lunes, 20 de mayo de 2019

Capitulo 26 No puedo Amarte



Capítulo 26

Edward

Respiro profundamente y lo sostengo mientras tomo la perilla de la puerta de Grounders. Intenté llamar a Tanya, e incluso volví a The Hook pero no pude encontrarla. Entonces, Esme es, supongo. Estoy seguro que es una pérdida de tiempo, la mujer me ha odiado desde que me conoció, pero estoy desesperado.

Abriendo la puerta, entro, la música y el olor a comida frita me atrapan inmediatamente. Esme está detrás del bar con solo tres clientes frente a ella, y miro alrededor, viendo algunas mesas llenas pero la mayor parte vacías. Es un lunes por la noche bastante tranquilo.

Trueno mi cuello, preparándome mientras me acerco al bar.

Ella me ve de inmediato y deja de secar el vaso mientras endereza su espalda.

—Tanya, ¿puedes servirle a ese hombre? —dice.

Miro al otro extremo y observo a la hermana de Isabella inclinándose sobre éste. Debe estar cubriendo los turnos de Isabella mientras no está.

Su cabeza descansa en sus manos mientras habla con un cliente, pero en cuanto sus ojos se encuentran con los míos, se endereza y su sonrisa se desvanece.
Esme comienza a alejarse.

—Espera —digo, deteniéndola—. No voy a quedarme.

—Bien.

—Yo solo…

—No voy a decirte dónde está —me interrumpe.

Veo a Tanya observándonos, y respiro profundamente una vez más, dejando caer mis hombros.

—Solo necesito saber que está bien.

—Ella está bien —responde cortantemente—. Y estará mucho mejor si permanece alejada de ti y este pueblo.

Me muevo, dejando caer mi voz.

—Necesito verla. Por favor.

—Tú la tuviste.

Sus ojos están casi cubiertos por su largo fleco negro, pero puedo ver el rencor en ellos bastante bien.

No quiero molestar a Isabella. Se alejó y no he sabido nada de ella, así que eso me dice que hice lo correcto. Ella está bien, y será más feliz.

Pero yo no. Esto no se ha terminado para mí. Necesitas tú corazón para poder salir de la cama, caminar, hablar, trabajar, y comer, y ella se lo llevó cuando se fue. No era mucho, antes que ella apareciera, pero lo que había dentro de mí, se lo llevó. Soy jodidamente miserable.

—Por favor dile… —me detengo, admitiendo en voz alta lo que temía admitir—. Que la amo.

Esme no dice nada, y ni siquiera puedo mirarla a los ojos y ver que está pensando lo que sé es verdad. Lo arruiné.

Estoy a punto de irme cuando Tanya se acerca.

—Han pasado dos meses —le dice a Esme—. Y todavía tiene un aspecto de mierda.

—Ese no es problema de Isabella.

—Y no somos las guardianes de Isabella —responde Tanya—. Se fue una vez y puede volver a alejarse si es lo que decide. No tenemos que protegerla.

Esme duda, me lanza una mirada, y finalmente se da por vencida, caminando alrededor de Tanya al otro lado del bar.

Tanya se dirige a mí.

—Mira, no sabemos exactamente dónde está —dice—. Me llama y se reporta cada pocas semanas. Pero tiene una amiga cuya familia tiene un motel al este de Virginia. Ha estado intentando que Isabella vaya a visitarla e incluso le ofreció un trabajo durante un verano. —Duda y luego se encoje de hombros—. Sin mucho dinero, no puedo imaginar a Isabella yendo a otro lugar.

Virginia. Eso está a doce horas conduciendo. ¿Lo habrá hecho con el VW?

Supongo que si Tanya dice que ha estado llamando, está a salvo. Y ésta es la mejor pista que voy a poder conseguir. Sus clases de otoño inician en una semana, y si tuviera la intención de regresar ya lo habría hecho, ¿no es así? Querría sus cosas fuera de mi casa, y tendría que averiguar dónde va a vivir. ¿Estaba planeando regresar a casa?

Necesito encontrarla. No puedo esperar.

Doy la vuelta pero luego me detengo.

—¿Cuál es el nombre del motel? —le pregunto a Tanya.

Pero ella solo suspira.

—Hmmm, no puedo recordarlo —dice, jugando conmigo—. Supongo que si la quieres lo suficiente, la encontrarás.

Y luego se aleja satisfecha por estarlo haciendo más difícil para mí. Podría llamar, supongo, pero si logro encontrarla quizás solo me cuelgue. Necesito encontrarla.

Necesito al menos verla una última vez y decirle que la amo y que ella lo es todo.
Y que estoy muerto sin ella.
Bella
Presiono el ratón, moviendo el seis de corazones rojos y todo debajo de éste al siete de tréboles negros. Luego abro la nueva carta, presionando dos veces, y viendo el As moviéndose automáticamente a la casilla libre.

Después de nueve semanas, me he vuelto bastante buena en este juego. Alice continúa sugiriendo que aprenda póker o blackjack o incluso que comienza a jugar con personas de todo el mundo, pero no soy tan genial. Me gusta jugar sola. Solo algo para mantener mi cerebro ocupado. Han sido unas vacaciones agitadas. He ganado cerca de trescientos cinco juegos de cuatrocientos, y solo perdí esos porque seguía jugando demasiado tarde y me quedé dormida, haciendo que la batería muriera.

En realidad me siento un poco patética cuando me permito pensar en cómo he pasado horas y horas en este hermoso verano. Pero cuando comienzo un nuevo juego, dejo de pensar al respecto.

Escucho sonar la campana en la puerta del lobby, y miro hacia arriba, viendo a un hombre joven, en una camisa negra y jeans, entrar y dirigirse al escritorio del frente.

Me deslizo de mi banco y me levanto. Siempre me pongo nerviosa cuando llegan clientes tan tarde. El motel se encuentra en una vieja carretera sin muchos negocios o luces. La mayoría de las personas se quedan con la interestatal, especialmente cuando está así de oscuro, y los que no lo hacen, me hacen dudar.
Pero bueno, es negocios.

—Hola. —Sonrío—. Bienvenido a The Blue Palms.

Se acerca al mostrador, y mi sonrisa titubea, viendo el enorme tatuaje de alas en su cuello con las palabras El Demonio No Duerme en tinta negra. Esta es un área bastante conservadora. No puede ser local.

—Hola. —Se encuentra con mis ojos pero solo por un segundo—. ¿Cuántas habitaciones vacías tiene?

—Um… —Miro los cubículos y cuento las llaves para asegurarme—. Seis —le digo.

Asiente, moviendo la mano hacia su bolsillo trasero por su cartera, asumo.

—Tomaré cinco. Por una noche, por favor.

¿Cinco? No creo que hayamos estado así de cerca de Sin Vacantes desde que llegué aquí. ¿Para qué necesita todas esas habitaciones?

No es que me esté quejando. Necesitamos el negocio.

The Blue Palms, propiedad de mi amiga Alice y su familia, se encuentra casi en un camino desierto. La nueva interestatal que se terminó hace veinte años hace difícil el negocio. Las únicas personas que parecían saber dónde estábamos eran los locales, o las familias de los locales que viajaban para visitar, y los motociclistas en búsqueda de una experiencia más auténtica rodando por las antiguas carreteras.

Sin embargo, me alegra haber venido a ayudar. Alice me había suplicado por años para que la visitara, y ha sido un viaje en el tiempo el pasar otro verano con ella. Ella y yo ganamos una beca para un campamento cuando teníamos doce, y nos hemos mantenido en contacto desde entonces. Siempre había querido conocer el lugar de donde provenían muchas de sus historias tontas y sexis.
El cliente me da su identificación, y la tomo.

—Gracias —digo, llevándola al teclado para registrar las habitaciones a su nombre.

La puerta de repente se vuelve a abrir, la campana suena, y escucho una voz demandante gritar.

—¡Necesitamos comida!

Miro hacia arriba, viendo a tres mujeres de pie en la puerta y notando a unas más afuera. No veo a otro hombre. Mis ojos caen a sus atuendos, y comparado con éstas, la ropa de mi hermana en The Hook parecen prudentes. Cabello, maquillaje, tacones…

Lanzo la mirada al chico y lo veo parpadear larga y pesadamente, viéndose ofendido. Levanta los menús de papel que están en la pared y toma algunos de diferentes lugares.

—¿Estos restaurantes hacen entregas? —pregunta, bajándolos y sacando billetes de su cartera.

—Sí, todos.

Levanta los menús con el dinero, y una de las chicas entra y le quita todo de las manos.

—Quiero facturas y el cambio —ordena sin mirarla.

Ella le hace un gesto a su espalda y desaparece junto a las demás.

Me siento obligada a advertirle. Este lugar tiene un código no oficial de conducta, y Alice es bastante estricta sobre no obedecer. Han estado aquí por mucho tiempo, pero el pueblo está buscando comprar la propiedad y no quiere darles ninguna excusa para que quieran desaparecer este lugar.

—Este es un lugar familiar y muy silencioso —le digo, escribiendo lentamente su nombre y dirección—. No están permitidas las fiestas, solo para que lo sepa…
Me mira, sus ojos marrones oscuros casi divertidos.

—Son mis hermanas —dice.

Reprimo una sonrisa e intento concentrarme una vez más en mi trabajo. Seguro. Si esas son sus hermanas, entonces yo soy la mamá.

Pero ciertamente parecía bastante fastidiado como un hermano lo estaría, supongo.

Coloco las llaves sobre el mostrador, con los antiguos llaveros en forma de diamantes, e imprimo el contrato para que lo firme.

—La alberca cierra a las diez —le digo—. El hielo y las máquinas expendedoras están entre los dos edificios, y tenemos una lavandería cruzando el camino ahí. —Lo miro y señalo detrás de él, afuera—. El mostrador está abierto las veinticuatro horas. Háganos saber si necesita algo. Y serían doscientos ochenta dólares y cuarenta centavos, por favor.

Pero mientras coloco la pluma sobre el contrato y espero su respuesta, veo que ni siquiera me había estado escuchando. Está mirando al letrero con las luces de neón en la pared a su derecha y la frase escrita en cursiva.

Bueno, no se parecen en nada a Billy y yo…

Su expresión severa se transforma en una pequeña sonrisa mientras mira la señal, tiene una expresión mezclada entre sorpresa y confusión en su rostro, como si un recuerdo estuviera cruzando su cabeza. Vuelvo a mirar al letrero, la obsesión de Alice con la música de los 90 es la cruz de mi verano. Es una frase de una canción de Sheryl Crow, y nunca le pregunté si significaba algo, porque luego pone la canción, y yo sufro.

—¿Señor? —digo.

Parpadea, girando hacia mí, todavía desorientado por un momento.

—¿Está bien?

Mueve la cabeza y abre de nuevo su billetera.

—¿Cuánto es?

—Doscientos ochenta, y cuarenta y dos —le digo.

Me pasa trescientos dólares, y tenemos un letrero que dice que no aceptamos billetes mayores de cincuenta, pero viendo la cantidad de dinero en su billetera, no me siento cómoda al decírselo. Tomo el dinero y le doy el cambio.

Da golpecitos sobre el mostrador mientras espera, y me doy cuenta que está siguiendo el ritmo de The Distance por Cake que Alice colocó en el altavoz del lobby.

—Oh, no haga eso —bromeo, dándole su cambio—. Alentará al dueño. Estoy intentado convencerla que su música está alejando a los clientes.

Toma el dinero y me lanza una mirada.

—La música de los noventa es la mejor. Es cuando las personas decían la verdad.

Curvo la comisura de mis labios, sin querer discutir más. Claramente él bebió del mismo Kool-Aid que ella.

—Gracias —dice, tomando las llaves.

Le regreso su identificación, y lo observo alejarse. Afuera, reparte las llaves a las señoritas, y después de un momento, todos se dirigen a sus habitaciones. Estoy medio tentada a ir a la ventana y ver si va con una de ellas. O las cinco de ellas. Tengo mucha curiosidad.

—¿Era un cliente? —pregunta Alice detrás de mí, y miró hacia atrás, viéndola caminar a la oficina. El departamento donde vive con su abuela está detrás de la oficina, así que es fácil pasar y revisar si se necesita algo.

—Sí —le digo—. Pidió cinco habitaciones para la noche, y está viajando con al menos media docena de mujeres, así que diviértete con el turno nocturno.
Se burla y camina, tomando el contrato.

—¿Tyler Durden? —Lee su nombre, entrecerrando los ojos por encima de sus lentes.

Asiento, jalando un cabello de su camisa de franela. Ella incluso se viste como en los noventa.

—¿No tomaste su identificación? —Me hace una mueca—. Es un nombre falso.

—Su identificación decía Tyler Durden —digo—. ¿Por qué piensas que es un nombre falso?

—Tyler Durden es el personaje principal en Fight Club —dice, como si fuera una idiota—. La mejor película de los noventa, y uno de los mejores libros. Es desconcertante que no sepas eso, Isabella.

Me río, moviendo la cabeza. Ella quizás sea un año mayor que yo, pero estamos a mundos de distancia en intereses.

Fight Club.

Mi sonrisa se desvanece, y bajo la mirada, regresando a la computadora. He visto la película, pero ese nombre no me sonaba. Y había visto recientemente la película también, con Edward…

Trago. Siento un nudo en el pecho. Mierda. Había estado bastante bien las últimas semanas, girando mi atención a otra parte, para no pensar en él. Había sido tan difícil al inicio, pero no verlo todos los días lo había vuelto más fácil. Fue correcto haberme ido como lo hice.

Pero de vez en cuando, aparecía en mi cabeza cuando hacía dip de taco para Alice durante un largo turno del sábado, o escuchaba una canción o cuando veía mi impermeable aún con manchas de lodo de cuando jugamos. Ni siquiera he encendido ninguna vela, porque no sé qué desear cuando tenga que apagarlas.

El desear sentir lo que sentía cuando estaba con él, vuelve a darle poder sobre mí, pero en el fondo, es lo que todavía quiero.

Sentirme bien una vez más.

Solo que ahora tendrá que ser con alguien más.

—Entonces… —Alice empuja otro banco—. ¿Tus clases de otoño no inician pronto?

Salgo del juego gratis, evitando su mirada.

—Sí.

Espera a que diga más, pero no estoy segura de qué decir. Mi apoyo financiero llegó, así que mis clases ya están pagadas y tengo lo suficiente para conseguir un departamento cuando regrese a casa, pero se siente casi como dar un paso hacia atrás. Él llamó cuando me fui, pero después de unos días dejó de hacerlo, y no he escuchado nada desde entonces.

Odio admitirlo, pero me pregunto demasiado qué está haciendo, si está viendo a alguien más, si me extraña…

Si voy a casa, puede que me encuentre con él. ¿Cómo será?

Estoy orgullosa de mí por mantenerme alejada, pero aun así me siento avergonzada porque siga en mi cabeza, permaneciendo todo el tiempo. Todavía no lo supero, y hasta que pueda soplar una vela y tenga algo mejor que desear, no creo que mi cabeza se encuentre en el lugar adecuado para regresar todavía. Tengo miedo.

—Sabes que puedes quedarte por siempre —dice Alice—. De verdad. Mi universidad no es mala. Puedes transferirte.

—Gracias —le digo—. Pero necesito regresar. Sé que tengo que hacerlo. Solo que no he querido pensar al respecto.

—No quieres verlo.

Me encuentro con sus ojos, sus lentes con borde negro cayendo por su nariz, de nuevo.

—No quiero ser quien era cuando me fui —aclaro.

—No lo eres. —Recarga su codo sobre el mostrador, descansando la barbilla en su mano—. Tienes permitido estar herida. Pero no le permitiste derrumbarte —señala—. Eso es lo que nos hace fuertes. No lo has llamado, y nos hemos divertido. No arruinó tu verano, porque no se lo permitiste.

Sí. Nos emborrachamos en el estanque, cantando mala música mientras conducíamos por el pueblo en su Pontiac Sunbird convertible del ’92, y tuvimos unas fiestas de piscina donde me reí un poco.

—Y no es como si me hubiera rastreado tampoco, entonces… —le digo—. Supongo que ambos sabíamos que era tiempo prestado. Era solo una aventura. Él tenía razón.

Una aventura.

Una buena historia que me divertirá mirando en retrospectiva cuando ya no lo ame, y pueda apreciarlo por el sexo que fue.

Siento sus ojos sobre mí, porque sabe que estoy mintiéndome a mí misma, pero como una amiga, me permite zambullirme en mi engaño. A veces se necesitan mentiras para sobrevivir, porque la verdad lastima demasiado.

Quizás transferirme sea una buena idea después de todo.

Me levanto.

—La impresora necesita papel —le digo.

Y sin mirarla, camino a la oficina de atrás, apartando el ardor de mis ojos antes que lo vea. No voy a llorar. No pudo esconderme por siempre aquí, después de todo. Northridge es mi hogar, mi familia está ahí, y tengo que regresar a la escuela en algún momento. Puedo hacerlo.

—Hola —dice Alice alegremente a alguien—. Bienvenido a The Blue Palms.

Me río. The Blue Palms son un conjunto de palmeras neones afuera que no son reales y ciertamente no son originarias de Virginia. Pero me gustan los colores tropicales del lugar, los rosas y azules antiguos, y el encanto playero de la vieja escuela. Puede que no tenga las comodidades de grandes hoteles, pero es privado, limpio, y nostálgico. Tiene su encanto.

—Uh, gracias —dice una voz masculina—. Um…

Abro el gabinete, tomando un paquete de hojas. Sus voces suenan ahogadas en el lobby. Espero que solo necesite una habitación, porque por primera vez, estamos casi agotados.

—¿Isabella Swan? —dice Alice más fuerte como si estuviera repitiendo.

Me detengo con el papel en mi brazo y el gabinete todavía abierto.

—Sí —contesta el hombre, y me acerco un poco más a la puerta para escuchar mejor—. Lamento molestarte. ¿Ella trabaja aquí? Me dijeron que trabajaba en un motel en el área, y he estado casi en todas partes.

La vena en mi cuello salta, y apenas puedo conseguir respirar lentamente.

—¿Y tú eres? —pregunta Alice.

—Edward Masen —responde—. Un amigo.

Mis brazos se debilitan, y casi suelto el paquete de papel.

—Edward… —repite Alice—. ¿Cómo en Buffy the Vampire Slayer?

—¿Perdón?

—¿Clásico de culto de 1992? —explica Alice—. ¿Luke Perry? ¿Su nombre es Edward en la película?

Normalmente me burlaría de su diarrea verbal, pero mi cabeza está nadando y mi estómago está saltando. ¿Está aquí? ¿Realmente está aquí?

Hay silencio por un momento, y luego Edward pregunta.

—Entonces, ¿Isabella trabaja aquí? Realmente necesito verla.

Suena tan vulnerable, su voz hace que me dé cuenta de que lo extraño más de lo que pensé.

Pero de algún modo, en el interior, mi fuerza crece y enderezo mi espalda, lista para mostrarle que no voy a esconderme de él. No sé porque está aquí, pero si intenta hacer demandas una vez más como cuando intenté regresar con mi papá, no creo que me sea difícil enfrentarlo. Él no me dirá que hacer.

No importa qué tan fuerte lo intente.

Apareciendo detrás de la esquina, entro al lobby, viendo a Edward de pie del otro lado del mostrador. Su mirada inmediatamente se fija en la mía.
Inhala, y solo me mira. Su cuerpo está rígido.

Observo su camiseta negra y su bronceado, como si hubiera tenido un verano completo trabajando afuera, y mi corazón da un vuelco al ver esos penetrantes y cálidos ojos avellana y sus grandes manos que me levantaron y cargaron media docena de veces. Se ve más alto, pero por supuesto sé que no ha crecido.
Alice salta de su banco.

—Yo solo… iré a ver a mi abuela —dice y silenciosamente camina por mi lado, a su departamento.

Edward está entre la puerta y el escritorio, con sus manos hechos puños a un costado y pareciendo que va a moverse al frente pero no lo hace.

Camino al escritorio y bajo el papel.

—¿Qué? —pregunto.

Pero de nuevo, él sigue ahí como si estuviera en un trance.
La parte de atrás de mi cuello comienza a sudar, y me estoy poniendo nerviosa. ¿Por qué está parado ahí, mirándome?

—¿Qué quieres? —presiono en tono cortante.

Abre su boca, pero luego la cierra y traga.

—Edward, Jesús…

—El día que te fuiste —suelta, y me detengo.

Espero, escuchando mientras una mirada de temor cruza sus ojos.

—La casa estaba tan vacía —continúa—. Como un silencio que nunca antes había estado ahí. No podía escuchar tus pasos arriba o tu secadora o anticipar tu entrada a la habitación. Ya no estabas. Todo se había… —baja la mirada—, ido.

Tengo un nudo en mi garganta y siento las lágrimas amenazantes, pero tenso mi mandíbula, rehusándome a dejarlas ir.

—Pero todavía podía sentirte —susurra—. Todavía estabas en todas partes. El contenedor de galletas en el refrigerador, el protector de salpicaduras que elegiste, la manera en que colocaste mis fotografías en el lugar incorrecto después que sacudiste mi librero. —Sonríe—. Pero no podía reorganizarlas, porque tú fuiste la última en tocarlas, y quería todo de la forma en que lo dejaste.

Mi barbilla tiembla, y cruzo los brazos sobre mi pecho para esconder mis puños.
Se detiene y luego continúa.

—Nada volvería a ser de la forma en que era antes que llegaras a mi casa. No quería que lo fuera. —Sacude la cabeza—. Iba a trabajar, regresaba a casa, y me quedaba ahí cada noche y cada fin de semana, porque ahí es donde estábamos juntos. Era donde aún podía sentirte. —Se acerca. Bajando su voz—. Ahí era donde podía enredarme en ti, y aferrarme hasta el último hilo en esa casa que demostraba que fuiste mía solo por un momento.

Su tono se vuelve denso, y veo sus ojos llenarse de lágrimas.

—Ralamente pensé que estaba haciendo lo que era mejor —dice, frunciendo el entrecejo—. Pensé que estaba aprovechándome de ti, porque eres joven y hermosa y tan alegre y llena de esperanza a pesar de todo por lo que has pasado. Tú hiciste que sintiera que el mundo fuera un lugar grande de nuevo.

Mi respiración tiembla, y no sé qué hacer. Odio que esté aquí. Odio amar que esté aquí. Lo odio.

—No podía robar tu vida y tenerte solo para mí, ¿sabes? —explica—. Pero entonces, me di cuenta que no eras feliz y llena de esperanzas, o me hacías sentir bien porque eres joven. Tú eres esas cosas y eres capaz de esas cosas porque eres una buena persona. Es quien eres tú.

Una lágrima cae, deslizándose por mi mejilla.

—Nena —susurra, sus manos temblando—. Espero que me ames, porque te amo como loco, y voy a quererte por el resto de mi vida. Intenté mantenerme alejado porque pensé que era lo correcto, pero no puedo. Te necesito, y te amo. Esto no va a suceder dos veces, y no volveré a ser estúpido. Lo prometo.

Mi barbilla tiembla, y algo se atora en mi garganta, e intento contenerme pero no puedo. Mi rosto se quiebra, y me derrumbo, dándole la espalda. Las lágrimas llegan como una maldita cascada, y lo odio. Lo odio.

Sus brazos me envuelven en un segundo y me abraza desde atrás, enterrando su rostro en mi cuello.

—Lamento que me tomara tanto tiempo —susurra en mi oreja.

—Así fue. —Lloro—. Te tomó demasiado tiempo.

—Te compensaré. —Me gira y toma mi rostro, presionando sus labios en mi oreja—. Lo prometo.

Me sostiene por un momento, y mi orgullo me dice que no me deje llevar. Que no lo deje entrar y no más segundas oportunidades.

Pero no estoy completamente segura de que no haría lo mismo si estuviera en sus zapatos. Jacob, Heidi, Esme, mi hermana, Emmett, todo el vecindario… ellos hablarán. Algunos lo juzgarán por esto. Su temor es justificado.

Pero ellos no saben. No saben lo afortunados que somos y lo bueno que es esto.
Lo amo.

Me aparto y limpio mis lágrimas en su camiseta.

—Y no coloqué los marcos en el lugar incorrecto —le digo—. Ahí es donde siempre pertenecían.

Se ríe, secando las lágrimas de mi rostro, y acercándome para besarme. Todo regresa a mi memoria —su boca, suave pero fuerte, y su sabor—, y le devuelvo el beso, levantándome de puntillas para profundizarlo.

—¿Necesitan una habitación? —interrumpe alguien—. Vinieron al lugar correcto.

Me vuelvo a apartar, y Edward se aclara la garganta mientras Alice entra y se sienta en su banco.

—Edward, esta es Alice—digo—. Alice, Edward.

—Encantada de conocerte —contesta.

—Sí, igualmente. —Levanta su mano y la sacuden.

—Entonces, ¿quieren una habitación? —pregunta nuevamente—. ¿La casa invita?

Saca la última llave del cubículo y la levanta.

Edward se mueve hacia adelante, tomándola.

—Gracias. De verdad. Eso sería genial.

Ella desvía su mirada a mí, y puedo ver que está buscando confirmación de que todo está bien. Asiento, tranquilizándola.

—Bueno, tengan una buena noche —nos dice—. Los veré en la mañana.

Edward toma mi mano, y caminamos afuera. El húmedo aire de agosto comienza a humedecer mis brazos. Él me toma como si fuera a perderme mientras caminamos a su camioneta y toma su bolsa y un pequeño paquete. Me río, viendo todavía lodo en la puerta y llantas.

Caminado a la habitación, paso las cinco que asigné para “Tyler” y sus chicas, y puedo escuchar música, charla, y risas en el interior de varias. Pasamos otra habitación con las cortinas cerradas, pero la luz de la televisión atraviesa la tela.

En la acera, Peter, uno de los regulares, camina hacia la máquina de sodas con una espada atada a su espalda desnuda y usando sus pantalones de cuero negro.

—¿Qué demonios es eso? —murmura Edward, mirándolo.

—Ese es Peter —digo, admirando el cabello negro que se mueve casi hasta su cintura—. Viene cada fin de semana a LARPing.

Edward frunce el ceño y me mira.

—Juegos de Rol de Acción en Vivo —explico—. A veces trae a una hermosa princesa Elfo, y se vuelven traviesos. Puedes escucharlos a través de las paredes.

Resopla mientras llegamos a nuestra habitación, y abre la puerta. Entro y me dirijo a la mesa de noche, encendiendo la lámpara, mientras cierra y coloca el seguro a la puerta.

—¿Puedo llevarte a casa mañana? —pregunta—. Estoy ansioso.

Lo miro.

—¿Ansioso de qué?

Solo me regala una sonrisa.

—De todo, supongo.

Me lanza una pequeña caja, y estiro el brazo, atrapándola.

—¿Qué es? —pregunto.

—Ábrelo.

Camino al lavabo frente al espejo, rompiendo la cinta y abro la caja. Saco tres cintas de casete, e inmediatamente sonrío.

—Te encontré algo de música de los 80 que puedo soportar —dice, acercándose a por detrás mí mientras inspecciono las nuevas adiciones a mi colección.

—AC/DC —leo la etiqueta—. Metallica… Beastie Boys.

Lo miro, y se agacha para besarme. Cierro los ojos, sintiéndome mareada. Me pregunto por cuántos problemas pasó para encontrarlas. Espero que muchos.

Golpeo su lengua con la mía, el beso volviéndose más caliente y fuerte, y muevo las manos, tomando su cuello, sin dejarlo ir.

Toma aire por sus dientes, y puedo sentir como se endurece en sus jeans.
—Bebé, he estado por toda la jodida Virginia. —Jadea—. Necesito una ducha.

—Tomaremos una más tarde —digo, recordando nuestra aventura en la mesa de la cocina hace dos meses cuando quería ducharse primero.

Dejo caer las cintas sobre mostrador, y presiono mi espalda contra de él, gimiendo.

Me besa y me aparta un poco solo para mirarme a los ojos.

—No ha existido nadie desde que te fuiste —me dice.

Parpadeo.

—Lo sé. Aunque, no puedo decir lo mismo.

Su rostro cae, y su mandíbula se tensa.

Lo inmovilizo con ojos de arrepentimiento.

—Te extrañaba, así que bebí en poco el cuatro de julio, y tuve un pequeño encuentro con la esquina del escritorio en la habitación 108 —le digo—. Fue bastante ardiente.

Comienza a reír, su cuerpo temblando detrás del mío.

En realidad, no hice eso, pero me sentí tentada algunas veces. Aunque, cuando cierro los ojos, solo lo veo a él, y se sentía patético masturbarse por un chico al que no sabía si me quería.

Entonces, he sido casta, y ahora estoy lista para ponerme salvaje.

Dándome la vuelta, me levanta, y coloco mis piernas alrededor de su cintura mientras me lleva a la cama. Dejándome caer, se saca su camisa y me mira fijamente mientras se desabrocha el cinturón.

Sin embargo, de repente, un muy fuerte y rápido golpeteo, llega contra la pared detrás de nuestra cama, y estridentes gemidos y chillidos atraviesan las paredes. Ambos nos detenemos, y escuchamos mientras Peter y su princesa están en ello en la habitación de al lado, golpeando su cabecera contra la nuestra y empujándola hacia delante y hacia atrás.
Sus ojos se amplían.

—Oh, son ruidosos.

Síp.

Luego me mira, con un aire travieso en sus ojos.

—Podemos acabar con ellos. —Y luego me toma de los tobillos, jalándome al final de la cama, y chillo mientras se coloca sobre mí.


3 comentarios:

k_roline82 dijo...

Me gusto mucho el capituló, por fin están juntos. Voy a leer el siguiente. Muchas gracias por la actualización doble

vani dijo...

Holaaaa, bueno me imagino que se merece estar con ella debe de haber ido por un monto de motel para poder encontrarla...
Estamos llegando a su fin.
Muchísimas gracias por la historia y tomarte el tiempo en compartirla con nosotros!!!!

Ana dijo...

Muchas gracias por el capítulo

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina