro, el dolor había sido intenso y
profundo, porque no tenía sentido. Conocía a este hombre. Conocía su corazón,
su alma. Y sabía que era pura bondad. Contuve la emoción que amenazaba con
abrumarme. Edward ahuecó la mano sobre mi mejilla y me acarició el pómulo con
el pulgar, haciendo que me inclinara hacia su contacto. Era mi casa.
Tenía
que estar lo más cerca posible de él. Necesitaba tocarlo por todas partes.
Tenía que convencerme a mí misma de que esto era real.
Me
agaché y me desabroché los vaqueros, deslizándolos por las piernas junto con la
ropa interior hasta dejarlos en el suelo. Edward hizo lo mismo, y nos quedamos
desnudos, uno frente al otro.
Bajé
la mirada a su tensa erección y, al igual que el día anterior, no pude evitar
acariciarla varias veces desde la base a la punta. Edward emitió un gemido
gutural.
Cuando
se inclinó hacia mí, esperaba que su beso fuera intenso y salvaje por el
tembloroso deseo que estaba sintiendo. Sin embargo, fue suave, tierno y lento.
Movió la cabeza a un lado y me mordisqueó los labios con ternura antes de
deslizar la lengua contra la mía en una hipnótica danza.
Apretó
su cuerpo desnudo contra el mío, encendiéndome todavía más, y cuando me acosté
en las mantas que había en el suelo, me siguió sin soltar mis labios. Siguió
besándome con aquella lentitud abrasadora una vez estuvimos los dos tumbados.
—Siempre
me ha gustado la forma en que encajamos —murmuró Edward, arqueándose contra mí.
Sentí su dureza en la unión entre mis muslos mientras él gemía con deseo—.
Separa un poco las piernas —dijo contra mi boca. La lujuria atravesó mi cuerpo
de pies a cabeza antes de que hiciera lo que él quería, separando las piernas
para que pudiera hundirse en mi sexo.
Se
acomodó poco a poco, centímetro a centímetro, con una expresión de concentrada
dicha en la cara. ¡Dios! Era increíblemente guapo, con aquellos pómulos
afilados teñidos de rubor, los labios entreabiertos y un leve brillo en la
frente.
—Te
amo —pronuncié.
Gimió por lo bajo.
—Yo
también te amo. Siempre lo he hecho, siempre lo haré. —Y luego, con un solo
impulso, estuvo completamente dentro de mí. Ahogué un grito ante aquella
intensa sensación de plenitud, luego me relajé alrededor de su invasión y le
envolví las caderas con las piernas.
Durante
un segundo, recordé lo que había sentido la primera vez que me penetró,
desgarrando mi carne y llenándome de una forma que nunca había experimentado
antes. Me había dolido tanto que casi le había dicho que se detuviera, pero no
lo hice. Y después de unos minutos, el dolor comenzó a disminuir y logré
concentrarme en lo maravilloso que era tener a Edward sobre mí, moviéndose en
mi interior. En ese momento estaba locamente enamorada de él.
Todavía
lo estaba.
Capturó
un pezón con los labios y empezó a frotarlo con la lengua mientras se movía
dentro de mí, haciendo que regresara bruscamente al presente. Gemí y hundí los
dedos en su pelo corto, arañándole con las uñas el cuero cabelludo. Se me
escapó un gemido cuando soltó ese pecho y se trasladó al otro, todavía
embistiendo con suavidad en mi interior.
—Edward…
¡Oh, Dios! —murmuré. Bajé las manos a sus hombros. La constante vibración de la
excitación que sentía entre las piernas iba en aumento, y arqueé las caderas
para salir al encuentro de sus envites.
—Es
increíble estar dentro de ti, Isabella.
Traté
de hablar, pero mis palabras murieron en mi boca cuando el orgasmo más intenso
que jamás hubiera sentido me atravesó de pies a cabeza en oleadas. Arqueé el
cuello con un gemido, dejando caer la cabeza hacia atrás, mientras ceñía a Edward
con mis espasmos.
Sus
movimientos se hicieron desiguales e irregulares antes de que se hundiera en mí
una última vez y se derramara mientras gemía tortuosamente su propio clímax
contra mi cuello.
Nos
quedamos así durante varios minutos, con la respiración acelerada y la piel
húmeda por el esfuerzo. Por fin, Edward levantó la cabeza y me sonrió.
—Dios,
¡cómo te he echado de menos! Ayer me pregunté si sería la última vez. —Su
sonrisa era tierna, pero había un deje de tristeza en sus ojos.
Le
puse la mano en la mejilla y deslicé el pulgar por el pómulo.
—Tenemos
mucho que compensar, pero también tenemos todo el tiempo del mundo. —Sonreí,
con el corazón lleno de esperanza y alegría.
Edward
se retiró de mí con una leve mueca. Se giró hacia un lado y se incorporó un
poco para cubrirnos con una manta. Luego me tomó entre sus brazos para que
apoyara la cabeza en su pecho.
—Lamento mucho no
tener una cama.
Me
acurruqué más cerca, pegando la nariz a su piel e inhalando su aroma antes de
besarle la tetilla.
—¿Para
qué la necesitamos? —pregunté, sonriendo contra su pecho.
Se
rio entre dientes.
—No
lo sé. Ya he olvidado de qué estábamos hablando.
Yo
también me reí por lo bajo. Subí los brazos y apoyé las manos en su torso para
recostar en ellas la barbilla y poder mirarlo.
—¿Qué
vamos a hacer, Edward?
Me
alisó el pelo, retirándomelo de la frente.
—¿Sobre
qué?
—Sobre
todo. Sobre nosotros.
Detuvo
los dedos.
—¿Qué
quieres hacer?
—Quiero
saber dónde vamos a vivir.
Soltó
un suspiro.
—Oh,
ya lo decidiremos… Cuando encuentre la fuerza de voluntad necesaria para salir
de aquí contigo. Aunque podría tardar más de tres meses.
Me
reí, pero me incorporé y me arrodillé frente a él para mirarlo con seriedad.
—Tengo
que quedarme mientras se termina la escuela. Me he comprometido con ello y es
importante para mí. Y sé que todavía estás trabajando para pagar los gastos de
mi madre. —Una oleada de amor y agradecimiento por lo que estaba haciendo para
mí me inundó, y le cogí la mano—. Pero después de eso, Edward, puedo contratar
a otra persona para que gestione los gastos de la escuela y trabajar en
cualquier lugar. Como te he dicho, tengo la oportunidad de ofrecerte lo mismo
que me has ofrecido a mí. Y es tu turno para ir a la universidad. —Estaba
hablando con rapidez, las ideas inundaban una tras otra mi cerebro—. En lugar
de estar aquí, podría ir contigo, donde quiera que desees ir. Conseguiré un
trabajo como profesora donde sea y buscaremos un apartamento barato. Incluso
podría pedir un pequeño préstamo para…
Edward
se rio, un sonido tierno y alegre. Entonces dejé de hablar y lo miré. Me di
cuenta de que por primera vez desde que lo conocía, su expresión solo mostraba
felicidad.
—Todo
eso está muy bien y ya hablaremos de ello, pero, Bella, estás con las tetas al
aire y yo llevo sin sexo cuatro años, me resulta difícil concentrarme en lo que
estás diciendo.
Me reí al tiempo que
me inclinaba para besarlo. Sonrió contra mi boca, devolviéndome el beso. Grité
cuando me dio la vuelta, pero él me miró con aquella preciosa sonrisa suya.
—Ahora
podemos elegir, mi chica preciosa. Todavía tengo que trabajar un par de meses
más en la mina y tu madre seguirá en ese hospital unos cuantos meses también,
pero después, el mundo es nuestro. O al menos eso es lo que siento yo. —Paz.
Sí, eso era lo que se leía ahora en su rostro. Su sonrisa hablaba de paz, de
paz y esperanza.
La
brisa entró a través de la ventana abierta, junto a la improvisada cama de Edward,
agitando las cortinas y trayendo consigo el inconfundible olor de la lavanda.
Suspiré antes de volver la cabeza.
—Hay
lavanda ahí fuera.
Asintió
con la cabeza.
—Para
eso utilicé el ordenador de la biblioteca de Evansly, para saber cómo
plantarla. El olor me recuerda a ti. Me ayudaba a recordar por qué valía la
pena todo el sufrimiento. Me ayudaba a concentrarme en lo que estaba haciendo,
para qué. Me hacía recordar aquel momento ante el campo de lavanda, después de
que hicimos el amor, cuando supe que haría cualquier cosa para sacarte de aquí,
incluso aunque eso significara que te rompería el corazón. —Me miró con una
expresión de tristeza—. Traía un poco dentro durante el invierno. Navidad
siempre fue la época más difícil.
—¡Oh,
Edward! —Contuve la respiración mientras la angustia inundaba mi garganta—.
Para mí también lo fue —confesé en voz baja, apretando los ojos cerrados al
recordar esos días de fiesta, que había pasado con la sobrina de la directora
que me había alojado cuando me trasladé a San Diego.
Lo
vi mover la cabeza.
—No
vamos a ponernos tristes. Ahora que estás aquí, todo ha valido la pena. Y eso
también me hizo darme cuenta de que la lavanda tenía una buena salida
comercial. Ha ayudado a muchas personas. Así que algo bueno ha salido de todo
esto.
Asentí.
—Sí
—susurré antes de inclinarme para besarlo en los labios con suavidad.
Me hizo de nuevo el
amor, esta vez con lenta ternura, ya saciada la desesperación inicial. Más
tarde, cuando nos quedamos tendidos juntos bajo la luz menguante, con el sol
oblicuo entrando por la ventana y mientras miraba al hombre que amaba, por fin
a mi lado, me pareció que el mundo estaba lleno de luz y esperanza.
1 comentario:
GRACIAS ❤💗😍😜😘
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