miércoles, 15 de abril de 2020

Capitulo 13 Corazones Oscuros

CAPÍTULO 13
Las pesadillas estaban empeorando. Lo habían atormentado durante el poco rato de sueño que había tenido esa noche, así que se había levantado y había estado dando vueltas por el salón; al final, se había ido porque no quería enfrentarse a la mirada omnisciente de Isabella por la mañana. Entonces, durante un rato sin llamadas en la centralita del parque de bomberos, se había amodorrado de nuevo, pero solo le había valido para que regresaran las pesadillas.

Todas empezaban igual.

Lo que cambiaba era el final.

En una pesadilla, Isabella y él se encontraban en el asiento de atrás cuando el automóvil volcaba, y era ella la que no sobrevivía mientras él sí. Gritaba su nombre una y otra vez, pero Isabella nunca respondía.

En otra, Sean se convertía en Isabella y revivía otra versión del sueño. Eran los ojos de ella los que lo acusaban. La voz de ella la que decía «debería haber sido yo. Debería haber sobrevivido yo».


En un giro completamente nuevo de su subconsciente, Edward se convertía en su padre y Isabella en su madre. Cuando el automóvil se volteaba, Isabella sufría el mismo destino que su madre: la cabeza destrozada contra la ventanilla, el cuello roto, una muerte instantánea. Y Edward no solo se quedaba atrapado cabeza abajo, sabiendo que todo lo que había amado se había esfumado, sino que también sabía que había sido su culpa.

Había perdido el control. Y el precio lo había pagado ella.

Así que cuando salió a atender una emergencia de verdad, Edward tenía la cabeza hecha un desastre. Lo cual, probablemente, explicaba por qué había sufrido su primer ataque de ansiedad al llegar al lugar de un accidente. Fue el pelo. El pelo cobrizo y largo de la conductora.

Su cerebro se la había jugado como de costumbre y, durante varios largos segundos, había estado absolutamente convencido de que sus peores miedos acababan de hacerse realidad. Isabella estaba muerta dentro de aquel vehículo.

No importaba que Isabella casi nunca condujera. O que el vehículo del accidente ni siquiera se pareciera al pequeño Prius que tenía ella. O que no hubiera ningún motivo en absoluto para que Isabella estuviera en Duke Street, cerca de Landmark Mall, a las cuatro de la tarde, teniendo en cuenta que ella trabajaba a varios kilómetros de allí, en Roslyn.

En momentos como ese, a su cerebro la lógica lo traía sin cuidado.

Dejando de lado la vergüenza, lo peor era que podría haber puesto en peligro la vida de una paciente. Al final, las heridas de la mujer resultaron no ser serias. Pero eso no era lo importante. Estaba fuera de control, y no sabía qué cojones hacer al respecto. No había estado tan mal desde hacía años.

Aunque claro, hacía años que no tenía nada que perder.

Ahora sí que lo tenía. Y lo único que estaba perdiendo era la cabeza.

Cuando volvieron al parque de bomberos, su capitán le pidió que acudiera a su despacho.

Exhausto y hecho un manojo de nervios, Edward se dejó caer sobre la silla que había delante del escritorio de su capitán. Joe Flaherty rondaba los cuarenta, tenía canas prematuras y había sido el supervisor de Edward durante los nueve años que había pasado en el parque de bomberos; estaba al tanto de su pasado. Varios compañeros lo estaban

Como norma, Edward no les fallaba: llegaba temprano, se iba tarde, aceptaba turnos extra, Cambiaba los turnos con los compañeros que tenían familias cuando había una ocasión especial, dejaba la ambulancia limpia y abastecida, y cumplía con su trabajo lo mejor que podía. Todos sabían que era un tipo fiable. Bueno, hasta hoy.

—¿Qué ha pasado en la emergencia de hoy, Cullen? —preguntó Joe. Su tono de voz revelaba preocupación, pero era amable.

Edward se frotó la cara.

—Últimamente tengo problemas para dormir —contestó—. He vuelto a tener pesadillas sobre el accidente, por algún motivo —añadió. Sacudió la cabeza; quería ser sincero, pero no quería revelar más de lo estrictamente necesario—. Al llegar, cuando he visto a la mujer, he pensado que era Isabella.

Con una expresión pensativa, Joe asintió.

—Todos hemos visto a un ser querido en el rostro de un accidentado, en algún momento, así que no le des más vueltas —dijo—. ¿Has hablado con alguien acerca de las pesadillas?

Edward volvió a sacudir la cabeza. Hacía años que no acudía a terapia. Había arreglado las cosas. Lo tenía bajo control. Había aprendido técnicas para lidiar con sus mierdas.

El único problema con todo eso era que, claramente, ya no era cierto.

—Quizá deberías pensártelo. Con tu historial, siempre esperé que tuvieras problemas con los accidentes de tráfico. Sabiendo que el que sufriste puso tu vida en riesgo, y teniendo en cuenta el trastorno de estrés postraumático, el milagro es que no haya ocurrido antes. Y te he vigilado de cerca.

Edward sabía que era cierto. Y entendía el porqué. En cierta manera, incluso lo agradecía. Antes de sus primeras emergencias en el parque de bomberos, él tampoco había sabido cómo iba a reaccionar. Pero había estado tan decidido a pagar su deuda, a ayudar a otros tal y como Talbot lo había ayudado a él, que nunca había tenido problemas. Los accidentes de tráfico nunca habían despertado sus problemas psicológicos al contrario de lo que solía ocurrir con otros supervivientes.

El accidente le había dejado cicatrices físicas, pero el trauma emocional derivaba de sus consecuencias. De perder a su familia. De sobrevivir cuando ellos habían muerto. De quedarse a solas con sus cadáveres, porque no había sabido hasta más tarde que su padre había estado vivo. De estar a solas, en el automóvil y durante los años que siguieron, cuando su padre lo había aislado emocionalmente. Del hecho de que había pasado tanto tiempo antes de que alguien acudiera en su ayuda que había pensado que eran alucinaciones.

Edward asintió.

—No me había dado cuenta de que las cosas se habían puesto tan serias. Me ocuparé de ello.

Joe entornó los ojos.

—No intentes arreglarlo tú solo. Si el trastorno de estrés postraumático ha empeorado tanto que vuelves a sufrir pesadillas y ataques de ansiedad, es que hay un factor de estrés nuevo. Habla con alguien. Es una orden. No me obligues a quitarte los turnos.

Sintiéndose como si tuviera un pedrusco en el estómago, Edward se pasó una mano por la cicatriz.

—Sí. De acuerdo.

—Ahora, vete a casa —dijo Joe—. Duerme un poco. Y pregúntale a Isabella cuando va a traernos más de esos bizcochos cubiertos de chocolate.

—Mi turno no ha terminado —dijo Edward.

—Y yo te estoy diciendo que te vayas a casa. El siguiente turno empieza pronto, estamos cubiertos. No era una sugerencia —replicó Joe, levantando una ceja.

Mierda. En nueve años, jamás lo habían mandado a casa. Y aunque no había nada en el rostro o el tono de Joe que sugiriera que la medida era punitiva o producto de la irritación, Edward seguía sintiendo que había decepcionado a su capitán, a su equipo, a su familia. La única que tenía.

Aquel era el único lugar en el que siempre había logrado mantener el control.

Levantarse le costó más esfuerzo del que habría admitido. Se puso en posición de firmes, con la columna recta y la cabeza alta.

—Puedes retirarte —dijo Joe.

Edward se apresuró en irse a su casa. El edificio de Fairlington estaba solo a unas manzanas de distancia. Isabella todavía no habría vuelto de trabajar y, en cualquier caso, se sentía demasiado herido como para pasar el rato con ella.

Y por eso le mintió a través de mensaje de texto.

«Me han mandado a casa de baja. Es una gripe o algo por el estilo. Voy a descansar aquí unos días para no contagiarte. Luego hablamos.»

Contempló las palabras durante un momento y presionó el botón de «enviar». Quizás aquello era más cierto de lo que pensaba, al fin y al caso. Era verdad que no se encontraba bien. Y no quería agobiar a Isabella con todo eso. Al menos, hasta que supiera qué hacer al respecto.

*  *  *
Isabella estaba perdiendo la cordura lentamente. Echa una bola en el sofá, llevaba quince minutos Cambiando de canal sin dar con nada que mereciera la pena ver. ¿Cómo era posible? Pero no era la televisión lo que la estaba volviendo loca.

No, estaba enloqueciendo porque hacía tres días que no veía a Edward. Se habían mandado mensajes de texto durante el fin de semana, pero estaba enfermo y no quería contagiarla. Le dolía no poder ir a ayudarlo, pero Edward insistía en que no fuera.

Encima, la locura estaba a la vuelta de la esquina porque había recibido el resultado oficial de su médico, que había confirmado lo que ya sabía. Estaba embarazada.

Pero también habían mencionado algo que la había pillado por sorpresa: según el análisis de sangre, era posible que estuviera ya de ocho semanas. Lo cual significaba que de verdad había ocurrido cuando el condón se les había roto en octubre. La certeza de su embarazo era lo que le impedía hacer oídos sordos a las protestas de Edward e ir a cuidar de él de todos modos. No podía arriesgarse a enfermar.

Visto lo avanzado que estaba su embarazo, su médico había encontrado un agujero en la agenda para hacerle una ecografía el martes. Y parte de lo que la estaba volviendo loca era no saber si debería contárselo a Edward antes del martes para que pudiera acompañarla, o ir a la ecografía ella sola y asegurarse de que el bebé estaba sano antes de mencionárselo. Era consciente de que, probablemente, estaba dándole demasiadas vueltas y subestimando a Edward, pero todo este tiempo a solas había llegado en el peor momento, y Isabella estaba imaginando todas las maneras en que las cosas podrían salir mal.

Además, tenía la sensación de que no debería decírselo a nadie antes que a Edward, lo cual solo empeoraba su estado de locura inminente. Se había resistido a llamar a su mejor amiga, Jen, que, en cualquier caso, se había ido con su madre a una escapada fuera de la ciudad para hacer las compras navideñas. Aparte de Jen, sus otras amigas más cercanas habían sido sus compañeras de universidad, y ninguna de ellas vivía en la zona de Washington. De todos modos, su relación ya no era tan cercana, y no se habría sentido cómoda llamándolas para soltar «hola, estoy embarazada y me da miedo que a mi novio le dé un ataque al corazón». En aquel momento, una parte de ella deseó tener más amigas, pero siempre le había resultado más fácil entablar amistad con hombres. Siempre lo había atribuido a crecer rodeada de hermanos.

Lo cual la había llevado a preguntarse qué le contaría a su familia, y cuándo. Emmett siempre había sido fantástico para hablar de todo tipo de asuntos. Puesto que les sacaba tantos años a Jasper, Seth y ella, había ayudado mucho a su padre cuando todos eran pequeños. Con el tiempo, se convirtió Prácticamente en su mentor cuando Isabella tuvo que empezar a tomar decisiones acerca de la universidad y su futuro profesional. Y su padre siempre la había apoyado en todo, incluso cuando fue la primera de la familia en irse de Filadelfia. Pero contárselo a un hombre Swan significaba contárselo a todos, y no estaba lista.

Por eso, a las cuatro de la tarde de un domingo, Isabella todavía estaba en pijama y una bolsa de medio kilo de M&Ms yacía en la mesa de centro, vacía.

Al menos los M&Ms de cacahuete tenían proteínas.

«Lo siento, chiquitín. Intentaré hacerlo mejor en el futuro.»

Isabella suspiró.

Y entonces decidió que ya había tenido bastante.

Decidida, apagó la televisión y se dirigió con paso firme a la ducha. Una vez limpia, se retorció incómodamente para aplicarse la pomada para la cicatrización del tatuaje, que había pasado de dolerle a picarle. Se puso ropa cómoda, metió los pies en las botas, y agarró el abrigo y el bolso. Y entonces se fue a la tienda.

Tenía que preparar un paquete de emergencia.

Por lo menos, necesitaba ver a Edward, aunque no se quedara en su casa.

Rondó por el supermercado pensando en lo que le apetecía a ella cuando enfermaba, recopilando sopa de fideos de pollo, galletas saladas, polos helados y cerveza de jengibre, bolsitas de té para hacer infusiones y pan para tostadas, entre otras cosas. Teniendo en cuenta que Edward apenas había estado en su casa en los últimos dos meses, lo más probable era que no tuviera demasiada comida en casa, lo cual la hizo sentirse culpable por no haberle hecho la compra antes. Añadió analgésicos, caramelos para el dolor de garganta y un jarabe para los vómitos.

Entonces pasó por un pasillo lleno de productos de Navidad: papel de envolver regalos, decoraciones, golosinas y juguetes. Parecía que el polo norte hubiera estallado en medio del supermercado. Isabella agarró una bolsa de M&Ms de cacahuete para Edward, ya que sabía que a él también le gustaban. Una estantería llena de peluches captó su atención y, aunque eran un poco cursis, se acercó.

¿Acaso había algo que comunicara «¡Espero que te recuperes!» mejor que un adorable animalito de peluche? El hecho de que estuviera sopesando regalárselo a un hombretón tatuado, con piercings y cicatrices era bastante gracioso, y Isabella era partidaria de cualquier cosa que pudiera hacer sonreír a Edward. Además, quizá tenía aspecto duro, pero por dentro él mismo era un osito de peluche. A Isabella siempre le había encantado aquella dicotomía.

Y entonces vio el animalito perfecto.

Era un osito castaño, con costuras negras por aquí y por allá, como si lo hubieran cosido a mano o lo hubieran arreglado con cuidado. Tenía una expresión dulce y, en el pecho, un corazón de retales rojos aún más dulce. Había algo en todas aquellas suturas y el corazón que le recordaba a Edward. Sin darle más vueltas, lo agarró y lo añadió al carrito.

El Camino desde el supermercado a casa de Edward era corto. Siempre le había encantado la zona donde vivía, en Fairlington. Construido en los años cuarenta para albergar a los trabajadores de la entonces nueva oficina del Pentágono, el barrio era una colección de casas adosadas de ladrillos rojos, agrupadas alrededor de pequeñas calles sin salida. Eran encantadoras, estaban cerca de todo, y algunas de ellas eran sorprendentemente espaciosas, como la de Edward, que tenía dos habitaciones y un sótano arreglado.

Al aparcar el Prius en la plaza para visitas, se puso a pensar.

Isabella había estado preguntándose por qué Edward no se deshacía de su casa. Pero, pensando en el bebé, tendría mucho más sentido que fuera ella la que dejara su apartamento. La casa adosada de Edward tenía el doble de metros cuadrados, y él ni siquiera usaba la segunda habitación, sería perfecta para un niño.

Contemplando la fachada de la casa, sintió la emoción de todo ello. Obviamente, estaba adelantándose a los acontecimientos. Pero pensar en dónde viviría su hijo era solo una de las mil cosas que debía sopesar. Bueno, que debían. Ambos debían sopesarlo. Tenía que dejar de pensar en todo aquello en singular.

Tenía a Edward.

Y ahora mismo, él la necesitaba.

Isabella agarró todas las bolsas del maletero del Prius y las acarreó hasta su porche. Tuvo que dejar unas cuantas en el suelo para poder llamar a la puerta.

Se abrió en menos de un minuto.

—¿Isabella? ¿Qué haces aquí? —preguntó Edward, claramente sorprendido de verla. Llevaba puestos unos pantalones deportivos y una Camiseta vieja, y Isabella se alegraba enormemente de verlo, solo quería envolverlo en sus brazos y acurrucarse contra su pecho. Pero también tenía unas ojeras oscuras y los ojos hundidos, como si llevara días sin dormir, y tenía un color extraño. Su aspecto era enfermizo de verdad.

—Te echaba tanto de menos que no podía seguir con la cuarentena, así que te he traído lo básico para sobrevivir. Bueno, ha evolucionado hasta ser casi la compra completa, pero qué más da —dijo. Sonrió, aunque por dentro se moría por darle la noticia—. No quiero quedarme si no te sientes con fuerzas, pero al menos deja que coloque todo esto en la cocina y te prepara un bol de sopa, o algo.

¿Se lo estaba imaginando, o su cara parecía más delgada? Dios, tendría que haber acudido antes.

Edward frunció el ceño, pero asintió, entonces se inclinó y agarró las bolsas que Isabella había dejado en el suelo.

—No tenías por qué hacer todo esto —dijo, haciéndola pasar—. Pero gracias.

—Pues claro que tenía —contestó ella, mientras cruzaban el salón-comedor y se dirigían a la pequeña cocina que había al fondo de la casa—. Me moría de ganas de venir a cuidarte, pero no quería despertarte si estabas durmiendo, o algo. Pero entonces he empezado a preocuparme: ¿y si estabas aquí recluido y necesitabas ayuda, o comida o medicamentos pero eras demasiado tozudo para pedir socorro? —continuó. Le dedicó una sonrisa resabida.

Edward soltó una risa débil mientras dejaban las bolsas en la encimera.

—Sí, bueno. Ya me conoces.

—En fin, ¿qué es lo que te pasa? ¿Es un virus estomacal? ¿La gripe? —preguntó Isabella mientras empezaba a vaciar las bolsas.

Con el ceño fruncido, Edward se cruzó de brazos y se apoyó contra la encimera.

—Sí, esto... el estómago. Pero ya empieza a mejorar.

Con la mirada fija en el suelo, se encogió de hombros.

Y había algo tan... casi... derrotado en su gesto y en su postura, que Isabella inmediatamente dejó lo que estaba haciendo y acudió a su lado.

—Me da igual que estés enfermo, pienso abrazarte igual —dijo. Con cuidado, le puso los brazos alrededor de la cintura y lo abrazó. Maldita sea, también parecía más delgado—. ¿Has estado vomitando mucho?

Los brazos de Edward la envolvieron con un largo suspiro.

—Nada que no pueda soportar —dijo en voz baja.

Lo cual, probablemente, significaba que se había pasado el tiempo vomitando sin parar. Pobre Edward.

—No tienes que pasar por todo esto solo, ¿sabes? Podría haber venido antes. Podría haberme quedado a dormir aquí para cuidarte.

—No quería molestarte —dijo, apoyando la mejilla contra su pelo.

Con un nudo en la garganta, Isabella se apartó para mirarlo a la cara.

—Edward, jamás me molestarías. No importa lo que necesites, yo te ayudaría. Siempre. Puedes contar conmigo, ¿me oyes?

¿Cómo era posible que todavía no lo hubiera asimilado? Aquel asunto hacía que quisiera revelarle sus sentimientos. Si Edward supiera que estaba enamorada de él, comprendería que estaba hablando en serio. Pero no quería soltárselo cuando no se encontraba bien.

Edward la miró durante un momento, como si estuviera asimilando sus palabras. Finalmente, contestó.

—Sí, lo sé —dijo, y le dio un beso en la frente—. Gracias.

—No me des las gracias. Voy a cuidar de ti, oficialmente. ¿Te ves capaz de comer algo?

—Probablemente —replicó.

Isabella le dio un beso en la mejilla, y su barba incipiente le hizo cosquillas en los labios.

—No te queda mal —dijo, acariciando con la yema del dedo la barba que le había crecido en un par de días.

—Ah, ¿no? —dijo, y casi esbozó una sonrisa—. Me lo apunto.

—Bien hecho —replicó Isabella, volviendo a las bolsas. En un par de minutos, lo hubo colocado todo en su sitio—. ¿Qué te apetece?

Su mirada recorrió las opciones.

—Sopa y galletas saladas suena estupendo —dijo, acercándose a ella—. Vaya, no me puedo creer que hayas comprado todo esto. ¡Ooh, M&Ms! —añadió, agarrando el paquete.

Isabella se echó a reír.

—Quizá sea mejor que los dejes para cuando te encuentres mejor. Sería una lástima ver qué aspecto tienen al vomitarlos y que luego te dieran asco para siempre.

—También es verdad —dijo, con una sonrisa descarada.

—Yo solo lo digo. De acuerdo, ve a sentarte, yo lo preparo todo —dijo, echándolo de la cocina—. Oh, espera, hay otra cosa —añadió. Le entregó la bolsa que contenía el osito.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Un regalo para desearte que te mejores —respondió, incapaz de reprimir una sonrisa. A Edward le parecería una tontería. Y lo era. Pero en el buen sentido.

Edward metió la mano en la bolsa y sacó el peluche.

—Me has comprado un osito —dijo y, finalmente, sonrió de verdad. Se pasó la mano por la cicatriz de la cabeza, un gesto que lo había visto repetir muchas veces.

—Todos los enfermos necesitan un osito —dijo—. Eso lo saben hasta los niños. Puede hacerte compañía cuando yo no esté.

No sería a menudo, pero algo era algo.

Asintiendo, Edward le dedicó una mirada dulce.

—Gracias, Castaña. No... no sé lo que haría sin ti.

Isabella sonrió, contenta de haber decidido venir. Edward necesita la visita. Ambos la necesitaban.

—Bueno, no te preocupes por eso, porque nunca tendrás que averiguarlo.


5 comentarios:

TataXOXO dijo...

Ohhh así que Bella se decidió y fue a su casa!!! Espero que pueda contarle lo del embarazo, que tenga ánimos de decirlo!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

saraipineda dijo...

Creooooo que es urgente lo del psicólogo mentir para revolcarse en su miseria 😭😭😭😭 me entristece que lleve una vida así solo esta su salvadora Castaña tan linda llevando algo pa levartar el ánimo y tan dulce el osito lo que no sabe es que lleva un secretito con ello jajaaj buenoooo haber como reaccione con la noticia graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

Anónimo dijo...

Comprendo que Edward tiene un trauma muy severo y que es mucho muy difícil lidiar con eso pero de verdad me está costando mucho no querer ahorcarlo con lo que le está haciendo a Bella y así mismo principalmente, apenas me voy poniendo al corriente, gracias por el capítulo.

Valeeeeeeeeee1 dijo...

😨

nanarabin dijo...

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