miércoles, 15 de abril de 2020

Capitulo 12 Corazones oscuros


CAPÍTULO 12
Edward se lanzó sobre Isabella en cuanto cruzaron el umbral de la puerta de su apartamento. La alcanzó en un instante y la arrinconó contra la encimera de la cocina. Dejó su bolso en el suelo. Le quitó el abrigo a toda prisa.

Estaba utilizándola. Era consciente de ello. Usándola para acallar todas las mierdas que le llenaban la cabeza. Porque cuando estaba con ella, cuando estaba dentro de ella, todo lo malo desaparecía. Siempre desaparecía.

Pero ella parecía tan dispuesta como él. Le arrancó el abrigo, deslizó las manos bajo su Camiseta y se la subió. Se la quitó con su ayuda.

Sus besos eran urgentes, profundos, salvajes. Edward la estaba devorando: su piel, su lengua, sus gemidos. No bastaban para saciarle.

—Demasiada... ropa... —jadeó Isabella contra la comisura de sus labios, manoseando el botón de sus jeans.


—Dios, cómo te necesito —dijo Edward. Su mente era un borrón arrollador, su pecho todavía albergaba la tensión de antes.

—Aquí me tienes —susurró—. Aquí mismo.

«Pero ¿cuánto va a durar?»

El pensamiento apareció de la nada y lo dejó anonadado. Se quedó inmóvil, parpadeó. Como si alguien le hubiera dado un puñetazo en la cara por sorpresa.

—¿Edward?

Resollando, con los labios hinchados, Isabella levantó la vista hacia él en la tenue luz que ofrecían los focos que había en la parte inferior de los armarios de cocina.

Tenía la esperanza de que la oscuridad ocultara las partes de él que no quería que Isabella viera. Igual que había hecho en el ascensor.

—Te necesito —repitió, volviendo a besarla. La arrastró consigo al echar a andar torpemente hacia su habitación. Eran un revoltijo de manos, besos y prendas de ropa abandonadas. Para cuando alcanzaron la Cama, Edward ya estaba duro, dolorido y desesperado por enterrarse en su cuerpo.

—Condón. Rápido —dijo Isabella.

No podía estar más de acuerdo. Sacó uno en un instante, agarró a Isabella y la obligó a volverse para que estuviera encarada a la Cama.

—Arrodíllate —gruñó.

Isabella gateó sobre la Cama, arqueando la espalda de una manera que era una puta belleza, con el trasero allí mismo, expectante. Entreveía su tatuaje a través del plástico protector, iluminado por la luz débil que penetraba la ventana.

Era incapaz de esperar.

Incapaz.

Se agarró el pene con la mano, encontró su entrada y empujó con fuera.

Isabella dejó que se hundiera hasta el fondo. Siempre lo hacía.

Enterrado profundamente, el cuerpo de Isabella había aceptado cada centímetro, sus gemidos proclamaban su placer, y el ruido que había en sus oídos desapareció. Su cabeza quedó en silencio.

Y fue tal el alivio que lo único que pudo hacer fue rendirse ante la perfección absoluta de todo aquello.

Empezó a mover las caderas, lentamente al principio, pero cada vez más rápido, insistiendo, necesitado. La aferró de la cadera con una mano y del hombro con la otra, concentrado en su tatuaje, en su pequeña C, en como lo había aceptado pese a que él ni siquiera había...

«No.»

Cerró los ojos con fuerza y se concentró en la dulce fricción del cuerpo de Isabella envolviendo el suyo, de la suavidad de su piel contra la suya. El sonido de los jadeos, de los cuerpos chocando y la sarta de gemidos que escapaba por entre los labios de Isabella llenaban la habitación, y se concentró en todo eso.

Funcionó. Demasiado bien. Porque, de repente, su orgasmo apareció como una fuerza imparable.

—Mierda, me corro —masculló. Su rabo se estremeció con cada espasmo, sus caderas embistieron a Isabella, puntuando su placer. Fue tan intenso que casi se quedó insensible—. Joder, lo siento —dijo, saliéndose. Era la primera vez, de todas las que habían pasado juntos, que no se ocupaba de las necesidades de ella primero.

«Porque esta vez no estabais juntos de verdad, ¿a qué no? ¿Dónde estabas tú?»

Isabella se volvió, y su sonrisa era visible en la oscuridad.

—¿Por qué te disculpas? Ha sido espectacular.

Se deshizo del condón y regresó junto a ella.

—Deja que te compense, Castaña —dijo. Se deslizó tras ella y pasó una mano por encima de su cadera.

—Edward, quizá no ves mi expresión de felicidad en la oscuridad, pero créeme si te digo que no estoy quejándome.

Su voz estaba cargada de buen humor, lo que significaba que no se había percatado de lo lejos que había estado él, mentalmente.

—Quiero que te corras —le susurró al oído, con cuidado de no rozarle el tatuaje. Le dolería durante unos días. La tomó de la pierna y colocó el muslo de Isabella sobre el suyo, dejando su centro abierto ante sus manos—. Siempre quiero que te corras.

Estaba húmeda y cálida, y clavó las caderas contra sus dedos cuando estos empezaron a recorrer círculos firmes sobre su clítoris.

Con un gemido largo y susurrado, echó la cabeza hacia atrás, lo bastante como para que Edward pudiera ver su expresión. Con los ojos cerrados, parecía dichosa, feliz, entregada. Y eso, en vez de hacerlo sentir mejor, hizo que se sintiera como un fraude. Porque él no podía entregarse en igual medida, ¿verdad? No era capaz de revelárselo todo, ¿verdad? No debería obligarla a cargar con todas las dudas, los miedos, las incertidumbres que había estado acumulando últimamente, ¿verdad?

Cerró los ojos con fuerza, apoyó la frente contra la de Isabella y se concentró en acariciarla como a ella le gustaba. Tenía que hacer esto por ella. Al menos, esto. Ya que no podía darle todo lo que se merecía.

«Se merece a alguien mejor que tú.»

—Dios, me corro —dijo, con una sacudida de cadera—. Dios mío. —Su cuerpo entero se estremeció con el clímax, y entonces suspiró profundamente—. Vaya, estos aperitivos sí que me gustan.

Edward tuvo que carraspear para lograr que su voz sonara medio normal.

—Sí, la verdad es que sí.

Isabella se rio entre dientes y se volvió, apoyando la cara contra su pecho. Se quedaron allí un largo momento, hasta que finalmente bostezó.

—Estoy hecha polvo.

—Yo también —dijo Edward, aunque probablemente no era por los mismos motivos.

—¿Y si nos dormimos así? —murmuró.

—Lo que tú quieras —respondió, deseando que fuera verdad. Porque no era tonto. Una mujer que te presentaba a su familia y que se tatuaba tu inicial en la espalda quería algo más. Quizá lo quería todo. Y se sentía increíblemente privilegiado por que Isabella Swan quizá deseara tener todo eso con él. Pero también sentía que no se lo merecía.

Siempre igual.

—Supongo que tengo que curarme el tatuaje, primero —dijo, incorporándose. Acarició suavemente el tatuaje tribal que Edward tenía en el mismo sitio—. ¿Me ayudas?

—Claro —contestó él, frotándose la cicatriz del lado de la cabeza—. Enseguida voy.

—De acuerdo —dijo. Le dedicó una pequeña sonrisa por encima del hombro antes de levantarse.

Encendió la luz del baño, iluminando el dormitorio de repente.

Lo cual significaba que era hora de recuperarse de una puta vez. Porque, igual que en el ascensor, la oscuridad no lo cobijaría para siempre.

***
Las náuseas hicieron que Isabella se levantara de la Cama de un salto y cruzara la habitación corriendo. Vomitó todo lo que había cenado la noche anterior, y probablemente también sacó lo que había comido dos semanas atrás, a juzgar por la cantidad de veces que tuvo arcadas.

Mierda. El día anterior se había sentido mejor, y había asumido que ya se le había pasado el virus estomacal. Quizá debería ir al médico. Estremeciéndose, tiró de la cadena y se acercó al lavamanos para enjuagarse la boca.

Entonces se le ocurrió.

Iba con retraso.

No, no podía ser...

En una ocasión, el condón se había roto cuando Edward se había salido, pero Isabella había tenido un período desde entonces. Sí, cierto, había sido muy ligero. Pero su menstruación siempre había sido así: ligera un mes, abundante al siguiente; un mes llegaba puntual, a los veintiocho días, y al siguiente tardaba treinta y uno. Por eso no había pensado mucho en el retraso.

Pero los vómitos le habían dado en qué pensar.

No.

No.

Mierda.

Con los pensamientos dándole vueltas a toda velocidad, se tambaleó de nuevo hacia la Cama, sin tener ni idea de lo que diría. Pero no había nadie más en la habitación.

—¿Edward? ¿Hola? ¿Dónde te has metido?

Encontró el resto de habitaciones oscuras y vacías. Pero ¿qué diablos...?

Al encender la luz de la cocina, avistó una nota en la encimera:

Castaña,
No quería despertarte. Me he acordado de que necesito algo de mi casa antes de que empiece mi turno, así que me he ido temprano. Luego hablamos.
E.

Isabella frunció el ceño. En todo el tiempo que llevaban juntos, nunca se había ido antes de que se despertara. Suspirando, se pasó los dedos por el pelo. No tenía por qué significar nada. Bah, a la mierda, lo que pasaba era que estaba alterada por su posible-pero-seguramente-no revelación en el baño. De vuelta en la habitación, desenchufó el teléfono móvil del cargador y mandó un mensaje de texto

He echado de menos despertarme junto a tu cara de guapo. ¡Espero que tengas un buen día! Besos.
No recibió una contestación al momento, pero Edward nunca mandaba mensajes si estaba conduciendo y, vista la hora, lo más seguro es que estuviera yendo de Camino al parque de bomberos. Se dejó caer sobre el borde de la Cama.

¿De verdad era posible que estuviera embarazada? El estómago le dio un vuelco y se cruzó de brazos, abrazándose. Maldita sea. Sería incapaz de pasar todo el día en el trabajo sin averiguarlo.

Isabella se obligó a levantarse, se vistió con unos leggings, una sudadera y un par de botas de lana gris, y se cepilló el pelo. Se puso el abrigo, agarró el bolso y con eso estuvo lista para completar su misión. Esta era una de las cosas que adoraba acerca de su barrio: en el pequeño enclave urbano de Clarendon uno podía encontrar todo lo que necesitara, normalmente a poca distancia. Incluyendo la droguería, que estaba a dos meras manzanas.

Al poco rato, Isabella se encontraba delante de una estantería llena de pruebas de embarazo. Y, por el amor de Dios, ¿por qué había tantas? Más, menos, una línea, dos líneas, palabras, símbolos.

«Es ridículo, ¿no? Yo no necesito nada de esto. Excepto que... ¿quizá sí? Compórtate como una adulta, mea en un palito y lo sabrás seguro.»

De acuerdo.

Suspirando, Isabella agarró una prueba que aseguraba poder detectar el embarazo antes que las demás. Entonces tomó otra que no solo ofrecía las diagnosis «embarazada» y «no embarazada», sino que también estimaba cuantas semanas habían pasado desde la última ovulación. Fantástico.

Volvió a su apartamento en un instante y, por primera vez desde que se conocieron, se alegró de que Edward no estuviera presente. Solo porque no quería agobiarlo con un susto como ese sin saber si sus sospechas eran fundadas. Si a Isabella le parecía que no estaba listo para oír «te quiero», imaginaba que su nivel de preparación para oír las palabras «estoy embarazada» era el mismo pero dividido por un billón.

Al vaciar la bolsa de plástico en el lavamanos de su baño, un pensamiento curioso le cruzó la cabeza: no estaba segura del resultado que deseaba. Lo cual no tenía sentido, puesto que tenía veinticinco años y llevaba con Edward menos de tres meses, pero la idea le rondaba la cabeza igualmente.

Con el corazón en un puño, abrió las cajas y dispuso los palitos de plástico en fila: había dos de cada. Los usó todos, solo para estar segura por cuadruplicado. Y entonces esperó. Y el pulso se le aceleró. Y el estómago le dio un vuelco.

Y los resultados aparecieron:

«+. +. Embarazada 3+. Embarazada 3+.»

Isabella escudriñó las ventanillas como si estuviera intentando descifrar un texto en sánscrito.

«+. +. Embarazada 3+. Embarazada 3+.»

Estaba embarazada. Y además ¿hacía más de tres semanas desde que había ovulado? ¿De cuántas semanas estaba? Se dejó caer sobre el retrete cerrado y apoyó la cabeza en las manos.

«Dios mío. DiosmíoDiosmíoDiosmío.

De acuerdo. No entres en pánico.

Ni hablar. Si acaso, eso lo dejo para después de entrar en pánico»

—Basta. Piensa un poco —dijo en voz alta. Se le ocurrió una idea y fue en busca del teléfono móvil. Llamó a su médico de cabecera y averiguó adónde ir para que le hicieran un análisis de sangre. Ya puestos, podría empezar por confirmar el embarazo del todo.

Se duchó a toda prisa y se visitó para el trabajo: podía ir a hacerse el análisis de Camino a la oficina y, con un poco de suerte, recibiría el resultado antes del fin de semana. Porque, aunque ya lo sabía (las pruebas de embarazo caseras eran demasiado exactas como para dar cuatro resultados erróneos), quería un resultado oficial. Y sospechaba que Edward también lo querría.

Mirándose en el espejo del baño, su mirada descendió hasta su vientre.

—Estoy embarazada —se susurró a sí misma, como si estuviera revelando un secreto. Y supuso que eso era lo que estaba haciendo. Porque ni loca se lo contaría a Edward hasta que supiera todo lo que había que saber.


5 comentarios:

TataXOXO dijo...

Ohhh esta embarazada!!!! Espero que Edward no se asuste, que lo tome bien y que quiera seguir con ella, porque esto es mucho más grande de cualquier cosa!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

saraipineda dijo...

Hay que calorrrrrrr jajajajajajaja fogoso a morirrrrrr jajajajaj me encanta ojala busque ayuda psicológo pa que lo ayude xque lo que se biene huyyyyyy haber como reaccione con la noticia de Isabella graciasssssssssssssss que le dijo que

elizah dijo...

OMG..... creo que Edward no podrá con toda la presión.
Gracias por adaptar a pesar de tú accidente

Anónimo dijo...

Pobrecita sentí tan feo cuando leí la nota que le dejó, es horrible cuando tienes el miedo o el shock de una noticia así y estás sola, ya lo viví de alguna forma y en estoy empezando a odiar a Edward un poco, gracias por el capítulo.

Valeeeeeeeeee1 dijo...

Siento que edward va a hacer algo estúpido ojalá que no

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina