Capitulo 10
Edward
—Dos
—le digo a Emmett y le lanzo las cartas que no quiero.
Apartando
sus ojos de sus cartas, me tira dos más, las coloco en mi palma y las examino.
Es una mierda, pero tengo dos sietes, así que no es una pérdida total.
No
es que me importe. No soy un hombre competitivo —al menos no en lo que respecta
al póker— pero organizar estas reuniones una vez al mes en mi casa nos da algo
que hacer mientras hablamos. Dirijo mi mirada hacia Emmett y luego deslizo mis
ojos alrededor de la mesa, viendo a Todd, uno de mis supervisores, así como a
Eleazar, John y Schuster intercambiando y reorganizando las cartas. Todos ponen
unos cuantos dólares en el medio, y Todd sube la apuesta por tres más. Todos
aceptan… esperando que sea un engaño.
—No
me entusiasma que mis hijas crezcan, te diré —dice Emmett, mostrándome una
mirada divertida.
—¿Por
qué?
Solo
niega, suspirando.
—Ese
ruido me volvería loco. Por ahora, todo lo que tengo que soportar es una
pijamada ocasional con un montón de niñas de ocho años que se ríen tontamente.
Me
río suavemente, los golpes en el piso de arriba comienzan a parecer muros
derrumbándose. Me estremezco. Son solo alrededor de las nueve y media. Si
continúa así de ruidoso en una hora, le diré a Cole que baje la música o el
vecindario estará sobre mí. No se suponía que fuera una fiesta, pero los alenté
a él y a Isabella para que invitaran a sus amigos, así que es mi culpa,
supongo.
—No
hace mucho tiempo nos gustaba también el ruido —menciono, lanzándole una
sonrisa.
Los
muchachos se ríen y murmuran concordando. Todos nos graduamos juntos, y fue un
feliz acontecimiento que algunos trabajáramos juntos ahora, aunque John y
Schuster no lo hacen, siendo un policía y un techador, respectivamente.
No
hacía mucho tiempo que nos parecíamos mucho a Cole, haciendo desastres y
divirtiéndonos demasiado con nuestros errores. Fui el primero en ser empujado a
la adultez, pero aun así nos mantuvimos cerca con los años. Matrimonios, niños,
un divorcio, todos habíamos pasado por algo, y fue una llamada de alerta un
día, cuando me di cuenta que había estado esperando que mi vida comenzara —mi
vida real— solo para darme cuenta que ya había ocurrido cuando no estaba
prestando atención.
Ese
tren que estaba esperando para abordar, pasó a mi lado sin detenerse.
Probablemente no habría una esposa, y nunca sabría lo que sería criar a mis
hijos todos los días. En este punto, estoy demasiado acostumbrado a estar solo
que soy como un hijo único.
Y
un hijo único no sabe cómo compartir sus cosas.
Todd
apuesta otro dólar, y yo salgo, seguido por Lin, Emmett y Eelazar. Todd recoge
el bote, y Emmett mezcla todas las cartas, repartiendo nuevamente.
La
música del piso de arriba, de repente, resuena cada vez más fuerte, y escucho
pisadas en las escaleras seguidas por una puerta que se cierra. Los pies
descalzos aparecen en el hueco de la escalera, las piernas se hacen más
visibles a medida que descienden.
Isabella
se agacha, mirando debajo del techo del sótano.
—Oye,
¿te importa si saco los Otter Pops del congelador?
Todos
la miran, girando sus cabezas, y hago un gesto, apenas apartando la mirada de
mis cartas.
—Sí,
adelante —respondo rápidamente.
Un
calor líquido corre por mis brazos, y me miro la mano, luchando por
concentrarme, porque ella es de lo único que estoy consciente ahora.
Baja
apresuradamente el resto de las escaleras, con pasos ligeros y rápidos como si
tratara de no ser vista o escuchada mientras se lanza hacia la pared a mi
derecha y levanta la tapa del gran congelador.
La
habitación se ha vuelto silenciosa, y no estoy seguro si los muchachos tienen
miedo de hablar normalmente, porque hay una mujer en la habitación o si están
distraídos. Miro mis cartas y busco en mi cerebro. ¿De qué estábamos hablando
hace un minuto?
Oh,
niños. Claro.
Escucho
cosas que se mueven en el congelador y echo un vistazo, mi mirada
inmediatamente cae a sus pies. Está de puntillas e inclinada, sosteniendo la
tapa con una mano mientras rebusca en el enorme contenedor. Parece ser
consciente de sus pantalones cortos y que está agachada frente a una mesa de
hombres, porque se endereza en unos pocos segundos y se baja los pantalones
tanto como puede.
Las
uñas de sus pies están pintadas de un color rosa suave, y puedo decir que está
usando un bikini debajo de su camisa gris. Las tiras son visibles atadas detrás
de su cuello, y puedo ver más a través de los costados de su camiseta sin
mangas, las que están recortadas, mostrando la piel curva y bronceada de su
cintura. Los músculos en sus muslos se flexionan, y mi estómago se revuelve.
Empiezo
a mirar mis cartas, pero la veo metiendo su cabello detrás de sus orejas, y es
entonces cuando noto los pequeños agujeros en la camiseta. En el hombro, por la
costura.
¿Esa
es…?
—¿No
es esa tu camiseta? —susurra Emmett, inclinado hacia mí.
Entrecierro
un poco los ojos, y luego noto que mi número de béisbol está desteñido y verde
por detrás de su cabello. Sabía que reconocía esos agujeros.
Miro
hacia otro lado. Debo haberla dejado sobre los muebles el otro día, y la
recogió, pensando que tal vez era de Jacob. También le gustaba el béisbol,
supongo.
¿Y
le cortó los lados? De alguna manera quiero enojarme por eso. He tenido esa
camiseta desde la secundaria, pero…
De
todos modos, estaba demasiado vieja para usarla en público. Y se ve mejor en
ella que en mí. La miro de nuevo, viendo la camiseta que cubre su suave piel
bronceada por el sol, y una sutil oleada de placer se arrastra por el hecho que
lleva algo mío sobre ella.
Me
muevo en mi silla, parpadeando ante mis cartas para disipar las luces en mi
visión.
—¿Necesitas
una mano? —le ofrece Eleazar.
Dirigiendo
mi mirada hacia Isabella, la veo inclinarse hacia el congelador y frunzo el
ceño.
Pero
Todd comenta, un humor astuto llenando su tono.
—Oh,
déjala en paz. Lo está haciendo muy bien sola.
Los
chicos se ríen entre dientes, inconfundiblemente disfrutando de la vista, y Isabella
se endereza de nuevo, levantando la caja de Otter Pops en el hueco de su brazo.
Arquea una ceja hacia Todd mientras deja que la tapa se cierre de golpe.
Me preparo para su boca
sabihonda, pero en lugar de eso, se dirige hacia la mesa y mira por encima de
su hombro y hacia su juego.
—Oh,
mira eso —dice, sus ojos se iluminan y su voz vibra—. Tienes todos los reyes en
el mazo. Qué suerte, ¿no?
Emmett
resopla, y no puedo evitar temblar de la risa mientras todos se unen a la
diversión. Todos menos Todd, que arroja sus cartas, renunciando a su mano
ahora.
Compone
una sonrisa satisfecha en su rostro y sube las escaleras de nuevo. Estoy medio
tentado a decirle que se asegure que nadie coma esas paletas en la piscina,
pero estoy tratando de no tratarla a ella y a Cole como si fueran niños.
—Oh,
oye, ¿puedo hacerte una pregunta? —dice, deteniéndose a mitad de camino por las
escaleras.
La
miro a los ojos.
—Hay
un pequeño pastel en el refrigerador —continúa—: Jacob está rogando por
comérselo, pero no lo compré y no estaba segura de dónde vino. Solo quería
consultarte antes que se lo coma.
Mierda. Mantengo el rostro serio a pesar de
mi irritación. Puedo sentir los ojos de los chicos sobre mí.
—Oh,
eh, es un… —murmuro, sacudiendo la cabeza y fingiendo estudiar mis cartas de nuevo—.
Yo, eh… lo compré para ustedes… hoy, en la tienda… para ustedes dos.
No
dice nada, y después de un momento de silencio completamente incómodo, miro
hacia arriba. Ladea la cabeza, luciendo confundida.
Le
tiro tres cartas a Emmett para que me pase tres más, aunque no estoy seguro de
cuáles son las tres que acabo de descartar.
Todavía
me está mirando. Puedo sentirlo.
Suelto
más información, esperando que diga algo y salga de aquí.
—Solo
pasaba por Etienne’s y recordé que no tuviste ningún pastel en tu cumpleaños
—le digo, actuando con indiferencia—, o la oportunidad de celebrar realmente.
Solo pensé que les podía gustar. —Tomo tres cartas nuevas de la pila cuando Emmett
no puede pasarme las nuevas—. Iba de pasada de todos modos. No es gran cosa.
Si
no fuera gran cosa, no me habría sentido raro al respecto cuando llegué a casa.
Fue estúpido comprarlo en primer lugar. Ella no es mi hija.
Pero por alguna razón, al
pasar por la ventana y ver el pastel de tres capas, con rosas que cubrían cada
centímetro, pensé en ella. Creo que todavía estaba tratando de compensarle por
actuar como un idiota el otro día.
Y
la otra noche mencionó apagar velas, pedir deseos… No pudo hacer eso
correctamente en su cumpleaños, las donas no cuentan, así que me sentí mal
aunque no fue mi culpa. Comprarlo parecía una buena idea en ese momento.
Sin
embargo, llevarlo a casa se sintió sentimental. Demasiado sentimental. Lo metí
en el refrigerador, escondido en la caja rosa, esperando ver si el estado de
ánimo me golpeaba de nuevo antes de botarlo.
—Pero
sí, es tuyo, así que deja que lo coma —digo finalmente, mirándola de reojo
antes de volver a mirar mis cartas.
—¿No
ibas a decirme que estaba allí?
Me
encojo de hombros.
—Me
olvidé, supongo.
La
mentira no suena convincente, pero su voz emocionada me salva del calor de los
ojos de todos en mí.
—Bueno,
en ese caso, entonces no —afirma firmemente—. No puede comerlo. Es mío.
Mi
corazón se calienta y no puedo evitarlo. Miro hacia arriba lentamente. Me
sonríe mientras asciende el resto de las escaleras.
—¡Gracias!
—dice, y luego escucho la puerta abrirse y la música inundar el espacio antes
de cerrarse de nuevo.
Rosado. Le compré un jodido pastel rosado
como si tuviera siete. Con rosas. ¿Vio el pastel? ¿Se ve como el pastel de una
niña? O peor, ¿algo romántico? Tenían pasteles con globos. Tenían pasteles
sencillos. Mierda, soy un idiota. Ni siquiera pensé.
Tiro
mis cartas, cierro los ojos y deslizo mi mano por mi cabello.
—Solo
un minuto, muchachos —digo, empujando mi silla hacia atrás y rodeando la mesa,
hacia las escaleras.
Estallan
algunas risas y carcajadas detrás de mí cuando salgo del sótano y corro detrás
de la chica.
Sabes,
no fue hace mucho tiempo que podía pensar claramente. No dudaba constantemente
de cada movimiento que hacía y enumeraba todos los resultados posibles para una
sola acción y cómo respondería Isabella a ella. No he estado tan confundido
sobre nada en mucho tiempo.
Saliendo
por la puerta en la parte superior de las escaleras, escucho el estruendo de I
Love Rock 'n Roll que viene del patio y el chapoteo de alguien que salta a
la piscina. Le pedí a Isabella que recogiera las llaves de cualquiera que
bebiera, pero si los vecinos deciden
llamar a la policía por el ruido, mi medida de seguridad, para evitar que los
niños conduzcan en estado de ebriedad, no me salvaría de la ilegalidad de
permitir que menores de edad beban aquí, en primer lugar.
Aunque
tengo un policía abajo, así que supongo que las probabilidades están de mi
lado.
Entro
en la cocina, viendo fugazmente a los asistentes de la fiesta afuera, y veo a Isabella
junto al refrigerador, sacando la caja rosa con el pastel.
Se
da vuelta y lo coloca en la isla, mirando hacia arriba y encontrando mis ojos.
—No
voy a comerlo todavía —dice—. De lo contrario, tendré que compartirlo. Solo
quiero verlo.
La
aprehensión se apodera de mí mientras levanta la tapa, y hay una disculpa en
mis labios incluso cuando la veo romper en una sonrisa emocionada.
Camino
hacia el refrigerador y tomo un refresco por la que finjo que vine aquí.
—Lo
siento si es infantil —le digo—. No estoy seguro de lo que estaba pensando.
Se
cruza de brazos y muerde sus labios, como si tratara de contenerse, pero no
funciona. Puedo ver el rubor en sus mejillas en la cocina oscura y la forma en
que su aliento está temblando.
Gira
su cabeza hacia mí.
—No
creo que alguna vez haya tenido un pastel tan lindo —dice—. Gracias por pensar
en mí. Es una agradable sorpresa.
Mira
de nuevo el pastel, con una mirada de nostalgia en sus ojos.
Estupendo.
Ahora me siento peor. Parece que esto es lo más amable que alguien ha hecho por
ella, y ¿no sería eso jodidamente triste?
Aunque
es un bonito pastel. El glaseado está diseñado en rosas y comienza en la parte
inferior en blanco y lentamente se va haciendo más rosado por fila a medida que
sube hacia la parte superior, donde finalmente está envuelto en un sexy rosa
oscuro.
Viste,
no fue estúpido. Sabía que le gustaba el rosa.
—También
es rosa por dentro —le digo—. Pastel rosa, quiero decir.
Su
sonrisa se hace más grande.
Y ahora que lo recuerdo, no
está hecho para niños. El pastel está hecho con champán, dijo la vendedora.
Bueno,
lo hice bien. Mi
cabeza finalmente evoluciona hacia la perspectiva que tenía cuando la compré, y
me siento menos torturado.
Sumerge
su dedo en una rosa y se lo lleva a la boca, chupando el azúcar. Mi mirada se
congela, viendo la forma en que sus labios se fruncen y su lengua sale para
lamer el pedacito de glaseado que queda en la punta.
Gimo
por dentro, incapaz de evitar preguntarme qué tan cálida es su boca.
Me
aclaro la garganta.
—Eh,
me olvidé por completo de las velas —lo admito, moviéndome al cajón detrás de
mí—, pero sé que tienes que hacer esto, así que…
Saco
una caja de fósforos, al lado del sujetador para sartenes, y enciendo uno, voy
a colocarlo en el centro del pastel, pero me detengo.
—¿Deberíamos
llamar a Jacob?
Mira
por la ventana y luego hace un gesto con la mano restándole importancia. Coloco
el fósforo en el pastel.
Observo
mientras cierra los ojos, exhala un suspiro y relaja sus hombros, y luego,
lentamente, una pequeña sonrisa curva sus labios. Instintivamente, sonrío
también, como si no supiera lo que está pensando, pero creo que sé lo que
siente en ese momento.
Apaga
el fósforo y abre los ojos, la corriente de humo blanco ondea frente a su
rostro.
Me
quedo a su lado por un momento, sin querer moverme.
Alguien
debería abrazarla ahora mismo. Alguien debería acercarse para pararse frente a
ella, poner ambas manos en el mostrador a los lados, y sentir su aliento contra
su rostro.
Respiro
un poco más rápido, imaginando a qué sabe.
Y
luego tomo la lata de refresco que había dejado en el mostrador y la empuño
hasta que el aluminio se aplasta.
Eso
no es bueno. Esos
pensamientos no son buenos.
Me
alejo, tragando tres veces para mojarme la garganta, y tomo el contenedor de
cintas de casetes de mi camioneta del mostrador y lo deslizo a través de la
isla hacia ella.
—Y eso es para ti,
cumpleañera —digo para distraerme de cualquier vibración que pueda haber estado
emitiendo—. De nada.
Sus
ojos caen sobre el contenedor negro, reconociéndolo, y se abren, al igual que
su mandíbula.
—¿Qué?
—exclama—. Es en ser… ¡de ninguna manera! —Sonríe alegremente—. ¡No puedo
recibir esto! Eran de tu padre.
Asiento,
ahora me siento más seguro con la isla entre nosotros.
—Mi
papá querría que los tuviera alguien que los atesorara. Los atesorarás,
¿verdad?
No
es como si alguien reprodujera las malditas cosas. Solo escucho lo que sea que
esté en la radio. Parecía bastante asombrada por ellos, así que fue lo único
que pude pensar en darle que le gustaría.
Levanta
sus manos animadamente y hace una mueca como si no supiera qué hacer conmigo.
—Pero…
—se detiene, resoplando—, Edward, yo…
—Los
quieres, ¿verdad? —pregunto.
Resopla
de nuevo, haciendo una mueca. Puedo ver la lucha en sus ojos. Para ella, es un
regalo valioso, y no tiene derecho a ellos. Pero también se muere por tomarlos.
—¿Hablas
en serio? —pregunta, ahuecando su rostro en sus manos.
No
puedo evitar reír. Es divertido hacerla feliz.
Los
levanta y los abraza.
—Tengo
casetes. Tengo una colección. ¡Mierda! —estalla—. Me siento tan mal, pero…
también los quiero. Entonces, los tomaré.
Finge
una mirada de disculpa, pero se ríe, lo que me divierte aún más.
—Bien
—digo.
Y
me siento mejor ahora, también. Al menos, con suerte, he compensado mi
comportamiento a principios de semana. Con esto y el jardín, luce eufórica.
Me
alejo del mostrador para despedirme, pero me detiene.
—Oh,
espera.
Dándose
la vuelta, saca una bandeja del refrigerador y camina hacia mí, colocando una
bolsa de nachos en la parte superior y entregándome todo.
—Hice
salsa extra para ti y los chicos.
Miro hacia abajo y mi
estómago gruñe de inmediato.
—Oh,
no tenías que hacerlo. —Normalmente pedimos alas y pizza. Pero esto realmente
se ve muy bien—. Gracias. Les encantará.
Sonríe,
y por tres largos segundos estamos encerrados allí, en la mirada del otro. Casi
como si el aire fuera tan pesado con algo más que no pudiéramos mover.
Finalmente,
inhalo y respiro.
—Asegúrate
que limpien cuando terminen, ¿de acuerdo? —No te obligues a hacer todo,
quiero agregar, pero no lo hago.
Solo
pone los ojos en blanco y vuelve a mirar sus casetes.
Un
ruido fuerte me despierta de mi sueño, y me despierto bruscamente, parpadeando
en la oscuridad. ¿Qué diablos? Podría haber jurado que la cama también había
vibrado. Me lleva un momento ubicar todos los sonidos afuera, y luego escucho
el ritmo de la música amortiguada filtrándose a través de las ventanas
cerradas.
Jesús,
¿todavía están despiertos? Miro el reloj, viendo que es justo después de la una
de la madrugada. Muevo la sábana y bostezo, deslizando mis dedos por mi cuero
cabelludo.
Hace
mucho calor aquí.
Me
siento, balanceando mis piernas sobre el borde de la cama y me levanto.
Al
cruzar la habitación, abro la puerta y me dirijo hacia el pasillo y las
escaleras. En la parte inferior, verifico el termostato y enciendo el aire
acondicionado. Veintiséis grado dentro. Estoy dispuesto a comprometerme,
pero eso es insoportable. Tampoco ayuda el hecho que tengo que dormir con
pantalones de pijama ahora que hay gente en la casa, pero temo despertarme de
repente y olvidar que estoy jodidamente desnudo.
Entro
en la cocina, manteniendo las luces apagadas, y me detengo en el fregadero,
mirando por la ventana hacia el patio. Me sorprende que no hayan llamado a la
policía. Es menos ruidoso de lo que era antes, pero todavía es demasiado fuerte
para esta hora.
Miro alrededor del patio
trasero por lo que causó el golpe y mis ojos se abren de inmediato, y me doy
vuelta. En serio, Jacob, ¿qué tipo de amigos hacen esta mierda en la casa de
otra persona?
Al
menos a dos chicas les falta la parte superior de sus bikinis, una de ellas es
tocada por un tipo que solo puedo suponer es uno de los amigos de Jacob
mientras se besan en la piscina. La otra chica está acostada en una silla de
jardín, con un brazo metido detrás de la cabeza y las gafas de sol puestas a pesar
del hecho que está oscuro.
Me
doy vuelta, buscando en mis pantalones por mi teléfono. Necesita sacar a esas
pequeñas mierdas de mi propiedad, pero no puedo salir. No estoy seguro si sería
incómodo para ellos, pero definitivamente sería extraño para mí. De seguro
conozco a sus padres, probablemente.
¿Dónde
demonios está Isabella? No
sé por qué ese pensamiento aparece en mi cabeza, pero por alguna razón, es
instinto sospechar que también tendrá un problema con esto. ¿Dónde demonios
está mi teléfono?
Recuerdo
que está conectado a mi cargador al lado de mi cama, y vuelvo a subir las
escaleras y cruzo el pasillo, entro en mi habitación y lo desconecto.
Al
menos la mayoría de la fiesta se ha despejado, por lo que parece. No debería
ser demasiado difícil deshacerse de los restantes ocho o algo así. Pero el
patio trasero es un desastre, y he sido más que amable con esto. Es mejor que
no pida otra maldita fiesta durante mucho tiempo.
Bajando
las escaleras, llamo a Jacob con mi teléfono mientras me detengo dentro de la
cocina. Sosteniéndolo en mi oído, escucho cuando suena su línea.
Pero
pronto escucho un tintineo que viene de algún lugar en la sala de estar y miro
detrás de mí para ver una luz que viene del brazo del sofá. Es el teléfono de
Jacob que se enciende con mi llamada. Maldita sea.
Mientras
cuelgo, muevo mi pulgar y hago clic en el nombre de Isabella, llamándola. Pero
cuando estoy a punto de presionar Llamar, miro hacia arriba y de repente
me detengo.
Esta
allí. De pie en el extremo poco profundo de la piscina, hundida hasta los
muslos, con los brazos unidos en la parte delantera de su cuerpo, tratando de
mantener la parte superior puesta mientras Jacob tira de los lazos en la parte
posterior de su cuello. Se para frente a ella, mirando hacia abajo, mientras
ella sacude la cabeza, tratando de resistir, pero sonriendo de todos modos.
Puedo ver su vergüenza desde aquí.
Una
oleada de sentimientos me golpea, y muchos pensamientos nadan en mi cabeza
mientras trato de mirar hacia otro lado, pero no puedo.
No la mires, me
digo.
Y
mi puño se cierra alrededor de mi teléfono, deseando que Jacob también la deje
en paz. A ella obviamente no le gusta.
Y
a mí no me gusta.
Pero
no puedo evitar que mis ojos se vuelvan a levantar hacia ella, viendo el bikini
rosado que lleva puesto y las delgadas correas que se deslizan lentamente sobre
su piel.
Dios,
es hermosa.
Siento
un nudo doloroso dentro de mí, observando su largo cabello cayendo contra su
cuerpo desnudo, y sus brazos, lo único que sostiene los trozos de tela que la
cubren.
Deslizo
mi mano por mi rostro, tratando de borrar la vergüenza, porque si fuera Cole,
la trataría igual, pero mucho más en privado. No quisiera que nadie más viera
lo que solo yo puedo ver.
Soltando
un suspiro, bajo mi mirada. Esta noche debe terminar. Tal vez debería cortar la
electricidad, para que todos se vayan.
Pero
antes de tener la oportunidad de moverme, veo que Isabella está fuera de la
piscina y se mueve hacia la ventana. Sostiene la parte superior de su bikini
con una mano y se vuelve a poner mi vieja camiseta con la otra, estirándose y
atando las tiras de su bikini una vez que se pone la camiseta.
Tiene
las cejas fruncidas, como si estuviera molesta, y arqueo la cabeza, mirando
hacia atrás para ver que Jacob ha seguido adelante, riendo y lanzándole una
pelota de fútbol a alguien.
Se
dirige a la casa, hacia la puerta de atrás, y me enderezo cuando entra a la
cocina. Conecto mi teléfono al cargador en el mostrador para que parezca que
estoy haciendo algo.
—Oh,
hola —dice, deteniéndose cuando me ve.
La
miro, aclarando mi garganta.
—Hola,
¿todo está bien?
—Sí,
solo iba a… —duda como si buscara una respuesta—, cortar un poco de sandía.
Asiento
una vez y me acerco al refrigerador, alcanzo la parte superior y agarro la
fruta por ella.
Saca una tabla para cortar y
un cuchillo, y me olvido de pedirle que termine la fiesta. No parece querer
estar allí en este momento.
Sacando
la otra tabla de cortar al lado del refrigerador, me acomodo en el mostrador a
su lado y corto la sandía a la mitad por ella.
Una
parte se queda en mi tabla, muevo la otra mitad a la suya, y ambos empezamos a
cortar.
Los
que quedan de la fiesta corren por el patio trasero, un chico atrapa a una
chica que chilla medio desnuda, y bajo los ojos otra vez, sintiéndome
jodidamente estúpido, como si esta no fuera mi casa, y como si fuera un
pervertido de setenta años espiando a adolescentes que se volvieron locos
corriendo por mi maldito jardín.
La
veo mirar por la ventana frente a nosotros y luego rápidamente a mí,
probablemente notando mi molestia. Hay mujeres en topless en mi patio trasero,
después de todo, enloquecí por su camiseta mojada cuando cortaba el césped el
otro día.
Pero,
en cambio, recurro al sarcasmo esta vez.
—¿Crees
que Cramer al lado está disfrutando de la vista?
Resopla,
titubeando mientras corta, y suelta una risita.
Sin
embargo, después de un momento, escucho su voz burlona.
—¿Tú
lo haces? —responde.
Abro
los ojos un poco, sorprendido, y la miro. Me lanza una pequeña sonrisa
engreída.
—Todavía
eres joven —señala, bromeando conmigo—. Todavía luces enérgico. ¿Por qué no
sales más?
¿Quién
dice que no salgo? Mis días de ir a un bar se han terminado, pero también
invité amigos esta noche. De acuerdo, eso no es “salir”, pero no soy un
ermitaño.
—No
eres gay, ¿verdad?
Le
lanzo una mirada. ¿Disculpa? ¿No hablamos sobre mis hábitos de citas la otra
noche?
Pero
sacude la cabeza de inmediato, despejándolo.
—Sí,
no importa. No lo creo.
Jesús.
De
acuerdo, no tengo tanta vida social como podría. Lo sé. Todavía no tengo
cuarenta años, y mi tiempo de inactividad se parece al retiro de mi abuelo.
Me detengo un momento,
buscando las palabras más fáciles para explicarle.
—Me
gusta mi vida aburrida —le digo, mi voz suena como una disculpa—. A la mayoría
de las mujeres no les gusta.
—Tal
vez a las chicas no —responde, con un ligero humor en su voz que aprecio—. Me
parece que estás lejos de ser aburrido. Deberías salir más. Hay escasez de
hombres en esta ciudad. Demasiados chicos.
Sonrío
para mí mismo. Me ve como un hombre, no solo como el padre de alguien. Eso no
debería gustarme tanto.
Y
sí, puede haber muchos chicos, pero también hay muchas mujeres, y ninguna de
ellas es para mí.
Créanme, si mi futura esposa viviera en esta ciudad, la habría encontrado a
estas alturas.
Corta
una de sus secciones por la mitad y la gira de lado para cortar triángulos de a
dos. Hago lo mismo.
Afuera,
una mujer joven con una larga cola de caballo marrón se desliza por la piscina,
su bikini naranja hace que su piel bronceada parezca más oscura.
Muevo
mi barbilla.
—¿Debería
ir tras ella?
Isabella
mira a la chica que está fuera de la ventana, baja la vista otra vez, y sigue
cortando la fruta.
—Es
demasiado sexy para ti.
—¿Crees
que no puedo manejarla? —bromeo, cortando dos triángulos más—. He tenido
bastante experiencia, ¿sabes?
—Mucha
a tu edad, estoy segura. ¿Ya necesitas una siesta?
Por
qué, pequeña…
Corto
la fruta, y el cuchillo cae, su punta se clava justo en el interior del dedo
medio en mi mano izquierda.
—¡Mierda!
—Dejo caer el cuchillo y levanto mi mano, el dolor hundiéndose hasta el hueso.
Respiro profundamente. Maldición.
—Oh.
—Jadea Isabella y también suelta su cuchillo, secándose las manos—. Lo siento
—ofrece una pequeña risa arrepentida—. Ven, ven aquí.
Me
chupo la sangre del dedo, sin darme cuenta que me ha empujado hacia un taburete
de la barra en la isla mientras toma los vendajes del armario.
¿Los
coloqué ahí? No lo hice.
Corriendo hacia mí, abre un
paquete, y veo que es una toallita húmeda, probablemente con “antibacterial”, o
algo así.
—Puedo
hacerlo. —Extiendo mi mano.
Pero
se acerca de todos modos, inspeccionando la gota de sangre del tamaño de un
guisante en mi dedo otra vez.
—Lo
sé —dice—. Simplemente me siento mal. No quise molestarte y distraerte. Solo
estaba bromeando.
Siseo
por lo que sea que haya en la toallita tocando mi herida abierta.
—No
me molestas —le digo, pero sale como un gruñido—. Bueno, lo hiciste, supongo. Siempre
lo haces, pero es en un buen sentido.
—¿En
un buen sentido? —Frunce el ceño.
Sí,
como, ya sabes, divertido. Eres divertida. Y algo graciosa. Y bastante
interesante. No sé cómo hace que mi temperamento se eleve tan rápido, y por
cosas estúpidas e insignificantes, y no puedo explicar por qué, pero me gusta.
Sin
embargo, no sé cómo decírselo. Suena extraño.
Cuando
no respondo la pregunta, continúa, su voz es tranquila y seria.
—Sabes
—dice, sin mirarme—, si estás interesado en ella, puedo traerla más
seguido. Si quieres.
¿La
chica del bikini naranja?
—¿Traerla?
Asiente,
aún secándome el dedo.
—Una
fiesta de pijamas o algo así. No tendrás que hacer un movimiento. Te saltará
encima.
No
me mira, pero la observo. ¿Quiere que tenga sexo?
Siento
que un sudor cálido y ligero me cubre la columna cuando me doy cuenta del calor
de su cuerpo de pie entre mis piernas. Observo cómo se retira el cabello del
rostro solo para que vuelva a caer en el mismo lugar.
La
del bikini naranja no es la que quiero que me salte encima.
Distraídamente,
levanto la mano y le quito el cabello del ojo, rozando su frente mientras lo
pongo detrás de su oreja. Levanta su mirada, encontrando la mía mientras dejo
que mi mano caiga por los mechones de su cabello liso, y mi corazón se detiene
un segundo mientras estamos parados ahí, mirándonos.
Casi puedo sentir su rostro
en mis manos. El impulso es tan fuerte por saber lo que es tener solo una parte
de ella.
Jesucristo. Dejo caer mi mano, mirando hacia la
pequeña herida en mi dedo medio.
—Entonces,
¿quieres que lo haga? —Habla en voz baja, casi como si temiera lo que voy a
decir.
Sacudo
la cabeza.
—No
—digo finalmente—. No está mal, pero no es lo que me gusta.
Desenvuelve
un curita y lo coloca en mi dedo, lentamente alisando el vendaje una y otra
vez.
Mis
dedos hormiguean donde los sostiene, y miro su rostro, su enfoque aún no
abandona mi mano.
Y
de repente, casi susurra:
—Bueno,
¿qué te gusta?
Observo
mientras se lame los labios, su respiración es superficial, y mi polla se
sacude, casi como si estuviera a punto de romper algo con mis dientes.
¿Qué
está haciéndome?
—Mujeres
con edad suficiente para beber, para empezar —replico, retirando mi mano.
Arquea
una ceja.
—Sí,
como si fueras un amante de los bares.
Sí,
tiene razón. Bebo en casa
—Pero
bien. —Suspira, retrocediendo y colocando sus manos en sus caderas—. Realmente
no quería presentártela.
—¿Por
qué?
—No
creo que sea tu tipo. —Arroja los envoltorios, moviendo sus ojos ahora—.
Además, estaría celosa. Me gusta ser la única mujer en la casa.
—¿Y
si hubiera dicho que sí?
Se
encoge de hombros, fingiendo una mirada de disculpa.
—Bueno,
entonces no obtendrás tus nuevas hamburguesas favoritas como te gustan.
Sonrío,
negando. Qué presuntuosa.
Pero
sí, de hecho me encanta su forma de hacer hamburguesas.
Toma mi mano, dándole un
vistazo a mi pequeña herida.
—Está
bien. Gracias. —Me levanto, obligándola a retroceder un poco—. Sal con tus
amigos.
Vuelve
su cabeza por encima de su hombro, mirando hacia afuera, pero no parece de
humor para seguir de fiesta.
—¿Qué
vas a hacer? —pregunta caminando de regreso a la sandía y llenando un gran
tazón con los trozos.
—Intentar
volver a dormir, supongo —le digo.
Afortunadamente
no se meterá con mi aire acondicionado, y podré volver a dormir.
Saliendo
de la cocina, froto mi dedo, sintiendo el dolor de la puñalada.
La
miro de nuevo y veo sus ojos sobre mí mirando sobre su hombro. Rápidamente
vuelve a su trabajo, y simplemente quiero quedarme.
Después
de un largo rato, trago saliva.
—Buenas
noches —digo.
Pero
antes de llegar a la sala de estar, escucho su voz a mis espaldas.
—¿Qué
quisiste decir con “en un buen sentido”?
Sus
ojos están sobre mí de nuevo, y levanto la esquina de mi boca en una pequeña
sonrisa. No estoy seguro de qué decir que no suene completamente inapropiado.
Finalmente,
simplemente me decido por soltar la respuesta más sencilla, dándome la vuelta y
dirigiéndome hacia las escaleras.
3 comentarios:
Muchas gracias por el capítulo, gracias por actualizar
GRACIAS hermosa ❤😘💕
GRACIAS!!!!
Me gusta esta historia, no importa lo de Jacobo si edward está mejor.
Si el está con otra ya no hay impedimento para....
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