Capitulo 9
En el piso de arriba,
Isabella arrastró a Edward hasta el baño del vestíbulo y cerró la puerta.
—No sabía que iba a
venir —dijo. Desde el momento en el que había levantado la vista y se había
encontrado a Michael Newton ahí plantado había estado preocupándose por la
reacción de Edward. ¿Por qué no la había advertido su padre? Aunque no estaba
muy segura de lo que habría podido hacer de haberlo sabido.
—De acuerdo
—contestó Edward, y se encogió de hombros. Su expresión parecía despreocupada,
pero Isabella sabía que era capaz de enterrar sus auténticas emociones cuando
no quería enfrentarse a ellas. Joder, separarse a sí mismo de sus emociones
había sido su única estrategia para sobrevivir a la pérdida de su familia, así
que era un experto—. No pasa nada.
Isabella apoyó la
frente en su pecho, le rodeó la cintura con las manos e inhaló su aroma.
—Es incómodo.
Edward se rio entre
dientes mientras le acariciaba el pelo.
—Solo porque sigue
estando interesado.
Con un gemido,
Isabella sacudió la cabeza, todavía confundida por la presencia de Michael y
molesta porque hacía que Edward se sintiera mal. Finalmente, levantó la vista
hacia su rostro.
—Bueno, pues yo no
estoy interesada en él, por si hace falta que lo diga —declaró. Habían pasado
tres años desde su separación, y había superado la ruptura mucho tiempo atrás. Mike
había tomado una decisión y Isabella lo había aceptado.
La mirada oscura de
Edward la escudriñó durante un momento. Sacudió la cabeza.
—No hace falta, no
te preocupes. Aunque si vuelvo a pillarlo mirándote el culo o jugueteando con
tu pelo, no me hago responsable de mis acciones —dijo, levantando la ceja del piercing con expresión divertida.
Isabella se rio por
lo bajo, pero, Dios, de verdad que no quería que nada estropeara su visita o
causara que Edward estuviera aún más incómodo. Iba a matar a Jasper: su hermano
sabía que vendría con su novio. ¿Qué diablos se le había pasado por la cabeza?
—¿Te gustaría que
te contara cómo...?
El pomo de la puerta
se agitó.
—¡Ocupado! —dijo
Isabella.
—De acuerdo
—contestó la voz de Jasper.
—Vamos a ayudar con
la mesa —dijo Edward—. Ya hablaremos luego.
Isabella asintió, y
quedó encantada cuando Edward se inclinó y le dio un beso largo, lento e
intenso, lleno de calor, pasión y lengua. Desde la primera vez que se habían
besado, en la oscuridad del ascensor, sus habilidades la habían dejado
hechizada.
—Perdona, ¿de qué
estábamos hablando? —preguntó en un susurro cuando se apartó.
La sonrisa que le
dedicó sacó a relucir sus hoyuelos.
—No lo sé, pero
sabes a manzana y canela.
—Es por la sangría
que he preparado. Deberías probarla.
—Así lo haré —dijo.
Apoyó una enorme mano en la nuca de Isabella y volvió a besarla. Un beso a
fondo, explorándola—. Mmm, sí que sabe bien —dijo con la voz ronca.
—Dios, podría
pasarme todo el día besándote así —susurró.
La sonrisa
descarada que apareció en su rostro rebosaba satisfacción masculina.
—¿No me digas?
—preguntó. Le guiñó un ojo, se volvió y abrió la puerta.
Por el pasillo, se
cruzaron con Jasper.
—¿En serio estabais
juntos en el baño? —preguntó.
Isabella lo fulminó
con la mirada, sin perdonarle su actitud para con Edward en la sala de juegos.
—¿En serio has
traído a mi exnovio a la cena de Acción de Gracias?
—Es mi mejor amigo
—replicó Jasper, pasando de largo. Cierto, pero hacía muchos años que Michael
no celebraba nada con ellos. Cuando eran pequeños, era habitual que Mike pasara
tiempo en casa: a la hora de comer, en fiestas de pijamas, e incluso durante
las vacaciones. Pero no había ocurrido desde antes de su ruptura.
Cuando su hermano
se encerró en el baño, se volvió hacia Edward.
—Lo siento. No sé
qué le pasa.
Aunque, en cierta
manera, no le sorprendía que fuera Jasper el que le diera problemas con Edward.
Puesto que Emmett le sacaba tantos años, Isabella siempre lo había idolatrado,
y este se había comportado como un fantástico hermano mayor: siempre se habían
llevado bien. Y como Seth era el más joven y, en general, la persona más
relajada del mundo, nunca habían tenido grandes conflictos. Pero Jasper y ella,
los dos hermanos medianos, discutían por cualquier cosa, de toda la vida.
—Supongo que es una
cuestión de lealtades —contestó Edward, dándole un beso en la coronilla—. No te
preocupes más.
—De acuerdo —dijo. Fueron
a la cocina y encontraron a su padre sacando el pavo del horno—. ¿Cómo podemos
ayudar?
—Seth y Shima han
empezado a poner la mesa, id a ver si necesitan algo. Si no, podéis ayudarme a
servirlo todo. Estaremos listos para comer en unos veinte minutos. Solo tengo
que preparar la salsa de la carne.
—Está bien
—contestó Isabella, y se llevó a Edward al salón en el que comían cada vez que
la familia entera se juntaba. Seth y Shima estaban colocando los platos y los
cubiertos alrededor de la gran mesa—. Espera, falta el Camino de mesa de mamá.
—Ah, mierda —dijo Seth—.
Lo siento.
—No pasa nada
—replicó Isabella, yendo hacia el aparador con puertas de cristal que había
contra la pared del fondo. Encontró la tela decorativa en el armario de abajo—.
Tras la muerte de mi madre, mi padre siempre hizo un esfuerzo por compartir con
nosotros las tradiciones que habían sido importantes para ella. Este Camino de
mesa lo hizo mi abuela, que se lo regaló a mi madre; al parecer, tenía la
costumbre de usarlo cada Día de Acción de Gracias. —Desdobló el largo
rectángulo de tela, que estaba decorado con bordados de hojas, calabazas y
bellotas—. Nos gusta seguir usándolo.
Edward la ayudó a
colocarlo a lo largo de la mesa, entre los platos que Seth ya había puesto.
—Es precioso —dijo
Shima—. Es muy bonito que sigáis honrándola de esta manera.
—Sí —contestó
Isabella—. Seth y yo éramos demasiado pequeños para recordarla, así que está
bien tener cosas como esta —dijo, encogiéndose de hombros—. Siempre he pensado
que, ya que no puedo tenerla a ella, al menos puedo conservar las partes de su
personalidad que están a mi alcance. No sé.
Edward le pasó un
brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.
—Shima tiene razón.
Es un gesto muy bonito.
La dulzura de sus
palabras le colmó el pecho de amor. Dios, cómo adoraba a ese hombre.
Enseguida
terminaron de poner la mesa, y ambos regresaron a la cocina para ayudar con el
resto de la comida. Isabella llenó las bandejas y los boles de servir de uno en
uno, y Edward fue llevándolos a la mesa.
A lo largo de los
dos últimos meses habían cocinado un millón de platos los dos juntos, pero
había algo especial en ocuparse de la cena en su hogar de infancia. Ayudaba a
Edward a sentirse como uno más de la familia, aunque para Isabella ya lo era.
Por fin, el pavo estuvo cortado, la salsa estuvo lista, y llegó la hora de
cenar. Su padre los llamó a todos a la mesa.
Charlie y Emmett ocuparon
las cabezas de la mesa, y Seth, Shima e Jasper se sentaron en uno de los
laterales. Michael fue hacia la silla del medio del otro lado, que lo pondría
entre Edward y ella. Ni hablar.
—Oye, Mike, ¿te
importaría pasarte a la otra silla para que Edward y yo podamos sentarnos
juntos? —preguntó. No le gustaba que Michael la hubiera obligado a pedírselo.
No estaba segura de qué se traía entre manos con su visita, pero Isabella no
quería entrar en su juego, fuera el que fuera.
—Claro —contestó
este, Cambiando de asiento.
—Adelante —dijo
Edward, apartando la silla del final para ella. Ahora sería él el que estaría
sentado en medio.
Isabella disimuló
su sonrisa y se sentó junto a su padre, con Edward al otro lado. Un punto para
Edward.
Su padre tomó las manos
de los hijos que tenía al lado, y todos siguieron su ejemplo. De repente,
sentada ante la cena de Acción de Gracias, dando la mano a los dos hombres más
importantes de su vida, se le hizo un nudo en la garganta y se sintió abrumada
por la gratitud y la felicidad. Su padre bajó la cabeza.
—Gracias, Señor,
por satisfacer nuestras necesidades y bendecirnos con esta comida. Te
agradecemos la presencia de cada persona que esta noche comparte la cena con
nosotros. Rogamos porque el ajetreo de la vida diaria nunca logre que nos
olvidemos de dar las gracias, de ver todo lo bueno que esta vida nos ha
brindado: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros hogares, nuestra salud,
nuestro trabajo. Y rogamos porque los menos afortunados tengan todo lo que
necesitan en este Día de Acción de Gracias, y porque podamos seguir
aportándoles nuestra ayuda y mejorando sus vidas. Amén.
—Amén —repitieron
todos.
Isabella le dedicó
una sonrisa a Edward y le apretó la mano ligeramente antes de soltarlo. Lo que
más agradecía en ese momento era haber tenido la increíble suerte de haberse
quedado atrapada en ese ascensor, porque no podía imaginarse su vida sin él. Su
generosidad silenciosa, su altruismo, su instinto de protección, su sarcasmo,
la manera que tenía de mirarla con adoración, lo fantásticamente bien que
encajaban sus cuerpos... ¡Había tantas cosas que querer en él!
En un instante, se
llenaron los platos y todos empezaron a comer. Isabella ya estaba apurando su
segunda copa de sangría, y el calor de la bebida empezaba a recorrerle el
cuerpo.
—Está todo
riquísimo, Charlie —dijo Edward. Un coro de asentimiento se alzó alrededor de
la mesa.
—Shima —dijo Isabella—.
¿De dónde eres?
—Crecí en Nueva
York —contestó—, aunque mi madre es de Japón. Conoció a un marine estadounidense,
se enamoró, y yo soy el resultado.
Isabella sonrió.
Aquella mujer le caía estupendamente, y se alegraba mucho por Seth.
—¡Qué romántico!
Los hombres uniformados son difíciles de resistir.
—Vaya, gracias
—dijo Emmett.
Isabella puso los
ojos en blanco, pero se echó a reír.
—No estaba pensando
en ti, precisamente —replicó. Le guiñó un ojo a Edward, que le dedicó una
sonrisa pícara. Aunque su uniforme no fuera el más sofisticado del mundo, le
daba un aspecto de lo más sexi, sobre todo porque sabía que se dedicaba a
ayudar a las personas y a salvar vidas mientras lo llevaba puesto.
Emmett señaló a
Edward con el tenedor.
—Justo el año
pasado relajaron la normativa sobre los tatuajes en nuestro departamento
—dijo—. Antes no estaba permitido tenerlos a la vista. Ahora puedes tener uno
visible en cada brazo. ¿A ti te han dado problemas con eso?
Edward sacudió la
cabeza.
—En Arlington no
hay ninguna norma sobre los tatuajes. Aunque, en cualquier caso, la mayoría de
los míos quedan tapados.
—Tu dragón es
precioso —dijo Shima—. Siempre he querido hacerme un tatuaje.
A Isabella le dio
un pequeño vuelco el estómago y decidió que era el momento de anunciar su
decisión. Al fin y al cabo, tarde o temprano tendría que contárselo a su
familia.
—Yo voy a hacerme
uno.
De repente, se hizo
el silencio en la mesa.
—¿En serio? ¿Qué
vas a tatuarte? —preguntó Shima, sin percatarse todavía de que los Swan estaban
mirando a Isabella como si tuviera tres cabezas, y a Edward como si la hubiera
aficionado a beber sangre de murciélago. Nadie en la familia tenía tatuajes.
Isabella echó un
vistazo a su padre, que había adoptado una expresión neutral. Aunque
probablemente le estaba costando un esfuerzo.
—Un árbol
genealógico celta con nuestras iniciales. Quiero un diseño que signifique algo
para mí, y no hay nada más importante para mí que las personas aquí sentadas.
La mirada de su
padre se llenó de ternura y Isabella supo que se lo había ganado.
—Bueno, piénsatelo
bien —dijo su padre—. Pero tu idea me parece bonita.
—Gracias —contestó.
—¿Por qué quieres
un tatuaje? —preguntó Jasper, con un retintín que sugería que estaba convencido
de saber la respuesta.
—Porque me gustan.
—¿Desde cuándo?
—insistió.
Isabella lo fulminó
con la mirada y sopesó la posibilidad de tirarle un panecillo a la cabeza. Pero
sería un desperdicio terrible de panecillos. Quizá tuvieran veintisiete y
veinticinco años, respectivamente, pero todavía eran perfectamente capaces de
sacarse de quicio el uno al otro, como si jamás hubieran superado los doce
años.
—Desde hace tiempo.
Es solo que no se me había ocurrido algo que quisiera tatuarme hasta ahora.
—El departamento de
policía está lleno de gente tatuada —dijo Emmett. Isabella hubiera querido
darle un abrazo por aquella muestra de apoyo—. Hoy en día no es nada fuera de
lo común.
—Mi padre tiene
unos cuantos tatuajes —dijo Shima—. Muchos de ellos son de temática militar,
como ya os podéis imaginar. Iniciales de compañeros caídos. Algunos son muy
conmovedores, es impactante pensar que fueron tan importantes para él que
decidió conmemorarlos en su propia piel.
Isabella asintió.
Los tatuajes de Edward eran parecidos. Tenía una rosa amarilla en el pecho en
honor de su madre y, en los hombros, «jamás te olvidaré» escrito en caracteres
chinos y el nombre de Sean. El dragón que lucía en el antebrazo y en la mano le
recordaba que tenía que enfrentarse a sus miedos, para poder vivir la vida que
había sido arrebatada a Sean, entre otras cosas. El accidente lo había marcado
por dentro y por fuera.
—Me apetece más
sangría. ¿Alguien necesita algo de la cocina? —preguntó Isabella.
—A mí me gustaría
probarla —dijo Shima. Seth y su padre también quisieron un poco.
—Voy a ayudarte
—dijo su padre, levantándose.
Isabella tomó su
copa, se puso en pie, y dio un pequeño apretón en el hombro a Edward antes de
alejarse. Lo que quería de verdad era darle un beso, pero no quería incomodarlo
delante de todo el mundo.
En la cocina, su
padre la tomó del brazo.
—¿Cómo llevas la
presencia de Michael? No sabía que Jasper lo había invitado hasta que se han
presentado en la puerta —dijo, casi susurrando.
—No pasa nada
—contestó—. Lo nuestro ya hace tiempo que es historia, en cualquier caso.
Y era la verdad.
Hacía mucho tiempo que no pensaba en Michael.
—Siento no haber
dicho nada antes de que bajarais a la sala de juegos. No quería preocuparte
delante de Edward —añadió, sacudiendo la cabeza.
Isabella se puso de
puntillas y le dio un beso en la mejilla a su padre.
—No te preocupes,
papá. En serio.
Sirvieron las
bebidas de todo el mundo y las llevaron a la mesa.
—¿Necesitas algo?
—preguntó Isabella, inclinándose hacia Edward.
Este negó con la
cabeza.
—Ya tengo todo lo
que necesito —contestó, y la mirada que le dedicó le comunicó que no estaba
hablando de la comida.
La conversación
fluía alrededor de la mesa. Sobre su tía Maggie, que había sido una figura
maternal para Isabella cuando era pequeña (este año no cenaba con ellos porque
se había ido de crucero con un grupo de amigas). Sobre las pinturas de su
padre, una afición que había tenido desde que Isabella recordaba. Sobre el
trabajo de Mike y a qué hospital esperaba ir cuando se terminara su periodo de
residencia. Sobre los trabajos de fin de máster de Seth y Shima. Y sobre mucho
más. La charla continuaba, animada y amigable, y Isabella agradeció que Edward
se hubiera integrado tan bien en aquel grupo de desconocidos. Sabía que no le
resultaba fácil.
—De acuerdo,
muchachos —dijo su padre—. Id a desabrocharos los pantalones y a descansar los
estómagos un rato, yo me ocupo de despejar la mesa y servir el postre.
Todos se echaron a
reír.
—Deja que te
ayudemos, papá. Tú ya has cocinado —dijo Isabella.
—Bueno, no voy a
discutir —contestó, guiñándole un ojo.
Todos colaboraron
en quitar la mesa. Emmett y su padre se concentraron en empaquetar todas las
sobras, y Seth y Shima pusieron los platos de postre. Jasper sacó la basura de
la cocina, que estaba a punto de estallar, al contenedor.
—¿Yo les paso un
agua y tú los metes en el lavavajillas? —preguntó Edward, colocándose delante
del fregadero. Isabella asintió con una sonrisa. Esa era su rutina en casa, y
adoraba ver que Edward no dudaba en hacer lo mismo en casa de su padre—. ¿Qué?
—preguntó, pasándole un plato sucio.
Isabella se limitó
a sonreír.
—Nada, Buen Sam.
Edward puso los
ojos en blanco, pero su expresión revelaba la alegría que sentía. No era algo
que viera muy a menudo, y le encantaba.
—Caramba, mira
—dijo, haciendo un gesto de cabeza hacia la ventana.
—Vaya, está nevando
—dijo Isabella. Solo había caído lo suficiente como para espolvorear las ramas
y la hierba. La nieve todavía no estaba cubriendo el asfalto, pero, aunque
fuera el caso, iban a quedarse hasta el sábado. Las nevadas eran
particularmente agradables cuando uno no tenía que conducir—. ¿Sabes cuánto va
a nevar, papá?
—Un par de
centímetros y ya está. Lo justo para decorar el paisaje —contestó, guiñándole
un ojo.
—Este ha sido el
mejor Día de Acción de Gracias que he tenido en mucho tiempo —dijo Edward,
secándose las manos tras terminar con los platos—. Gracias por permitirme
formar parte.
Aquello le derritió
el corazón a Isabella. Deseaba con todas sus fuerzas que Edward disfrutara.
Solía celebrar las ocasiones especiales en la estación de bomberos o con sus
amigos, a veces, pero hacía muchos años que Edward no pasaba una fecha señalada
rodeado de su familia. Y, con lo bien que se llevaba Isabella con la suya
propia, aquello le rompía el corazón. Todo el mundo necesitaba a alguien con
quien contar incondicionalmente, y ella quería proporcionárselo. Y a su familia
también.
Su padre le dedicó
una amplia sonrisa a Edward.
—Me alegro de
oírlo, Edward. Pero todavía no hemos terminado.
—La mesa está lista
—dijo Seth—. Sobredosis de azúcar disponibles en tres, dos, uno...
—Eso si el
triptófano no hace que nos suba la serotonina antes —indicó Mike.
—En cualquier caso,
dentro de una hora estaremos todos muertos de sueño —dijo Emmett, dando una
palmada en la espalda a su padre. Volvieron a sentarse alrededor de la mesa del
comedor, listos para disfrutar de una variada selección de postres que incluía
el rollo de calabaza de Isabella, una tarta de calabaza, una de manzana, y un
pastel de zanahoria hecho por Shima.
—En serio, es
imprescindible que pruebe un pedazo de cada cosa —dijo Isabella.
—Gracias a Dios, no
quería ser el único —contestó Edward, sirviéndose un pedazo de su rollo de
calabaza.
La comida circuló
por los platos y la conversación siguió fluyendo, e incluso Jasper parecía
haber dejado de meterse con Edward y ella. Así que Isabella por fin se permitió
relajarse y disfrutar de la visita. Su hombre estaba comportándose
perfectamente, como ya había sabido que sucedería, y su familia lo había
aceptado con los brazos abiertos. Tal como le había dicho antes. No había
motivos para preocuparse.
* * *
De pie en su habitación
de infancia, Isabella se puso su sudadera enorme favorita, ya que tenía frío
tras haber pasado varias horas viendo películas en el sótano con los demás. Si Michael
no estuviera presente se pondría el pijama, porque ya era tarde, pero le parecía
un gesto demasiado cercano, teniendo en cuenta su pasado.
¿Qué estaba
haciendo allí? ¿Qué se traía entre manos? Había pasado el día entero sintiendo
cómo la miraba, cómo la observaba, cómo intentaba cruzar miradas con ella. Y
ella había dedicado el día entero a no hacerle caso y a quedarse junto a
Edward, con la esperanza de no dar pie a Mike para entablar una conversación. A
lo largo de los últimos años, le había enviado algún que otro correo
electrónico y mensaje de texto, y de vez en cuando se enteraba de cómo le iban
las cosas porque Jasper lo mencionaba en alguna reunión familiar, pero no
habían mantenido el contacto. Y a ella le parecía bien.
Se quitó las botas,
se cepilló el pelo y salió al pasillo. Cuando dobló la esquina para bajar al
piso de abajo, el corazón le dio un vuelco.
—Hola —dijo Mike,
casi en lo alto de las escaleras.
—Hola —respondió
Isabella, esperando a que pasara para poder bajar.
—¿Podemos hablar un
momento, por favor?
El sonido de una
alarma resonó por su cabeza. Sus últimas conversaciones como pareja no habían
sido agradables. No sabía lo que pretendía ahora, pero no le apetecía nada
descubrirlo.
—No sé.
—Vamos, Isabella,
¿por favor?
Le dedicó La
Mirada, aquella que en el pasado había hecho que se derritiera.
Lo observó durante
un momento. Tenía unos rasgos clásicos, atractivos al estilo estadounidense: el
pelo rubio, los ojos azules, la mandíbula cuadrada que volvería loca a
cualquiera; vestía un jersey de cachemira de cuello de pico sobre una camisa
azul que le resaltaba los ojos. Hubo una época en la que Isabella consideraba
que no podía existir alguien más guapo, y su cerebro y ambición la habían
atraído tanto como su aspecto. Por no hablar de la larga relación que tenía con
la familia, porque conocía a Mike desde que su edad constaba de una sola cifra.
Suspirando,
asintió.
—De acuerdo. ¿De
qué quieres hablar?
Michael indicó la
puerta de su habitación.
—¿Crees que
podríamos charlar en un lugar un poco menos público?
—Prefiero hablar aquí
—replicó, cruzándose de brazos. Se sentía víctima de una emboscada, y estaba
bastante irritada con Michael e Jasper por haberle tendido una trampa. Porque
no sabía qué quería, pero estaba claro que aquella conversación era el motivo
por el que Mike había pasado el día con ellos. Se lo decía su instinto.
—Bueno, de acuerdo
—contestó Michael—. Veamos... El caso es que... —Se rio por lo bajo—. Lo tenía
todo planeado, pero ahora que te tengo aquí delante me he quedado sin saber qué
decir, como un adolescente.
La autodenigración
pretendía encandilarla, igual que la expresión avergonzada que había adoptado,
pero todo aquello solo confirmaba su alarma inicial.
Michael le dedicó
una sonrisa.
—Te echo de menos.
Eso es lo primero que quiero decir. Te echo de menos, y ahora sé que cometí un error
gravísimo cuando no acepté la plaza en Washington —declaró. A Isabella le
pareció que el estómago le daba un vuelco y el suelo se movía bajo sus pies—.
De hecho, supe que había sido un error casi de inmediato, pero era demasiado
inmaduro y orgulloso para admitirlo, y me daba demasiado miedo pedirte otra
oportunidad.
«No. Nonono.»
—Mike...
—Por favor, déjame
terminar —dijo, ladeando la cabeza—. Sé que no me lo merezco, pero te lo pido
por favor.
Con el pulso acelerado,
Isabella asintió. Aunque sentía vagamente que la segunda porción de tarta de
manzana que se había comido a escondidas una hora atrás podía volver a aparecer
en cualquier momento. Ya no albergaba ningún sentimiento por él, pero oír a
alguien a quien una vez amó decir esas cosas no era fácil.
—He madurado y he
estado pensando mucho en lo que quiero de la vida. Ser médico residente en un
lugar prestigioso sigue siendo importante para mí, pero no tanto como el poder
compartir mi vida con una persona a la que amo. Contigo, lo podría haber logrado.
Lo debería haber logrado. Y sigo deseándolo. Contigo —dijo, con una mirada de
determinación.
—Michael, ahora
estoy con otra persona —contestó. Sentía las tripas revueltas ante la sorpresa
de aquella conversación. Ni en un millón de años habría imaginado que eso era
lo que quería.
—Ya lo sé —dijo—. Y
lo siento. Por eso tenía que hablar contigo ahora, antes de que lo vuestro se
convierta en algo serio. Solo lleváis dos meses juntos. Nosotros nos conocemos
desde hace veinte años. Fuimos pareja durante tres. Y ahora mismo estaríamos
casados, si no hubiera sido un imbécil egoísta y tozudo.
—Lo de Edward ya es
serio —dijo Isabella, sintiendo que las paredes daban vueltas a su alrededor.
Unos años antes, hubiera dado cualquier cosa por oírle pronunciar aquellas
palabras. Pero era demasiado tarde. Lo había dejado atrás. Michael ya no
importaba, ahora estaba Edward—. Tú y yo también hemos pasado tres años
separados. Las cosas han Cambiado.
Mike dio un paso
hacia ella.
—Lo que siento por
ti no ha Cambiado. O quizá sí, quizás ahora es más intenso. Tengo muchas
posibilidades de conseguir una plaza en Washington cuando termine mi contrato
en Filadelfia. Quiero intentar conseguirla y mudarme al D. C. Quiero estar
contigo. Quiero que volvemos a empezar y que construyamos la vida que
deberíamos haber tenido.
—No me estás
escuchando...
—Sí que te escucho.
Y te comprendo. Crees que tienes una relación seria con ese tipo. Pero lo
vuestro es un instante comparado con el tiempo que nosotros hemos pasado
juntos. Si accedieras a intentar...
Isabella
retrocedió, alejándose de su intensidad, de su tacto, de esas palabras que la
atormentaban por lo irrelevantes que eran. Años atrás, habrían tenido un
significado enorme. La situación estaba impregnada de tristeza. Profundamente.
Michael avanzó, no
queriendo alejarse de ella.
—Por favor,
inténtalo. Dame una oportunidad —insistió. Se sacó algo del bolsillo. El
estuche de un anillo—. Todavía lo tengo —dijo, abriendo la tapa de terciopelo y
revelando un espectacular diamante de corte esmeralda montado en un anillo
precioso. Isabella se acordaba de lo fantástico que había quedado en su mano—.
Daría lo que fuera para ganarme una manera de volver a entrar en tu corazón,
por volver a tener la oportunidad de oírte decir que quieres casarte conmigo.
Tragando saliva
para aliviar el nudo que tenía en la garganta, Isabella cerró el estuche que Michael
sostenía.
—Michael, te
agradezco que me hayas dicho todo esto, de verdad. Pero mi vida ha seguido
adelante sin ti. Tomaste una decisión, y yo tomé otra. Han pasado tres años.
Puede que Edward y yo no llevemos demasiado tiempo juntos, pero eso no
significa que lo que siento por él sea menos intenso. No puedo desconectar mis
sentimientos por él y, aunque pudiera, no querría hacerlo —dijo. No quería
herir a Michael y, de hecho, odiaba saber que sus palabras le harían daño, pero
había dejado pasar demasiado tiempo. Joder, no era culpa suya.
Mike envolvió las
manos de Isabella con las suyas.
—No digas que no.
Por favor. Simplemente, piensa en lo que te propongo. Puedo esperar. Esperaré
todo el tiempo que necesites para aclararte las ideas.
La desesperación
había deformado sus atractivos rasgos en una expresión torturada que nunca
antes le había visto, y Isabella comprendió que estaba siendo completamente
sincero. Lo cual significaba que era cierto que había madurado desde su
ruptura.
Le dolía pensar en
lo que podría haber pasado.
—No creo que me
haga falta pensármelo, Mike.
—Te esperaré,
Isabella. Porque te quiero —dijo. Se encogió de hombros, rendido—. Te he
querido durante tantos años de mi vida...
Ella misma había
pronunciado aquellas palabras una vez, pero ahora, cuando pensaba en el amor,
era el rostro de Edward el que aparecía en su mente. El tacto de Edward. Los
ojos de Edward.
—¿Dónde estabas
hace tres años? ¿O dos, incluso?
Michael sacudió la
cabeza.
—Perdido, está
claro. Tú piénsatelo y ya está, ¿de acuerdo?
Isabella encorvó
los hombros. No quería pelearse con él. No quería hacerle daño. Y no quería
fastidiar el Día de Acción de Gracias. ¿Qué se suponía que debía decir?
—De acuerdo —soltó
entonces, esbozando mentalmente el correo electrónico que le mandaría para
decirle que lo suyo no tenía esperanza.
Tomó aire para
seguir hablando y, de repente, Michael invadió su espacio personal y juntó los
labios con los suyos. Isabella quedó tan anonadada que tardó un instante en
comprender lo que había pasado.
Se apartó de golpe
y lo fulminó con la mirada.
—Ni se te ocurra.
¿Sabes qué? No me hace falta darle vueltas a todo esto. Ya te he dicho lo que
pienso. Ahora estoy con Edward, y no tengo ni la más mínima intención de
dejarlo solo porque hayamos charlado un rato.
Michael levantó las
manos.
—Lo siento. Lo
siento mucho. Lo comprendo. Pero es que... es que te echo de menos.
—Tengo que volver
—espetó Isabella y, sin añadir nada más, lo rodeó y se marchó escaleras abajo.
Entonces se encerró
en el baño del vestíbulo, apoyó la espalda contra la puerta y se cubrió la boca
con la mano. ¿Qué diablos acababa de pasar?
* * *
—De acuerdo —había
dicho Isabella. Y con esas dos palabras, el mundo entero de Edward se vino
abajo.
Salió huyendo del
lugar en el que había estado, cerca del pie de las escaleras; había estado allí
porque había querido encontrar a Isabella para preguntarle si le apetecía algo
de comer, porque él iba a hacerse un bocadillo de pavo. Había oído la
conversación que había mantenido con Michael de principio a fin. El tipo la
echaba de menos, seguía enamorado de ella y quería que volvieran a ser pareja;
en fin, nada que no hubiera revelado con su comportamiento, ¿verdad?
Avanzando por la
ruta más corta posible, se alegró de que los demás estuvieran en el sótano.
Cruzó la cocina y la puerta trasera y se dirigió a su Jeep, solo para tener un
poco de espacio, para escapar, para encontrar un lugar en el que todavía
hubiera oxígeno. En la calle, apoyó ambas manos en el capó del vehículo, sin
importarle que hubiera nieve, o que el frío húmedo hubiera causado inmediatamente
que le dolieran los dedos.
Como si todo esto
no fuera suficiente, acababa de descubrir que Isabella había accedido a casarse
con ese tipo. Que ya estarían casados si Michael no hubiera metido la pata.
Edward no conocía todos los detalles, pero no importaba. Lo que importaba era
que Isabella había amado a Michael lo suficiente como para querer construir una
vida con él. Una vida con un hombre que era el polo opuesto de Edward en todos
los sentidos: con un trabajo prestigioso, mientras él tenía un trabajo cualquiera;
acaudalado, mientras él sencillamente llegaba a fin de mes; de atractivo
clásico, mientras Edward tenía una apariencia difícil; encantador y seguro de
sí mismo, mientras él era torpe y siempre se sentía incómodo.
Michael era el tipo
de hombre por el que Isabella se sentía atraída a la luz del día. La oscuridad
del ascensor había sido la salvación de Edward, porque les había permitido
conocerse sin las ideas preconcebidas que crean las apariencias. Y él se había
asegurado de que su apariencia transmitiera ciertos mensajes, ¿a que sí? Pero
una vez la conoció en la libertad de la oscuridad, no había querido que
resultara asqueada al verlo. No había querido que su apariencia la desalentara.
Y, milagrosamente,
Isabella no había quedado horrorizada. Todavía le parecía oírla cuando dijo
«absolutamente magnífico» aquella noche. El recuerdo todavía le quitaba el
aliento y le aceleraba el pulso. Pero si Michael era el tipo de hombre con el
que había accedido a casarse, aquello demostraba que su atracción por Edward no
era más que casualidad. Al menos, no era lo habitual en ella. ¿No era así?
¿Acaso importaba?
Quizá no. O, al
menos, no debería importar.
Pero le hacía
dudar, por enésima vez desde que habían empezado a salir, si era lo bastante
bueno para ella, si era lo que ella necesitaba. Pensaba que había logrado superar
lo peor de esos pensamientos, porque sabía que no eran más que producto de su
pasado, de sus ansiedades y de sus putos miedos. Pero el ver un posible futuro
alternativo para Isabella con tanta claridad le había llegado a lo más hondo
del pecho, y del cerebro, y del corazón, y había sacado a la superficie todas
sus inseguridades.
Todas ellas.
Dios mío.
«Respira, Cullen.
Respira y punto, joder.»
Apoyó las manos
húmedas en las rodillas, agachó la cabeza y contó atrás desde diez. «Diez.
Inspira hondo, espira. Nueve. Inspira hondo, espira. Ocho. Si imaginar a
Isabella con otro hombre ya duele así, ¿qué pasará si la pierdo? Siete. Inspira
hondo, espira. Seis. He perdido a todo el mundo, ¿por qué iba ella a ser
diferente? Cinco. Inspira hondo, espira. Cuatro. Ahora mismo es tuya,
concéntrate en eso. Tres. De acuerdo, de acuerdo. Dos. Inspira hondo, espira.
Uno. Inspira hondo, espira.»
Joder, seguía
sintiendo la misma presión en el pecho.
Volvió a contar
atrás desde diez, pero esta vez bloqueó los comentarios tóxicos que le corrían
por la cabeza.
Cuando terminó, se
incorporó y estiró el cuello y los hombros. Isabella solo había accedido a
pensar en lo que Michael le había dicho. No había accedido a volver con él, y
había dejado muy claro que tenía una relación seria con Edward. «Concéntrate en
eso.» De acuerdo. Vale.
Pero oír los ecos
de la declaración de amor en su cabeza solo añadía otra capa de estrés a la
situación. Porque aquel imbécil se lo había vuelto a decir a Isabella, mientras
que Edward no había logrado pronunciar las palabras ni una sola vez.
De hecho, la
perspectiva de pronunciarlas lo dejaba pálido de miedo. Porque parecía que era
tentar la suerte. «¡Eh, relámpagos! ¡Dejad que os indique qué es lo que me
importa para que podáis destrozarlo!»
El pasado.
Ansiedades. Putos miedos. Ya lo sabía.
Pero saberlo no cambiaba
lo que sentía.
Lo cual lo llevaba
de vuelta a considerar si, quizá, no era lo bastante bueno para Isabella.
Entonces, ¿qué?
«Basta. Vuelve a la
casa y quédate junto a ella. Esa es la manera de no perderla.»
Se pasó la mano por
encima de la cicatriz de la cabeza.
—Joder —soltó.
Entonces se dio la vuelta y se adentró en la casa de nuevo. Podía controlarse.
No había pasado nada, no había Cambiado nada. Isabella se lo demostraría.
—Ah, aquí estás
—dijo Isabella. Estaba junto a la encimera de la cocina, removiendo una taza de
té caliente con una cucharilla—. Te estaba buscando.
—Solo necesitaba un
poco de aire fresco —dijo Edward, acudiendo a su lado.
—¿La familia es
demasiado? —preguntó con una sonrisa. Lo envolvió en sus brazos—. Oh, estás
helado. Más vale que te ayude a entrar en calor —dijo. Apretó su cuerpo contra
el de él, le abrazó con fuerza y recostó la cabeza junto a su cuello.
Aquel abrazo era
pura vida.
Edward retornó el
gesto.
—No creas —dijo,
intentando que su voz no sonara ronca—. Tu familia me cae bien. Ha sido un día
estupendo —añadió. Y era verdad. Había sido sincero cuando le había dicho a Charlie
que este había sido el mejor Día de Acción de Gracias que había pasado en mucho
tiempo.
—¿Te apetece tomar
algo? —preguntó Isabella.
El apetito que lo
había inspirado a ir a por un bocadillo de pavo ya había desaparecido.
—No —respondió—.
Estoy bien.
—¿Te apetece que
nos escabullamos un momento, los dos solos?
No le hizo falta
pensárselo demasiado.
—Suena perfecto
—dijo.
La sonrisa de
Isabella era como un rayo de sol asomando entre las nubes. «¿Ves cómo te mira?
Confía en esa mirada, Cullen. Es lo único que importa.»
Isabella lo tomó de
la mano.
—Pues ven conmigo.
* * * * * * * * * * *
Hola a todas que les pareció la declaración de Mike.
nos vemos en la próxima actualización mañana habrá adelanto del siguiente capitulo en el grupo élite fanfiction.