Al salir de la visita al médico de los cuatro meses,
Isabella supo que había llegado la hora: tenía que darle la noticia a Edward.
Se haría otra ecografía en dos semanas, y no había ningún motivo para seguir
demorando la conversación, excepto el hecho de que se ponía nerviosísima solo
con pensar en ello.
Conduciendo mientras caía la noche, Isabella se dirigió a
casa de Edward. Esta no era una conversación que pudiera sostener por teléfono
o correo electrónico. Tenía que decírselo cara a cara; no solo porque era lo
correcto, sino también porque necesitaba tener a Edward delante. Para comprobar
que estaba bien. Para verlo reaccionar a la noticia. Necesitaba verlo y punto.
Porque Edward Cullen era un dolor que tenía dentro y que no desaparecía.
Aparcó en su calle y se encontró con que la casa estaba a oscuras
y el Jeep no estaba aparcado en su sitio. Recordando la excursión que había
hecho más de un mes antes, se dirigió al pequeño parque de bomberos que había
al otro lado de Fairlington, y esta vez encontró el Jeep.
Edward había vuelto al trabajo.
Por algún motivo, Isabella sintió que se le llenaba el
pecho de emociones. Si había vuelto, significaba que se encontraba bien, lo
cual la alegraba. Pero que hubiera regresado al trabajo sin decirle nada a ella
debía de significar de verdad que la pequeña esperanza que había albergado para
su relación era falsa.
Si Edward hubiera querido regresar junto a ella, ya lo
habría hecho.
Al menos, ahora lo sabía con seguridad.
En cualquier caso, comunicarle lo del embarazo no tenía
nada que ver con eso. Es más, no quería que Edward retomara la relación si el
bebé era su único motivo para volver a su vida. Así que nada, adelante.
Al aparcar junto a la cuneta, el reloj del salpicadero la
informó de que eran casi las cinco y media. Probablemente, el turno de Edward
no terminaría hasta las siete de la tarde, o las siete de la mañana siguiente,
según el horario que le hubiera tocado: el parque de bomberos tenía un sistema
de turnos solapados, para que siempre hubiera personal disponible y pudieran
proporcionar días libres a los compañeros tras pasar veinticuatro horas de
guardia. Lo cual significaba que Isabella tendría que entrar y hablar con él. O
esperar.
Tras dos meses, suponía que tardar unas horas más no
importaba demasiado. Pero saber que Edward estaba al otro lado de la calle, en
aquel edificio, tan cerca después de tanto tiempo separados, le ponía los pelos
de punta a Isabella.
Le había concedido tiempo y espacio. Tal y como le había
pedido. Pero ya había tenido suficiente. El bebé estaba en Camino, y al
gusanito le importaba un comino si alguno de los dos no estaba listo para su
llegada.
Antes de poder darle más vueltas al asunto, Isabella apagó
el motor y se bajó del vehículo. Una ráfaga de viento se arremolinó a su
alrededor, y tuvo que agachar la cabeza para protegerse del aire helado y
subirse la cremallera del abrigo hasta el cuello.
Cuando hacía buen tiempo, los bomberos dejaban las puertas
del garaje abiertas y los camiones a la vista. Pero hoy las persianas estaban
bien cerradas contra el viento, así que Isabella se dirigió a la puerta de la
oficina que había en un lateral del edificio. Con el estómago dándole saltos,
entró en la recepción y activó un timbre automático. No había nadie tras el
mostrador.
Tras unos segundos, un muchacho joven al que no conocía
apareció por la puerta de atrás.
—¿Cómo puedo ayudarla?
—Hola —dijo Isabella—. ¿Está Edward Cullen?
—¿Cullen? Sí —contestó el muchacho. Le dedicó una mirada
inquisidora que hizo que Isabella se sonrojara—. Voy a por él.
El joven desapareció por el pasillo.
—¡Cullen! —exclamó, cosa que hizo que las mejillas de
Isabella ardieran aún más—. Tienes visita.
Isabella se metió las manos en los bolsillos y exhaló un
lento suspiro.
Un interCambio de palabras pasillo abajo le llamó la
atención, porque la voz de Edward le había llegado a los oídos. Oírlo era un
alivio y una angustia. Se preparó para verlo entrar por la puerta.
Y entonces llegó.
«Sé fuerte, Isabella.»
—Hola —dijo ella, contemplándolo mientras podía. Estaba...
espectacular. Guapísimo, como siempre, con su mandíbula definida, y su rostro
masculino y sus hombros anchos. Había perdido algo de peso, pero ya casi no
tenía ojeras y todo él parecía... Más tranquilo, de algún modo. Como si se
hubiera puesto más recto, o como si le costara menos moverse.
—Isabella, ¿qué haces aquí? ¿Estás bien? —preguntó,
rodeando el mostrador para acercarse a ella. Se detuvo a menos de un metro.
—Siento molestarte en el trabajo, pero es que...
—No, soy yo el que lo siente —dijo, pasándose una mano por
la cicatriz de la cabeza—. He sonado un poco brusco. Es que me has sorprendido,
nada más.
—Ya lo sé. Quería hablar contigo un momento. No tomará
mucho tiempo —dijo. Bueno, de hecho, tomaría al menos los próximos dieciocho
años. Pero el primer paso que estaban dando ahora terminaría enseguida.
—Esto, sí. Sí, claro —dijo—. ¿Vamos dentro?
El corazón le dio un pequeño vuelco y una voz en su cabeza
susurró «iría contigo adónde hiciera falta, Edward, ¿acaso no lo sabes?». Pero,
en realidad, solo dijo «claro».
Isabella rodeó el mostrador tras él, y sintió un cosquilleo
ridículo en su interior cuando sus brazos se rozaron sin querer al caminar por
el pasillo de ladrillos blancos.
Por algún motivo, la sensación le recordó a la primera vez
que lo tocó. La noche en la que se quedaron atrapados en el ascensor. Tras unas
dos horas, habían empezado a sentir hambre, así que habían compartido un par de
cosas para picar y una botella de agua que, por suerte, llevaba en el bolso.
Puesto que no alcanzaban a verse, para pasarse el agua se habían dedicado a
deslizar la botella por el suelo hasta notar la mano del otro. Para entonces,
ya había descubierto que tenían muchas cosas en común y se sentía intrigada por
Edward, y aquellos pequeños momentos de contacto con un hombre con el que había
hablado pero al que no veía le habían parecido muy emocionantes.
Ahora, caminando junto a Edward tras tanto tiempo sin él,
aquella anoche le parecía algo remoto que había ocurrido millones de años
atrás.
Risotadas y conversaciones alborotadas surgían de una sala
a la izquierda. Puesto que ya había estado en el parque de bomberos, Isabella
sabía que se trataba del comedor y la sala de estar del parque. Una mirada
rápida al pasar por delante reveló que la mesa estaba llena, y que los
muchachos estaban sentados con platos de comida delante. Cruzó una mirada con
el Oso mientras Edward y ella pasaban de largo.
—Siento haber interrumpido la cena —dijo, levantando la
vista hacia Edward.
—No te preocupes —dijo este en voz baja.
Al final del pasillo, doblaron la esquina a la derecha.
—Vamos a... Esto, entremos aquí —dijo Edward, abriendo una
puerta y sujetándosela para que Isabella pudiera pasar. Encendió la luz,
revelando dos hileras de literas a lo largo de la pared. Todas las Camas
estaban hechas pulcramente.
La puerta se cerró, y se quedaron juntos y a solas.
El corazón de Isabella se lanzó a palpitar en una carrera
salvaje.
La mirada de Edward la recorrió entera y se detuvo en su
rostro, con una intensidad en los ojos que Isabella no terminó de comprender.
—Estás guapísima, Isabella.
—Esto, gracias —dijo. El cumplido la había pillado
desprevenida—. Tú también tienes buen aspecto. Se te ve mejor —añadió. «Mejor
que antes», pensó, pero no quería liarse a discutir el pasado cuando lo que
quería era hablar del futuro—. Bueno...
—¿Cómo han ido las Navidades? —preguntó Edward, acercándose
un poco más a ella.
Isabella ladeó la cabeza, intentando adivinar qué
pretendía.
—Esto…, bien. Fui a Filadelfia para estar con mi familia.
Estuvo... estuvo bien.
Además de lo incómodo de la situación, una tensión extraña
llenaba el espacio que tenían delante, como si fueran imanes que no supieran si
deberían atraerse o repelerse.
Porque la atracción estaba ahí, sin duda; al menos, para
ella. El cuerpo de Isabella era muy consciente de la presencia de Edward. De la
altura que le sacaba. De lo cerca que estaba. De lo ancho que era su pecho. De
cómo tenía las manos apretadas en puños y la mandíbula en tensión.
Edward alargó la mano y le rozó las puntas del pelo, pero
entonces pareció pensárselo mejor y apartó la mano de nuevo.
—Te ha crecido el pelo.
Aquel contacto tan breve tenía a Isabella con el corazón
desbocado. Ansia y deseo le recorrían las venas, y no sabía si debería
enfadarse consigo misma por reaccionar así o treparle encima a Edward. O ambas
cosas.
—Sí —logró contestar—. No he tenido tiempo de cortármelo
—añadió. Entonces se encogió de hombros, porque no tenía ni idea que por qué
estaban hablando sobre su pelo—. Mira, Edward —empezó, intentando tomar las
riendas de la conversación—. Tengo que...
¡Uuuuuh! ¡Uuuuuh! ¡Uuuuuh!
Los aullidos del sistema de alarma del parque de bomberos
resonaros a todo volumen en la pequeña habitación, y una bombilla azul y otra
roja empezaron a destellar desde el techo; la combinación de colores indicaba
que había una emergencia que requería asistencia médica y de los bomberos.
Edward se lo había enseñado la primera vez que visitó el parque. La voz del
tipo de la centralita empezó a dar los detalles de la emergencia por los
altavoces.
—Mierda —dijo Edward. Su expresión se había vuelto seria,
pero los ojos se le habían llenado de algo que parecía decepción—. Lo siento
mucho, pero tengo que irme.
A Isabella le dio un vuelco el corazón.
—Ya lo sé —dijo—. El deber te llama.
—Preferiría quedarme y hablar contigo —dijo. Dio un paso
hacia ella, y quedó tan cerca que si Isabella se hubiera inclinado hacia
delante, el pecho de Edward la habría frenado—. No sé cuánto rato estaré fuera.
Hoy ha sido un día algo frenético, y el aguanieve que se supone que caerá esta
noche no creo que mejore la situación —añadió a toda prisa.
Isabella detectó el aroma limpio y penetrante de su loción
de afeitado.
—¿Prometes que me llamarás? Cuando tengas tiempo para
hablar. Lo antes posible —dijo Isabella, clavándole una mirada seria.
Los ojos marrones de Edward le devolvieron la mirada,
llenos de calor; o quizás estaba proyectando lo que ella sentía y deseaba.
—Mañana estoy de guardia, pero te lo prometo.
—Hablo en serio, Edward —dijo Isabella.
Y entonces la dejó sin aliento: Edward le puso una mano en
la nuca, le dio un beso en la frente y, a continuación, otro en la mejilla. Le
frotó el costado de la cara con la mandíbula.
—Te lo prometo —dijo.
«Santo Dios.» Su calor, su caricia, aquel confuso momento
de dicha… Terminó en un instante.
—Lo siento. ¿Te acuerdas de por dónde se sale? —preguntó
Edward, que ya estaba abriendo la puerta.
Anonadada, Isabella solo fue capaz de asentir.
—Ve con cuidado —le dijo.
Pero Edward ya había desaparecido.
Y Isabella no tenía ni idea de cómo interpretar lo que
acababa de ocurrir.
***
«Mierda. Mierda mierda mierda.»
Ese era el tono general de los pensamientos de Edward,
mientras su compañero y él sacaban la ambulancia del garaje y se dirigían al
lugar de la emergencia. No podía creer que... no se podía creer nada de lo
ocurrido. Isabella había venido a verlo. La había tenido ahí delante. Y habían
sido interrumpidos antes de que tuviera ocasión de pronunciar ni siquiera una
de las cosas que tenía que decirle.
Y antes de que Isabella pudiera revelar el motivo de su
visita. La curiosidad lo reconcomía. ¿Por qué había venido a verlo? Tras todo
este tiempo, además. Se moría de ganas de averiguarlo, pero no estaba seguro de
lo que las próximas treinta y seis horas de su turno doble le regalarían,
teniendo en cuenta la de mierda que el mal tiempo solía causar. No quería dejar
nada al azar. Contento de no ser el conductor, por una vez, sacó el teléfono
móvil y mandó un mensaje de texto rápido:
Ha sido fantástico verte, Castaña. ¿Te gustaría que
quedáramos el viernes por la noche para charlar? Pienso mantener mi promesa.
No solo la
que le había hecho a ella acerca de llamarla, sino también la que se había
hecho a sí mismo sobre vivir sin arrepentimientos.
Pulsó el botón de enviar y contuvo el aliento.
Isabella respondió en menos de un minuto:
El viernes tengo una reunión en el condado de Loudoun y no
regresaré hasta tarde. ¿Te parece si quedamos el sábado por la mañana? Yo
también me alegro de haberte visto.
La última
frase lo hizo sonreír, aunque tener que esperar una noche más sería una agonía.
El único motivo por el que no había ido directamente del parque de bomberos de
Pittsville al apartamento de Isabella era que había querido consultar la
situación con su psiquiatra. Solo para asegurarse de que estaba en el buen Camino.
Porque cuando Edward regresara a por Isabella, quería ofrecerse a largo plazo.
Si, por algún milagro, estaba dispuesta a darle una segunda oportunidad, Edward
no quería meter la pata. Nunca más.
Le contestó al mensaje:
«El sábado por la mañana me va bien. ¿En tu casa?»
«En mi casa. Ve con cuidado», respondió
Isabella.
«Tú también, Castaña.»
Edward se
moría de ganas de escribir algo más. Pero era mejor esperar. Porque ahora sabía
el momento exacto en el que tendría la oportunidad de recuperar lo que más
quería.
Y, esta vez, nada se interpondría en su Camino.
***
El viernes por la noche, de
vuelta a casa tras la reunión que Isabella había mantenido al oeste de
Washington D. C., el tráfico en la 66 era denso, pero se circulaba. Lo cual era
sorprendente teniendo en cuenta que durante todo el día había estado nevando y
lloviendo a ratos. Al ser de Pensilvania, Isabella conducía por la nieve sin
problemas, pero los habitantes de Washington tienden a reducir la velocidad al
mínimo o a lanzarse como maníacos, creyendo que las superficies heladas o el
hielo negro no los afectarán. Aunque, hasta el momento, no había habido
problemas.
Sintió la anticipación en el estómago. Solo tenía que irse
a dormir, y mañana por fin vería a Edward y podría darle su noticia. La noticia
de ambos.
Como si no hubiera estado lo suficientemente nerviosa,
verlo el miércoles por la tarde la había dejado hecha un lío. Sus cumplidos, el
contacto con él, los besos. El mensaje que le había mandado, diciendo que había
sido fantástico verla. ¿Qué significaba todo aquello?
¿Estaba siendo una total y absoluta idiota por querer creer
que Edward todavía sentía algo por ella? Porque daría casi cualquier cosa
porque fuera cierto. Incluso teniendo en cuenta todo lo ocurrido.
No parecía importar lo que le argumentara a su corazón,
porque este no dejaba de querer estar con aquel dulce, atractivo y accidentado
hombre al que había conocido a oscuras.
Una canción empezó a sonar en la radio, y Isabella empezó a
murmurar la melodía, hasta que no pudo contenerse más y se puso a cantar a viva
voz el estribillo pegadizo. Prestando atención a la carretera, su mirada saltó
mientras cantaba de los automóviles que tenía delante al retrovisor.
Una sensación de nervios en el estómago.
Y otra vez.
Isabella no le dio más importancia.
Hasta que volvió ocurrir. Con más fuerza. Como si... ¡Dios
mío! Como si algo se moviera en su interior.
¿Había sido el bebé? De repente, estaba segura de que sí.
—¿Has sido tú, gusanito? —preguntó en voz alta. Una sonrisa
apareció en su rostro, más amplia que todas las que había sido capaz de invocar
en las últimas semanas. Casi contuvo el aliento esperando a que ocurriera de
nuevo, porque aquella primera sensación deliciosa de su hijo moviéndose en el
vientre había sido una de las cosas más espectaculares que había sentido
jamás—. Hazlo otra vez, briboncete.
La canción siguió sonando hasta terminar y el bebé no
volvió a moverse, pero eso no evitó que Isabella siguiera sonriendo hasta que
le dolieron las mejillas.
¡Bam!
Algo chocó contra el lateral trasero de su Prius, por el
lado del conductor, y Isabella apenas alcanzó a ver la silueta de un
todoterreno oscuro, que hacía piruetas fuera de control, antes de tener que
esforzarse por controlar su propio vehículo. El impacto del otro automóvil había
dejado su pequeño Prius haciendo un círculo y derrapando. Isabella giró el
volante en dirección contraria a la que giraba, intentando con todas sus fueras
recuperar el control.
—No, no, no, no, no.
Sus esfuerzos habían logrado que el vehículo no saliera
disparado dando vueltas, pero el choque la había empujado hacia el margen de la
carretera, que había sido desatendido por las máquinas quitanieves y los camiones
con sal. Los neumáticos perdieron tracción, y el Prius se negó a responder a
sus golpes de volante y a los frenos que pisó a regañadientes, mientras las
luces de frenado de los otros vehículos se encendían delante de ella.
—Oh, Dios; oh, Dios; oh, Dios —soltó la letanía en voz
alta, porque ya veía que no lograría detenerse. Los focos que destellaban a sus
espaldas revelaron que no era la única que había perdido el control.
Los airbags se hincharon ante ella con un estallido, y
entonces su Prius se convirtió en una pelota de pinball.
Chocó contra el vehículo que tenía delante y se golpeó
contra el airbag. No tuvo tiempo de sentir nada ni reaccionar. ¡Bang! Los
airbags laterales cobraron vida y Isabella recibió otro golpe. Una y otra vez.
El Prius fue arrojado de un lado a otro. Los sonidos de neumáticos derrapando
sobre el asfalto, de bocinazos impertinentes y de otros impactos la rodearon
hasta que no fue capaz de distinguir de qué dirección provenían. Otro impacto,
el más violento. De repente, el Prius estaba de lado y había empezado a
volcarse.
Lo único que Isabella pudo hacer fue gritar.
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hola a todos por ahi mil disculpas no pode actualizar bueno les dejo tres capitulos de la adaptacion nos vemos el sabado con capitulo nuevo.
9 comentarios:
X finnnnnnnn puede conectar con Edwards y es momento de hablar siiiii siente al gusanito y pasa esto noooooooooo que nervios muy ansiosa leerte prontoooooo graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
Por Dios apenas me estoy poniendo al día me había quedado en el capítulo 13 y apenas se están recuperando y agarrando fuerzas y valor de parte de Edward y ahora la pobre de Bella pasa esto por Dios no ���� estoy hecha una Magdalena, júrame que no ocurre nada malo con ella por favor, muchas gracias por el capítulo y actualiza pronto por favor.
X favor actualiza mas seguido no nos dejes con ese final
No ;( justo cuando creo quw tendran un final feliz :"v me has tenido nuy intrigada jaja esperare la siguienre actualizacion no demores porfis ;(
Pero que??? Bueno esperemos que mejore
Que locura, que no vaya a perder al bebe, los airbag son peligrosisimos.
Gracias por actualizar. No tardes por favor!!!
Hoy dia actualizan verdad? :c
Ay noooooo!!!! Espero que tanto Bella como el bebé estén bien!!! Por favor que nada les pase!!! Sobre todo ahora que Edward está determinado en también hablar con ella!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO
😱😱😱😱😱
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