lunes, 18 de marzo de 2019

No puedo amarte capitulo 12


Capitulo 12

Edward
—¿Isabella?

Muevo mi mirada a la izquierda y a la derecha cuando paso por cada pasillo, habiéndola perdido hace casi diez minutos. ¿A dónde diablos se fue?

Los chicos y yo terminamos en el sitio hoy más temprano y con un poco de luz del día, regresé a casa del trabajo para encontrar a Isabella trabajando en el jardín. Ella quería comprar un poco de tela de alambre o algo así para las plantas de tomate y pensé en añadir un borde de piedra alrededor del árbol en el patio trasero, así que nos subimos a la camioneta y nos dirigimos a Home Depot.

Sin embargo, después de hacer la orden para la piedra, la perdí.

Finalmente la encuentro al final de un pasillo hurgando en una caja poco profunda que está en un estante. Estando parado, saca una hoja de baldosas y la sostiene frente a ella, estudiándola. Llevando las dos herramientas de jardín nuevas que había escogido, camino hacia ella, armándome de valor.

Hoy se ve hermosa y le sigue sucediendo mierda a mi cuerpo cada vez que la miro. Como si hubiera cables vivos debajo de mi maldita piel. Camiseta negra, pantalones cortos blancos, cabello suelto y libre, maquillaje al mínimo, no usa frivolidades y le funciona. Hija de granjero y exactamente mi tipo de hace algún tiempo.


Sacudo mi cabeza, despejándola.

—¿Qué es eso? —pregunto, acercándome.

Me mira, aún sosteniendo la hoja cuadrada de baldosas.

—Es una placa para salpicaduras.

Extiendo mi mano libre y paso mi pulgar sobre las tiras de piedra marrones pegadas al papel.

—¿Placa para salpicaduras?

—Te dedicas a la construcción —dice, dándome una mirada de regaño—. ¿Nunca miras HGTV? Las placas para salpicaduras lo son todo en la decoración del hogar.
—Sí, lo he visto —le aseguro, dejando caer mi mano—. Es solo que... no sé. Parece como algo superfluo.

Pone los ojos en blanco, con su mirada en las piedras otra vez.

—Son las pequeñas cosas las que añaden personalidad a una casa —me dice—. Un candelabro artístico, la alfombra correcta y la placa para salpicaduras. —Da vuelta a la hoja, mirándome y mostrándome—. Esto va contigo. Quedaría genial con lo que has hecho en la cocina.

Conmigo, ¿eh? —Dejo escapar una risita, mirándola a los ojos—. ¿Y qué soy?
Su sonrisa cae y una mirada de sorpresa atraviesa sus ojos.

Parpadeo.

—No quise decir eso... de esa forma —le digo.

No es lo que dije, sino cómo lo dije. Demasiado insinuante.

Sin embargo, parece restarle importancia, girando la hoja y mirándola con aprecio nuevamente.

—Me recuerda a una cueva —dice finalmente—. Eres como una cueva. No revelas todos tus secretos a la vez. Quién sabe qué tan profundo llegas, ¿cierto?

Mis cejas se levantan. ¿Qué?

¿Qué tan profundo llego? ¿Acaba de...?

Sus ojos repentinamente recorren el espacio y mueve su mirada rápidamente hacia mí, luciendo mortificada.

—Quiero decir —dice apresuradamente—, como... en el... en el interior. Tu personalidad. —Un rubor cubre sus mejillas—. No quise decirlo como... ugh. —Sus hombros se hunden y vuelve a meter la hoja en la caja, rindiéndose—. Ahora iré a babear sobre los accesorios para el baño. Adiós.

Y se aleja de mí rápidamente, desapareciendo por un pasillo.

Mi boca se curva en una sonrisa y rompo en una risa silenciosa, mirándola.

—Entonces, ¿qué piensa? —Un joven con un delantal naranja aparece por el rabillo de mi ojo.

Sin embargo, no lo miro, sigo mirando el pasillo por el que ella acaba de desaparecer.

—Comenzaremos con tres cajas de esto. —Señalo las baldosas en el estante—. Veremos cómo lucen...

Se acerca y comienza a descargar las cajas.
—Sabia elección. Esposa feliz, vida feliz, ¿cierto?

Esposa feliz, vida…

Lo miro sacar una caja y llevársela, y el pulso en mi cuello palpita repentinamente.

¿Piensa que es mi esposa?

Una sonrisa tira de la esquina de mi boca y no estoy exactamente seguro de qué emoción está llenando mi pecho en este momento, pero se siente bien y hay mucho de eso.

Más tarde esa noche, me recuesto en el sofá con el brazo metido detrás de la cabeza y una cerveza en la mano, mirando la televisión. He estado en un lúcido aturdimiento desde hace un rato, mientras un programa se ha convertido en cinco.
Dejo mi cerveza y levanto el control remoto, finalmente apagando el HGTV y parpadeando, creo que por primera vez en tres horas.

—Tiene razón —murmuro—. Están malditamente obsesionados con la placa para salpicaduras.

En un momento de curiosidad, había sintonizado el canal después de llegar a casa de Home Depot y es como si me hubiera desmayado después de eso, solo despertando momentáneamente para hacer un sándwich e intentar hablar con Jacob.

Sin embargo, ahora salió de nuevo, dándose una ducha rápida y saliendo rápidamente después de llegar a casa del trabajo y darse cuenta que Isabella no estaba aquí. Pensé que podríamos ir a cenar tarde o algo así, pero al parecer, sus planes no se podían cancelar de nuevo.

O tiene miedo de estar a solas conmigo. No es como si quisiera pelear, tampoco. Incluso simplemente ver juntos un programa en la televisión estaría bien. Quiero decir, hemos logrado no matarnos el uno al otro en el pasado. Solía caerle bien.

¿Y de dónde saca todo este dinero para salir de fiesta? Tiene que estarse gastando todo lo que está ganando.

No es que tenga prisa por hacer que ahorre dinero y se vaya, pero creo que ahora puedo juzgarme tan duramente como juzgué a Isabella. Cuanto más haces por alguien, menos hacen por sí mismos. Soy tan culpable como ella. Jacob no crecerá hasta que se vea obligado a hacerlo.
Bebo el resto de mi cerveza y me pongo de pie, llevando la botella vacía a la cocina.

Mi teléfono suena en mi bolsillo y lo saco.

Emmett.

—Hola —respondo, arrojando la botella a la basura.

—Hola. Deberías venir a Grounders ahora mismo.

¿Eh?

—Como en este momento —agrega antes que tenga la oportunidad de decir algo.

—¿Por qué?

—Porque... —hace una pausa y escucho una risa un poco entrecortada—, Isabella está, mmm... portándose mal, supongo que podría decirse.

Me enderezo y frunzo las cejas.

—¿Portándose mal? —repito—. ¿Qué significa eso? ¿Y por qué crees que me importa? No soy su papá.

La música retumba en el fondo y puedo escuchar a una multitud hablando y riendo. Uno de mis chicos se va a casar en un par de semanas, así que el equipo lo sacó esta noche. Necesitamos al menos una persona sin resaca mañana, así que me quedé en casa.

—Si tú lo dices, hombre —responde como si no creyera que no me importa—. Pero a tu hijo puede no gustarle lo que estoy viendo en este momento. Lo que todo el mundo está viendo en este momento.

—¿De qué estás hablando? —pregunto.

—Vas a tener que venir a averiguarlo. Solo espero que no llegues aquí demasiado tarde.

Se escucha un clic y creo que colgó.

—Emmett —grito al teléfono—. ¡Emmett!

Exhalo y aparto el teléfono de mi oreja, cerrando de golpe la tapa del bote de basura.

Pero me detengo, mirando bien algo que está encima. Levantando la tapa nuevamente, saco media hoja color rosa; la chica pin-up en el volante llama mi atención. Estudiándola, dejo que se cierre la tapa y la leo.
¡Noche de aficionados!
¡Mójate! (Tu camiseta, como sea)
27 de mayo a las 9 p.m.
The Hook en Jamison Lane
¡¡¡Gran Premio $300!!

Enderezo mi espalda, tomando nota de la fecha y luego me relajo un poco. Aún faltan un par de semanas, así que Emmett no se refería a esto. No está sucediendo esta noche y no es en Grounders.

De todos modos, probablemente el volante sea de Jacob.

Pero por reflejo, le doy la vuelta y veo la escritura en la parte posterior.

¡¡Haz ese $, chica!!

Arqueo una ceja.

¿Esto es de Isabella? Es de The Hook. ¿Su hermana le dio esto? Jesús, ¿qué le pasa a esa chica? ¿Quién animaría a su hermana menor a participar en un concurso de camisetas mojadas, por el amor de Dios?

Aunque por otro lado, no es esta noche y ella lo desechó, así que eso es algo bueno.

Pero ahora estoy ansioso.

Me gusta la chica. No quiero que sienta que tiene que hacer mierdas como esta para ganar dinero. No los estoy echando de mi casa, ¿o sí?

Arrojo el papel y froto mi cuero cabelludo, exasperado. A Emmett le gusta meterse con la gente, especialmente conmigo, pero sí durmió en una mesa de billar porque era demasiado orgullosa para pedir ayuda. No toma las mejores decisiones.

Gruño, sabiendo que ahora no me voy a relajar. Deslizando mi teléfono en mi bolsillo, tomo mis llaves y apago las luces antes de salir de la casa.
Subiendo a mi camioneta, enciendo el motor y prendo la radio lo más alto que puedo soportarlo para distraerme de la preocupación acumulándose en mis entrañas. Solo tuvo que llamar e inventar una mierda, ¿cierto?

Aunque parecía más entretenido que angustiado, por lo que probablemente estaba fastidiándome. Solo quiere que salga de la casa.

Toma menos de diez minutos llegar a Grounders y encuentro un espacio de estacionamiento a la vuelta de la esquina, no demasiado lejos. Puedo escuchar la música desde aquí y me pregunto si las ligas locales tuvieron algunos partidos de béisbol esta noche y todos siguen celebrando.

Portándose mal. Sacudo mi cabeza, abriendo la puerta. La chica no sabe el significado de la palabra. Es tan buena como el oro.

Respirando profundamente, abro la puerta y casi hago una mueca por el ruido. Es difícil de creer que, esto exactamente fue lo mío alguna vez.

Addicted to Love resuena a través de terribles bocinas y las mesas redondas y altas están repletas de clientes. El bar está lleno, ni un solo taburete vacío y miro alrededor, viendo que las cabinas también están llenas. Algunas mujeres hacen cola para ir al baño, la mesa de billar está rodeada por espectadores y el aire es humeante y cargado. Ya puedo sentir los ojos sobre mí.

Asiento hacia Calista Mankin mientras sus ojos se iluminan y me saluda, y veo a James Lowry por el rabillo mi ojo. Ambas personas probablemente solo las he visto cinco veces desde la escuela preparatoria y ya me siento incómodo.

Mi mirada finalmente cae sobre Isabella mientras se para frente a la rocola, las páginas dan vuelta frente a ella mientras escanea la lista de reproducción a través del cristal. La multitud es densa, pero veo la parte de atrás de su cabeza. Reconocería su cabello en cualquier parte.

Mis hombros se relajan un poco. Sabía que era solo una trama estúpida para que viniera aquí. Está bien.

Me muevo entre la gente, intentado encontrar a Emmett y a los chicos, pero luego veo a Isabella alejarse de la máquina de música y regresar a la barra, y ahí es cuando la veo entre la multitud y veo lo que lleva puesto.

Mis ojos se encienden. Isabella, Jesús...

Sus jeans le quedan tan ajustados como siempre, las curvas de su trasero en forma de corazón son perfectas, pero sus malditos pechos amenazan con salirse de su... corsé. ¿Por qué demonios está usando lencería?

Es una blusa blanca, brillante y atada al frente en un corpiño en forma de corazón con pequeños volantes de apariencia recatada a lo largo de los bordes. Mis ojos caen a su escote, mi cabeza gira con imágenes de lo que se derramará cuando lo desamarre esa noche.

El corsé ni siquiera llega a la parte superior de sus jeans, sino que se detiene justo por encima de sus caderas, su cintura estrecha y su vientre atraen la atención de cada hombre junto al que pasa. Los cordones se ven ajustados, dándole un aspecto de reloj de arena que solo mendiga las manos de un hombre. Empuño las mías.
La piel de sus hombros desnudos, su cabello cayendo por su espalda, el balanceo de sus caderas mientras camina... Arranco mis ojos antes de ser atrapado. Se abre paso hacia detrás de la barra de nuevo e ignoro algunas de las sonrisas satisfechas de los hombres que están en la habitación mientras la siguen con la mirada y trato de no preguntarme qué es lo que sus silenciosos susurros se dicen entre sí.

Veo una mano agitándose en la esquina de mi visión y muevo mi mirada rápidamente hacia Emmett sentado con los chicos en una butaca. Me acerco.

—¿Qué diablos lleva puesto? —refunfuño, deslizándome dentro de la butaca.
Emmett gira su cabeza hacia mí, con su bebida a escasos centímetros de sus labios.

—Es el espectáculo de lencería —me dice—. Lo tienen todos los jueves por la noche. Las cantineras y las camareras se ponen camisones o corsés y sirven bebidas y comida. Es divertido.

No, en realidad no.

Pero miro a mi alrededor y veo a otras mujeres que llevan aperitivos y traen bebidas, algunas de ellas con atuendos muy delgados. Al menos el corsé de Isabella parece tan delgado como una armadura.

—Pero Isabella nunca lo ha hecho antes —continúa—. Eso es lo que me sorprendió. Pensé que deberías saberlo.

—¿Por qué diablos querría saberlo? —Saco una cerveza del cubo de hielo sobre la mesa.

—Sí, lo siento. —Se da vuelta, murmurando en su vaso—. Parece que no te puede importar menos.

Lo miro de reojo, escuchando la risa en sus palabras.

Volviendo a poner la cerveza en el cubo, sin tocar, me levanto y me dirijo a la barra. Oigo un bufido detrás de mí, pero no me importa. Ella es como mi responsabilidad y no quiero que haga cosas como esta, porque piense que necesita dinero.

Solo hay una cantinera además de Isabella. La dueña, Esme. Estoy seguro que no me ha olvidado, así que me dirijo hacia el extremo opuesto y capto la atención de Isabella mientras quita las tapas de una fila de seis botellas de cerveza.

—¿Qué diablos llevas puesto? —Me inclino, hablando tan bajo como puedo.

Mueve su cabeza hacia mí, encuentra mis ojos y rápidamente se aleja de nuevo como si fuera la última persona con la que quiere lidiar en este momento.
Entrega las cervezas, recoge el efectivo y se gira, tocando la pantalla frente a ella.

—Está bien —me asegura—. Solo es un corsé, Edward.

—Todos te están mirando.

Asiente, sonriendo sarcásticamente.

—Ese es el punto.

—Isabella. —Suspiro, intentando susurrar mientras me aprieto para rodear a un anciano en la barra—. Este es un pueblo pequeño. ¿Qué pasa si tu padre entrara?

—No viene aquí —dice, cerrando el cajón de la caja registradora y mirándome finalmente—. Y normalmente tú tampoco. —Un rubor cruza sus mejillas—. Además, no soy estúpida. No tomaría parte en algo que creyera que me humillará.

Se da vuelta y entrega el cambio al cliente, pero él le hace señas para que se lo quede. Sonríe y se da la vuelta, dejando caer los billetes en un recipiente ya desbordado.

—¿Qué siquiera estás haciendo aquí? —dice, comenzando a mezclar otra bebida—. Pensé que no vendrías a la despedida de soltero, porque... —deja la botella y hace comillas en el aire mientras imita mi voz gruñona—, tiene que haber al menos una persona sobria en el trabajo mañana.

Arqueo una ceja hacia ella. No sueno así.

Metiendo mi mano en mi bolsillo, saco el volante y lo empujo sobre la barra hacia ella.

Se queda quieta y su rostro palidece.

—¿Dónde encontraste eso?

Lo agarra y lo tira en algún lugar debajo de ella. A un bote de basura, probablemente.

Tomando una servilleta, la coloca frente a un cliente y le da la bebida fresca que acaba de preparar.

—Si necesitas dinero —le digo mientras se gira para marcar un pedazo de papel—. Te prestaré lo que sea que necesites, ¿de acuerdo?

Y se detiene, moviendo lentamente sus ojos hacia mí. Su mirada se agudiza, enojada y parece como si quisiera gritarme, pero no lo hace. En cambio, se da la vuelta rápidamente, camina hacia el otro lado de la barra y atraviesa la partición, girándose solo lo suficientemente rápido para hacerme un gesto con el dedo para seguirla antes de volverse a girar y dirigirse por el pasillo.
Mi estómago se hunde. Realmente no es mi intención molestarla tanto como lo hago. ¿Qué dije ahora?

Moviéndome a través de la multitud, camino por el pasillo vacío, llegando finalmente a la misma habitación en la que estaba llorando cuando la hice molestarse la última vez.

Entrando por la puerta abierta, la veo de pie con las manos en las caderas y su cabeza inclinada hacia mí.

—Preferiría comer en un contenedor de basura que tomar dinero de ti —dice mordazmente.

Debería callarme. Pero Dios me ayude, no puedo.

—Odio decírtelo, pero ya lo haces —le digo—. Vives en una casa donde no pagas alquiler, ni servicios públicos, señorita.

—¡Cocino y limpio para ti! —grita, pero dudo que alguien pueda escucharnos aquí atrás y por encima de la música—. ¡Pago a mi manera, imbécil arrogante!

—Está bien, está bien —gruño, parpadeando larga y duramente—. Tienes razón, ¿de acuerdo? Pero, Isabella, los hombres se harán ideas. Pensarán que tienen un pase libre y pueden tocar lo que le pertenece a mi hijo. Lo estás avergonzando.

—¿Tu hijo? —se burla, riendo—. Bueno, no lo viste, en realidad. Ya me vio y no le importa, Edward. Pensó que me veía bien y luego se fue con sus amigos. ¡No le importa!

—¡Bueno, a mí me importa!

Las palabras salen de mi boca antes que pueda detenerlas y me congelo, casi demasiado asustado para respirar.

Oh, mierda. ¿Que acababa de decir?

Su boca se abre un poco, pero se calla, probablemente conmocionada por mi arrebato. Sus ojos permanecen fijos en los míos, sin pestañear, con una mezcla de confusión y sorpresa escrita por todo su bonito rostro.

Pero en lugar de arrepentirme, mi temperamento vuelve a aumentar rápidamente. ¿Cómo diablos puede no importarle?
¿Y por qué a mí sí?

Jesús, mierda.

Es una adulta, ¿cierto? Y si a su novio no le importa, entonces ¿quién soy yo o cualquier otra persona para dar su opinión sobre sus decisiones? No me corresponde.
No, no hay nada de malo con lo que hace su hermana para mantenerse a sí misma o en cómo Isabella está vestida esta noche. Se ve jodidamente hermosa.
Simplemente no... quiero que su cuerpo sea para todos.

—Eres especial, Isabella. —Me acerco un paso más hacia ella—. Lo sabes, ¿cierto?

Sus ojos comienzan a brillar, su mirada vacila y mira hacia otro lado.

Dios, ¿sabe lo increíble que es?

Me permito observar su piel suave y resplandeciente y la curva de su cintura frente a mí que es perfecta para aferrarse a ella. Un hombre debería verla vestida así y debería ser un hombre que aprecie lo que tiene.

—No hagas cosas fuera de tu naturaleza por dinero —le digo—. Eres perfecta como eres. No cambies.

No quiero que cambies.

—Es solo un corsé, Edward.

—Sí y luego será un concurso de camisetas mojadas y un trabajo en The Hook, ¿cierto? —contrarresto.

Pone los ojos en blanco y se da la vuelta, agarrando una caja de Bud Light y dejándola en mis brazos. La agarro justo a tiempo. Luego se estira para tomar una caja de Budweiser y toma la delantera para salir de la habitación, terminando con nuestra conversación.

Pero la sigo, llevando la caja para ponerla sobre mi hombro.

—No vas a trabajar en The Hook —le digo.

—Y no eres mi papá.

Casi le lanzo una mirada de odio detrás de su espalda, pero eso sería inmaduro. ¿Por qué arruinar el excelente ejemplo de un adulto sensato y responsable que he establecido desde que entró en mi casa?

Deja su caja sobre la barra y se da vuelta, tomando también la caja que tengo yo.
Abro la boca para tratar de decir algo, cualquier cosa, para suavizar cualquier daño que haya hecho de nuevo y aun así, intentar que se ponga algo de maldita ropa.

Pero me interrumpe antes que pueda decir algo.

—Necesito otra caja de Bud Light —me ordena por encima del hombro.
Sacudo mi cabeza. Maldito sea su descaro.

Me doy la vuelta y vuelvo al almacén de licor, tomando otra caja de cerveza. Después de dejarla en la barra, me dirijo a la mesa donde los chicos todavía están congregados y saco la misma botella de Busch Light que tenía antes.

—¿Te quedas? —pregunta Emmett.

Me encojo de hombros, mirando a cualquier parte menos a la barra.

—Por un rato, supongo.

Me bebo la botella en un minuto y no es mi cerveza favorita, pero de repente estoy demasiado avergonzado para ahora ir al bar y pedirle Corona. Debí haber pedido una cuando estuve allí.

Sin embargo, una mesera se acerca y estoy a punto de llamar su atención, pero noto que ya se dirige hacia mí con una bandeja de tragos. Es linda con su minifalda negra y chaleco negro, pero no luce mucho más grande que Isabella.

Sonríe.
—Hola, chicos. —Y luego comienza a descargar su bandeja, acomodando una ronda de tragos frente a nosotros. Tienen rosa o naranja en el fondo con algún tipo de líquido amarillo en la parte superior.

—¿Qué es esto? —pregunta Jason Bryant, uno de mis chicos.

—Se llama Pastel Volteado de Piña —dice—. Va por cuenta de la casa. Isabella dice que son los favoritos de Edward.

Una ronda de risas explota alrededor de la mesa ante el trago “elegante” que ahora todo el mundo cree que bebo y lanzo a Isabella una mirada en la barra.

Sonríe, dándome su sonrisa más grande y orgullosa.

Y ahora ya no estamos enojados el uno con el otro.

Tomando el trago, lo bebo, el alcohol baja como un caramelo y aunque sabe bien, no estoy seguro de cuál es el punto. No puede haber suficiente alcohol para sentir algo.

Aunque estoy seguro que será un chiste muy exitoso si alguna otra vez decido unirme a los chicos para tomar una copa.

Después de aproximadamente una hora y otra cerveza, la multitud se ha reducido un poco y estoy bastante animado con la música de los 80s. Isabella parece estar bien y no estoy seguro de por qué pensé que necesitaba protección.

Simplemente debería irme.
Pero justo entonces, aparece una Corona frente a mí y levanto la mirada para ver a Isabella parada a mi lado.

—Hola —dice, su expresión es suave y gentil.

Estoy seguro que sería así todo el tiempo si simplemente dejara de joderlo todo.

—¿Estás bien, cariño? —le pregunta Emmett.

Ella lo mira y sonríe y luego vuelve a mirarme.

—En realidad, iba a llamarte —dice, bajando la voz—. No sé si te vas a quedar hasta tarde, pero me preguntaba si había alguna forma de que pudieras llevarme a casa esta noche. No salgo hasta las dos. ¿Es demasiado tarde?

Sus ojos se disculpan como si temiera ser un inconveniente, pero por supuesto, le dije que me dijera si necesitaba que la llevaran a casa. Estoy feliz de hacerlo.

—No hay problema. Aquí estaré.

Pero Emmett empuja mi codo.

—Tenemos que estar en el sitio a las cinco de la mañana, solo recuerda.

—Está bien —digo secamente, apenas mirándolo.

Por supuesto, me encantaría dormir más de un par de horas, pero esta no es una elección.

Isabella da un paso atrás.

—¿Estás seguro? —pregunta nuevamente—. Podría preguntarle a Esme. Está un poco fuera de su camino, pero no quiero que pierdas horas de sueño.

—Está bien —le aseguro—. Aquí estaré.

—Bueno, ¿por qué no simplemente le das tus llaves? —dice Emmett—. Te dejaré en casa y ella puede llevarse tu camioneta. De todos modos, me iré de aquí pronto.

Hijo de... ¿Cuál es su maldito problema?

Pero Isabella se apresura a intervenir, disculpándose.

—No, no, está bien. Puedo...

—Mierda, dije que estaba bien —digo bruscamente, callando a todos. Luego miro a Emmett—. ¿Te podrías callar?

Se da vuelta, frunciendo los labios, porque quiere malditamente sonreír como si supiera algo.

Todos se quedan quietos por un momento, sacudo la cabeza, sacando mis llaves del bolsillo. No hay ninguna razón lógica para esperarla si Emmett me ofrece un aventón ahora.
Le entrego las llaves.

—Aquí tienes. Funciona a la perfección.

—¿Estás...?

—Sí, estoy seguro —le digo—. Está bien.

Desliza las llaves en su bolsillo.

—Gracias.

—La camioneta está estacionada a la vuelta de la esquina.

Asiente y se dirige de regreso hacia la barra, mirándome una vez. Reviso mi teléfono, viendo que es casi medianoche y si Emmett me va a dar un aventón preferiría terminar con esto ahora.

Tomo un trago largo de la Corona, bebiéndome aproximadamente la mitad. No escapó a mi atención el hecho que también recordara qué cerveza me gusta. Sacando un poco de dinero, tiro unos cuantos billetes en la mesa por lo que sea que haya bebido y le digo a Emmett:

—Vamos.

Se levanta de la mesa, su corte de cabello se desordena mientras bosteza. Nos dirigimos hacia la puerta y paso frente a la barra, arrojando algunos billetes en la parte superior frente a Isabella.

Me da una mirada conocedora.

—¿No hablamos sobre esto?

—Solo soy un cliente.

La mirada en sus ojos dice que no cree en mi razón para darle propina, pero el humor en su mirada dice que lo dejará ir. Esta vez.

Salimos y cruzamos la calle en dirección a la Tahoe de Emmett y subimos.

—Realmente no querías esperar hasta las dos, ¿verdad? —pregunta mientras nos abrochamos el cinturón de seguridad.

De hecho...

—No —le digo, decidiendo que no tengo la energía para hablar de eso—. Gracias por el aventón.

Se aparta de la acera y me reclino un poco, moviendo el asiento hacia atrás para obtener más espacio para las piernas. Su esposa usualmente está en este asiento. Echo mi cabeza hacia atrás y la cubro con mi mano, cerrando los ojos.

Siento que el auto da una vuelta en U y acelera por la calle, dirigiéndose a casa. Permanece en silencio durante unos minutos mientras encuentra una estación de radio y el resplandor de las luces de la calle brilla a través de mis párpados cerrados. Es un camino corto de regreso a casa, pero aun así, me hubiera gustado haber sido quien la trajera. ¿Quién sabe si ese imbécil de su ex intenta volver en la próxima hora? ¿Caminará hasta el auto con alguien?

Aunque no solo estoy preocupado por su seguridad. Tengo este impulso de asegurarme que esté bien y que sea cuidada y aunque he intentado transformarlo en un tipo de responsabilidad “paternal”, no lo es.

Nunca lo será.

Me gusta lo que siento cuando la veo y hablo con ella y pienso en ella. Incluso cuando peleamos. Y debo admitirlo, me siento atraído por ella.

Lo odio, pero ya no puedo seguirlo ignorando y pretendiendo que no está allí. Necesito lidiar con eso.

Sin embargo, no tiene que ser un gran problema. Pasamos por la vida encontrándonos con personas que nos atraen todo el tiempo. Sucede y no puedes evitarlo. No significa que intentaría algo. Simplemente me siento culpable porque sucediera con ella.

Y el hecho que esté en mi casa lo hace más difícil.

Jacob realmente tuvo mala suerte en cuanto a sus padres. ¡Qué jodido personaje soy!

No puedo evitarlo, pero puedo asegurarme de no actuar en consecuencia.

Sin embargo, ella no lo hace fácil, metiéndose conmigo tan fácilmente como lo hace. Sabe cómo presionar mis botones. Casi como si estuviera hecha para eso.

—Parece una buena chica. —Emmett rompe el silencio.

Abro los ojos, mis párpados están pesados por el largo día.

—Sí. —Suspiro—. Es tranquila. Limpia. Apenas sé que está en la casa.

—Eso es genial. —Puedo verlo mirándome de vez en cuando—. ¿Se llevan bien?

—Sí, ¿por qué?

Lo siento encogerse de hombros.

—Parece nerviosa cerca de ti.

Me río. Podría decir lo mismo de mí si estuviera mirando con suficiente atención.
—Bueno, puedo ser intimidante —bromeo.

—Sí, parecía que quería montar tu duro e intimidante polla allí mismo en el bar.
Mis ojos se abren por completo y lo fulmino con la mirada.

—¿Estás intentando bromear conmigo? ¿Qué demonios?

—Oh, por favor —replica—. ¿Me estás diciendo que no la viste inquieta y mordiéndose el labio simplemente por verte cuando te trajo tu cerveza favorita?
¿Lo hizo?

—Era como un cachorro con la lengua colgando fuera de su boca —agrega.

¿Lo era?

Aclaro mi cabeza y miro por la ventana, el desconcierto está grabado en mi rostro.

Lo que sea.

—No hables así de ella —le digo—. Es la novia de mi hijo, hombre. Vamos.

Montando mi... sacudo la cabeza. Increíble.

—Entonces, ¿está fuera de los límites para ti?

—¡Sí!

—Entonces, ¿por qué la miraste como si te encantara lo que llevaba puesto y quisieras verlo en el suelo de tu dormitorio esta noche?

—No estaba mirándola así —digo a través de mis dientes apretados

Pero solo se ríe entre dientes.

Idiota.

—Oye, no estoy faltándole al res...

—Cállate —digo.

Maldición. No está bien. Ya es bastante malo que la mire como si fuera una mujer real y no la chica de mi hijo, pero estaría condenado si alguien se entera de ello.

—Todo lo que digo es que es exactamente tu tipo —me dice, regulando su voz—. ¿Lo notaste? Siempre fuiste por chicas como ella en la escuela secundaria. Antes de Heidi, el Desastre, de todos modos.

—Solo cállate.

Pero no lo hace.
—No digo que debas hacer algo. Y es por eso que intervine y no dejé que la trajeras a casa.

Su tono se vuelve serio.

—Bromas aparte, Edward —continúa—, es exactamente tu tipo. No deberías estar a solas con ella.

Sí.

Lo sé.

Solo espero que sea la única persona que lo haya notado.

—Gracias por la intervención —le digo—, pero incluso si me sintiera atraído por ella, soy capaz de controlarme.

—No te estás viendo desde mi perspectiva. —Mira por el parabrisas delantero, con seriedad—. Se miran el uno al otro como...

—¿Cómo?

Traga saliva, un ceño inusualmente fruncido en su frente.

—Como si tuvieran su propio idioma.

4 comentarios:

vani dijo...

Holaaaaa, gracias por el capítulo.

Ana dijo...

Muchas gracias por el capítulo

cari dijo...

Wow el chistosito de Emmett ya se dio cuenta de lo que Edward y Bella no se atreve a decir 😉😜😘💕 gracias

Somas dijo...

Poniéndome al día y me olvide el tema de comentar desde web
Lo siento!
Pero no siento que Edward ya no lo niega xD

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina